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martes 26 septiembre 2023
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Que María nos ayude a superar divisiones, y acompañe nuestro país en el proceso de reconciliación y paz, pide Arzobispo

Campanas. Este año, el segundo domingo de Aviento coincide con la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, venerada con mucho cariño como la Mamita de Cotoca, patrona de nuestra Arquidiócesis y del Oriente de Bolivia.

Desde la Basílica menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti pidió que Seamos seguidores y discípulos de Jesús, como la Virgen María fue la primera discípula y fiel seguidora de su Hijo.

Así mismo el prelado afirmó que toda su vida terrenal, ella recorrió con Jesús los caminos, ciudades y aldeas de la Tierra Santa, poniéndose al servicio de la misión, escuchando y conservando en su corazón todos los prodigios, palabras y gestos de su Hijo. Como ella, estemos con Jesús, compartamos momentos de intimidad e instauremos una relación personal con Él, sentémonos a escucharlo y sigamos sus pasos, dijo.

Ahora, confiados en tu amor de madre amorosa, recurrimos nuevamente a tu protección para que nos ayudes a superar divisiones y resentimientos, y acompañes nuestro país en el proceso de reconciliación y de paz.

María resplandece de belleza porque acogió la gracia de Dios y le dijo sí: “Hágase en mí según tu voluntad”. María escuchó y cumplió a totalidad la palabra de Dios desde ese primer sí de la Anunciación, hasta el sí a los pies de su hijo clavado en la cruz. De la misma manera, nosotros también debemos escuchar la palabra de Dios, decir sí al plan de Dios para nuestra vida y cumplir su voluntad, dijo el Arzobispo.

Monseñor Sergio asegura que este es el momento de escuchar al pueblo que mira al futuro con esperanza, que pide que construyamos juntos una Bolivia nueva y en paz, en el respeto de toda persona y sus derechos sin discriminación alguna, y que cuidemos nuestra casa común, “la hermana madre tierra”. Lo que tiene que primar es la unidad de todas las fuerzas vivas, para consolidar una democracia participativa que mire al bien común y cimentada sobre el espíritu de servicio y los valores de la libertad, la justicia, la solidaridad, la transparencia y la honestidad,  

El prelado afirmó que todos podemos y debemos hacer algo para entregar a las generaciones futuras un país un poco más bello, limpio, solidario y humano. 

Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz

08/12/2019

Este año, el segundo domingo de Aviento coincide con la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, venerada con mucho cariño como la Mamita de Cotoca, patrona de nuestra Arquidiócesis y del Oriente de Bolivia. Es una feliz concurrencia, porque la Virgen María es el modelo per excelencia de la espera del Salvador, desde el momento en que lo concibió en su seno virginal hasta su nacimiento. Hoy con alegría y admiración miremos a María para vivir este tiempo de esperanza con y como ella.

La Iglesia, los santos Padres y todo el pueblo de Dios, desde tiempos antiguos hasta el día de hoy, creemos firmemente que la Santísima Virgen María en el primer instante de su Concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente y en previsión de los méritos de Jesucristo, fue preservada inmune de toda “mancha” de culpa original, de todo pecado.

Dios con particular amor ha colmado a María con su “gracia divina, en consideración de que iba a encomendarle la misión de ser la madre de su Hijo Jesucristo, el Salvador de la humanidad. La Virgen María, al concebir al autor de la vida en su seno, no podía estar contaminada por la corrupción de la muerte y del pecado, por eso desde el primer instante de su vida, ha sido poseída por la misma gracia de Dios.  Estas son las palabras del ángel Gabriel en su saludo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

 “Gracia” es el favor gratuito e inmerecido de haber sido elegida por Dios y es también la belleza interior que emana de la participación de la vida divina. Por eso podemos llamar la celebración de la Inmaculada Concepción como la fiesta de “la gracia y de la belleza”.

La belleza moral y espiritual de María, la belleza de la bondad, la santidad y la gracia que encuentra en ella su vértice y su punto más alto después de Cristo. La gracia que fue para María el punto de partida es, para todos los creyentes, el punto de llegada. San Pablo, en su carta a los cristianos de Éfeso, escribe que Cristo se entregó a sí mismo para santificar a la Iglesia y presentarla ante Dios «sin mancha ni arruga, sino resplandeciente, santa e inmaculada», y María es la primicia de la Iglesia. Saber que esta es nuestra meta final, nos llena de esperanza.

Con razón, la liturgia de hoy canta a María como la mujer «toda bella y toda pulcra», y en nuestro país la llamamos tan solo con un adjetivo superlativo: «La Purísima» o también «La Bella», la única, no hay otra igual.

Por eso, los cristianos apreciamos la belleza, pero la belleza «humana», reflejo de la gracia del alma y del espíritu y no la aparente, superficial y ostentosa. La belleza de María es la belleza interior, hecha de luz, de armonía, de correspondencia perfecta entre la realidad y la imagen que tenía Dios al crear a la mujer. La belleza auténtica es uno de los alicientes más profundos de nuestro accionar, nos toca a todos y nos une a todos. El escritor ruso Fiódor Dostoievski decía: «El mundo será salvado por la belleza».

María resplandece de belleza porque acogió la gracia de Dios y le dijo sí: “Hágase en mí según tu voluntad”. María escuchó y cumplió a totalidad la palabra de Dios desde ese primer sí de la Anunciación, hasta el sí a los pies de su hijo clavado en la cruz. De la misma manera, nosotros también debemos escuchar la palabra de Dios, decir sí al plan de Dios para nuestra vida y cumplir su voluntad.

Seamos seguidores y discípulos de Jesús, como la Virgen María fue la primera discípula y fiel seguidora de su Hijo. Toda su vida terrenal, ella recorrió con Jesús los caminos, ciudades y aldeas  de la Tierra Santa, poniéndose al servicio de la misión, escuchando y conservando en su corazón todos los prodigios, palabras y gestos de su Hijo. Como ella, estemos con Jesús, compartamos momentos de intimidad e instauremos una relación personal con Él, sentémonos a escucharlo y sigamos sus pasos.

Y como María, la primera la misionera de Jesús, seamos también nosotros misioneros de Jesús. María, ni bien fue bendecida con la gracia de concebir en su seno al Hijo de Dios, fue de prisa donde su prima Isabel: “¿Cómo es que viene a mí la madre de mi Señor?”. Seamos misioneros con y como ella, anunciando la Buena Noticia de Jesucristo, el que ha pisado la cabeza del tentador y que se ha hecho uno de nosotros para salvarnos. Seamos misioneros agachándonos con humildad y en actitud de servicio, sobre las heridas y los sufrimientos de las víctimas de nuestro mundo injusto, de los pobres, los excluidos y los marginados.

Esto es lo que pedimos a la  Mamita de Cotoca con el lema de las celebraciones de este año: “María, cuida con tu amor de Madre, este mundo herido”. En verdad podemos decir que la Virgen María ya se nos ha adelantado. Ella ha cuidado de nuestro país, curado las heridas y mitigado los sufrimientos de las víctimas de los incendios criminales y desastrosos de la Chiquitanía y de los enfrentamientos que hemos vivido después de las elecciones. En ese clima generalizado de crispación, inseguridad y temor, ella ha serenado y pacificado los ánimos evitando una tragedia de proporciones incalculables.

Por eso y por todas las gracias que nos ha concedido a cada uno de nosotros le decimos esta mañana: “Gracias Virgen María, porque siempre escuchas nuestras humildes y pobres oraciones”. Ahora, confiados en tu amor de madre amorosa, recurrimos nuevamente a tu protección para que nos ayudes a superar divisiones y resentimientos, y  acompañes nuestro país en el proceso de reconciliación y de paz.

El camino a recorrer es largo. Seamos vigilantes ante la tentación, siempre al acecho, de recaer en las prácticas trasnochadas y caducas del caudillismo, de los sistemas autoritarios, de las divisiones, de los favores e intereses particulares, del reparto de pegas y de la sed del poder por el poder.

Este es el momento de escuchar al pueblo que mira al futuro con esperanza, que pide que construyamos juntos una Bolivia nueva y en paz, en el respeto de toda persona y sus derechos sin discriminación alguna, y que cuidemos nuestra casa común, “la hermana madre tierra”. Lo que tiene que primar es la unidad de todas las fuerzas vivas, para consolidar una democracia participativa que mire al bien común y cimentada sobre el espíritu de servicio y los valores de la libertad, la justicia, la solidaridad, la transparencia y la honestidad. 

Todos podemos y debemos hacer algo para entregar a las generaciones futuras un país un poco más bello, limpio, solidario y humano.  Se lo pedimos a María Inmaculada con una oración muy antigua y hermosa. “Bajo tu compasión, nos refugiamos, oh Madre de Dios: no desprecies nuestras súplicas en tiempos de problemas y rescátanos de los peligros, sólo tú pura y sólo tú bendita”. Amén

Graciela Arandia de Hidalgo



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