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jueves 28 septiembre 2023
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Reflexión dominical: El Espíritu, dador de vida

Campanas/P. José Cervantes/La fiesta de Pentecostés . Al final del tiempo pascual la Iglesia celebra la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos que estaban reunidos con la Virgen María. Ellos se convirtieron en testigos del acontecimiento trascendental de la historia de la humanidad, que ha tenido lugar en la persona y en el misterio de Jesús de Nazaret. Su pasión y crucifixión, las causas históricas que le condujeron a la muerte violenta e injusta, la primicia de su resurrección de entre los muertos y el valor redentor de la misma para todo ser humano constituyen el núcleo esencial del Evangelio y el germen de la nueva humanidad. Los testigos de aquellos acontecimientos recibieron de Jesús su Espíritu, su ímpetu, su aliento y su fuerza para transmitir por toda la tierra la gran noticia del evangelio, proclamando la más profunda verdad del ser humano, a saber, que todos somos hijos muy amados de Dios y, por tanto, que estamos llamados a vivir en una auténtica fraternidad.

Las dos versiones del relato de la efusión del Espíritu

La Biblia relata el misterio de la venida del Espíritu en dos versiones. El texto lucano de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-13) lo presenta en el día de Pentecostés como una manifestación portentosa de Dios, con los elementos simbólicos del viento, del ruido y del fuego, signos de la potencia divina, que impulsa al testimonio de la fe en la diversidad de lenguas, pueblos y culturas resaltando desde el principio la misionariedad constitutiva de la Iglesia. Esa misma diversidad de dones que emanan de un mismo Espíritu de amor es destacada por Pablo (1Cor 12,1-31) poniendo de relieve el valor de la pluralidad de los miembros y funciones de la comunidad cristiana edificada por el amor para formar un solo cuerpo. La efusión del Espíritu según el cuarto evangelio (Jn 20,19-23) se presenta de un modo más personal. Es el mismo Jesús resucitado, inconfundible por las señales propias del crucificado en las manos y el costado, el que exhala sobre los discípulos su aliento y su Espíritu.

Donación del Espíritu del crucificado y resucitado

El relato de la aparición del Resucitado a los discípulos en el cuarto evangelio (Jn 20,19-23) subraya la identidad del crucificado y resucitado, destaca la donación del Espíritu del Resucitado a los apóstoles y resalta que el medio adecuado para comunicar la fe en el Resucitado es el testimonio y la palabra. La fiesta de Pentecostés señala el fin de una etapa litúrgica en la vida de la Iglesia que cada año permite renovar la vida de los creyentes por la participación en los misterios de la fe, que tienen su eje en la pasión, muerte y resurrección de Jesús. La victoria sobre la muerte y sobre el mal es el comienzo de la nueva creación. El realismo de la muerte violenta e injusta sufrida por Jesús como víctima de los poderes de este mundo ha dejado la huella imborrable de la limitación humana en aquel cuyo amor ha traspasado definitivamente el límite en virtud de su apertura al Espíritu transformador de Dios. Jesús, Señor de la muerte y la vida, sigue dando su aliento de vida, soplando su fuerza de amor e infundiendo su Espíritu divino a la humanidad entera.

La venida del Espíritu Santo y la misión de la Iglesia

La venida del Espíritu Santo sobre los discípulos, motivo de la fiesta de Pentecostés, es el fruto principal y definitivo de la Pasión de Cristo. El Espíritu del Crucificado Resucitado marca el comienzo y la misión de la Iglesia, haciendo de los discípulos una comunidad viva, dinámica, plural, evangelizadora y misionera. Juan cuenta la comunicación del Espíritu por parte de Jesús como un nuevo aliento, una nueva atmósfera, un nuevo brío. La literalidad del texto original griego resalta el énfasis cualitativo: “Reciban Espíritu Santo”. Es el mismo Espíritu que Jesús entrega en la cruz al morir (Jn 19,30). El Espíritu de Cristo, Crucificado y Resucitado, da un nuevo vigor al ser humano que quiera recibirlo.

Testigos de la paz, de la alegría y del perdón

Este Espíritu se hace presente en la historia de modo singular como palabra generadora de vida nueva. La palabra es soplo, aliento, aire y espíritu articulado, cuya potencia es vital. Pero Jesús lo sigue haciendo desde dentro de la historia, en medio del sufrimiento y de la injusticia de la vida humana, a través de la palabra y del testimonio de los creyentes. Creer en el resucitado es seguir al crucificado y reconocer al Jesús de la cruz como Mesías, Señor e Hijo de Dios. Esta fe genera un nuevo estilo de vida que supera todos los miedos y se nutre continuamente de los dones del Espíritu: la paz verdadera y la alegría plena. Es el mismo Jesús resucitado, inconfundible por las señales propias de su crucifixión en las manos y el costado, el que exhala sobre los discípulos su aliento y su Espíritu, de modo que éstos sean receptores y, a la vez, testigos de la paz, de la alegría y del perdón en el mundo.

El Espíritu Santo es como un viento fuerte liberador

El Espíritu que viene sobre nosotros, como vino sobre los primeros creyentes, irrumpe en el mundo y lo podemos sentir como viento fuerte, como ruido impetuoso, como fuego abrasador, que nos saca de la inercia anodina de la pasividad, del indiferentismo, de la abulia colectiva, del miedo paralizante, de la desidia y de la resignación ante el mal imperante. Ante la impotencia que parece provocar en nosotros el mal en sus múltiples manifestaciones, como son las guerras crueles del momento presente, particularmente la de invasión de Rusia en Ucrania, las conductas, actitudes y legislaciones proabortistas, el narcotráfico que aniquila a tantos jóvenes, la corrupción que destruye la dignidad y la credibilidad de las personas e instituciones, todos los abusos perpetrados contra personas inocentes, especialmente contra los menores, la falta de un sistema eficiente de justicia en tantos países, el interés meramente económico absolutizado por las minorías pudientes del planeta, como si fuera el dios más absoluto, la violencia estructural tanto del sistema social como de la inseguridad ciudadana,  la carencia de trabajo para tantas personas … y un sinfín de fenómenos que podríamos aducir, es posible, sin embargo, esperar al Espíritu de la vida que viene también hoy a dar vida, a comunicar sus dones y a ponerlos a nuestro alcance y al alcance de todos.

Los dones del Espíritu

Esos dones del Espíritu Santo son siete, según la tradición profética (cf. Is 11, 1-2): sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Todos ellos pertenecen en plenitud al Mesías. Y por ello Jesús, el Mesías crucificado y Señor de la historia, puede comunicarlos a sus hermanos y lo hace en este día de Pentecostés. Esos dones deben producir en nosotros los frutos que le son propios: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad (cf. Gá 5,22-23).

La Virgen María es la prenda del Espíritu transformador del corazón humano

La presencia de la Virgen María, madre de Jesús (Hch 1,14) y madre nuestra, es muy importante en el comienzo de la Iglesia naciente, pues la apertura al Espíritu por parte de la colmada de gracia al principio del evangelio de Lucas (1,35) hizo posible el nacimiento del Mesías y, de la misma manera, su presencia al principio de los Hechos de los Apóstoles, segunda parte de la obra de Lucas, la hace partícipe del nacimiento de la Iglesia, que es la continuadora de la misión del Espíritu del Resucitado a lo largo de la historia humana. La compañía de María, madre de Jesús y madre de la Iglesia es como la garantía del Espíritu transformador de los corazones y el aval de la gracia sobreabundante en la vida humana y en la Iglesia. Se le podría llamar, por eso, prenda del Espíritu.

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura

Graciela Arandia de Hidalgo



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