Campanas. El Arzobispo de Santa Cruz, desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir, este domingo 17 de mayo, pidió, dar razón de nuestra esperanza, uniéndonos a los esfuerzos de las autoridades e instituciones de los diversos niveles del Estado en su labor de contrarrestar la pandemia y sus consecuencias sanitarias, económicas y humanitarias. Por cierto no es el momento de las divisiones y enfrentamientos por el poder o los intereses de cualquier tipo, sino el momento de unirnos alrededor del objetivo prioritario de preservar la salud y vida de todos los bolivianos y de construir nuevos horizontes de una sociedad más humana y fraterna.
La misa dominical fue presidida por Mons. Sergio Gualberti y concelebrada por los Obispos Auxiliares: Mons. Braulio Sáez, Mons. Estanislao Dowlaszewicz y Mons. René Leigue.
También el prelado nos pide dar razón de nuestra esperanza en estos tiempos difíciles, con fortaleza de ánimo, con la oración y con la caridad y la solidaridad en favor de los que están agobiados por los sufrimientos y por la incertidumbre ante el futuro.
Este llamado a estar preparados para dar razón de nuestra esperanza y fe en Dios, tiene especial importancia en estos tiempos donde la esperanza parece quebrantarse ante los grandes sufrimientos que afectan al mundo entero por la pandemia del COVID, dice Mons. Sergio.
Dar razón de nuestra esperanza en estos tiempos difíciles, con fortaleza de ánimo, con la oración y con la caridad y la solidaridad en favor de los que están agobiados por los sufrimientos y por la incertidumbre ante el futuro, expresó el Arzobispo.
“Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz”
VI Domingo de Pascua – Clausura de la Semana de la Familia
Amados hermanos y hermanas que nos acompañan por los medios de comunicación, hoy nos interpela particularmente un pasaje de la carta de Pedro que hemos escuchado: “Estén siempre preparados a dar respuesta a todo el que les pida razón de la esperanza que está en ustedes“. El autor de esta carta vivía en tiempos de persecución a los cristianos, por eso, a los recién convertidos, pedía que se prepararan a dar testimonio de su fe incluso con la entrega de su vida.
Este llamado a estar preparados para dar razón de nuestra esperanza y fe en Dios, tiene especial importancia en estos tiempos donde la esperanza parece quebrantarse ante los grandes sufrimientos que afectan al mundo entero por la pandemia del COVID.
Dar razón de nuestra esperanza, el don del Espíritu Santo, cumplimiento de la promesa que Jesús había hecho en la última cena, al momento de volver a la casa del Padre: “No los dejaré huérfanos,… yo pediré al Padre y les dará otro Paráclito. Es el Espíritu de la Verdad… ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará con ustedes“.
El Paráclito, es decir el Espíritu Santo es enviado como nuestro consolador y defensor que no nos deja desamparados, que viene en nuestra ayuda y que nos hace aptos para dar razón de nuestra opción de vivir las bienaventuranzas de Jesús: “Felices los pobres, los mansos, los misericordiosos, los hambrientos y sedientos, los sufridos…”. Dar razón de nuestra esperanza siendo testigos del Espíritu de Jesús, “el camino, la verdad y la vida”: el camino que nos conduce al Padre, la vida que vence la muerte y la verdad que hace arder nuestros corazones y que nos abre al amor, a la unidad y a la paz.
Dar razón de nuestra esperanza en estos tiempos difíciles, con fortaleza de ánimo, con la oración y con la caridad y la solidaridad en favor de los que están agobiados por los sufrimientos y por la incertidumbre ante el futuro.
Dar razón de nuestra esperanza, uniéndonos a los esfuerzos de las autoridades e instituciones de los diversos niveles del Estado en su labor de contrarrestar la pandemia y sus consecuencias sanitarias, económicas y humanitarias. Por cierto no es el momento de las divisiones y enfrentamientos por el poder o los intereses de cualquier tipo, sino el momento de unirnos alrededor del objetivo prioritario de preservar la salud y vida de todos los bolivianos y de construir nuevos horizontes de una sociedad más humana y fraterna.
En esta ardua tarea contamos con la ayuda del Espíritu de la Verdad “que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes”. “El mundo“, que no conoce es Espíritu de Dios, es el orden injusto e inicuo del poder humano que conscientemente prescinde de los valores sobrenaturales y que por tanto no puede comprender la armonía y el orden queridos por Dios, que nos llama a vivir en comunión de vida y amor con Él, como dice Jesús: “Yo estoy en mi Padre, y ustedes están en mí y Yo en ustedes”. Nosotros participamos de esta gracia por el bautismo que nos ha liberado de la esclavitud de la muerte y el mal, y nos ha sumido en la corriente de vida nueva del Resucitado, el autor de la vida y fuente de nuestra salvación.
La certeza que, por la fuerza del Espíritu de Dios, todo proceso de muerte es transformado en vida, al igual que la muerte de Jesús ha sido transformada en vida, nos colma de esperanza y valor en estos momentos en que la muerte se ensaña con tanta vehemencia.
Este don de la vida nueva exige de parte nuestra una respuesta a la altura del amor recibido: “Si me aman, observan mis mandamientos“, dice Jesús. Nuestra respuesta no puede ser un amor hecho solo de sentimientos, alabanzas y palabras, sino un amor que se concreta en nuevo modo de vivir en comunión y sintonía con Dios y con el prójimo, en el cumplimiento libre y gozoso de sus mandamientos.
En este espíritu de comunión y de la vida nueva, clausuramos hoy la Semana de la Familia. A través de los medios digitales, se han difundido varios subsidios acerca del lema: “Familia y creación, cuidadas con amor”, medios que nos han ayudado a conocer más a fondo la vocación de la familia, reconocer en ella la presencia de Dios y redescubrir el valor del matrimonio cristiano.
Es Jesucristo que ha elevado a la dignidad de Sacramento el matrimonio fundado sobre la opción libre entre un varón y una mujer que se comprometen a amarse y respetarse durante toda la vida. Así, el amor fiel e indisoluble entre esposos es asumido como «imagen » viva y signo visible del amor de Cristo por la Iglesia y del amor de Dios por la humanidad, y como “íntima comunidad de vida y de amor conyugal”, en la que los esposos se santifican, viviendo la vida de comunión abierta a la vida, formando la familia base fundamental de la sociedad y de la comunidad eclesial.
Así entendido, el matrimonio cristiano, no es un “yugo” sino un “don” de Dios, una ayuda y una alianza de amor entre dos personas decididas a caminar juntas por las sendas del mundo.
Creo que, en estos días de cuarentena, ustedes esposos y esposas, que nos acompañan desde su hogar, han podido redescubrir a su pareja, valorar su persona y apreciar su amor y su cercanía. Ustedes han podido experimentar que los problemas y sufrimientos compartidos se hacen más livianos y soportables y que pueden mirar al futuro con esperanza.
Sin embargo, la convivencia estrecha de tantos días, ha podido ocasionar alguna incomprensión o tensión, por eso les invito a reconciliarse y pedirse perdón, para reiniciar con nuevos ánimos su camino y vivir la gracia del matrimonio con intensidad y gratitud a Dios.
En breves momentos, queridos esposos y esposas tienen la oportunidad de renovar juntos el consentimiento del día de su matrimonio, el sí de su amor y fidelidad recíproca ante su familia, la Iglesia y Dios, Él que los ha hecho crecer en el amor y los ha bendecido en los hijos.
Unámonos todos en la acción de gracias al Señor por el don de la familia para que ella y todos nosotros podamos dar razón de la esperanza que el Espíritu Santo ha puesto en nuestras vidas. “Que admirables son tus obras Señor”. Amén