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miércoles 7 junio 2023
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Renovemos nuestro compromiso común para que Bolivia sea la casa de todos, dice Monseñor Sergio Gualberti

En su homilía de este domingo 5 de agosto y en vísperas del aniversario Patrio, el Arzobispo Cruceño animó para que la celebración del 193 aniversario de independencia de Bolivia “no quede solo en actos celebrativos –sino que sea- la oportunidad para renovar nuestro compromiso común para que Bolivia sea la casa donde todos, sin distinción alguna, donde podamos vivir en justicia, igualdad, fraternidad y paz; objetivo que, después de casi dos siglos, no se ha alcanzado en plenitud”. en ese mismo sentido pidió evitar cualquier tipo de violencia y confrontación por el ambiente que vivimos este año.

Jesús es el pan gratuito de Dios que nos sacia para siempre

El Evangelio de este domingo ha sido el inicio de un largo discurso sobre el pan de vida que Jesús pronuncia en la sinagoga de Cafarnaúm. Monseñor Sergio hizo énfasis en las palabras de Jesús cuando le gente le pide: “Señor, danos siempre de ese pan” a lo que Jesús responde de forma solemne y terminante: “Yo soy el pan de Vida” “Él es la Vida que “da” la vida eterna al mundo, el verdadero pan del cielo que sacia para el hambre y sed de Dios y que lleva a la comunión con Dios”.

Jesús mismo, su persona es el pan gratuito de Dios que nos sacia para siempre: “El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”. Pero hace falta dar unos pasos, ir donde el Señor, “El que viene a mí”.

 El Prelado señaló que “Como esa gente, también nosotros hoy vivimos en tensión permanente entre ir donde Jesús, la vida verdadera o buscar las esperanzas humanas de salvación, limitadas y perecederas. San Pablo en la 2da lectura nos habla de esta disyuntiva, o quedamos anclados a “nuestro yo viejo” o bien nos revestimos del “Yo nuevo” en Jesús, dejando atrás nuestra autosuficiencia, cambiando nuestra manera de pensar y actuar y centrando toda nuestra existencia en él”.

En ese sentido, el Prelado señaló que un “Punto culminante de nuestra búsqueda debe ser el encuentro con Dios, que se ofrece en cada Eucaristía, el banquete de la Palabra y del pan de vida, en el que vivimos la comunión real de persona a persona con Jesús. Saciados con el pan del cielo, Jesús nos envía como misioneros a dar vida dando nuestra vida a los hambrientos del alimento que no perece y a los sedientos de felicidad, de verdad, de libertad, de una vida en plenitud”.

Que Bolivia sea la casa de todos

En vísperas del aniversario Patrio, Monseñor Sergio animó para que esta celebración del 193 aniversario de la proclamación de la Independencia de Bolivia “no quede solo en actos celebrativos, sino que debe ser la oportunidad para renovar nuestro compromiso común para que Bolivia sea la casa donde todos, sin distinción alguna, donde podamos vivir en justicia, igualdad, fraternidad y paz; objetivo que, después de casi dos siglos, no se ha alcanzado en plenitud” señaló.

En particular señaló el clima de temor e incertidumbre que vivimos este año por los anuncios de manifestaciones de signo contrario, las amenazas de enfrentamientos y de bloqueos en los actos centrales que este año se realizan en la ciudad de Potosí, al respecto pidió “En nombre de Dios, que se dejen a un lado los insultos, las provocaciones y el recurso a la violencia.  Que las manifestaciones se desarrollen en forma pacífica y en el máximo respeto de toda persona y del derecho a la libertad de expresión tanto individual como de grupo”.

HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ

BASÍLICA MENOR DE SAN LORENZO MÁRTIR

DOMINGO 5 DE AGOSTO DE 2018

El Evangelio de hoy, es el inicio de un largo discurso sobre el pan de vida que Jesús pronuncia en la sinagoga de Cafarnaúm y que nosotros vamos a conocer por partes durante cuatro domingos. En esa ciudad la gente encuentra a Jesús al día siguiente de la multiplicación de los panes y los peces y le ponen una pregunta: “Maestro ¡cuándo llegaste aquí?” Jesús les responde: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque comieron pan hasta saciarse”. Con estas palabras firmes, Jesús les manifiesta que su intención no es sincera y que lo buscan solo para asegurarse el alimento material, la seguridad y la solución a sus problemas.

Jesús podría aprovecharse de la necesidad de esa gente para imponer su poder, pero el respeta la libertad de las personas, por eso a través del diálogo y de enseñanzas pide a la gente que no se quede en el signo realizado, sino que descubra cual es el mensaje verdadero que conlleva y el misterio de su persona. Su preocupación es que no se afanen tanto por el pan cotidiano, sino por el alimento que proporciona la vida eterna: “Trabajen no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre.”

Estas palabras de Jesús despiertan el interés de la gente que pregunta: “¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo las obras de Dios?” Jesús, sin medios términos, responde: “Esta es la obra de Dios, que crean en Aquél que Él ha enviado”. Cumplir la obra de Dios es reconocer que la palabra y la actuación de Jesús no son fruto de dotes humanas o de magia oculta, sino obra de Dios y por tanto creer y tener confianza en su persona, instaurar una relación personal con él, no por sus poderes extraordinarios y los signos que hace, sino porque es el enviado del Padre. Llevar a cabo la obra de Dios implica actuar como él ha actuado, ser partícipes de su plan de salvación, de la instauración del reino de Dios en el mundo.

Solo si se tiene fe en Jesús, se puede entender el sentido verdadero del signo realizado al saciar a la multitud con cinco panes. A la hora de la verdad, a esa gente no les ha bastado haber sido testigos de ese signo, les cuesta creer en Jesús y por eso le piden otras señales extraordinarias: “Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?… Nuestros padres comieron el maná en el desierto”.  Con estas preguntas esas personas denotan claramente que no sólo no han entendido el mensaje transmitido por Jesús a través de ese prodigio, sino que tampoco han comprendido el milagro del maná. Jesús les aclara que el maná recibido gratuitamente en el desierto fue una manifestación de la bondad providente de Dios, un signo pasajero en respuesta a una necesidad material y coyuntural.

A veces se escuchan personas decir que, para creer en Dios, piden milagros o hechos extraordinarios, pero estos no siempre nos llevan a la fe, como testimonia la reacción de los que gozaron de la multiplicación de los panes. Los signos y prodigios son una ayuda que nos lleva al umbral de la fe, pero para lograr una fe auténtica hace falta escuchar y acoger la palabra del Señor, conocer la persona de Jesús, dejarse cautivar por Él y experimentar su amor y la alegría de estar con Él.

Por eso Jesús dice a esa gente que no se quede en el pasado, en milagro del maná, porque Dios quiere dar un don más grande: “Mi Padre les da el verdadero pan del cielo… que da la Vida al mundo”. Ante esta afirmación tan alentadora, la gente pide a Jesús: “Señor, danos siempre de ese pan”. La respuesta  de Jesús es solemne y terminante: “Yo soy el pan de Vida”. Él es la Vida que “da” la vida eterna al mundo, el verdadero pan del cielo que sacia para el hambre y sed de Dios y que lleva a la comunión con Dios.

Alimentar la vida del espíritu y toda vida, es obra de Dios, la vida material que brota en el vientre materno, la vida de los excluidos, de los marginados y la de todos. Jesús mismo, su persona es el pan gratuito de Dios que nos sacia para siempre: “El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”. Pero hace falta dar unos pasos, ir donde el Señor, “El que viene a mí”.  

Como esa gente, también nosotros hoy vivimos en tensión permanente entre ir donde Jesús, la vida verdadera o buscar las esperanzas humanas de salvación, limitadas y perecederas. San Pablo en la 2da lectura nos habla de esta disyuntiva, o quedamos anclados a “nuestro yo viejo” o bien nos revestimos del “Yo nuevo” en Jesús, dejando atrás nuestra autosuficiencia, cambiando nuestra manera de pensar y actuar y centrando toda nuestra existencia en él.

En verdad todos deseamos una vida feliz y bella, pero a veces la buscamos en los bienes materiales, en las comodidades pasajeras y en los ídolos de este mundo, cosas que puntualmente traicionan nuestra expectativa y nos dejan vacíos. Sin embargo, si tenemos la valentía de liberar nuestro espíritu de lo que nos distrae y aturde, nos damos cuenta que, en lo profundo de nuestro ser, lo que queremos es lo imperecedero y auténtico, y este, seamos o no seamos conscientes, es Dios.

Punto culminante de nuestra búsqueda debe ser el encuentro con Dios, que se ofrece en cada Eucaristía, el banquete de la Palabra y del pan de vida, en el que vivimos la comunión real de persona a persona con Jesús. Saciados con el pan del cielo, Jesús nos envía como misioneros a dar vida dando nuestra vida a los hambrientos del alimento que no perece y a los sedientos de felicidad, de verdad, de libertad, de una vida en plenitud.

En esta Eucaristía, después de la comunión un seminarista nos hablará de nuestro Seminario Mayor San Lorenzo en su fiesta y nos repartirá un folleto con informaciones de la vida, la formación,  los servicios y las necesidades de la comunidad. Acojamos con alegría, simpatía y generosidad a sus palabras y apoyemos a esos jóvenes que han escuchado el llamado del Señor y se están formando para hacer de sus vidas un don para los demás.

Mañana celebramos el 193 aniversario de la proclamación de la Independencia de Bolivia, conmemoración que no puede quedarse solo en actos celebrativos, sino que debe ser la oportunidad para renovar nuestro compromiso común para que Bolivia sea la casa donde todos, sin distinción alguna, donde podamos vivir en justicia, igualdad, fraternidad y paz; objetivo que, después de casi dos siglos, no se ha alcanzado en plenitud.

Particularmente este año, vivimos un clima de temor e incertidumbre por los anuncios de manifestaciones de signo contrario, las amenazas de enfrentamientos y de bloqueos en los actos centrales que este año se realizan en la ciudad de Potosí.

En nombre de Dios, que se dejen a un lado los insultos, las provocaciones y el recurso a la violencia.  Que las manifestaciones se desarrollen en forma pacífica y en el máximo respeto de toda persona y del derecho a la libertad de expresión tanto individual como de grupo.

Qué el Dios de la vida y del amor ilumine las mentes y ablande los corazones de todos, autoridades y pueblo, que nos conceda una alegre y verdadera fiesta de hermanos y bendiga nuestra Patria con el don de su paz. Amén.

Oficina de prensa de la Arquidíocesis de Santa Cruz

Encargado


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