En su homilía de este domingo, el Arzobispo de Santa Cruz, Monseñor Sergio Gualberti, habló del diferendo marítimo entre Bolivia y Chile en la corte de la Haya que este lunes recibirá veredicto final. El Prelado señaló que “tenemos que estar dispuestos a acatar el fallo de ese tribunal… pero sería mucha más grave que en vez de favorecer el encuentro entre dos pueblos, nos ponga en un enfrentamiento…” en ese sentido, añadió que “Lo que hay que preservar de todas maneras y por encima de todo es la paz”.
Al cerrar el mes de la biblia, Monseñor Sergio hizo referencia al pasaje bíblico en el que el discípulo Juan avisó a Jesús que algunos expulsaban demonios en su nombre. Destacó que expulsar demonios libera al hombre de lo que merma su dignidad de hijo de Dios pero por otro lado, el sentido de pertenencia a una comunidad, genera una sensación de grupo sectario, cerrado y exclusivo. En ese contexto Mons. Gualberti enfatizó en la respuesta de Jesús que indicó que no había que oponerse pues nadie puede hacer un milagro en nombre de Jesús y luego hablar mal de Él ya que el Espíritu está presente promoviendo la vida humana.
El Prelado terminó recordando que se se inició la semana de la hermanad entre la Iglesia en Bolivia y las diócesis alemanas de Tréveris e Hildesheim señalando que “estamos invitados a elevar nuestras oraciones a Dios para que sigamos con entusiasmo y compromiso a recorrer juntos el largo camino que ha dado frutos abundantes de comunión y de bien para todos”.
Acatar el fallo de la Haya pero preservar la Paz.
En este sentido la iglesia da su palabra acerca de la realidad que vivimos tanto personal, social, política y no solo sobre el tema de la fe. Por eso, por ejemplo, mañana tenemos todos una gran expectativa del fallo de La Haya. Es justo que nosotros esperemos que sea positivo, sin embargo como Iglesia tenemos que decir que tenemos que estar dispuestos a acatar el fallo que ese tribunal pueda dar porque sería mucho más grave que en vez de favorecer el encuentro entre dos pueblos nos ponga en un enfrentamiento y en una guerra. Lo que hay que preservar de todas maneras y por encima de todo es la paz.
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ
DOMINGO 30 DE SEPTIEMBRE DE 2018
BASÍLICA MENOR DE SAN LORENZO MÁRTIR.
Hoy, termina el mes de la Biblia con la Jornada Nacional inspirada en el lema: “Comunidad de la Palabra: ¡Sal, anuncia y construye!”. La Iglesia es la “Comunidad de la Palabra”, convocada y formada por la Palabra de Dios y enviada a salir, para anunciar y construir el reino de Dios. Esta tarea nos exige conocer y profundizar siempre más la palabra de Dios, como fuente de nuestra vida cristiana personal y comunitaria. Y el evangelio que acabamos de escuchar, nos presenta a Jesús que indica a los discípulos unos elementos que deben caracterizar la comunidad cristiana.
Juan, el discípulo amado, se acerca a Jesús y le dice: “Vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre”. “Vimos”: Juan no habla al singular en nombre propio, sino en nombre de la comunidad de los discípulos. “Uno”: un intruso, que no tiene que ver nada con ellos y que tampoco no sigue directamente a Jesús y que, no obstante, se atreve a actuar en su nombre.
El poder de “expulsar los demonios” es un signo de la llegada del Reino de Dios, encarnado en Jesús. Durante su ministerio público Él, en muchas oportunidades manifestó el poder de vencer al mal, de liberar de las enfermedades y de los espíritus malos, los odios, los rencores, las peleas y todo lo que rompe las relaciones fraternas. Expulsar a los demonios es un acto de humanización, en cuanto libera al hombre de lo que merma su dignidad de hijo de Dios.
“Tratamos de impedírselo porque no es uno de los nuestros”. “No es uno de los nuestros”: los discípulos tienen el sentido de pertenencia a la comunidad, se sienten parte de un grupo cerrado y exclusivo, por eso buscan impedir a ese desconocido expulsar a los demonios.
La respuesta de Jesús los sorprende: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí”. Jesús no ha venido a fundar un grupo sectario, encerrado en sí mismo, que ponga límites a la acción del Espíritu presente y actuante en todo el mundo. Todo lo que promueve la vida humana, la dignidad de la persona, el bien común, la promoción de los valores evangélicos de la verdad, la justicia, la libertad y solidaridad son parte integrante del reino de Dios.
Si bien es cierto que todos pueden ser partícipes del dinamismo del reinado de Dios, sin embargo hace falta asumir algunas condiciones, porque el reino de Dios está abierto a todos, pero no todo vale para el reino. El primer paso es reconocer que Dios obra libremente en el mundo, no ponerle obstáculos y producir frutos de bien, porque “El que no está contra nosotros, está con nosotros”. De esta manera Jesús pone los lineamientos que van configurando a la Iglesia como una comunidad abierta y en salida, signo visible del plan de salvación que abarca a todos los hombres de todos los tiempos y lugares, que está en camino en la historia y que alcanzará su plenitud al final de los tiempos, cuando “Dios sea todo en todos”.
Jesús no ha querido una Iglesia que vive para sí misma sino para la extensión del reino de Dios y por tanto no puede cerrarse ante el bien y la verdad que aparecen fuera de sus fronteras. Su vocación le pide ser una casa abierta, dispuesta a recibir y ofrecer colaboración a todas las personas, grupos e instituciones que trabajan por un mundo más justo y humano.
Estas palabras de Jesús nos remiten a la primera lectura, que narra el episodio de la efusión del espíritu por parte de Dios sobre setenta ancianos, elegidos por Moisés, para que le ayuden a cargar con el peso de conducir al pueblo de Israel en la travesía del desierto hacia la tierra prometida.
Pero, el espíritu, libre y soberano, no desciende solo sobre los ancianos que están convocados a la carpa del Encuentro, sino también sobre otros dos que han quedado en su tienda. Josué al enterarse de esto, pide a Moisés que les prohíba profetizar, pero él le contesta: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor”, porque de esa manera todos conocerían el plan de Dios que los lleva hacia la liberación a través de la travesía del desierto, lo asumirían con disponibilidad y sin poner obstáculos.
Estas enseñanzas echan luces sobre la vocación y misión no sólo de la comunidad eclesial, sino también de la sociedad en su plan de implementar una convivencia justa, solidaria y fraterna entre todos. Todo y cada uno de los miembros de una sociedad tienen el derecho y el deber de participar en la construcción del bien común y no solo los que están llamados a gobernar. La participación libre de todos los ciudadanos, es el mejor antídoto para evitar la tentación de la absolutización de una ideología, de posiciones cerradas, de fanatismos y de fundamentalismos.
Luego Jesús, con una imagen dramatizada, alerta a los discípulos sobre un grave peligro: que nadie escandalice a los miembros más débiles y sencillos de la comunidad, porque “sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojarán al mar”. No escandalizar significa no poner obstáculos en el camino de fe de los hermanos y no sembrar dudas y confusión en su espíritu, lo que podría llevarlos al abandono de la fe.
A continuación Jesús, con imágenes también fuertes, invita a los discípulos a que eviten las ocasiones de pecado y del mal, estando dispuestos a cortarse una mano o un pie o a quitarse un ojo, si fuera necesario.
Por cierto, Jesús no se refiere a mutilaciones físicas, sino al corte interior y desde la raíz de todo aquello que en nuestro corazón y espíritu nos lleva a pecar y nos impide seguir a Jesús y ser partícipes del reinado de Dios.
Esto implica como primer paso que nosotros sepamos reconocer el mal que se anida nuestro ser, que somos necesitados de conversión, de ser liberados de los obstáculos de la fe y de todo lo que nos separa de la comunión con Jesús, de la comunidad y de los hermanos. No debemos tener miedo en sacar de nuestra existencia el misterio de muerte espiritual y pedir al Señor que lo convierta en luz de vida, en amor y esperanza, así podremos ser testigos alegres del reino de Dios, instaurado por Cristo para la salvación de la humanidad.
Termino recordando que hoy también iniciamos la semana de la hermanad entre la Iglesia en Bolivia y las diócesis alemanas de Tréveris e Hildesheim, estamos invitados a elevar nuestras oraciones a Dios para que sigamos con entusiasmo y compromiso a recorrer juntos el largo camino que ha dado frutos abundantes de comunión y de bien para todos. Amén.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz