De acuerdo a las lecturas de este domingo, Monseñor Sergio en su homilía se refirió a las “bienaventuranzas” con las que Jesús anuncia la instauración del Reino de Dios. En ese contexto dijo que solo los que creen en Jesús y lo siguen, pueden comprender y acoger su mensaje en el corazón, aun cuando en la vida se encuentran sufrimientos y problemas.
En su Homilía el Arzobispo también pidió a los fieles vivir el carnaval fraterno, pacífico, sin violencia. Pidió que no lo volvamos ídolo de borrachera, desenfreno, vandalismo y gastos excesivos que son insulto a quienes viven en pobreza y abandono.
Creo que la advertencia de Jesús: “¡Ay de los que ahora ríen!”, es un llamado que vale también para la fiesta de Carnaval, para que lo vivamos como sano esparcimiento, oportunidad para estrechar relaciones fraternas, pacíficas y sin violencia. No lo volvamos un ídolo, como si fuera el acontecimiento más importante en la vida y evitemos las borracheras, los desenfrenos, los vandalismos y los gastos excesivos que son un insulto a los hermanos que viven en la pobreza y el abandono.
Homilía de Monseñor Sergio Gualberti
Domingo 17 de febrero de 2019
Basílica Menor de San Lorenzo Mártir
El Evangelio de este domingo nos presenta las Bienaventuranzas, el resumen de la Buena Noticia de Jesús: la instauración del reino de Dios, palabras que él anuncia ante los discípulos y la multitud después de una noche de oración. Antes de toda decisión importante Jesús se retira en un cerro para orar a solas con el Padre, en un momento privilegiado de encuentro, diálogo y comunión con el Padre que lo ha enviado a la misión. Al bajar de la montaña, Jesús elige a los doce apóstoles y luego inicia su predicación, “fijando su mirada en los discípulos”. Él se dirige, en primer lugar, a ellos porque sólo los que creen en él y lo siguen pueden comprender y acoger su mensaje.
¡Dichosos, ustedes los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! La dicha, más que alegría, es la felicidad profunda y duradera del Señor que permanece en el corazón aun cuando en la vida se encuentran sufrimientos y problemas.
“Los pobres”, en la Biblia, son los indigentes, los que no tienen lo necesario para vivir. En nuestra sociedad de hoy los pobres son las víctimas del sistema de mercado consumista, injusto e inicuo, que somete, explota y reduce a las personas como objetos de ganancia y descarta a los que no están en condición de producir.
Qué paradoja: A esos hermanos que el mundo desprecia, margina y considera infelices, Jesús los llama dichosos; no porque el sufrimiento, la marginación y la indigencia sean causa de felicidad, sino porque el reino de Dios les pertenece desde ahora, ya en el presente, sin esperar el futuro. El reino que es el bien de todos los bienes, de las esperanzas y de las promesas.
Dichosos porque Dios es su defensor y los ampara con su amor y misericordia. Él que, en su Hijo Jesucristo, se ha hecho pobre y por los pobres, por eso, en los rostros sufrientes de los pobres vemos el rostro sufriente de Cristo.
Dios está de lado de los pobres porque en ellos, su imagen ha sido pisoteada de parte de un proyecto humano que desconoce la dignidad de hijo de Dios de cada ser humano, creado a imagen y semejanza de Él y redimido por Cristo. Por eso los cristianos estamos llamados a luchar en contra de las injusticias y de todos los males que nacen de la sed de poder y de poseer.
En nuestra sociedad todavía son demasiados los pobres; personas y familias enteras en el campo y en las periferias de las ciudades no tienen garantizados los derechos a una vivienda digna, a la salud de calidad y a una educación integral. Estos hermanos son también los que sufren más las consecuencias de los desastres naturales y de las inundaciones, como hemos visto en días pasados. Hermanos que han perdido sus seres queridos, sus casas, sus cosechas y sus pertenencias. El Señor nos llama a orar por ellos y a solidarizamos con ellos con ayudas concretas para aliviar sus sufrimientos y necesidades.
Luego Jesús, con ardor profético, lanza unas palabras fuertemente contrapuestas a las bienaventuranzas: las felicitaciones para los pobres se vuelven sentidos pésame y desventuras para los que se enriquecen acumulando riquezas a costa de los pobres. “¡Ay de Uds., los, ricos, porque ya tienen su consuelo”.
“Ay de ustedes”: es un grito de dolor, de luto y de compasión hacia los ricos, porque están sumidos en una situación de muerte. Pero, también, es un grito de advertencia para que tomen conciencia de que, al poner su confianza en los bienes pasajeros, en el dinero y en el poder en vez que en Dios, caen en el pecado de idolatría.
“Ay de los que ahora están saciados, porque tendrán hambre”. Jesús se dirige a los que se consideran satisfechos de lo que son y de lo que poseen, los que viven entre bienes materiales, lujos y grandezas pero sufren la penuria de Dios, lo más valioso, verdadero y único bien que nunca perece.
Ellos no logran reconocer que los bienes materiales son un don de Dios para una vida digna y no para el derroche y la ostentación; un don a compartir en fraternidad y equidad y no para guardar egoisticamente para sí mismos. Los bienes de este mundo son un medio y no el fin de la vida, son dones para alcanzar la meta última: amar y donar todo a Dios y a los hermanos.
“¡Ay de los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!” Es la sonrisa de los que se complacen de sí mismos y de sus riquezas, de los que son autosuficientes y altaneros y que por eso se creen superiores a los demás. Ellos no se dan cuenta que el dinero aísla y que separa incluso de los afectos familiares, que no tienen amigos verdaderos y que solo son rodeados por aprovechadores oportunistas. Su sonrisa no es sincera, se parece más a una careta que oculta la tristeza, la amargura y las lágrimas de una vida gastada detrás de cosas perecederas y sin valor verdadero.
Creo que la advertencia de Jesús: “¡Ay de los que ahora ríen!”, es un llamado que vale también para la fiesta de Carnaval, para que lo vivamos como sano esparcimiento, oportunidad para estrechar relaciones fraternas, pacíficas y sin violencia. No lo volvamos un ídolo, como si fuera el acontecimiento más importante en la vida y evitemos las borracheras, los desenfrenos, los vandalismos y los gastos excesivos que son un insulto a los hermanos que viven en la pobreza y el abandono.
La palabra de Jesús nos pone hoy frente a dos opciones totalmente irreconciliables, como explicitan, con imágenes elocuentes, el profeta Jeremías y el Salmo. Por un lado: “¡Maldito el hombre que confía en el hombre,… mientras su corazón se aparta del Señor!… Es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad…como paja que se lleva el viento”. Por el otro: “¡Bendito el hombre que pone su confianza en el Señor! Es como un árbol plantado al borde de las aguas… no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar frutos”.
Estas son las dos opciones fundamentales de todo ser humano: no hay otras. O bien adherimos con todo nuestro ser al designio de vida y de amor de Dios, y así producimos frutos abundantes y permanentes.
O bien, optamos por la autosuficiencia idolátrica de una vida alejada de Dios que pone toda su confianza en los bienes perecederos, existencia sentenciada a las sombras eternas de la amargura, del sin sentido y de la desolación de la muerte. A cada uno de nosotros la decisión. Amén.