“…llamados a creer, a salir y dar testimonio de la vida nueva en el Resucitado a los que no conocen, los que lo han abandonado o no creen, con la alegría y esperanza de ser contados entre los que han escuchado las palabras consoladoras de Jesús Resucitado: ”¡Felices los que creen sin haber visto!”
El Prelado cruceño se refirió a la incredulidad de Tomas y a la de los creyentes de hoy “En las dudas de Tomás son representadas las vacilaciones y la falta de fe en la resurrección de Jesús, de tantas personas, incluso cristianos. Aunque Tomas no cree en el testimonio de los discípulos, sus amigos, sin embargo él no abandona esa comunidad naciente, y justamente por haberse quedado puede recibir esos signos que le hacen descubrir y encontrar al Señor. También nosotros cuando tenemos dudas de fe y tenemos la tentación de dejar a la Iglesia, tenemos que mantenernos fieles a nuestro bautismo y a nuestra comunidad, porque el Señor está presente y se manifiesta en medio de ella, lugar y tiempo privilegiados para el reconocimiento del Señor, tanto a nivel personal como comunitario”
HOMILIA COMPLETA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ.
DOMINGO 23.04.2017
El Evangelio de este Domingo, nos presenta las apariciones del Resucitado el 1er día de la semana, el día mismo de la Resurrección del Señor y la del octavo día. A partir de la Resurrección, acontecimiento central de nuestra fe cristiana, el primer día de la semana se ha vuelto el “Domingo”, el día del Señor, y ya no es el sábado, el día del descanso dedicado a Dios, sagrado para la religión judía.
Los discípulos están reunidos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, traumados por la aterradora experiencia de la pasión y muerte de Jesús, y ni siquiera el testimonio de María Magdalena, que les ha anunciado que el Señor está vivo y se ha encontrado con Él, es suficiente para que le crean y venzan sus dudas y temores.
De pronto el Resucitado se hace presente en medio de ellos con estas palabras: “La paz esté con Ustedes”. Es el saludo pascual, las primeras palabras que el Resucitado dirige a sus discípulos, repetidas tres veces en este relato.
La paz del Señor como don del Resucitado. No cualquier paz, la de Jesús el “Señor de la paz”, la que había prometido en su discurso de adiós de la última cena: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo”. No la paz de los cementerios, como decía nuestro querido Cardenal Julio, fruto de la guerra y o de la opresión, sino la paz don del Espíritu que nos libra del poder del pecado y nos pone en condiciones para conseguir la verdadera paz con Dios y los hermanos, sobre la base de nuevas relaciones de amor, de entrega y de servicio. Paz que es don pero, al mismo tiempo, tarea permanente que pide nuestra participación, ante las constantes amenazas que se ciernen sobre ella, una paz duradera que se cimiente sobre los pilares de la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
“Los discípulos se alegraron”, podemos imaginar cómo quedaron al ver al Resucitado. Es la alegría que acompaña la paz y vence la tristeza de la despedida en la última cena y el dolor de la pasión. Paz, gozo y armonía, dones que el Resucitado nos hace saborear ya ahora en el camino hacia la vida plena de la segunda venida del Señor.
Luego Jesús, sopla sobre los discípulos y, cumpliendo lo prometido en la última cena, les hace un don inconmensurable: “Reciban el Espíritu Santo”. Es el Espíritu que el crucificado encomendó en las manos del Padre y el Espíritu de la creación que ahora hace vivir la nueva humanidad redimida y salvada.
La comunicación personal del Espíritu constituye a los discípulos como Iglesia que, desde ese momento y para siempre, será animada y guiada por Él. Es el Espíritu que envía a los discípulos a la misión: ”Cómo el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”. Como el Padre, no solo a igual que el Padre lo ha enviado, sino por la misma razón y causa, por la salvación de la humanidad. Es el Padre que envía a la Iglesia a través del Resucitado, para que anuncie y testimonie el Evangelio del amor, la vida y la esperanza.
El Espíritu que constituye a los apóstoles ministros de la penitencia, de la reconciliación, del perdón y la misericordia, con el poder de vencer a la muerte espiritual y recrear al pecador arrepentido: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen”. Por la presencia de Jesús resucitado, la comunicación del Espíritu, el mandato misionero y. el poder de perdonar los pecados, los discípulos son constituidos como Iglesia, pueblo de Dios.
A los ocho días de este evento, Jesús vuelve a aparecer a los discípulos, y esta vez está presente también Tomás, quien no había creído al testimonio de los demás. Jesús se presenta con el mismo saludo: “La paz esté con ustedes” luego invita a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado”.
Jesús muestra las heridas de sus manos y del costado, las heridas del amor, heridas indelebles, que no desaparecen ni con la resurrección. Los signos de la pasión son indiscutibles, ya no hay como equivocarse, el que muestra sus manos y costado es Jesús que estuvo clavado en la cruz. A Tomás le basta este gesto, para exclamar:” Señor mío y Dios mío”, y el Evangelio no dice si tocó las heridas. Es el encuentro con Jesús, con una persona viva en su cuerpo transformado y no con un fantasma, que despeja sus dudas y hace que profese su fe. Jesús es el viviente, el que se abre paso en la lógica de la tristeza y del dolor de la muerte y abre los corazones a la alegría de la esperanza.
En las dudas de Tomás son representadas las vacilaciones y la falta de fe en la resurrección de Jesús, de tantas personas, incluso cristianos. Aunque Tomas no cree en el testimonio de los discípulos, sus amigos, sin embargo él no abandona esa comunidad naciente, y justamente por haberse quedado puede recibir esos signos que le hacen descubrir y encontrar al Señor. También nosotros cuando tenemos dudas de fe y tenemos la tentación de dejar a la Iglesia, tenemos que mantenernos fieles a nuestro bautismo y a nuestra comunidad, porque el Señor está presente y se manifiesta en medio de ella, lugar y tiempo privilegiados para el reconocimiento del Señor, tanto a nivel personal como comunitario.
Particularmente en la asamblea eucarística del Domingo,la palabra de Dios y la fe de los hermanos nos fortalece, nos sostiene y nos hace proclamar todos juntos como pueblo de Dios y a una sola voz: “Señor mío y Dios mío”.
La vida pascual, que es fidelidad a Dios y fidelidad a la Iglesia, sólo se vive en comunión eclesial, como nos testimonia la sorprendente vivencia de la primitiva comunidad cristiana, presentada en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado: “Se mantenían constantes en la enseñanzas de los apóstoles, en la comunidad, en la fracción del pan y en las oraciones.” Todos se mantenían unidos ponían lo suyo en común… según las necesidades de cada uno… Comían juntos con alegría y sencillez”.
Esta vida nueva del cristiano y de la comunidad eclesial es fruto de la presencia liberadora y salvadora de Cristo Resucitado, como nos dice la 1era carta de Pedro: “Dios en su gran misericordia… por la resurrección de Jesucristo nos regeneró a una esperanza viva y a una herencia incorruptible”. La nueva humanidad regenerada en el Resucitado es como una nueva creación y nosotros nuevas creaturas que gozan por la esperanza de la vida sin fin.
San Juan al terminar este relato nos incita a renovar con entusiasmo nuestra fe en el Resucitado: “Les he escrito estas cosas para que ustedes crean que Jesús es el Hijo de Dios, y creyendo, tengan vida eterna”, llamados a creer, a salir y dar testimonio de la vida nueva en el Resucitado a los que no conocen, los que lo han abandonado o no creen, con la alegría y esperanza de ser contados entre los que han escuchado las palabras consoladoras de Jesús Resucitado: ”¡Felices los que creen sin haber visto!” Amén.