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miércoles 6 diciembre 2023
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P. Juan Crespo: “Caminemos de la mano de María, hacia la reconciliación entre hermanos, construyendo un país en paz”

Campanas. El P. Juan Crespo Gutiérrez, Vicario General de la Arquidiócesis de Santa Cruz, celebró la misa central de la festividad de la Mamita de Cotoca (la octava) este miércoles  15 de diciembre,  a las 10:00 horas y en su homilía nos invitó  a “Caminar de la mano de María, hacia la reconciliación entre hermanos, construyendo  una sociedad y  un país en paz”.

Así mismo el P. Crespo afirmó que, estamos llamados a cultivar la vida de gracia. Al contemplar a María Inmaculada apreciamos la belleza sin par de la creatura sin pecado: “Toda hermosa eres María”. La Gracia concedida a María inaugura todo el régimen de Gracia que anima a la humanidad hasta el fin de los tiempos. Al contemplar a María experimentamos al mismo tiempo la invitación de Dios para que, aunque heridos por el pecado original, vivamos en gracia, luchemos contra el pecado.

Los hombres tenemos necesidad de Dios, tenemos  necesidad de vivir en gracia de Dios para ser realmente felices, para poder realizarnos como personas. Y la gracia la tenemos en Cristo. El hombre que quiere comprenderse a sí mismo,  debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y limitación, acercarse a Cristo, dijo el Vicario General.

“Homilía completa”

El día 8 de diciembre de 1854 el Papa Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción:” Declaramos, proclamamos y definimos que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su Concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, esta revelada por Dios y debe ser, por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles”

A los 7 días de la fiesta, en la octava como la conocemos y en este tiempo de adviento, es muy propicio meditar este hermoso misterio, es una hermosa costumbre que al comenzar el mes  de  diciembre, en muchos hogares, plazas e Iglesias hemos comenzado a colocar nuestros pesebres. Ciertamente cuando colocamos el arbolito, las luces y el Belén con devoción intentando plasmar nuestra fe, haciendo todo lo posible para que sea bello, puro, al igual que nuestros corazones para experimentar y vivir la belleza, la pureza y el amor del Niño Jesús que nacerá en nuestros corazones y en nuestras familias.

Así esta fiesta de la Inmaculada nos ayuda a preparar nuestros corazones como la Virgen María fue preservada de toda mancha de pecado, las palabras de saludo del ángel a la Virgen María: “Ave María, llena de gracia”,  cuando rezamos el Dios te Salve María, dan el sentido profundo de la solemnidad que celebramos.

A lo largo de los siglos la Iglesia ha tomado conciencia de que María “llena de gracia” por Dios había sido redimida desde su Concepción. Se trata de un singular don concedido a la Virgen María para que su  respuesta sea positiva al plan salvífico de Dios, habiendo sido la elegida, la privilegiada.

En la carta a los Efesios, El Apóstol San Pablo indica cómo el Padre nos ha elegido desde la eternidad en Cristo para ser santos e inmaculados en su presencia,  en el amor. El primer fruto excelente de este plan salvífico, es María, quien en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción.

El hombre creado a imagen y semejanza de Dios, sufre una herida de incalculables consecuencias, por la desobediencia se Adan y de Eva, como nos lo indica en el libro del Génesis.  Por eso, siente miedo, experimenta su desnudez y el desamparo, su concepto de Dios se obscurece y corre a esconderse lejos de su mirada. Las palabras de Dios: “¿Dónde estás?” ponen de manifiesto su dramática condición.

 Así, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rom 5), en su eterno plan, Dios, que  había creado al hombre por sobreabundancia de amor y lo había elegido para ser santo e inmaculado en su presencia ( Ef 1, 3-6) lo había colocado entre excelsos bienes. El pecado, fruto de la desobediencia provoca  el desorden y la pérdida de la armonía original, pero no cancela el plan amoroso de Dios. Había que rescatar al hombre también por sobreabundancia de amor.

La razón de la presencia de Dios entre los hombres, de la Encarnación, ahí la tenemos: el amor por lo humano. “El Señor se enamoró de su creatura” y el Verbo de Dios ha habitado entre los  hombres, se ha hecho “Hijo del hombre” para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre (San Ireneo). Cristo ha venido a la tierra para tomar de la mano al hombre y presentarlo nuevamente al Padre según la gracia del principio.

En este extraordinario plan de salvación aparece María Inmaculada Concebida, como la primicia de la salvación, como la estrella de la mañana que anuncia a Cristo, “sol de justicia” (Mal. 3,20), como la primera creatura surgida del poder redentor de Cristo, como aquella que ha sido redimida de modo eminente por Dios en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano.

En un mundo pecador, la Gracia Divina ha hecho surgir una creatura absolutamente pura y le ha conferido una perfección sin la más mínima sombra de pecado. El plan del Padre que quería enviar a su Hijo a la humanidad exigía, para la mujer destinada a llevarlo en su seno, una perfecta santidad que fuese reflejo de la santidad divina. Ella que no conoció el pecado aparece en medio de una singular batalla entre el bien y el mal como la aurora que anuncia la victoria definitiva de la luz sobre la obscuridad. Ella va al frente de ese grande peregrinar de la Iglesia hacia la casa del Padre. En medio de las tempestades que por todas partes nos apremian, ella no abandona a los hombres que peregrinan en el claro oscuro de la fe. Ella es signo de segura esperanza y ardiente caridad.

Sabemos que el pecado original, aunque es cancelado por el bautismo, normalmente deja en el interior del hombre un desorden que tiene que ser superado, “somos  propensos al  pecado, que tiene que ser vencida con la gracia y con el esfuerzo humano. El hombre se da cuenta de que en su interior, por ser creatura herida por el pecado, se combaten dos fuerzas antagónicas: el bien y el mal. No todo aquello que nace espontáneamente en el interior del hombre, es bueno por sí mismo. Se requiere un sano y serio discernimiento de los propios pensamientos e intenciones para elegir, a la luz de Dios y de su palabra, aquello que es bueno y santo. Aquello que es verdadero. En consecuencia, la vida humana y cristiana se revela como una “lucha” contra el mal. Una lucha en la que Dios está de parte del hombre y en la que el hombre debe elegir libremente la parte de Dios. El cristiano, pues, tiene la misión de entablar este combate contra el pecado en sí mismo, pero al mismo tiempo debe luchar para que los demás no caigan en el pecado. Debe luchar para que la buena noticia de la salvación en Jesucristo, llegue a todos los hombres.

El cristiano, así, se encuentra con María, en el centro de esa enemistad y su responsabilidad no es pequeña en la historia de la salvación. Con su vida y con su muerte debe dar testimonio de que la salvación está presente en Cristo Jesús, camino, verdad y vida, y que el amor de Dios es más fuerte que todo pecado.

Estamos llamados a cultivar la vida de gracia. Al contemplar a María Inmaculada apreciamos la belleza sin par de la creatura sin pecado: “Toda hermosa eres María”. La Gracia concedida a María inaugura todo el régimen de Gracia que anima a la humanidad hasta el fin de los tiempos. Al contemplar a María experimentamos al mismo tiempo la invitación de Dios para que, aunque heridos por el pecado original, vivamos en gracia, luchemos contra el pecado.

Los hombres tenemos necesidad de Dios, tenemos  necesidad de vivir en gracia de Dios para ser realmente felices, para poder realizarnos como personas. Y la gracia la tenemos en Cristo. El hombre que quiere comprenderse a sí mismo,  debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y limitación, acercarse a Cristo.  

Caminemos  de la mano de la Virgen María hacia la reconciliación entre los hermanos y construyendo  una sociedad, un país en paz.

AMEN.

Graciela Arandia de Hidalgo



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