Campanas. Es el momento de que los bolivianos nos unamos y todos asumamos como prioridad absoluta, por encima de cualquier otro objetivo, la lucha en contra de este virus contagioso y virulento, cumpliendo a cabalidad las normativas emanadas por las autoridades, pidió el Arzobispo Cruceño, hoy domingo 15 de marzo de 2020, desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral.
Así mismo aseguró que es el momento de actuar con responsabilidad, humanidad, cordura y prudencia, y no caer en la superficialidad, el pánico, las actitudes irracionales e inhumanas, las cegueras egoístas y las instrumentalizaciones de cualquier tipo.
De ninguna manera se pueden repetir hechos como los que se han dado en esos días; bloqueos de hospitales y de carreteras para impedir la internación de hermanos infectados por el virus. Estos hechos, además de ser delitos, son pecados gravísimos ante Dios, dijo el Arzobispo de Santa Cruz.
El Prelado afirmó que es el momento de actuar con misericordia, con espíritu de fraternidad y con ánimo de servicio y sin temor a los sacrificios, siguiendo el ejemplo del Señor.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
Domingo 15/03/2020 –Basílica Menor de San Lorenzo Mártir Catedral
En este 3º Domingo de Cuaresma la Palabra de Dios nos hace hacer un alto en nuestra peregrinación hacia la Pascua para tomar, como los Israelitas, el agua brotada de la roca en el desierto y beber, como la samaritana al pozo de Jacob, el agua de vida de Jesús.
En la primera parada, escuchamos el grito de protesta en contra de Moisés y de Dios de parte los israelitas, atormentados por la sed en el desierto, en su huida de la esclavitud: “¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed en el desierto?”. En esa situación angustiosa, los israelitas extrañan la seguridad de la esclavitud y se atreven a cuestionar a Dios “¿El Señor está realmente entre nosotros, o no está?”. Dios no los ha abandonado, Él busca que esos fugitivos se liberen de la mentalidad de esclavos sumisos y apagados, asuman su responsabilidad y se vayan organizando como pueblo libre. Y como signo de su presencia, Dios hace brotar el agua de una roca, sin dejar de corregir la falta de fe de su pueblo.
El evangelio nos presenta a Jesús que se sienta junto al pozo de Jacob, solo, sediento y cansado por el largo camino. No tiene como sacar agua, pero llega allí una mujer samaritana y Jesús le pide: “Dame de beber”. El Señor, el agua viva para la humanidad, se hace el que necesita el agua del pozo ante esa mujer que es la verdadera necesitada del agua de vida porque esclava de una existencia sumida en el desorden y pecado.
Jesús al dirigirle la palabra, está contraviniendo a la norma que impedía a un judío hablar en público con una mujer, peor aún por ser samaritana y pecadora. De ahí la sorpresa de la mujer: “¡Cómo! ¿Tu, que eres judíos, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”.
El gesto de Jesús adquiere un valor profético inestimable. Él pone fin no solo a la tradicional división entre judíos y samaritanos, a la marginación de la mujer y a la exclusión de los pecadores, sino que rompe el círculo perverso de toda clase de exclusiones y descartes.
En el diálogo, Jesús se va presentando como “el agua viva: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que pide… tu misma me lo pedirías, y el mismo te habría dado agua viva”. La mujer le contesta: “¿De dónde sacas esa agua viva?”. Jesús le dice: ”El que beba del agua que Yo le daré, nunca más volverá a tener sed”. Él es el agua viva que aplaca para siempre la sed de amor, de felicidad y de vida.
Ante estas palabras la samaritana ahora se muestra interesada:” Señor dame de esta agua para que no tenga más sed”. Para Jesús ha llegado el momento de encarar el problema verdadero de la mujer: “Ve y llama a tu marido y regresa aquí”. La mujer le responde: “No tengo marido”. Jesús le dice: ”Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu marido”. La mujer, al verse descubierta, por fin se fija en la persona de Jesús: “Señor, veo que eres un profeta”. El encuentro con Jesús abre los ojos a la mujer que lo reconoce como profeta y al mismo tiempo comienza a pensar en su propia vida de pecado y lejos de Dios.
No obstante, le cuesta confesar su pecado por eso busca desviar el diálogo planteando a Jesús un tema muy controvertido entre judíos y samaritanos acerca del lugar donde dar culto a Dios. Jesús le aclara que Dios no está atado a ningún lugar y que ha llegado la hora de adorarlo en espíritu y verdad.
Luego le revela su identidad: el Mesías “SOY YO, el que habla contigo”. Ante esta revelación, la samaritana, deja allí su cántaro, signo de su vida pasada, y corre a la ciudad: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”. El encuentro personal con Jesús, nos hace conocer todos los recovecos de nuestra vida, dejar atrás nuestro pasado y dar un vuelco a nuestra vida.
Al escuchar el testimonio de la mujer, los samaritanos van donde Jesús y “muchos más creyeron en él, a causa de su palabra”. Ya no les hace falta el testimonio de la mujer: “nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es el verdadero Salvador del mundo”. Para los samaritanos y la mujer, es el final de su camino de fe: Jesús no solo es un profeta, sino el Mesías y el Salvador del mundo.
También nosotros en esta cuaresma estamos invitados a recorrer el camino de la samaritana y del pueblo de Israel en el desierto, a tomar el agua viva de Jesús que extingue la sed de autenticidad, verdad y fortaleza.
En particular, necesitamos el agua de vida en este clima de incertidumbre y temor por la pandemia mundial del coronavirus que afecta también a nuestro país.
Es el momento de que los bolivianos nos unamos y todos asumamos como prioridad absoluta, por encima de cualquier otro objetivo, la lucha en contra de este virus contagioso y virulento, cumpliendo a cabalidad las normativas emanadas por las autoridades.
Es el momento de actuar con responsabilidad, humanidad, cordura y prudencia, y no caer en la superficialidad, el pánico, las actitudes irracionales e inhumanas, las cegueras egoístas y las instrumentalizaciones de cualquier tipo.
De ninguna manera se pueden repetir hechos como los que se han dado en esos días; bloqueos de hospitales y de carreteras para impedir la internación de hermanos infectados por el virus. Estos hechos, además de ser delitos, son pecados gravísimos ante Dios.
Es el momento de actuar con misericordia, con espíritu de fraternidad y con ánimo de servicio y sin temor a los sacrificios, siguiendo el ejemplo del Señor.
El encuentro con Jesús nos anima, como a la samaritana, a no tener miedo, a beber el agua viva que nos transforma en agua de vida para los demás, a renovar nuestra fe en Dios, fortalecido por su presencia en nuestra historia. Presencia que nos hace testigos de caridad y solidaridad y nos abre a la esperanza de que el camino de la cruz nos lleva a la luz de la Pascua, la fiesta de la victoria definitiva de la vida y el amor, sobre la muerte y el mal.
Con la confianza de que el Señor nos escucha, incentivemos nuestras oraciones para que, por la intercesión de la Virgen María nuestra Madre, proteja nuestro país y el mundo entero de esa plaga y nos dé “el agua viva para que no tengamos más sed”. Amén