Desde la Catedral Metropolitana el Arzobispo de Santa Cruz, Monseñor Sergio Gualberti ha llamado a los cristianos a vencer el miedo para vivir en libertad.
Monseñor Sergio afirmó que Jesús tiene el poder de dar y defender la vida y nos manda levantarnos de las situaciones de muerte, de opresión y del pecado.
HOMILIA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ
CATEDRAL METROPOLITANA
5 JUNIO DE 2016
Los textos bíblicos de hoy nos presentan dos relatos de resurrección: en ambos casos se trata de jovencitos, hijos únicos de madres viudas. En la primera lectura, el profeta Elías devuelve la vida al hijo de una viuda pagana que había fallecido por una grave enfermedad. El hecho ocurre en la misma casa de esa mujer que estaba hospedando al profeta en un período de terrible sequía que azotaba la región de Sarepta.
El evangelio nos presenta la resurrección de otro joven, donde el protagonista es Jesús que está en camino con sus discípulos, por ciudades y aldeas de Israel, anunciando la Buena Noticia y acompañando su predicación con signos y milagros. Jesús está por llegar a la pequeña ciudad de Naím, y se encuentra con una multitud que acompaña a una viuda en el entierro de su hijo único.
Cada muerte es siempre una experiencia traumática, porque divide de las personas queridas, acaba con las esperanzas y deja angustia, pero es aún más trágica en este caso de un niño huérfano e hijo único. La muerte de ese jovencito, además, deja sola y desvalida a la madre, sin el motivo principal que diera sentido a su vida, sin esposo, sin amor y sin defensa en esa sociedad judía, donde la viuda no tenía derechos ni identidad. Ese cortejo de muerte que se encamina al cementerio se encuentra con el cortejo de esperanza, alegría y vida de Jesús. En este encuentro, podemos ver como la lucha anticipada de la Pascua, en la que la vida de Jesús vencerá definitivamente a la muerte.
“Al verla, el Señor se conmovió“: Es la primera que el evangelista Lucas llama a Jesús “Señor”, pero un Señor muy humano que ve la miseria humana, se conmociona y estremece en lo más íntimo y profundo de su ser. Luego Jesús se dirige a la mujer únicamente con dos palabras: “No llores!”. No son palabras de conveniencia, sino sinceras y cargadas de esperanza.
Jesús no desconoce la tragedia que ha golpeado esa mujer, pero quiere darle esperanza con la promesa de la vida que vence al dolor, la desdicha y la muerte, consecuencias del pecado y no del proyecto de amor de Dios instaurado en los orígenes del mundo.
Jesús, “tuvo compasión”, es decir “sufre con” ella, hace suyo al sufrimiento de esa mujer y carga sobre sí su problema. Antes que desplegar y mostrar su poder divino, Jesús se rebaja a nivel de criatura, asume y experimenta en su propia carne nuestra debilidad, dolores y límites.
“Después se acercó y tocó el féretro”: Jesús no se queda en invitar a la mujer para que no llore, sino que, sin que nadie se lo pida, actúa, se acerca y toca el féretro. No lo para la normativa religiosa judía que prohibía tocar a los muertos so pena de mancharse con la impuridad cultual. Él toca con mano no sólo a ese joven, sino a la muerte, signo inequívoco de los límites y de la fragilidad humana, mostrando que él ha venido para vencerla y suscitar vida. Aquí está la diferencia entre compasión y la lástima: la compasión o misericordia mueve a actuar, acercarnos y hacernos prójimo del que sufre, a tocar y ser solidarios. Lástima, por el contrario, es solo un sentimiento superficial que pronto se desvanece, y que se queda en palabras de circunstancia pero sin dar pasos concretos para ir en ayuda al necesitado.
“¡Joven, yo te lo ordeno, levántate!” Jesús, el autor y Señor de la vida, con autoridad da una orden perentoria. Su palabra tiene poder en sí misma, el poder prodigioso de vencer y de liberarnos de la esclavitud fundamental propia del hombre: el miedo a la muerte que encadena por toda la vida. Jesucristo nos manda levantarnos de las situaciones de muerte, de opresión y de pecado. Su palabra nos da la fortaleza para vencer nuestros miedos, salir de la resignación y postración y vivir de acuerdo con el plan de amor que Dios nos tiene preparado.
“El muerto se incorporó“. La palabra de Jesús en seguida surte efecto: el joven se incorpora, se sienta sobre las andas de la muerte como a dominarla y recobre la vida. Jesús manifiesta gracia y misericordia con el más pequeño e indefenso entre los últimos: el niño muerto, hijo único de una madre viuda. Solo si vemos al Dios de la misericordia en los gestos concretos y eficaces de Jesús, pasamos del miedo a la confianza, del dolor al sosiego y de la muerte a la vida.
“El joven empezó a hablar“. Libre de la muerte el joven ahora puede hablar, amar y comunicarse con los demás, lo que es propio del ser humano, imagen de Dios que es amor y que se realiza en la comunicación y comunión. La palabra es el medio primordial, el más sencillo y al alcance de todos para relacionarnos con Dios y los hermanos y, como nunca.
En la era digital, la capacidad de comunicarnos se ha multiplicado por los tantos medios extraordinarios que permiten a la humanidad sobrepasar las barreras de las distancias y del tiempo. Sin embargo muchas veces utilizamos a los medios no para abrirnos y comunicarnos con más facilidad, sino para encerrarnos en círculos restringidos de amigos o socios. A menudo se ven personas, en especial jóvenes, caminar en la calle o en lugares públicos, apegados a sus móviles y aparatos electrónicos, aislados y ausentes de todo lo que pasa a su alrededor; parecería que su vida y su interés se juega en otro lugar. Así, se pierde el sentido del tiempo presente y el contacto con las personas que están a nuestro lado, justamente allí donde Dios está presente, actúa y nos habla.
“Y Jesús se lo entregó a su madre”: Devolver a la madre es devolver ese joven a la fuente de la vida y del amor, la primera persona con quien nos relacionamos, la maestra que nos introduce a las relaciones con Dios, la familia, la comunidad y la sociedad.
“Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su pueblo”. Todos los que han gozado de esa actuación de la bondad del Señor, quedan conmovidos delante de lo imposible, delante de Dios que, por la actuación de Jesús, se muestra como el Dios de la misericordia que actúa a favor de los últimos, los descartados, los que lloran y los que sufren.
“Un gran profeta“: Los presentes reconocen en Jesús un profeta, el portavoz de la palabra de Dios, aunque todavía no lo reconocen como Señor. Se asombran como la viuda de Sarepta al momento de recibir en los brazos a su hijo reanimado por Elías, el profeta por excelencia del pueblo de Israel: “Ahora sé que tu eres un hombre de Dios y que la verdadera palabra del Señor está sobre tu boca”.
“Dios ha visitado a su pueblo”: Dios por Jesucristo, se ha hecho presente trayendo Vida, una presencia de desvelo y cuidado amoroso del hombre. Hoy también el Señor sigue visitándonos y viene a tocar a la puerta de nuestro sepulcro y nos manda: “Levántate“, para sacarnos de una vida estéril y sin sentido. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, el Señor vuelve a darnos la oportunidad de renacer a vida nueva y sacudirnos de nuestros miedos y liberarnos de nuestros males.
“La noticia de lo que Jesús hizo se difundió por toda la Judea y toda la región vecina!”. Es la Buena Noticia de la universalidad de la misericordia de Dios ofrecida por Cristo a la humanidad entera, sin ninguna distinción. Noticia que, difundiéndose en todo el mundo ha llegado hasta nosotros hoy, nos abre a la esperanza, inunda nuestra miseria y despierta la fe. Por eso agradecidos por estos dones con los que nos ha bendecido, elevemos nuestras alabanzas al Señor con las palabras del salmo: “¡Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste”!. Amén.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz.