“Les digo a los sacerdotes, vivamos desprendidos de nuestro ego, salgamos a las periferias y acojamos a los marginados” exhortó Monseñor Sergio a todo el presbiterio cruceño congregado anoche en la misa Crismal de este martes Santo.
El Arzobispo les pidió ser testigos vivientes del Dios de la bondad, la caridad y la misericordia en medio del pueblo de Dios que peregrina en Santa Cruz. Enfatizó que la voluntad de Dios es el amor y la caridad “porque todo el que ama ha nacido de Dios y conocer el amor”
Durante esta eucaristía también elevó un recuerdo especial para el Cardenal Julio Terrazas y para los sacerdotes que ya fallecieron.
Para gusto de de muchos, la misa de martes Santo es una de las eucaristías mas emocionantes del año por la expresión de Unidad y Comunión en la Iglesia a través del abrazo que se dan los sacerdotes y el Arzobispo.
Les invitamos a leer y reflexionar la:
HOMILÍA COMPLETA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI
MISA CRISMAL 2016
CATEDRAL DE SANTA CRUZ.
En el clima de comunión y unidad de esta noche, gracia y paz a todos ustedes, pueblo de Dios, que nos acompañan en este día sacerdotal, con su afecto y oraciones.
Un fraterno saludo en Cristo a ustedes mis hermanos obispos Mons. Braulio, Mons. Estanislao y Mons. René, a todos ustedes sacerdotes aquí presentes, y también a los ancianos y enfermos que, desde su lecho de dolor, nos acompañan con la oración.
Gracias también a todos ustedes, diáconos, seminaristas, hermanos y hermanas de la Vida Consagrada, comprometidos con el anuncio del Reino de Dios en esta Iglesia de Santa Cruz.
En el misterio de la comunión de los santos, hacemos presente también en nuestra asamblea eucarística a nuestro querido Cardenal Julio y a los hermanos sacerdotes que en este año nos han dejado para la casa del Padre, oramos por ellos.
La celebración de esta noche está marcada por la presencia animadora e iluminadora del Espíritu Santo, al que invocamos para que renueve, en nosotros sus ministros, la gracia del Sacramento del Orden y derrame sus dones sobre nuestros hermanos que serán ungidos con el sacro crisma. El sacramento del orden es un don de Dios que nos une en la caridad, así que con Papa Francisco puedo decir: “Mis hermanos más prójimos son ustedes mis sacerdotes”.
El mismo Espírito, que consagró a Jesús y lo envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y proclamar un año de gracia del Señor, hace acontecer “también acá hoy” este Evangelio de la vida y del amor, como pleno cumplimiento en la fe del tiempo de Dios que Jesús Instauró en Nazareth: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».
El mismo Espíritu, nos bendice este año con el don del Jubileo de la Misericordia, oportunidad para conocer más a fondo el rostro misericordioso del Padre:
– un año en el que podemos “beber a la fuente de alegría, de serenidad y de paz”, porque se nos ofrece la oportunidad de experimentar en nuestra vida el perdón de nuestros pecados, la liberación de toda clase de esclavitudes y la remisión de nuestras deudas y culpas.
– un año en el que vamos a recorrer “la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado”, para restaurar también las relaciones con los demás hermanos y la creación, relaciones rotas o estropeadas por el pecado.
– un año santo para crecer en la santidad y hacer santa la realidad que nos rodea: “Sean santos porque Yo soy Santo”.
San León Magno, movido por el Espíritu, nos ha dejado una frase magistral, que nos ilumina en conocer en profundidad el misterio de Dios Padre. “Deus cuius natura bonitas, cuius voluntas caritas, cuius opus misericordia” (La naturaleza de Dios es la bondad, su voluntad es la caridad y su obra es la misericordia).
1.- La naturaleza de Dios es la bondad. Esta es más que un atributo, es su mismo ser, su particularidad, su personificación: “¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es Bueno”, así contesta Jesús a ese joven que le pedía la receta para alcanzar la vida eterna. Hay abundantes ejemplos bíblicos de la actuación de la bondad de Dios: es la bondad que se muestra a José cuando está detenido en Egipto por una calumnia, es la bondad que pasa junto a Moisés al momento de recibir las tablas de la ley en el Sinaí, y en los salmos es la bondad de Dios que actúa a favor de los pobres, los pequeños, los desheredados y despreciados y que escucha los pedidos de auxilio de los que sufren y de las víctimas de injusticias: “Que la bondad del Señor descienda sobre el pobre… la bondad llegó hasta la casa… tu bondad me acompaña a lo largo de mi vida…”. Contemplar a la bondad de Dios, nos tiene que llevar a la conversión, nos compromete a ser bondadosos, ser imágenes vivas y testigos de la bondad de Dios en nuestra conducta y vida cristiana y sacerdotal, como nos dice San Pablo en la carta a los Filipenses: “Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombre”.
2.- La voluntad de Dios es la caridad. Dios no se queda encerrado en su bondad, sino que quiere compartirla, quiere que ser humano creado a imagen y semejanza suya Él, participe del amor y comunión plena y perfecta que une a las tres Personas Divinas. El apóstol San Juan nos ilumina acerca de este designio de Dios para con la humanidad: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que envió a su Hijo único al mundo para que tuviéramos vida por él. Y el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó”.
«Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él». Hemos creído en el amor de Dios: es la opción fundamental de vida del cristiano y de la comunidad eclesial. La auténtica renovación de la vida eclesial, deberá volver al amor, en docilidad y obediencia al Espíritu Santo. Asimismo nuestra conversión personal se debe manifestar amándole a Dios y a los hermanos: “Queridos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.” Sólo en el amor, la donación, la entrega generosa y el perdón magnánimo testimoniamos que “hemos creído en el amor de Dios”.
3.- La obra de Dios es la misericordia. El amor de Dios no se queda en su voluntad sino que se concreta en su acción misericordiosa. El Señor es « rico en misericordia», es un « Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad ». El Papa Francisco en su exhortación “El rostro de la misericordia” nos dice que “La misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”.
Jesús manifestó la misericordia del Padre a lo largo de todo su ministerio: sintió una intensa compasión ante la multitud de personas cansadas, extenuadas, pérdidas y sin guía, curó a los enfermos que le presentaban, devolvió el hijo único a la viuda de Naím resucitándolo de la muerte, liberó al endemoniado de Gerasa, perdonó a Zaqueo, a la mujer adultera, a María Magdalena y, en la cruz, al ladrón arrepentido y a los que lo crucificaban.
Al mirar con sinceridad nuestra historia y nuestra vida, ciertamente descubrimos que también nosotros hemos sido agraciados por la misericordia de Dios, por eso estamos llamados a vivir de misericordia, a perdonar las ofensas como la expresión más evidente del amor misericordioso e instrumento para alcanzar la serenidad del corazón. « Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia » bienaventuranza en la que tenemos que inspirarnos durante este Año Santo.
Una palabra particular para nosotros sacerdotes en este día en que renovamos las promesas sacerdotales, oportunidad propicia para reafirmar la decisión de ser ministros y testigos vivientes del Dios de bondad, de caridad y de misericordia. Estemos en contacto con el pueblo que el Señor nos ha confiado, vivamos más desprendidos de nuestro ego y con más generosidad, atrevámonos a salir a las distintas periferias que no forman parte de nuestro círculo cerrado, y tengamos un trato amable y acogedor con todos, en especial con los más pobres y marginados. Y ahora todos, con gratitud unámonos al salmista para proclamar con mucho gozo: “Cantaré eternamente tu amor, Señor”. Amén.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz.