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martes 26 septiembre 2023
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Nadie puede atrincherarse en posiciones fundamentalistas, Mons. Sergio Gualberti

En su homilía dominical el Arzobispo de Santa Cruz explicó que el anuncio del Reino de Dios, la evangelización, es la meta y la razón de ser de la Iglesia que “existe para evangelizar”

En ese contexto sostuvo que la Iglesia no vive para sí misma, ni se cierra ciegamente delante del bien y la verdad que aparecen fuera de sus fronteras.

El prelado considera que el Espíritu y la Palabra de Dios convocan a todos, no excluyen a nadie, quieren una comunidad abierta para responder juntos a los desafíos que implica la construcción del Reino de Dios.

Por otro lado Mons. Gualberti asevera que todos tienen el derecho y el deber de participar en esta tarea, no es prerrogativa exclusiva de los políticos o de algunos sectores, nadie tiene que ser marginado ni excluido.

El Arzobispo Gualberti exhortó al pueblo creyente y no creyente a comprender que ningún sector, movimiento, partido o grupo religioso, puede quedarse atrincherado en sus posiciones fundamentalistas, creyéndose el único detentor de la verdad, negándose a escuchar a los demás o coartándole la libertad de expresión.

HOMILIA DE MONS. SERGIO GUALBERTI

Pronunciada en la Catedral de Santa Cruz

Septiembre 27 de 2015

El evangelio de este domingo nos sitúa, como los anteriores dos, en el camino de Jesús hacia Jerusalén, rodeado por sus discípulos. Es el tiempo y espacio privilegiado escogido por Jesús, para que ellos tomen conciencia de lo que significa ser discípulos y seguidores suyos. Jesús en el texto de hoy, pone el acento acerca de una característica de la comunidad de los discípulos.

Juan, se acerca a Jesús y le informa: “Vimos a uno que hacía uso de tu nombre para expulsar a los espíritus malos”.

“Vimos”: Juan no habla al singular, a nombre propio, sino que representa a todos los discípulos, unidos en grupo constituido y compacto, a la comunidad de los discípulos.

“Uno”: un intruso, alguien de por ahí, que no es del grupo de los discípulos, que no sigue directamente a Jesús y que se atreve a actuar en su nombre, no teniendo que ver nada con ellos.

El poder de “expulsar demonios es un signo importante de la llegada del Reino de Dios, encarnado y manifestado en Jesús. Él es salvación, la vida, la liberación de todos los demonios, del mal, los odios, resentimientos, fanatismos, violencia que enceguecen a las personas y rompen la convivencia fraterna. Expulsar a los demonios es un acto que apunta a la humanización plena de la persona, a hacerla más persona, conforme a la dignidad que le corresponde como criatura engendrada a imagen y semejanza de Dios.

Jesús, durante todos los tres años de su ministerio público, manifestó este poder de expulsar a los demonios y sanar a los enfermos y lo compartió también con los discípulos en ocasión del envío a su primera misión. Por lo tanto, a los discípulos no les resulta nuevo que aquel hombre expulse a demonio, lo que les extraña es que él pueda hacerlo sin pertenecer a su comunidad, y que actúe levantando el nombre de Jesús y ejerciendo ese poder por medio de su gracia.

Jesús responde a los discípulos pidiendo que no le impidan actuar porque: “Nadie que obre un milagro en mi nombre es capaz de hablar en contra mía” y añade: “El que no está contra nosotros, está con nosotros”. Con estas palabras Jesús aclara que toda persona que ayuda el mundo a dignificarse y a fraternizarse, que todo aquel que es amigo de la vida y del género humano, es un discípulo suyo. De esta manera, pone los lineamientos que van configurando a la Iglesia como una comunidad abierta y en salida, Iglesia signo visible del Reino de Dios, del plan de salvación que abarca a toda la humanidad, que está en camino en la historia y que alcanzará su plenitud al final de los tiempos, cuando “Dios sea todo en todos”

El anuncio del Reino de Dios, la evangelización, es la meta y la razón de ser de la Iglesia que “existe para evangelizar” (EN 14). Ardua tarea, la comunidad creyente está llamada a ser semilla y sacramento del Reino, a anunciarlo y servirlo como fuente de salvación para todos los hombres de todos los tiempos y lugares, y que se extiende más allá de los límites visibles de la Iglesia.

Jesús no ha venido a fundar una secta, una comunidad cerrada en si misma, que pone límites a la acción del Espíritu. La Iglesia no vive para sí misma, ni se cierra ciegamente delante del bien y la verdad que aparecen fuera de sus fronteras, por el contrario esta llamada a ser una comunidad abierta, caracterizada por el servicio fraterno, dispuesta a recibir y ofrecer colaboración a todas las personas de buena voluntad, cristianos y no cristianos, que trabajan por la humanización de las personas y de la sociedad, conforme a los valores del Reino.

Estas palabras de Jesús nos remiten a la primera lectura, que narra el episodio de la efusión del espíritu sobre setenta ancianos reunidos en la tienda del Encuentro, elegidos por Moisés para ayudarle en la conducción del pueblo en el desierto.

Tal efusión es la respuesta de Dios a las quejas de Moisés de no poder cargar solo el peso de todo el pueblo. Los 70 ancianos reciben el don de participar del mismo espíritu, dones y capacidades, que Moisés posee como guía y dirigente del pueblo de Israel y deberán ayudarle a llevar parte de su tarea. Pero, el espíritu, libre y soberano, no desciende solo sobre los que estaban reunidos en la tienda del encuentro, sino también sobre otros dos hombres que se encontraban en otra parte del campamento.

Josué pide a Moisés que prohíba profetizar a esos dos ancianos, sin embargo él contesta con esas hermosas palabras: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor”. Moisés invita a reconocer que el Espíritu del Señor puede suscitar, en cualquier persona y situación, carismas para el bien y al servicio de todo el pueblo.

El Espíritu y la Palabra de Dios convocan a todos, no excluyen a nadie, quieren una comunidad abierta para responder juntos a los desafíos que implica la construcción del Reino de Dios. Estas palabras iluminan no sólo a la comunidad eclesial en su misión, sino también a una sociedad en su propósito de alcanzar una convivencia justa, solidaria y fraterna.

Todos tienen el derecho y el deber de participar en esta tarea, no es prerrogativa exclusiva de los políticos o de algunos sectores, nadie tiene que ser marginado ni excluido. El espíritu del Señor actúa en todos, pero habla particularmente a través de los humildes y pobres que no están en los círculos y esfera de poder.

Por tanto, ningún sector, movimiento, partido o grupo religioso, puede quedarse atrincherado en sus posiciones fundamentalistas, creyéndose el único detentor de la verdad, negándose a escuchar a los demás o coartándole la libertad de expresión.

La absolutización de una ideología y el fanatismo, llevan consigo la tentación de asumir poses de salvadores insustituibles, de imponer el propio pensamiento descalificando y persiguiendo a los que piensan distinto, de limitar los derechos humanos, de hacer prevalecer intereses particulares sobre el bien común, sembrando de esa manera gérmenes de inestabilidad y violencia.

Si bien es cierto que todos pueden ser partícipes del dinamismo del Reino, sin embargo hace falta asumir algunas condiciones, porque el Reino está abierto a todos, pero no todo vale para el Reino. Jesús las formula con unas imágenes fuertes: cortarse la mano y el pie, quitarse un ojo. Este texto no quiere decir que hay que hacerlo concreta y físicamente, sino que es preciso cortar desde la raíz, en nuestro corazón y espíritu, todo aquello que impide entrar en el Reino y en el dinamismo del seguimiento de Jesús.

Esto implica, en primer lugar, reconocer que nosotros mismos necesitamos la conversión, y dejar de echar siempre la culpa de los males a otros, a la historia pasada, a la sociedad, a la infancia dura y a situaciones externas. El mal se anida dentro de nosotros: está en nuestro ojo, nuestra mano, nuestro corazón y en todo nuestro ser. Todo lo que sirva de obstáculo para convertirse en verdaderos discípulos de Jesús es “escándalo” y es preciso erradicarlo de nuestra vida, porque no corresponde con el Señorío de Dios.Busquemos con sinceridad y valentía ese misterio de sombra en nuestra vida para sacarlo, cambiarlo y convertirlo en luz con la gracia de Dios, convertirlo en amor y signo de esperanza, para sanar tanto mal en el mundo, y ser así de Cristo, porque: “El que no está contra nosotros, está con nosotros”. Amén

Graciela Arandia de Hidalgo



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