Igual que Jesús llamó a Lázaro a salir de la tumba y quitarse las vendas, Monseñor Sergio llamó a todos los bolivianos a salir de la Cultura que promueve leyes de muerte como el aborto y la Eutanasia.
Este Quinto domingo de Cuaresma, Monseñor Sergio Gualberti, a partir del evangelio que narra la vuelta a la Vida de Lázaro, llamó a todos a salir de esta cultura que promueve leyes de muerte como el aborto y la eutanasia y pidió preservar la vida, particularmente la de los niños por nacer que se encuentran amenzados por el proyecto del codigo del sistema penal que pretende liberalizar el aborto en Bolivia.
El Prelado aseguró “Nadie puede arrogarse el arbitrio de quitar la vida de un niño por nacer, y es deber primario del Estado preservarla, con el mismo esmero con el que tiene que preservar a la vida de la madre”
El Arzobispo de Santa Cruz aseguró que el grito de Jesús “Lázaro, sal fuera… desátenlo” resuena tambien hoy en “Una cultura que promueve leyes de muerte como el aborto y la eutanasia, que presenta a las mentira como verdad, como la afirmación de que el niño que se está gestando en el vientre de la madre, es parte de su cuerpo y que por tanto ella sola tiene que decidir. Es científicamente probado que esa criatura, desde el momento en que es concebida, es un ser humano en desarrollo, una persona distinta del padre y de la madre y que por tanto tiene el derecho inalienable a la vida como todos nosotros. En ese ser frágil e indefenso hay que reconocer la dignidad de toda criatura: la de ser amada. Nadie puede arrogarse el arbitrio de quitar la vida de un niño por nacer, y es deber primario del Estado preservarla, con el mismo esmero con el que tiene que preservar a la vida de la madre》
Tambien dijo que:
《El grito fuerte de Jesús “Lázaro, sal afuera… desátenlo” resuena también hoy para que desatemos las vendas del orgullo, la envidia, la intriga y el resentimiento, la superficialidad y la concupiscencia desenfrenada que nos impiden andar como personas nuevas, sembradores de vida, amor y paz. El grito de Jesús también manda a nuestro mundo salir de los sepulcros de muerte y desatar las vendas de la injusticia y desigualdad social, de la esclavitud del dinero, la explotación de los pobres, la confrontación de fuerzas y la tiranía de una economía de mercado que ha convertido todos los valores en valores de cambio y que descarta a los que no producen.
Salir afuera de la tumba de la cultura de la modernidad líquida, en la que los valores y las realidades sólidas y muy enraizada de nuestra sociedad, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido, para dar paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, cansador》
En ese sentido, Monseñor pidió que “Acojamos hoy el grito de Jesús: “Sal afuera” dejemos nuestros sepulcros y desatemos las vendas del mal y del pecado, para reiniciar un camino nuevo…”
Oficina de prensa del Arzobispado de Santa Cruz
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ DE LA SIERRA
DOMINGO 02/04/2017
Nos acercamos a pasos rápidos a la Semana Santa y la Palabra del Señor hoy nos presenta la verdadera imagen de Dios, como el Dios de la Vida. Los signos del AGUA y de la LUZ, reflexionados en los anteriores dos domingos de Cuaresma, encuentran hoy su sentido pleno y profundo en el signo de la VIDA que triunfa sobre la muerte, gracias al Espíritu de Dios, el Espíritu de Vida que hemos recibido en el Bautismo.
En 1ª lectura el profeta Ezequiel se hace portavoz del Señor ante el pueblo elegido deportado en Babilonia con unas palabras cargadas de esperanza: “Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel… Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán””. Dios se solidariza con los sufrimientos y situación de muerte de su pueblo, y anuncia que no solo los liberará de la esclavitud y los hará retornar a su propia tierra, sino que les infundirá su espíritu que los hará revivir.
El Evangelio San Juan nos presenta el punto culminante del ministerio de Jesús, su intervención extraordinaria a favor de la vida: la resurrección de Lázaro. Este hombre está gravemente enfermo y sus hermanas mandan a avisar a Jesús. Él podría ir en su ayuda y evitar la muerte de Lázaro con su poder divino, sin embargo, espera que la enfermedad y la muerte cumplan su ciclo, para que en ellas se manifieste el poder salvador de Dios: “Esta enfermedad no es mortal, es para gloria de Dios”. Jesús actúa de esa manera para afianzar, con ese prodigio, la fe de los discípulos y vencer la incredulidad de los judíos. Sobre todo, quiere hacer patente la “gloria de Dios”, su presencia cercana en favor de la vida de la humanidad, una presencia providente que libera de todo lo que mortifica al ser humano y que guía por sendas seguras los destinos de la historia, a pesar de tantos signos de muerte.
Por eso, sólo después de unos días, Jesús se pone en camino hacia la casa de Lázaro y Marta, su hermana, al enterarse de la llegada del maestro, corre a su encuentro.
Lo primero que hace, es reprocharle porque no ha ido a socorrer a su amigo íntimo «el que tú amas». No obstante, sigue confiando en que él podrá hacer lo humanamente impensable, «Yo sé que aun ahora, Dios te concederá lo que le pidas». Es el inicio del camino de fe de Marta que, en la medida que va discurriendo el diálogo, desembocará en una profesión consciente y sincera en la divinidad de Jesús.
En su respuesta Jesús hace la más grande y extraordinaria revelación: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá». Jesús se está poniendo al mismo nivel de Dios, utilizando las mismas palabras con las que Dios se presentó a Moisés en el Sinaí: «Yo soy el que soy». Para los judíos semejante afirmación es una blasfemia, no así para Marta. Ella, a la pregunta clave de Jesús: «¿Crees esto?», hace una clara profesión de fe: «Sí, Señor, creo que tu eres el hijo de Dios». Jesús nos repite la misma pregunta: «¿Crees esto?». A nosotros la respuesta, sabiendo que si escuchamos su palabra, tenemos fe en Dios y damos nuestra adhesión libre y sincera a su persona, seremos partícipes de su vida: «Quien escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene la vida eterna».
En Jesús la muerte ya no es definitiva, ni la suya ni la nuestra. La muerte se ha vuelto tan solo un paso de una vida terrenal limitada y frágil a la vida plena en Dios, un cambio total de las condiciones de vida. Por eso Jesús afirma que Lázaro “solamente duerme”. Esta verdad consoladora nos abre horizontes de esperanza, nosotros no estamos destinados a estar para siempre en la nada y tinieblas de una tumba, sino a revivir en la luz del Resucitado.
A pesar de lo que está por hacer, Jesús, ante el sepulcro del amigo Lázaro, «llora y… se conmueve profundamente». Su conmoción no es solo un sentimiento profundamente humano y de amigo sincero, sino sobre todo expresión de su participación y solidaridad con la condición humana, marcada por la incertidumbre, la debilidad, la oscuridad del pecado, el sufrimiento y la muerte.
Pero Jesús, quiere enfrentarse directamente con la muerte, porque a través de la muerte quiere que brote la vida. Con autoridad pide que quiten la piedra que tapa el sepulcro, sin importar que huela mal porque ya han pasado cuatro días de la sepultura de Lázaro. No hay dudas que esté muerto. Pero Jesús con un fuerte grito ordena: «Lázaro, sal afuera… y salió con los pies y las manos con vendas… desátenlo…» Lázaro sale, sin embargo tiene que ser desatado de las vendas, de los últimos vínculos con la muerte para ser libre de iniciar el camino de la vida nueva.
La resurrección de Lázaro es claramente un hecho extraordinario, una realidad signo de la vida en el espíritu, prefiguración de la resurrección de Jesús, expresión evidente del poder de Jesús que tiene «palabras de vida eterna» y también signo de la resurrección general y definitiva, en el último día, de los que creen en él.
El grito fuerte de Jesús “Lázaro, sal afuera… desátenlo” resuena también hoy para que desatemos las vendas del orgullo, la envidia, la intriga y el resentimiento, la superficialidad y la concupiscencia desenfrenada que nos impiden andar como personas nuevas, sembradores de vida, amor y paz. El grito de Jesús también manda a nuestro mundo salir de los sepulcros de muerte y desatar las vendas de la injusticia y desigualdad social, de la esclavitud del dinero, la explotación de los pobres, la confrontación de fuerzas y la tiranía de una economía de mercado que ha convertido todos los valores en valores de cambio y que descarta a los que no producen.
Salir afuera de la tumba de la cultura de la modernidad líquida, en la que los valores y las realidades sólidas y muy enraizada de nuestra sociedad, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido, para dar paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, cansador.
Una cultura que promueve leyes de muerte como el aborto y la eutanasia, que presenta a las mentira como verdad, como la afirmación de que el niño que se está gestando en el vientre de la madre, es parte de su cuerpo y que por tanto ella solo tiene que decidir. Es científicamente probado que esa criatura, desde el momento en que es concebida, es un ser humano en desarrollo, una persona distinta del padre y de la madre y que por tanto tiene el derecho inalienable a la vida como todos nosotros. En ese ser frágil e indefenso hay que reconocer la dignidad de toda criatura: la de ser amada. Nadie puede arrogarse el arbitrio de quitar la vida de un niño por nacer, y es deber primario del Estado preservarla, con el mismo esmero con el que tiene que preservar a la vida de la madre.
Desatemos también las vendas del egoísmo y del individualismo, para solidarizarnos con tantos hermanos necesitados y abandonados que están entre nosotros y ante los cuales, a menudo, nos hacemos de la vista gorda. Este domingo se nos ofrece una oportunidad de cumplir un gesto concreto de solidaridad adhiriendo a la Campaña Nacional de nuestra Iglesia: “Ponte en mi lugar”, a favor de nuestros niños que sufren grave discapacidad. En nuestra Arquidiócesis, el fruto de la colecta de todas las misas está destinado a estos niños acogidos en tres de nuestros hogares. La fragilidad y debilidad de esos pequeños interpela nuestra humanidad y nos desafía a compartir con ellos. Hagamos sentir que los amamos, seamos generosos y colaboremos en el esfuerzo de aliviar sus sufrimientos y ofrecer condiciones de una vida digna y serena.
Acojamos hoy el grito de Jesús: “Sal afuera” dejemos nuestros sepulcros y desatemos las vendas del mal y del pecado, para reiniciar un camino nuevo, bajo el poder del Espíritu y así gozar, desde ya, de la vida verdadera y definitiva de Dios que nos espera en la resurrección de los justos. Amén.