Campanas. “Es el momento del desprendimiento de las actitudes radicales de poder en favor del bien común y la paz, pide Arzobispo”
Desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, hoy domingo 10 de noviembre de 2019, el Arzobispo de Santa Cruz, Monseñor Sergio Gualberti, aseguró que es el momento del desprendimiento de las actitudes radicales de poder en favor del bien común y la paz, en acatamiento estricto de la Constitución Política del Estado y en el marco de una democracia verdadera como reivindica a gritos y a costa de grandes sacrificios el pueblo Boliviano.
Es la fe en la resurrección que anima a los cristianos a vivir, anunciar y testimoniar la Buena Noticia del Evangelio a los que todavía no lo conocen o que se han alejado de la vida cristiana. De la misma manera, la fe nos impulsa a seguir los pasos de Jesús, poniéndonos al servicio de los pobres y descartados de la sociedad, a ser sembradores de esperanza, a luchar por los valores humanos y cristianos de la vida, la libertad, la justicia, el amor y la paz, dijo el Arzobispo.
Así mismo el prelado dijo: Este compromiso es particularmente urgente hoy en nuestro país donde los valores democráticos y la convivencia pacífica entre bolivianos corren un grave peligro a causa de posiciones intransigentes, intolerancias y recurso a la violencia que ya han causado tres muertos y muchos heridos. Sin embargo, la fe nos asegura que desde la cruz brota la vida nueva del Resucitado, el Señor de la vida y la historia.
Mons. Sergio afirmó que No hay tiempo que perder. La grave amenaza del momento actual no pide remiendos en ropa vieja, sino medidas nuevas y decisivas.
También dijo el Arzobispo: Es el momento del desprendimiento de las actitudes radicales de poder en favor del bien común y la paz, en acatamiento estricto de la Constitución Política del Estado y en el marco de una democracia verdadera como reivindica a gritos y a costa de grandes sacrificios el pueblo Boliviano.
Todos los actores políticos, cívicos y ciudadanos seamos audaces y valientes, desterremos los resentimientos, las divisiones, la violencia verbal y física, los enfrentamientos fratricidas y el derramamiento de sangre. Seamos todos operadores de unidad y concordia y apostemos por la paz para salir de este largo y duro conflicto, pide Mons. Sergio.
Es un desafío arduo y comprometedor, por eso, la fe en el Resucitado, Señor de la vida y de la historia nos mueve a unirnos en la oración, porque “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos”. Necesitamos su presencia y acompañamiento en la construcción de una nueva Bolivia para todos, reconciliada, fraterna y justa. Por eso les pido que nos unamos a la cadena de oración propiciada por la Arquidiócesis de Cochabamba. Al medio día de cada jornada y en el lugar donde estemos, unámonos para rezar con las palabras del Resucitado que decimos en cada Eucaristía: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles, “la paz les dejo, mi paz les doy”, expresó el Arzobispo de Santa Cruz.
Homilía Completa de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
Domingo 10/11/2019
La palabra de Dios que hemos escuchado, en sintonía con la Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Difuntos del fin de semana anterior, reafirma una verdad fundamental y consoladora de la fe cristiana acerca de nuestro destino: nosotros no hemos recibido de Dios el don de la vida para que acabe en una tumba, sino para gozarla por siempre en la novedad y plenitud de la vida divina.
La primera lectura tomada del 2do libro de los Macabeos nos narra una historia ejemplar de una familia judía en tiempos de la persecución de Antíoco IV. En el relato sobresalen las figuras de una madre con siete hijos, que fueron torturando y asesinando por su fe en el Dios verdadero. Todos los 7 hijos, uno por uno, y al final la madre, prefieren la muerte antes que renegar de Dios. Todos ellos, entregan su vida con valor inaudito y con la libertad de la fe en Dios que sostiene la esperanza inquebrantable en la resurrección de los muertos, como expresa ante el rey uno de los hermanos: “Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser resucitados por Él. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
El evangelio de San Lucas nos presenta a Jesús que, concluido su viaje final a Jerusalén, aprovecha los últimos días de su vida terrestre antes de la muerte en cruz, para anunciar en el Templo, corazón de la religión judía, la buena noticia de la vida nueva en Dios. Unos saduceos, miembros de una clase social aristocrática que no creía en la resurrección de los muertos, plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba en base a la ley del levirato del Antiguo Testamento que prescribía: “Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda”.
Esa norma tenía la finalidad de garantizar la continuidad del apellido y la línea de sucesión familiar. Con una caricatura indigna de Dios, los saduceos plantean un caso inverosímil de una mujer esposa de siete hermanos que, uno tras otro, van muriendo sin dejar hijos y su pregunta es ¿de quién será esposa esta mujer en la resurrección, si ha estado casada con los siete?
Jesús responde afirmando ante todo que la resurrección de los muertos es obra de Dios por quien y para quien todos vivimos. Con la resurrección Dios nos introduce en su misma eternidad, en la vida nueva y plena de hijos suyos, sin más amenazas de muerte y donde ya no hay tiempo ni espacio: “Los que son dignos de la resurrección… ya no pueden morir, son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección”. Ser hijos de Dios es la meta última y definitiva de la esperanza cristiana instaurada por Jesús, “el viviente” , el que vive en comunión íntima con el Padre y que ha entregado libremente su vida en la cruz no para darnos una vida perecedera, sino la vida eterna que nos espera al final de la historia.
La fe en la resurrección nos abre a una nueva manera de ver la realidad y de actuar, incomprensible para quienes se quedan en los horizontes limitados y pasajeros del mundo. Es la fe que sostiene nuestra esperanza certera de la victoria del bien sobre el mal, de la luz sobre las tinieblas, de la audacia sobre el miedo y de la vida nueva sobre la muerte. La fe da la fortaleza y mueve también hoy a tantas personas, como a la familia del libro de Macabeos, a entregar totalmente su vida para que el reino de Dios vaya creciendo en nuestra historia humana.
La vida nueva y eterna comienza desde nuestro bautismo y se va realizando día a día en nuestra peregrinación hacia la casa del Padre. Estos horizontes eternos, no nos hacen desentender de la realidad y de la historia, por el contrario iluminan y sostienen nuestros compromisos en todos los ámbitos de la vida.
Concretamente la fe en la resurrección nos mueve a apostar por la historia presente y por el hombre de hoy y a vivir nuestra existencia conforme al designio que Dios tiene sobre el mundo y sobre cada uno de nosotros, convencidos que nuestro destino bienaventurado ya ha comenzado, aunque no ha llegado todavía a su plena manifestación.
Es la fe en la resurrección que anima a los cristianos a vivir, anunciar y testimoniar la Buena Noticia del Evangelio a los que todavía no lo conocen o que se han alejado de la vida cristiana. De la misma manera, la fe nos impulsa a seguir los pasos de Jesús, poniéndonos al servicio de los pobres y descartados de la sociedad, a ser sembradores de esperanza, a luchar por los valores humanos y cristianos de la vida, la libertad, la justicia, el amor y la paz.
Este compromiso es particularmente urgente hoy en nuestro país donde los valores democráticos y la convivencia pacífica entre bolivianos corren un grave peligro a causa de posiciones intransigentes, intolerancias y recurso a la violencia que ya han causado tres muertos y muchos heridos. Sin embargo, la fe nos asegura que desde la cruz brota la vida nueva del Resucitado, el Señor de la vida y la historia.
No hay tiempo que perder. La grave amenaza del momento actual no pide remiendos en ropa vieja, sino medidas nuevas y decisivas.
Es el momento del desprendimiento de las actitudes radicales de poder en favor del bien común y la paz, en acatamiento estricto de la Constitución Política del Estado y en el marco de una democracia verdadera como reivindica a gritos y a costa de grandes sacrificios el pueblo Boliviano.
Todos los actores políticos, cívicos y ciudadanos seamos audaces y valientes, desterremos los resentimientos, las divisiones, la violencia verbal y física, los enfrentamientos fratricidas y el derramamiento de sangre. Seamos todos operadores de unidad y concordia y apostemos por la paz para salir de este largo y duro conflicto.
Es un desafío arduo y comprometedor, por eso, la fe en el Resucitado, Señor de la vida y de la historia nos mueve a unirnos en la oración, porque “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos”. Necesitamos su presencia y acompañamiento en la construcción de una nueva Bolivia para todos, reconciliada, fraterna y justa. Por eso les pido que nos unamos a la cadena de oración propiciada por la Arquidiócesis de Cochabamba. Al medio día de cada jornada y en el lugar donde estemos, unámonos para rezar con las palabras del Resucitado que decimos en cada Eucaristía: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles, “la paz les dejo, mi paz les doy…”.
El Señor nos habla a través de su palabra y de la historia y por tanto también con este trance difícil. Él nos llama a renovar y afirmar nuestra fe en la Resurrección, la respuesta certera al deseo más profundo de nuestro corazón: que nunca tengan ocaso las cosas más bellas y amadas, la vida, el amor, la unidad, la armonía y la paz, tanto a nivel personal como social. Amén
OFICINA DE PRENSA DE LA ARQUIDIOCESIS DE SANTA CRUZ