El domingo 27 de diciembre y antes de viajar a su natal Bérgamo (Italia) donde se ausentará por un mes, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, celebró su última misa dominical del año en la que la Iglesia invita a contemplar a la Sagrada Familia. Mons. Gualberti, inició su Homilía afirmando que la institución de la familia no es invención del hombre, sino que es parte del proyecto inicial de Dios. Él quiso que todo ser humano que llegue a este mundo, pudiera nacer en el seno de una familia cimentada sobre el matrimonio, fruto del amor mutuo y exclusivo entre un varón y una mujer. Al mismo tiempo el Prelado mostró su preocupación por qué las familias bolivianas sufren y están afectadas en su integridad a causa de separaciones, divorcios y divisiones. Hay causas internas debidas a la falta de madurez de las personas, las incomprensiones, incapacidad de relaciones interpersonales, pero todavía más preocupante es que la familia hoy es amenazada por corrientes de pensamiento que se difunden a través de los MCS y que presentan modelos de familia totalmente ajenos al plan inicial de Dios y a nuestras culturas originarias, como es el caso de querer reconocer como familias a parejas de personas del mismo sexo con la posibilidad de adoptar a niños.
En ese contexto, Mons. Sergio indicó que es necesario redescubrir la vocación de la familia cristiana, testimoniar y manifestar en su vida la alianza de amor entre Dios y la humanidad y la de Jesús con la Iglesia, un amor que se expresa en gestos concretos de mutua ayuda, compasión, misericordia y perdón.
Mons. Gualberti manifestó que la familia educa a “vivir bajo una ley común”, une a sus miembros, favorece la convivencia, impide el individualismo egoísta y permite tener experiencias determinantes de paz. Por ello Nadie, ni siquiera el Estado, puede arrebatar esta potestad a la familia, caso contrario estaría vulnerando gravemente su libertad y sus derechos originarios.
Solo la familia que vive la misericordia, puede cumplir su vocación de amor y su rol fundamental de educadora en la fe, formadora de personas y promotora de del desarrollo, expresó el Arzobispo.
Homilía del Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti 27/12/2015
En este tiempo de Navidad la liturgia nos invita a vivir el gozo del nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en Belén, que nos ha traído la salvación y ha establecido definitivamente su morada entre nosotros. En este clima de alegría, celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia, la familia de Jesús, porque no podemos entender a cabalidad su persona, si no conocemos a la familia humana en la que “creció en sabiduría, estatura y en gracia”.
El hecho de que el Hijo de Dios al hacerse uno de nosotros, quiso contar con una familia terrenal, con un padre y una madre, reafirma el principio de que la institución de la familia no es invención del hombre, sino que es parte del proyecto inicial de Dios. Él quiso que todo ser humano que llegue a este mundo, pudiera nacer en el seno de una familia cimentada sobre el matrimonio, fruto del amor mutuo y exclusivo entre un varón y una mujer.
A la familia de Jesús, le llamamos “Sagrada – Santa” porque santificada por la presencia de Jesús, constituida de acuerdo a la voluntad de Dios, dedicada totalmente a él y porque actúa y se rige totalmente por sus preceptos, siendo modelo de fe para las familias de todos los tiempos. Unos ejemplos:
+ María, al Ángel Gabriel que le pide ser la madre del Hijo de Dios, responde:”Hágase en mí según tu palabra“
+ José, despertado del sueño, hizo como el ángel le había dicho.
+ Jesús a los 12 años, extraviado en el templo, dice a sus padres: “No sabían que yo debo estar en las cosas de mi Padre?“.
El evangelio de hoy nos narra de un grave peligro que corrió la Sagrada Familia que tuvo que huir a Egipto para escapar del rey Herodes que buscaba al niño Jesús para matarlo, porque lo consideraba un peligro para su reinado.
Hoy en nuestra sociedad, la familia también sufre problemas de todo tipo y está afectada en su integridad a causa de separaciones, divorcios y divisiones. Hay causas internas debidas a la falta de madurez de las personas, las incomprensiones, incapacidad de relaciones interpersonales. También causas sociales externas, como la falta de trabajo, la difícil situación económica y las migraciones, y causas de tipo cultural, como la concepción individualista y hedonista de la vida sin ninguna referencia ética y moral.
Todavía más preocupante es que la familia hoy es amenazada en su identidad y en su estructura portante. Corrientes de pensamiento, a través de los MCS, nos presentan modelos de familia totalmente ajenos al plan inicial de Dios y a nuestras culturas originarias, como es el caso de querer reconocer como familias a parejas de personas del mismo sexo con la posibilidad de adoptar a niños.
Ante este escenario, es urgente que volvamos nuestra mirada a la Sagrada Familia, icono y modelo del designio de Dios sobre la familia. Esta se estructura alrededor del matrimonio entendido como alianza basada sobre la opción libre entre una mujer y un varón que se aman, a imagen del amor fiel de Dios para con la humanidad.
Es necesario redescubrir la vocación de la familia cristiana, testimoniar y manifestar en su vida la alianza de amor entre Dios y la humanidad y la de Jesús con la Iglesia, un amor que se expresa en gestos concretos de mutua ayuda, compasión, misericordia y perdón.
Estamos viviendo el año jubilar de la misericordia, llamados a “ser misericordiosos como el Padre” y, el espacio primario y cercano en que podemos dar testimonio del amor y perdón de Dios, es justamente la familia.
Es urgente poner la misericordia al centro de las relaciones en la familia, marcada muchas veces por la incomprensión, indiferencia, el rencor, la falta de amor y de perdón, causas de tanto dolor entre todos sus miembros. Demasiadas familias en nuestra tierra están heridas de muerte, familias destrozadas y desmembradas. Estoy seguro que, si en la familia, entre esposos y entre padres e hijos se supiera dar y recibir perdón, no habría tantos hogares divididos, tantos fracasos, tantos divorcios.
La familia que vive la misericordia, es el lugar en él que todos nos sentimos amados y aceptados por lo que somos, en la que aprendemos a amar y respetar a los demás, a crecer como personas, cristianos y ciudadanos. Solo la familia que vive la misericordia, puede cumplir su vocación de amor y su rol fundamental de educadora en la fe, formadora de personas y promotora de del desarrollo.
La familia, como iglesia doméstica es educadora en la fe, ofrece un camino de fe y amor que se construye cada día y que tiene como fruto el florecimiento de las vocaciones cristianas, religiosas y sacerdotales. En la familia los hijos aprenden a conocer a Dios, a Jesucristo, a la Virgen María, aprenden a orar, aprenden que significa haber recibido el don del bautismo, a ser cristianos y miembros de la Iglesia.
Formadora de personas: porque la familia, célula básica de la sociedad, es la primera escuela de humanización, la que da una formación integral a los hijos, sobre la base del respeto mutuo, cariño, confianza, comprensión, diálogo y perdón. La familia educa a “vivir bajo una ley común“, une a sus miembros, favorece la convivencia, impide el individualismo egoísta y permite tener experiencias determinantes de paz.
Nadie por lo tanto, ni siquiera el Estado, puede arrebatar esta potestad a la familia, caso contrario estaría vulnerando gravemente su libertad y sus derechos originarios. La familia es también la que debe formar a los hijos en los valores sociales de la responsabilidad, solidaridad y justicia.
Por eso, hay que cuidarla, porque todo lo que contribuye a debilitar la familia, fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, debilita también a la sociedad y a las instituciones democráticas. Tendríamos que preguntarnos con sinceridad si, tantos problemas que vivimos en nuestro país, como la violencia creciente, los enfrentamientos recurrentes, la corrupción, el narcotráfico y la falta de valores éticos y morales no dependen prioritariamente de la fragilidad y disgregación de nuestras familias. Si la familia está en peligro, también peligra la sociedad y la humanidad.
La familia que vive la misericordia, experimenta el amor verdadero y seguro, el perdón y la reconciliación, la bondad de la unidad, de vivir juntos y se vuelve evangelio y buena noticia para la sociedad. La familia encuentra en la fe la verdadera alegría y la profunda armonía entre las personas, ayuda indispensable en el camino de la vida.
Que nuestras familias, vivan siempre en la fe, sencillez y paz de la Sagrada Familia, y anuncien y testimonien el Evangelio de la Familia, proyecto de vida y amor, realizable y bello para las familias de todos los tiempos y por el cual vale la pena apostar. Amén