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miércoles 7 junio 2023
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No es el poder lo que cambiará la historia

Este domingo 30 de abril, la primera Celebración Eucarística en la Catedral, fue presidida por el P. Juan Crespo, Vicario General de la Arquidiócesis. En su Homilía el P. Crespo abordó el misterio del Kerygma que significa: proponer al mundo la muerte en la cruz y la Resurrección de Jesús de Nazaret como el acontecimiento más grande e importante de la historia de la salvación.

En ese marco P. Crespo expresó que el apóstol Pedro insiste poderosamente en el kerygma del misterio de la Pascua, de la muerte y la Resurrección de Jesús. Propone, que no es el oro, no es el poder lo que cambiará la historia, aunque muchos hombres consideren que eso es lo que moviliza este mundo.

Por otro lado manifestó que el oro, el poder, las armas, traen la tragedia a nuestros pueblos, a nuestro mundo: la guerra, terrorismo y los nacionalismos son provocados por esta acción del hombre.

Pero en el misterio de la Pascua, que es el misterio del «sin poder», se abre todo a la esperanza y a la vida que permanece para siempre.

Al concluir su homilía el P. Crespo indicó que “Todos éramos esclavos desde siempre, obrando con un “proceder inútil recibido de nuestros padres”. Nuestra historia estaba sembrada de miserias a lo largo de los siglos. Y ese Jesús, crucificado precisamente por nuestras miserias, por nuestros pecados, al resucitar “llevó cautiva la cautividad”, nos rescató de aquella esclavitud y nos consiguió la libertad”

HOMILÍA DEL PADRE JUAN CRESPO GUTIÉRREZ, DOMINGO 30 DE ABRIL DE 2017

VICARIO GENERAL DE LA ARQUIDIÓCESIS DE SANTA CRUZ

CATEDRAL METROPOLITANA DE SANTA CRUZ.

Lo reconocieron en la fracción del Pan

El Corazón de los discípulos ha sido invadido por la decepción, la duda y la incredulidad. La ilusión y la esperanza puesta en Jesús han desaparecido en el Calvario y en el sepulcro. Vuelven a Emaús. Sin embargo lo que nadie pudo imaginarse ha sucedido: El Crucificado, ha RESUCITADO, está vivo y en Él se han cumplido todas las escrituras.

Es lo que el Apóstol Pedro y los apóstoles lo proclaman y atestiguan con fuerza y vehemencia en la primera lectura y en la segunda lectura: lo que ocurrió ha sido trágico, se ha pagado un enorme precio por nosotros, pero hemos sido rescatados.

En la primera lectura, la proclamación de Pedro es el prototipo del primer anuncio, del Kerygma, proponer al mundo la muerte en la cruz y la Resurrección de Jesús de Nazaret como el acontecimiento más grande e importante de la historia de la salvación. 1) Invitación a escuchar: Hombres de Judea, de Jerusalén presten atención. 2) Dios ha resucitado a Jesús el Nazareno. 3) Apoyado en las sagradas escrituras:.. a este Jesús , Dios lo resucito, y todos nosotros somos testigos.

Proclamar la muerte de Jesús, sin embargo, no podía hacerse sin poner de manifiesto las causas y los motivos de la vida de Jesús, quien por sus palabras y obras, hechos extraordinarios hizo presente la liberación de Dios; liberación que debía recordarles a los judíos la liberación de la esclavitud de Egipto. Pero ellos no vieron en la vida de Jesús una vida liberadora, sino que lo “crucificaron”.

La respuesta de Dios a la muerte de Jesús, teniendo en cuenta ese designio divino, es la Resurrección. Dios lo resucitó, lo ha liberado de los “dolores de la muerte”, el dolor de la muerte de Jesús lleva al abrazo divino de la vida nueva del Crucificado. De la misma manera deberíamos leer e interpretar el misterio de nuestra propia muerte y la esperanza de nuestra propia resurrección.

En la segunda Lectura, Pedro insiste poderosamente en el kerygma del misterio de la Pascua, de la muerte y la Resurrección de Jesús. Propone, que no es el oro, no es el poder lo que cambiará la historia, aunque muchos hombres consideren que eso es lo que moviliza este mundo. El oro, el poder, las armas, traen la tragedia a nuestros pueblos, a nuestro mundo: la guerra, terrorismo y los nacionalismos son provocados por esta acción del hombre. Pero en el misterio de la Pascua, que es el misterio del «sin poder», se abre todo a la esperanza y a la vida que permanece para siempre.

El evangelio es una de las escenas de las apariciones del Resucitado que más han calado en la catequesis de la comunidad cristiana. Es como si fuera la descripción de una eucaristía de lo que nosotros llamamos de la misa, en un proceso dinámico: primeramente los peregrinos de Emaús, desconcertados, van escuchando la interpretación de las Sagradas Escrituras en lo referente al Mesías. Es una catequesis de preparación para lo que viene a continuación. Bien podemos articular esta narración en torno a dos escenas principales introducidas por la misma expresión: “Y sucedió mientras conversaban…”; “Y sucedió mientras se sentó a la mesa…” Se reconoce claramente que el Evangelista San Lucas indica los dos momentos esenciales de la liturgia cristiana: la palabra y el sacramento eucarístico, escucha de las Escrituras y liturgia eucarística.

La primera parte es en el camino. Desde la nostalgia solamente no es posible abrirse a la Resurrección. No es la nostalgia la forma y manera de adentrarse en el anuncio pascual de que “el crucificado vive”. Mientras iban de camino, el Resucitado les sale al encuentro sin que puedan reconocerlo. Sabemos que San Lucas es un verdadero catequista del camino. Así entiende toda la vida de Jesús, y muy especialmente en su decisión irrevocable de ir hacia Jerusalén. Y especialmente entiende, a su vez, que el discipulado cristiano es un camino que se ha de recorrer con Jesús; no es un discipulado de tipo intelectual: es un discipulado que se aprende viviendo. Por eso, ahora también, en este relato de la experiencia de la Resurrección, este misterio es un “itinerario” que hay que recorrer en la lectura de las Sagradas Escrituras. En el caso de la comunidad cristiana debemos interpretarlo del mensaje de la vida de Jesús. Pero Jesús toma su iniciativa: se hace un peregrino, un itinerante con ellos, que vienen de Jerusalén desesperados, desilusionados, porque ni siquiera han tomado en consideración lo que algunas mujeres ya les habían comunicado, les habían contado que el Señor resucitó.

Jesús, Resucitado, el peregrino, sin que se lo pidan, hace el camino con ellos y les explica las Escrituras; ya no pueden vivir sin él, sin su palabra de consuelo y de vida. Estamos ante una de las novedades del cristianismo primitivo que San Lucas plasma extraordinariamente en este relato, en cuanto esos pasajes, como Is. 53, van a ser considerados mesiánicos por los cristianos. El v. 26 es el punto de arranque en el proceso de leer las Escrituras desde la Pascua, con ojos nuevos. No olvidemos que el lector sabe quién habla, aunque los peregrinos son ignorantes, pero es una de las claves de este itinerario que el evangelista quiere marcar a la comunidad cristiana que ha de leer las Escrituras.

Quédate con nosotros, porque YA ES TARDE Y EL DIA YA SE ACABA: le han dado hospitalidad a este peregrino desconocido que les ha interpretado las palabras de los profetas sobre la muerte y la resurrección de Jesús. Eso fue lo que tuvieron que hacer los primeros cristianos para explicarse y vivir espiritualmente la muerte y la Resurrección de Jesús. Y entonces, ya en la casa, sentado a la mesa, símbolo de una comunidad eucarística, Él, que parecía como un hombre de paso, viene a constituirse en el anfitrión de aquella celebración. Por eso, lo «reconocen» al Señor, AL PARTIR EL PAN en un gesto como el que pudo hacer en la noche de la última cena.

Es, pues, en la Eucaristía donde nos entrega el Señor la vida de la que goza ahora como Resucitado. San Lucas quiere enseñar a su comunidad que, aunque ellos como nosotros, no pudimos vivir con El, ni conocerle, en la Eucaristía es posible tener esta experiencia de vida. En definitiva, en la Eucaristía con el resucitado que es un «memorial», con todo lo que esto significa, pero con el Resucitado, mas no como testigo pasivo, sino siendo El Señor y anfitrión, porque es solamente con El con quien podemos abarcar la altura y la profundidad de algo que no es simplemente repetir, no es memoria, sino volver a vivir con El, es memorial es Cristo presente en medio de nosotros. La Eucaristía, como la Resurrección, es un misterio inefable de liberación, ya que los discípulos que estaban angustiados por lo que había pasado en Jerusalén, poco a poco, en la medida en que va haciéndose la Eucaristía, como un peregrinar, se conmueven, porque la vida del Resucitado se apodera de sus corazones. Eso es lo que San Lucas quiere enseñarnos, catequéticamente, sobre lo que acontece cuando el Señor resucitado parte el pan con su comunidad, con y en la Iglesia.

La “fracción del pan” es el signo que necesitaban para saber lo que había pasado. Queda, no obstante, por formular este momento decisivo: sus ojos estaban cerrados, retenidos, sin luz. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron.

No hay palabras para expresarlo mejor. Es una “auto-revelación” del resucitado en la cena, la fracción del pan, es decir, en la eucaristía. Por eso, esa presencia no es “visible” como normalmente entendemos esto. Es una experiencia profunda, espiritual, real sin duda, pero no para ver con los ojos corporales, sino con los ojos de la fe. “y se decían el uno al otro: ¿no ardía nuestro corazón cuando por el camino nos hablaba y nos explicaba las Escrituras?”.

En ese mismo momento se pusieron en camino y volvieron a Jerusalén:

Debemos predicar, hablar de esto a todo el mundo:

Ese primer testimonio en el seno de la comunidad ha consolidado entre ellos la fe en el Resucitado. Ya no acarician sólo una hermosa ilusión, sino que comparten una inquebrantable certeza. Y adquieren conciencia de ser depositarios de un mensaje que tiene que ser difundido. Lo había dispuesto así el Maestro, y además les ardía el corazón.

Pentecostés es la ocasión para esa primera difusión del kerigma, es decir, de ese compendio esencial del mensaje: el acontecimiento pascual. Y de nuevo es la Escritura la que ilumina el sentido profundo de lo sucedido, la que esclarece el misterio que se quiere transmitir.

Una Escritura que cobra vida en el testimonio entusiasta de sus pregoneros, que se hace palabra vibrante en labios de Pedro. El apóstol que condensa en una apretada síntesis el trasfondo de lo que todos contemplan: este Jesús de quien les hablo, “exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es “lo que están viendo y oyendo”.

Ser portadores de la noticia que cambia nuestra historia.

Iluminar lo ocurrido llevaba consigo rehabilitar la memoria de Jesús y mostrar la obra de Dios en él. Pero aquel hombre no había venido a deslumbrar a los creyentes, ni sólo a acreditar la rectitud de su conducta a los ojos de Dios o a legitimar su pretensión de ser enviado suyo. Traía consigo una misión insospechada de alcance universal.

Todos éramos esclavos desde siempre, obrando con un “proceder inútil recibido de nuestros padres”. Nuestra historia estaba sembrada de miserias a lo largo de los siglos. Y ese Jesús, crucificado precisamente por nuestras miserias, por nuestros pecados, al resucitar “llevó cautiva la cautividad”, nos rescató de aquella esclavitud y nos consiguió la libertad.

Al abrirnos a esa verdad, la verdad de Cristo, ha brotado en nosotros la fe en Dios, “que lo resucitó y le dio gloria”, y así hemos puesto en él nuestra esperanza. Y, puesto que lo llamamos Padre y sabemos que nos juzga con amor, nosotros somos invitados a tomar en serio nuestro proceder en esta vida, a fin de complacerle y ser también un día partícipes de su gloria.

Amén.

Encargado


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