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miércoles 29 noviembre 2023
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Renunciemos de una vez por todas a responder al mal con el mal

Campanas. En su homilía de la Misa celebrada ante el Mausoleo “John Garang” de Yuba, el Papa Francisco animó a los fieles de Sudán del Sur a volverse luminosos, irradiando la luz de Dios, acogiendo la luz de Cristo, y a ser sal también en esta tierra, a pesar de las heridas, la violencia que alimenta el veneno del odio, y la iniquidad que provoca miseria y pobreza

Vatican News

Tras haber saludado al personal y a los benefactores de la Nunciatura Apostólica en Yuba este domingo el Papa Francisco se dirigió en automóvil al Mausoleo “John Garang”, distante poco más de 2 km, al igual que el arzobispo de Canterbury y el Moderador general de la Iglesia de Escocia que lo acompañan en esta última etapa del viaje apostólico, en que primero estuvo en la República Democrática del Congo y ahora, concluye en Sudán del Sur.

A su llegada al Mausoleo el Santo Padre, antes de celebrar la Misa pasó entre los fieles a bordo del papamóvil, junto al arzobispo de Yuba para saludarlos en la gran plaza que puede acoger a poco más de cincuenta mil personas.

En su homilía el Santo Padre comenzó recordando las palabras que el apóstol Pablo dirigió a la comunidad de Corinto, en su segunda Lectura, que Francisco hizo suyas para decirles: “Cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado (1 Co 2, 1-2)”. Y añadió:

“Sí, la inquietud de Pablo es también la mía, al encontrarme aquí con ustedes en el nombre de Jesucristo, el Dios del amor, el Dios que realizó la paz por medio de su cruz; Jesús, Dios crucificado por todos nosotros; Jesús, crucificado en quien sufre; Jesús, crucificado en la vida de tantos de ustedes, en muchas personas de este país; Jesús resucitado, vencedor del mal y de la muerte”.

“Jesús conoce las angustias y los anhelos que llevan en el corazón”

“Vengo a ustedes para proclamarlo a Él, para confirmarlos en Él, porque el anuncio de Cristo es anuncio de esperanza. Él, en efecto, conoce las angustias y los anhelos que llevan en el corazón, las alegrías y las fatigas que marcan sus vidas, las tinieblas que los oprimen y la fe que, como un canto en la noche, elevan al cielo. Jesús los conoce y los ama; si permanecemos en Él, no debemos temer, porque también para nosotros cada cruz se transformará en resurrección, cada tristeza en esperanza, cada lamento en danza”

El Santo Padre se detuvo en las palabras de vida del Señor Jesús tal como se leen en el Evangelio: “Ustedes son la sal de la tierra […]. Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 13.14). Y se preguntó: “¿Qué nos dicen estas imágenes a nosotros, discípulos de Cristo?”.

“En primer lugar, somos sal de la tierra. La sal sirve para dar sabor a la comida. Es el ingrediente invisible que da gusto a todo. Precisamente por eso, es considerada, desde tiempos antiguos, como símbolo de la sabiduría, es decir, de esa virtud que no se ve, pero que da gusto a la vida y sin la cual la existencia se vuelve insípida y sin sabor. Pero, ¿de qué sabiduría nos habla Jesús?”

¿De qué sabiduría nos habla Jesús?

Francisco explicó que Jesús “utiliza esta imagen de la sal inmediatamente después de haber proclamado las Bienaventuranzas a sus discípulos”. “Comprendemos entonces – prosiguió – que las Bienaventuranzas son la sal de la vida del cristiano; en efecto, llevan a la tierra la sabiduría del cielo; revolucionan los criterios del mundo y del modo habitual de pensar. ¿Y qué dicen las Bienaventuranzas?”.

“En pocas palabras, afirman que, para ser bienaventurados – es decir, plenamente felices – no tenemos que buscar ser fuertes, ricos y poderosos; más bien, humildes, mansos y misericordiosos. No hacer daño a nadie, sino ser constructores de paz para todos. Esta – nos dice Jesús – es la sabiduría del discípulo, es lo que da sabor a la tierra que habitamos”.

“Recordemos que, si ponemos en práctica las Bienaventuranzas, si encarnamos la sabiduría de Cristo, no damos un buen sabor solamente a nuestra vida, sino también a la sociedad, al país donde vivimos”

La alianza con Dios

El Papa añadió que “la sal, además de dar sabor, tiene otra función, esencial en los tiempos de Cristo, que es conservar los alimentos para que no se deterioren y se echen a perder. Pero la Biblia dice que había una ‘comida’, un bien esencial que debía conservarse antes que cualquier otro: la alianza con Dios. Por eso en aquellos tiempos, cada vez que se hacía una ofrenda al Señor, se ponía un poco de sal”.

“Escuchemos lo que dice la Escritura a este respecto: ‘Nunca dejarás que falte a tu oblación la sal de la alianza de tu Dios: sobre todas tus oblaciones deberás ofrecer sal’. De ese modo, la sal recordaba la necesidad básica de cuidar la relación con Dios, porque Él es fiel a nosotros”

“Por esta razón – prosiguió diciendo el Pontífice – el discípulo de Jesús, en cuanto sal de la tierra, es testigo de la alianza que Él ha realizado y que celebramos en cada Misa; una alianza nueva, eterna, inquebrantable, un amor por nosotros que ni siquiera nuestras infidelidades pueden dañar”.  

“Hermanos, hermanas, somos testigos de esta maravilla”

El Papa explicó que “antiguamente, cuando las personas y los pueblos establecían una amistad entre ellos, a menudo la estipulaban intercambiándose un poco de sal”.

“Nosotros, que somos sal de la tierra, estamos llamados a testimoniar la alianza con Dios en la alegría, con gratitud, mostrando que somos personas capaces de crear lazos de amistad, de vivir la fraternidad, de construir buenas relaciones humanas, para impedir que la corrupción del mal, el morbo de las divisiones, la suciedad de los negocios ilícitos y la plaga de la injusticia prevalezcan”

 

Graciela Arandia de Hidalgo



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