Campanas/P. José Cervantes/La Virgen de la prontitud/A este último domingo de adviento se le podría llamar el domingo de la prontitud puesto que el papa Francisco ha llamado con esta advocación a la Virgen: Nuestra Señora de la Prontitud (Evangelii Gaudium, n. 288). A las puertas de la Navidad, en la víspera de la Nochebuena, el evangelio de Lucas, en otro relato antológico y exclusivamente suyo, nos ofrece, con las claves de su evangelio, una estampa única para que podamos prepararnos adecuadamente a vivir una navidad cristiana. El encuentro de la Virgen María con su prima Isabel (Lc 1,39-45) presenta a María, modelo de la fe, que encabeza el protagonismo de la mujer en el tercer evangelio.
Protagonismo de los niños antes de nacer, Juan y Jesús.
A través de los nombres de los niños que las mujeres llevan en sus vientres se revela la presencia misericordiosa (Juan) y salvífica (Jesús) del Señor en las dos mujeres. Ambas han sido colmadas por el Espíritu Santo, María, al concebir a Jesús, e Isabel, al expresar en oración la doble bendición y la alegría entrañable y desbordante por la presencia del Señor. Y finalmente Isabel proclama la dicha de María en forma de felicitación y de testimonio profético pues asegura el cumplimiento pleno y transformador de la realidad desde el plan de salvación del Señor. Cada uno de esos aspectos es sumamente relevante en la obra de Lucas.
Dios salvador presente en María e Isabel
Dios se ha hecho presente en la vida de estas mujeres de una forma sorprendente y paradójica, pues las dos están aguardando el nacimiento de sus respectivos hijos, concebidos de forma extraordinaria a los ojos humanos. En su encuentro como madres sus cuerpos de mujer vibran de emociones ante la grandeza de lo que les está pasando. Y es que nada es imposible para Dios. Las entrañas preñadas de las dos mujeres reflejan la fuerza misteriosa del Dios de la salvación que se anunciaba ya en Miqueas (Miq 5,1-4) con la llegada del Mesías Pastor del pueblo de Dios, el cual trae consigo la paz y la alegría, porque él mismo es la paz.
“Aquí estoy para hacer tu voluntad”
En el texto a los Hebreos (Heb 10,5-10) se hace un comentario a un salmo mesiánico (Sal 39,7-9) para resaltar la importancia de la entrega de la vida de Cristo, cuyo sacrificio personal queda patente en las palabras: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. De este modo Jesucristo consiguió la santificación de todos. Cuando Cristo entró en el mundo consumó en la cruz la ofrenda total de su cuerpo y obtuvo la paz y la salvación para la humanidad. El comienzo histórico de ese amor consumado es lo que celebramos en Navidad y es el misterio que acuna con su propia vida y su propio cuerpo la Virgen María con su “amén” definitivo a Dios mediante sus palabras también de ofrenda: “Aquí está la esclava del Señor”.
El “Amén” de la Virgen María
La fe de María, confiando en Dios y en su palabra, posibilitó el nacimiento del Salvador. Para vivir esta realidad el único requisito es la fe activa. La palabra “Amén” podría sintetizar esa actitud de fe, tal como María refleja al decir: “Hágase en mí según tu palabra”. La fe tiene dos componentes esenciales y complementarios: por una parte, la fe significa fiarse, confiar, creer en el otro y en su verdad, y al mismo tiempo, la fe comporta estar firme y permanecer activo en la verdad, saber aguantar y perseverar con fidelidad en las propias convicciones. Esa fe es la que se expresa en la palabra hebrea no traducida: Amén. Por su fe, la Virgen María creyó en la palabra del Señor, se abrió al plan de Dios sobre ella y sobre la historia humana y permaneció siempre fiel a su palabra.
La Virgen de la prontitud en la atención
Pero antes de que naciera Jesús, su fe se manifiesta como prontitud en el servicio y atención a su prima Isabel. Como María también nosotros los creyentes debemos activar la fe como prontitud y disponibilidad. La prontitud es el amor en marcha, la solicitud en el servicio, la energía en el esfuerzo, la premura y la intensidad en la ayuda a los demás. La prontitud es presteza, soltura, agilidad, viveza en hacer el bien y una gran alegría para compartir lo mejor que uno tiene. Esta prontitud es la consecuencia inmediata del Amén de la Virgen a Dios, expresado ya antes (Lc 1,38) llevando a cumplimiento la voluntad de Dios (Sal 39,7-9).
La alegría y la dicha por la cercanía del Señor
Además, en el Evangelio (Lc 1,39-45), la reacción de Isabel ante la cercanía del nacimiento de Jesús destaca su alegría inmensa. La misma alegría que María canta poco después al iniciar el Magnificat es la que Isabel comunica al decir que la criatura “saltó de alegría” en su vientre.
Los labios de Isabel proclaman dichosa a María y expresan su doble felicitación: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” y “Dichosa tú que has creído que se cumplirá lo que dice el Señor”. En María y en todos los creyentes esa alegría desbordante, que va desde el interior del espíritu hasta la conmoción entusiasta del organismo humano, no está supeditada meramente a la vivencia de circunstancias favorables y halagüeñas de la vida, sino que es un don de la fe para afrontar también las dificultades, especialmente las asociadas a una vida de testimonio profético. Por eso con el término “dichosa” la alegría se transforma en un estado permanente, en la Virgen y en todos nosotros.
La dicha por la intervención transformadora de Dios
Es la dicha de la fe, la dicha propia de los que sufren algún tipo de tribulación por la causa de Jesús, y experimentan la exclusión, la difamación y el rechazo por ser fieles a los valores del Reino de Dios, tal como proclama el final de las bienaventuranzas lucanas (Cf. Lc 6,23). También en el Magnificat aparece ese mismo estado de alegría en la expresión “dichosa me dirán todas las generaciones” (Lc 1,48). El motivo de la dicha, como en las bienaventuranzas, es Dios y sólo Dios, que siempre cumple sus palabras y sus promesas, pero sólo cuando él tiene a bien hacerlo, en el momento oportuno, en el kairós, en el tiempo de la salvación.
Preparemos la Navidad con prontitud y alegría
Con la alegría de María y de Isabel, que es la alegría de los pobres y de los que esperan en Dios, vivamos las vísperas de la Navidad. Alegrémonos, porque el Espíritu del amor y de la verdad quiere generar en cada ser humano un corazón nuevo dispuesto para el Reino de Dios y su justicia. Escuchemos la Palabra fecunda del Evangelio, que, como a María, nuestra Señora de la Prontitud, nos llena de alegría y de gracia, y acojamos la promesa del Reino de Dios que viene con el Mesías, sabiendo que para Dios nada hay imposible y digamos siempre “Amén” a la nueva presencia de Dios en la historia, en los crucificados, en los pobres, en los marginados y especialmente en los niños que sufren, pues todos ellos son el verdadero y nuevo templo de Dios en el mundo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura