Dice un refrán que: “la santidad no es de los que nunca cayeron, sino de los que cayeron, pero supieron levantarse de nuevo”.
En la santidad, como dice el libro del Apocalipsis de san Juan: “la victoria es de nuestro Dios”. Es sorprendente la expresión del mismo autor evangélico que dice en la primera carta que lleva su nombre: “cuánto nos amo el Padre…quiso que nos llamáramos hijos de Dios”. Ahora es muy difícil agradar a todos, o darle el gusto a intereses mezquinos y exigentes por quedar o caer bien. Hay que entender que la santidad no significa que tenemos que complacer a todos en sus gustos. La santidad es de Dios y no se la puede pintar de un solo color, o no se la puede encajonar en una solo tendencia o ideología.
Esto es así, si entendemos bien el evangelio. Jesús nos pide un testimonio radical de la Fe que hemos recibido como gracia suya. Así lo expresa el credo apostólico que rezamos: “creo en la comunión de los santos… y en la resurrección de los muertos”. Frente a las propuestas de desesperanza y signos de muerte que presenta el mundo, Dios nos invita a vivir su proyecto: “las bienaventuranzas”, que tendrían que ser el proyecto de vida de cada cristiano bautizado.
Ahora bien, ¿Por qué en el mundo se actúa en contra de Dios?, san Juan en la primera carta que escribe lo explica bien claro: “si los que son del mundo no nos conocen, es porque no lo han conocido a él”. La dura realidad social, política y religiosa que vive nuestro país exige cristianos valientes que sepan y se atrevan a dar testimonio de la Fe que compartimos por el mismo bautismo que hemos recibido. La Felicidad que nos ofrece Dios no es fugaz como la del mundo. La felicidad que Dios nos da es distinta: “felices ustedes cuando los insulten, los persigan y los calumnien POR MI CAUSA; alégrense y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo”.
Los santos vivieron felices porque supieron ofrendar sus sufrimientos como una alabanza a Dios, y así consiguieron la vida eterna. Esto no significa que para llegar a la santidad haya que ser masoquista. Nuestra vida y cada situación ya es una ofrenda para Dios, si sabemos orientarla a la felicidad verdadera: “la vida eterna”.
P. Ysrahel Villegas Domínguez
Arquidiócesis de Santa Cruz de la Sierra