Campanas. Desde la Catedral, hoy domingo 26 de septiembre el Arzobispo de Santa Cruz aseguró que “Hace falta cambiar nuestra mentalidad y adoptar una espiritualidad ecológica”, parar la explotación irracional de recursos naturales no renovables, la deforestación salvaje, los incendios de bosques, incluso de reservas y parques nacionales, los avasallamientos; pero también es urgente que asumamos un estilo de vida austero, con gestos concretos y cotidianos, evitando desperdiciar el agua, botar basura en la calle y tantos otros actos que dañan a la naturaleza.
*Pidamos perdón al Señor por los pecados en contra de la creación y que, en su gran amor, nos ayuda a llevar adelante con todas nuestras fuerzas este compromiso común, vital e impostergable*
Así mismo el prelado afirmó que, hay que intervenir para sanar las graves heridas de la naturaleza. Nuestro país también está seriamente afectado por este problema, como nos testimonian los hermanos y hermanas indígenas que están a las puertas de la Catedral, y los que están todavía en camino.
Este domingo, en nuestra Iglesia en Bolivia, se clausura el mes de la Biblia, ocasión en la que hemos renovado nuestro compromiso misionero inspirados en el lema: «Comunidad Misionera, comparte la Palabra». La Palabra de Dios es un don que Él nos ha dado no para guardar para nosotros mismos, sino para compartir con los demás. Su Palabra es la luz, siempre nueva y actual, que ilumina nuestra vida cristiana y que habla al corazón de todas las personas sedientas de valores auténticos, de felicidad y de vida.
Siempre iluminados por la Palabra de Dios, celebramos hoy la Jornada mundial del Migrante y Refugiado como lema “Un nosotros cada vez más grande”.
“Los migrantes y refugiados son víctimas de la codicia y ambición humana, las guerras y los desastres naturales obligan a pueblos enteros a migrar para salvar sus vidas”
Este es un problema de todos, también de nosotros. De hecho, en nuestro mundo, hay siempre más refugiados y migrantes que sufren el drama de deber abandonar su tierra, casa, y trabajo en búsqueda de la subsistencia. Ellos son víctimas de la codicia y ambición humana: por un lado, por los conflictos y guerras que obligan a pueblos enteros a migrar para salvar sus vidas y, por el otro, por el multiplicarse de desastres naturales siempre de mayor en vergadura, provocados por el calentamiento global, resultado de nuestro actuar irracional e irresponsable, y que vuelven inhóspitos a tantos lugares donde por siglos han vivido poblaciones enteras.
Hoy también iniciamos la Semana de la Hermanad entre la Iglesia en Bolivia y las diócesis alemanas de Tréveris e Hildesheim. Como indica el lema, el compromiso común es de “custodiar la creación, signo del amor de Dios”. No se puede esperar más, ahora hay que intervenir para sanar las graves heridas de la naturaleza. Nuestro país también está seriamente afectado por este problema, como nos testimonian los hermanos y hermanas indígenas que están a las puertas de la Catedral, y los que están todavía en camino.
Expulsar a los espíritus malignos, es un acto de humanización y liberación de las personas de lo que merma su dignidad de hijos de Dios y de lo que las separa de Él y del prójimo* Los discípulos piensan que esa tarea que Jesús ha reservado para ellos, por eso quieren impedir que ese desconocido actúe porque “no es uno de los nuestros”. Pero Jesús piensa de otra manera: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí”.
“Jesús no ha venido a fundar un grupo sectario, por el contrario, ha venido a instaurar el plan de salvación de Dios que promueve la vida y dignidad humana”
Jesús no ha venido a fundar un grupo sectario, encerrado en sí mismo, que pone frenos y fronteras a la acción del Espíritu de Dios presente y actuante en todo el mundo. Por el contrario, ha venido a instaurar el plan de salvación de Dios que integra todo lo que promueve la vida y dignidad humana, el bien común, los valores evangélicos del amor, la verdad, la justicia, la libertad, la solidaridad y la paz.
“Jesús quiere una Iglesia acogedora y abierta a todos, signo visible del plan de salvación de Dios”
Jesús quiere una Iglesia acogedora y abierta a todos, signo visible del plan de salvación de Dios que se va haciendo realidad en el aquí y ahora de nuestra historia y que alcanzará su plenitud al final de los tiempos, cuando “Dios sea todo en todos”. Cumpliendo con la voluntad del Señor, la Iglesia tiene que ser una comunidad que reconoce y valora el bien y la verdad que aparecen fuera de sus límites, y con carácter dialogal, tolerante y solidaria. Su vocación es recibir y ofrecer colaboración a todas las personas, grupos e instituciones que trabajan por un mundo más humano, fraterno, justo y en paz.
“Un aspecto central del ser misionero es reconocer que el Espíritu de Dios puede suscitar en cualquier persona”
Un aspecto central del ser misionero es reconocer que el Espíritu de Dios puede suscitar en cualquier persona, institución y situación, vocaciones y carismas para enriquecer y guiar al pueblo de Dios.
“Hay que estar vigilantes y reconocer el mal que se anida en nuestro corazón”
Hay que estar vigilantes y reconocer el mal que se anida en nuestro corazón, que somos necesitados de conversión y de ser liberados de los obstáculos de la fe y de todo lo que nos separa de la comunión con Jesús, la comunidad y los hermanos.
“Tenemos que ser testigos y misioneros alegres del reino de Dios”
No debemos tener miedo en sacar de nuestra existencia el misterio de la muerte que mata al espíritu y pedir al Señor que lo convierta en luz de vida, en amor y esperanza, así podremos ser testigos y misioneros alegres del reino de Dios.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
26/09/2021
Este domingo, en nuestra Iglesia en Bolivia, se clausura el mes de la Biblia, ocasión en la que hemos renovado nuestro compromiso misionero inspirados en el lema: «Comunidad Misionera, comparte la Palabra». La Palabra de Dios es un don que Él nos ha dado no para guardar para nosotros mismos, sino para compartir con los demás. Su Palabra es la luz, siempre nueva y actual, que ilumina nuestra vida cristiana y que habla al corazón de todas las personas sedientas de valores auténticos, de felicidad y de vida.
Las enseñanzas de Jesús en el pasaje del evangelio de hoy, nos hablan de los aspectos que deben ser parte de nuestra labor misionera. Juan, el discípulo amado, va donde Jesús y le dice: “Vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre”. Él no habla en nombre propio, sino de la comunidad: “Vimos a uno”, un extraño que no es parte del grupo de los discípulos y que, no obstante, se atreve a expulsar los espíritus malos en nombre de Jesús.
Expulsar a los espíritus malignos, es un acto de humanización y liberación de las personas de lo que merma su dignidad de hijos de Dios y de lo que las separa de Él y del prójimo. Los discípulos piensan que esa tarea que Jesús ha reservado para ellos, por eso quieren impedir que ese desconocido actúe porque “no es uno de los nuestros”. Pero Jesús piensa de otra manera: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí”.
Jesús no ha venido a fundar un grupo sectario, encerrado en sí mismo, que pone frenos y fronteras a la acción del Espíritu de Dios presente y actuante en todo el mundo. Por el contrario, ha venido a instaurar el plan de salvación de Dios que integra todo lo que promueve la vida y dignidad humana, el bien común, los valores evangélicos del amor, la verdad, la justicia, la libertad, la solidaridad y la paz. Por tanto, lo primero que hay que reconocer como misioneros, es que Dios obra libremente en el mundo y que no hay que obstaculizar su acción porque “El que no está contra nosotros, está con nosotros”. De acuerdo a esta verdad, tantas personas en el mundo, sin saber, están en Cristo porque no están contra Él y actúan a favor del reinado de vida y de amor de Dios.
Jesús quiere una Iglesia acogedora y abierta a todos, signo visible del plan de salvación de Dios que se va haciendo realidad en el aquí y ahora de nuestra historia y que alcanzará su plenitud al final de los tiempos, cuando “Dios sea todo en todos”. Cumpliendo con la voluntad del Señor, la Iglesia tiene que ser una comunidad que reconoce y valora el bien y la verdad que aparecen fuera de sus límites, y con carácter dialogal, tolerante y solidaria. Su vocación es recibir y ofrecer colaboración a todas las personas, grupos e instituciones que trabajan por un mundo más humano, fraterno, justo y en paz.
Este hecho del Evangelio, tiene un antecedente en el episodio del Libro de los Números que hemos escuchado en la primera lectura. El autor sagrado nos habla de la efusión del Espíritu de Dios sobre setenta ancianos, escogidos por Moisés, para que le colaboren en su tarea de guiar al pueblo de Israel hacia la tierra prometida.
Pero, el Espíritu de Dios, libre y soberano, no solo desciende sobre los ancianos reunidos en la carpa del Encuentro, el santuario provisional de esos fugitivos de Egipto, donde Moisés los había convocado para recibir parte de su espíritu profético, sino también sobre otros dos hombres que habían quedado en sus propias tiendas. Josué al enterarse de esto, pide a Moisés que les prohíba profetizar, pero él le contesta: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor”.
Este hecho nos dice que un aspecto central del ser misionero es reconocer que el Espíritu de Dios puede suscitar en cualquier persona, institución y situación, vocaciones y carismas para enriquecer y guiar al pueblo de Dios.
Aclarado este punto, Jesús, con una imagen dramatizada, pone en alerta a los discípulos acerca de un grave peligro:” Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojarán al mar”. Escandalizar a los pequeños que tienen fe significa poner obstáculos para su bien, sembrar dudas y confusión en su espíritu, ponerlos en la ocasión de tropezar y abandonar la fe.
A continuación, Jesús habla de las ocasiones de pecado que provienen de la concupiscencia propia y no de lo que se puede procurar al otro, e insta a los discípulos a que eviten el mal y estén dispuestos a cortar de raíz las seducciones y ocasiones de pecado, y de todo aquello que en nuestro corazón y espíritu nos impide seguir a Jesús, de lo contrario no se puede esperar otra cosa que el castigo eterno.
Por eso hay que estar vigilantes y reconocer el mal que se anida en nuestro corazón, que somos necesitados de conversión y de ser liberados de los obstáculos de la fe y de todo lo que nos separa de la comunión con Jesús, la comunidad y los hermanos. No debemos tener miedo en sacar de nuestra existencia el misterio de la muerte que mata al espíritu y pedir al Señor que lo convierta en luz de vida, en amor y esperanza, así podremos ser testigos y misioneros alegres del reino de Dios.
Siempre iluminados por la Palabra de Dios, celebramos hoy la Jornada mundial del Migrante y Refugiado como lema “Un nosotros cada vez más grande”.
Este es un problema de todos, también de nosotros. De hecho, en nuestro mundo, hay siempre más refugiados y migrantes que sufren el drama de deber abandonar su tierra, casa, y trabajo en búsqueda de la subsistencia. Ellos son víctimas de la codicia y ambición humana: por un lado, por los conflictos y guerras que obligan a pueblos enteros a migrar para salvar sus vidas y, por el otro, por el multiplicarse de desastres naturales siempre de mayor en
vergadura, provocados por el calentamiento global, resultado de nuestro actuar irracional e irresponsable, y que vuelven inhóspitos a tantos lugares donde por siglos han vivido poblaciones enteras.
Hoy también iniciamos la Semana de la Hermanad entre la Iglesia en Bolivia y las diócesis alemanas de Tréveris e Hildesheim. Como indica el lema, el compromiso común es de “custodiar la creación, signo del amor de Dios”. No se puede esperar más, ahora hay que intervenir para sanar las graves heridas de la naturaleza. Nuestro país también está seriamente afectado por este problema, como nos testimonian los hermanos y hermanas indígenas que están a las puertas de la Catedral, y los que están todavía en camino. Hace falta cambiar nuestra mentalidad y adoptar una espiritualidad ecológica, parar la explotación irracional de recursos naturales no renovables, la deforestación salvaje, los incendios de bosques, incluso de reservas y parques nacionales, los avasallamientos; pero también es urgente que asumamos un estilo de vida austero, con gestos concretos y cotidianos, evitando desperdiciar el agua, botar basura en la calle y tantos otros actos que dañan a la naturaleza. Pidamos perdón al Señor por los pecados en contra de la creación y que, en su gran amor, nos ayuda a llevar adelante con todas nuestras fuerzas este compromiso común, vital e impostergable. Amén