Campanas/P. José Cervantes/La dicha por el Reino de Dios en los pobres. En las bienaventuranzas se proclama la dicha del Reino de Dios como una propuesta de alcance universal que presenta a los pobres de la tierra como los destinatarios primeros de la dicha propia del Reino. Los pobres del evangelio son los más necesitados por su estado de miseria y los discípulos de Jesús, el cual se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Este punto capital de las bienaventuranzas se puede apreciar en las dos versiones evangélicas de Mateo y de Lucas. Este año leemos las del tercer evangelio, acompañadas de otros textos bíblicos que contribuyen a su profundización y realce. Jeremías declara bendito al que pone su confianza en el Señor (Jr 17,5-8); El Salmo proclama dichoso al hombre que medita la ley día y noche (Sal 1,1-2.3.4.6) y Pablo centra su discurso sobre la esperanza y la alegría en Cristo resucitado (1 Cor 15,16-20).
Las Bienaventuranzas
Acerca de las bienaventuranzas sabemos que proceden de la fuente Q, que es el documento de los dichos de Jesús, cuyo contenido está presente en los evangelios de Mateo y Lucas, siendo el texto lucano (Lc 6,20-23) más breve que el mateano (Mt 5,3-12), aunque con una estructura común. Lucas menciona sólo las bienaventuranzas de los pobres, de los hambrientos y de los que lloran. La cuarta bienaventuranza de Lucas, como la última en Mateo, difiere en su forma y extensión de las bienaventuranzas anteriores y actualiza para el discipulado la alegría desbordante y el componente de sufrimiento inherentes al seguimiento del Hijo del Hombre. Lucas añade además como contrapartida las malaventuranzas contra los ricos y satisfechos (Lc 6,24-26), de modo que queda patente el pronunciamiento de Jesús, portavoz del Reino de Dios, a favor de los empobrecidos y en contra de los enriquecidos.
La bienaventuranza de los pobres
La primera bienaventuranza orientada a los pobres es el punto de referencia de todas las restantes y en ella queda recogida pero en forma de felicitación gozosa la gran síntesis de los dos mandamientos principales: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”(Lc 6,20). El amor a Dios y el amor al prójimo pobre queda de manifiesto en esta propuesta de extraordinaria alegría evangélica. A mi parecer la palabra “dichosos” es preferible a la de “felices” y a la de “bienaventurados”, porque “dichoso” expresa una profunda alegría interior en la persona, que no depende de las circunstancias externas a la persona, y esa alegría no la puede quitar nada ni nadie, porque tiene su origen en Dios y su Reino. El término “dichosos” se aplica al tiempo presente y al más allá, es para esta tierra y para la vida eterna, y se puede vivir incluso en medio de los sufrimientos de esta historia.
Los empobrecidos del mundo
El término griego utilizado para designar al pobre en el Nuevo Testamento es ptojos, que etimológicamente se refiere al encorvado, al que se oculta con temor, al que se agacha. Es el mendigo que carece de lo necesario para vivir y depende de los demás para sobrevivir. Este término denota un estado de indigencia caracterizado por la imposibilidad de satisfacer las necesidades básicas humanas. Al abordar el problema de la pobreza en el mundo actual, especialmente hoy que celebramos en la Iglesia española la campaña contra el hambre en el mundo, tenemos que hablar necesariamente del carácter estructural de la misma, de la estrecha vinculación existente entre la coexistencia de muchísimos muy pobres y poquísimos muy ricos en mutua dependencia. Al tratar de la pobreza estructural del mundo nos referimos a los empobrecidos y a los enriquecidos del sistema social vigente.
Los pobres en la bienaventuranza de Lucas
Jesús llama dichosos, en primer lugar, a los pobres y a quienes están o pasan por una situación de negatividad extrema: los que tienen hambre y los que lloran. En Lucas se trata, en primer lugar, de los pobres e indigentes en su acepción material y socioeconómica. Lucas introduce además el motivo de la dicha: “porque vuestro es el Reino de Dios”. Con ello el estilo del lenguaje de Jesús se hace directo y convierte la sentencia en una auténtica felicitación dirigida especialmente a sus discípulos, pues a ellos ha orientado su mirada al empezar a hablar (Lc 6,20). Pero no es un mensaje exclusivo a los discípulos, sino también dirigido al gentío del pueblo (Lc 6,17). La perspectiva universalizadora del mensaje del Evangelio sigue estando presente a lo largo de todo el evangelio.
Dios es la causa de la alegría
En las bienaventuranzas la razón de la dicha no es la situación en que se encuentran los pobres sino el fundamento divino del Reinado de Dios y la predilección de los pobres en el amor de Dios, lo cual proporciona una dicha colmada, es decir, una alegría no sometida a las circunstancias de precariedad de la vida, una inmensa alegría convertida en estado permanente y que conlleva la esperanza en Dios y en el giro que van a experimentar esas condiciones sociales de carencias básicas para la supervivencia. Sólo por ser víctimas, por ser sufrientes, incluso independientemente de sus creencias religiosas y de su origen, Dios está de su parte, anuncia para el presente el Reino que les pertenece y promete un futuro de liberación que se cumplirá. Dios anulará tal estado de negatividad y de injusticia. De ese Reinado de Dios en los pobres son testigos los discípulos que “dejándolo todo” siguieron a Jesús y se hicieron pobres como Jesús al asumir su misma forma de vida en la pobreza.
El énfasis profético de las bienaventuranzas en Lucas
Otro aspecto trascendental de Lucas en su versión de las bienaventuranzas es la incorporación profética de la serie de antítesis de las lamentaciones, en estricto paralelismo antitético con las cuatro bienaventuranzas. El anuncio de la dicha espléndida de las bienaventuranzas lleva consigo una crítica radical de los ricos, satisfechos y acomodados en su bienestar, ensimismados en el éxtasis alienante de su bienestar, de su lujo y de su confort, pero ajenos a la situación crítica de los pobres, que también en nuestro mundo hoy se cuentan por millones. La crítica durísima de Jesús es de estilo profético contundente y amenaza con un final fatal para los ricos y potentados del mundo. Igual que los discípulos todos quedamos llamados a hacernos cada día más solidarios con los pobres del mundo y más críticos con la situación de injusticia que genera tanta desigualdad en la familia humana. Por amor a Dios y por amor a los pobres, si seguimos a Jesús de todo corazón y asumimos su mensaje liberador y gozoso de las bienaventuranzas, con la esperanza puesta en la resurrección de Cristo, fundamento de nuestra propia resurrección, nuestra vida queda transformada rotundamente e inundada de una alegría plena. Feliz domingo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura