“…la semilla del bien, del amor y de la solidaridad que crece en el silencio y la oscuridad no hace tanto ruido como el mal, la violencia, la guerra y la muerte” dijo Monseñor Sergio en su homilía dominical.
Refiriendo las parábolas de la semilla y el pequeño grano de mostaza, el Arzobispo Cruceño, desde la Catedral Metropolitana señaló que “estas pequeñas parábolas de hoy nos llaman a un cambio radical en nuestra manera de pensar y actuar, a dejar los planes del mundo y a acogernos al plan de Dios que hace grandes cosas en lo pequeño, sencillo e insignificante del mundo, como las maravillas que realizó en la pequeñez y humildad de la Virgen María”.
Monseñor Sergio Gualberti, enfatizó que el Reino de Dios crece en silencio y con fuerza propia pero que “Todo esto parece pasar desapercibido en nuestro mundo, porque la semilla del bien, del amor y de la solidaridad que crece en el silencio y la oscuridad no hace tanto ruido como el mal, la violencia, la guerra y la muerte, hechos a menudo magnificados por los medios de comunicación con la sola finalidad de captar audiencia sin importar el influjo negativo que puedan causar.
Sin embargo, señaló que el Reino de Dios no es fácil de entender en la sociedad de hoy “Ciertamente, el plan de Dios, que encierra lo grande en lo pequeño y la eternidad en un instante y que considera al poder como un servicio a la vida, a la persona y al bien común, no es fácil de entender por la cultura y la sociedad actual donde se pone al centro el interés económico y el poder buscados con todos los medios lícitos o ilícitos y donde se recurre a la propaganda altisonante y engañosa e incluso al uso de la fuerza. Una sociedad que carece de referencias éticas y de los valores humanos y cristianos, que se caracteriza por la superficialidad, que descarta sin rubor a los que no producen, que se fabrica ídolos y mitos de un día que se ensalzan rápidamente y que más rápidamente aún se esfuman como niebla al sol”.
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ
DOMINGO 17 DE JUNIO DE 2018
El Evangelio de hoy nos ofrece dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que, una vez sembrada, crece por sí misma y la del pequeño grano de mostaza. A través de estas imágenes del mundo de la agricultura, el Señor presenta el misterio del Reino de Dios, tema central de su misión como indican sus primeras palabras públicas: “El plazo está vencido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”.
Ya se han terminado los largos siglos de espera, la promesa de la llegada del Mesías se ha cumplido: el mismo Jesús es el enviado del Padre con la misión de re-instaurar el reino de Dios, el plan inicial del Padre que contemplaba su señorío sobre la humanidad y el universo, proyecto rechazado por la soberbia del hombre con el pecado original.
Jesús a lo largo de toda su vida pública se dedicó a anunciar y hacer presente el reinado de Dios el proyecto de salvación que abarca todas las dimensiones del ser humano y que encontrará su plenitud en el encuentro definitivo con el Padre. Un designio que contempla la liberación del pecado, del mal y de todas clases de esclavitud y la participación de la misma vida de Dios.
El reinado de Dios, es la gran novedad de la historia, el misterio real y grandioso que Jesús ha puesto a nuestro alcance, que se hace presente en el mundo y en cada persona que lo acoge con sencillez de corazón. Con el reino de Dios, inician nuevas relaciones de amor de nosotros con Dios como Padre, de igualdad y solidaridad entre todos los hombres como hermanos y de justicia y equidad en el compartir los bienes del mundo.
En este plan se fundamentan la igual dignidad de toda persona, el respeto de sus derechos y de su libertad. Según esta visión de Dios, nadie puede esgrimir argumento alguno, ni las dotes personales, ni el dinero, ni el oficio o profesión ni la responsabilidad social y política, para creerse superior a los demás y aprovecharse de ellos. Todo lo que somos y tenemos, nuestras dotes y capacidades, son dones que Dios nos ha dado, no para guardarlos de manera egoísta para nosotros mismos, sino para ponerlos al servicio del bien común y de los demás y complementarnos y enriquecernos mutuamente.
El reinado de Dios presentado por Jesús es un plan que nos cautiva y que nos hace vislumbrar como el inicio de un nuevo paraíso terrenal. Sin embargo han pasado 2000 años y todavía vemos que falta mucho para su realización plena. Esta supuesta tardanza hace surgir preguntas y dudas acerca de la palabra del Señor, en particular en nosotros que somos hijos de la generación del ahora y todo, apurados en ver sus frutos prodigiosos y abundantes en un santiamén.
Parece que estas eran también las expectativas de la gente del tiempo de Jesús; que Dios actuara de una vez por todas y con mano fuerte, que interviniera para hacer justicia, defender a los pobres y poner orden premiando a los buenos y castigando a los malos. A través de las dos parábolas, Jesús responde que el Reino de Dios está realmente en marcha, pero que el tiempo y el cómo se va realizando, solo los conoce el Padre. La semilla de la vida sin fin y de la salvación sembrada por Dios ya está en medio de nosotros y no deja de crecer porque tiene el dinamismo interior y la fuerza imparable del mismo Dios.
El ejemplo de la pequeña semilla que crece lenta y silenciosamente de día y de noche hasta hacerse árbol sin que nosotros nos percatemos ni podamos intervenir para acelerar los tiempos, nos enseña que el Reino de Dios, tiene su ritmo y tiempo de crecimiento que escapa a nuestro conocimiento.
Esta realidad no nos debe hacer caer en la tentación de la ansiedad y de la desconfianza en la fuerza del Evangelio. Por el contrario, es un estímulo a tener fe en la palabra del Señor y a asumir con serenidad y confianza el hecho de que el Reino de Dios crece aunque nosotros estemos dormidos y crece por su fuerza cómo y cuándo Él quiere.
Es lo que Jesús nos enseña con la segunda comparación del grano de mostaza, el más pequeño de todas las semillas que, sin embargo, está lleno de vida y hace nacer un brote que parte el terreno, sale a la luz del sol, crece y se convierte en “la más grande de todas las hortalizas”.
El Reino de Dios es como la semillita que se vuelve arbusto y que da sombra y cobijo a todos los que tienen espíritu de pobres, a los que no cuentan en la sociedad, a los sufridos y necesitados, a los que ponen su confianza no en sí mismos sino en Dios, a los humildes y sencillos y a los que trabajan por el bien común, la justicia y la paz.
Todo esto parece pasar desapercibido en nuestro mundo, porque la semilla del bien, del amor y de la solidaridad que crece en el silencio y la oscuridad no hace tanto ruido como el mal, la violencia, la guerra y la muerte, hechos a menudo magnificados por los medios de comunicación con la sola finalidad de captar audiencia sin importar el influjo negativo que puedan causar.
Ciertamente el plan de Dios, que encierra lo grande en lo pequeño y la eternidad en un instante y que considera al poder como un servicio a la vida, a la persona y al bien común, no es fácil de entender por la cultura y la sociedad actual donde se pone al centro el interés económico y el poder buscados con todos los medios lícitos o ilícitos y donde se recurre a la propaganda altisonante y engañosa e incluso al uso de la fuerza. Una sociedad que carece de referencias éticas y de los valores humanos y cristianos, que se caracteriza por la superficialidad, que descarta sin rubor a los que no producen, que se fabrica ídolos y mitos de un día que se ensalzan rápidamente y que más rápidamente aún se esfuman como niebla al sol.
Las pequeñas parábolas de hoy nos llaman a un cambio radical en nuestra manera de pensar y actuar, a dejar los planes del mundo y a acogernos al plan de Dios que hace grandes cosas en lo pequeño, sencillo e insignificante del mundo, como las maravillas que realizó en la pequeñez y humildad de la Virgen María.
Jesús hoy nos invita a participar del momento de la siembra de la semilla del reino de Dios en nuestra vida y en los hechos de cada día, confiados de que nuestro trabajo dará mucho fruto, porque el crecimiento de la semilla es incontenible y está asegurado hasta la cosecha final por el Señor al momento en el que establecerá a plenitud y definitivamente su Reino.
Esta certeza nos llena confianza y nos anima a entregar nuestra vida con generosidad y fidelidad al servicio del Reino de Dios y a pedirlo con las mismas palabras que Jesús nos enseñó: “Venga a nosotros tu Reino”. Amén.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz