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sábado 1 abril 2023
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Unir la fe y la oración en nuestra vida, dice Monseñor Sergio

Este domingo, desde la catedral de Santa Cruz y al reflexionar sobre el evangelio que describe el encuentro entre Jesús y la mujer pagana a quien pone como modelo de fe orante y humilde, Monseñor aseguró que en el diálogo con Dios nuestra vida se abre a los designios que Él tiene para cada uno de nosotros.

“Como para la mujer cananea, también en nuestra vida la fe y la oración confiada tienen que ir unidas, como actitudes fundamentales del cristiano que no pueden faltar nunca” señaló el Prelado a tiempo de agregar que “La fe orante es diálogo con Dios, dialogo confiado de los hijos con el Padre, por el cual nosotros ponemos delante de él nuestras vidas, nuestras esperanzas y angustias, nuestros logros y fracasos en nuestro seguimiento a Jesús” señaló.

En ese contexto y al referirse al atentado terrorista en Barcelona, pidió que nos dejemos “guiar por la fe en Dios y no nos dejemos arrastrar por las ideologías que dividen, enfrentan y llevan al fanatismo homicida y ciego, como los atentados terroristas que dejan tras de sí tantos muertos y heridos inocentes, además de secuelas de odio y rencor”.

Monseñor destacó que “junto a las flores, velas, banderitas y otros signos puestos en el lugar de la matanza, ha sido colocado un letrero muy significativo: “Ni miedo, ni odio”. Dos palabras profundamente evangélicas que brotan de la fe en el Dios de la vida, quien en su misericordia sin límites, nos asegura que Él siempre está dispuesto a acoger nuestro pedido: ”Señor socórreme”.

HOMILÍA COMPLETA DE DOMINGO 20 DE AGOSTO DE 2017

MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ DE LA SIERRA.

BASÍLICA MENOR DE SAN LORENZO MÁRTIR.

En la 1ª lectura el profeta Isaías se dirige a la comunidad israelita que, después de 50 años de destierro, acaba de regresar a la patria y que enfrenta problemas y tensiones de todo tipo.

El profeta anima al pueblo llamándolo a la unidad, la esperanza y la paz y anunciando algo nuevo de parte de Dios: “Su salvación y su justicia” está cerca y al alcance de todos indistintamente, israelitas y no israelitas. Para tener acceso a una vida en paz y armonía y a la salvación solo hace falta tener fe en Dios, respetar el derecho y practicar la “justicia”, exigencias que valen para toda la humanidad y en todos los tiempos. Los que aceptan esta invitación gozarán de la alegría de ser salvados y de ser acogidos como miembros del pueblo elegido, todos unidos en la oración en el único templo de Jerusalén: “Esta casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”.  En esta imagen ya se prefigura a todos los pueblos unidos alrededor del Señor en el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia.

En la carta a los cristianos de Roma, San Pablo reafirma con fuerza esa buena noticia: Dios, a pesar de la nuestras desobediencias, ha traído por medio de Jesucristo la salvación indistintamente a todospara tener misericordia de todos”. Estas palabras llenan el corazón de esperanza y alegría, porque todo lo que Dios hace en la vida de la humanidad es para desplegar su misericordia hacia todos en cuanto somos sus hijos y a todos nos quiere. Incluso cuando por el pecado nos alejamos de Él, Dios nos busca para que nos dejemos reconciliar por su amor. Saber que nuestro Dios, fiel a la alianza, está siempre dispuesto a ofrecernos la salvación nos anima y colma de valor para seguir en nuestro compromiso cristiano,porque sus dones y su llamado son irrevocables”.

El Evangelio de hoy nos muestra que Jesús es aquel que lleva a plenitud las palabras del profeta Isaías y de San Pablo. Jesús, deja la región de Galilea, donde hasta ese momento había desempeñado una actividad misionera muy intensa, y se retira en un territorio cercano a Tiro y Sidón, tierra de paganos.

Allí una mujer, desesperada porque su hija, atormentada por un demonio, sufre mucho, sin reparar en su condición de pagana va al encuentro de Jesús que es judío gritando en voz alta sin parar: “!Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!” Ese grito es signo del gran amor hacia su hija que le hace vencer el miedo a lo desconocido y a la hostilidad existente entre los dos pueblos. La mujer llama a Jesús: Señor”, expresión con la que los judíos creyentes se dirigen a Dios y signo de su fe en el poder de Jesús. Sin embargo, Él no contesta, provocando la reacción de los discípulos que le piden que atienda a la mujer para que calle de una vez.

Jesús les recuerda que Él ha sido enviado, en primer lugar, para traer la salvación al pueblo judío que, gracias a la alianza, gozaba de la prioridad en el plan de Dios. Este argumento contundente pero no acobarda a la mujer cananea que se prostra ante Él e insiste en su pedido: “Señor, socórreme!”.

Esta vez Jesús, responde con una expresión despectiva, propia de la mentalidad y lenguaje judío en el trato con los paganos: ”No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. Pero, ni esta dura respuesta desanima a la mujer cananea, que con sagacidad objeta: ”Y sin embargo, Señor, los cachorros comen de las migas que caen de la mesa de sus dueños”.

Ante semejante actitud e insistencia, Jesús exclama:” Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Asombrosas palabras del Señor que ponen en evidencia que solo la fe de la mujer ha movido a Jesús a liberar a su hija del espíritu del mal.

La actitud reticente de Jesús, a lo largo de todo el diálogo, apunta a que, por un lado, salga a flote la grandeza de la fe de la mujer y, por el otro, el reconocimiento sin reserva alguna, de que la salvación es ofrecida también a los paganos, como afirma con sus última palabras: ”Qué se cumpla tu deseo”. Por la fe en Jesús, el pan de los hijos, el pan del Reino de Dios, los dones de la gracia y de la vida de Dios son accesibles a todos, rompiendo así todas las barreras raciales, sociales y culturales.

Nos sorprende que Jesús ponga a una pagana como modelo de fe orante y humilde:Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. El amor de la mujer hacia su hija y su fe en Jesús han sido tan “grandes” que la han movido a entablar con firmeza indefectible el diálogo con Jesús y a elevar esa oración tan confiada que ha hecho cambiar los planes iniciales del Señor.

Como para la mujer cananea, también en nuestra vida la fe y la oración confiada tienen que ir unidas, como actitudes fundamentales del cristiano que no pueden faltar nunca. La fe orante es diálogo con Dios, dialogo confiado de los hijos con el Padre, por el cual nosotros ponemos delante de él nuestras vidas, nuestras esperanzas y angustias, nuestros logros y fracasos en nuestro seguimiento a Jesús. La fe orante es también deseo ardiente de salvación, de que Dios intervenga en nuestra vida para liberarnos de nuestros miedos, errores y pecados.

Dejémonos guiar por la fe en Dios y no nos dejemos arrastrar por las ideologías que dividen, enfrentan y llevan al fanatismo homicida y ciego, como los atentados terroristas que dejan tras de sí tantos muertos y heridos inocentes, además de secuelas de odio y rencor. En el último atentado de Barcelona, junto a las flores, velas, banderitas y otros signos puestos en el lugar de la matanza, ha sido colocado un letrero muy significativo: “Ni miedo, ni odio”. Dos palabras profundamente evangélicas que brotan de la fe en el Dios de la vida, quien en su misericordia sin límites, nos asegura que Él siempre está dispuesto a acoger nuestro pedido: ”Señor socórreme”.

El encuentro entre Jesús y la mujer pagana nos enseña también que en el diálogo con Dios nuestra vida se abre a los designios que Él tiene para cada uno de nosotros. Al mismo tiempo nos mueve al amor y a la solidaridad hacia los hermanos, a buscar su bien y a solidarizarnos con los problemas de los pobres, los sufridos y agobiados.

También es un ejemplo de que un diálogo verdadero, llevado con perseverancia, respeto al interlocutor y escucha de sus razones, y con disposición a cambiar de opinión es la única manera para llegar a acuerdos y soluciones pacíficas de los problemas. En un dialogo verdadero no debe haber vencedores ni vencidos.

Unidos oremos esta mañana con toda confianza no solo por nosotros, sino por nuestro país y el mundo entero, en especial, por la paz en las naciones sumidas en las guerras, por las víctimas del terrorismo, la intolerancia religiosa, el racismo y la violencia inhumana. Hagamos nuestras las palabras de la mujer cananea: “Señor Socórrenos”. Amén.

Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz.

Encargado


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