Campanas. Este domingo 16 de agosto, desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, pidió por los enfermos del COVID y sus familiares, por el personal sanitario y todos los que luchan en primera línea por el cese de la pandemia y también por lo que luchan por la paz, para que podamos mirar al futuro con esperanza y hacer realidad el deseo de construir una Bolivia más justa, solidaria y fraterna.
En estos días en nuestro país, además de la pandemia, hemos sufrido por la intransigencia de unos grupos que, movidos por sus interese particulares, han bloqueado las carreteras principales, impidiendo el tránsito de los alimentos, de los auxilios sanitario y del oxígeno, indispensables en el tratamiento de los enfermos contagiado por el COVID 19 y otros males. Gracias a Dios, el diálogo ha logrado que la mayor parte de los bloqueos se hayan levantado, hecho que ha evitado el peligro de confrontaciones, contagios y esparcimiento de sangre. Los cristianos no podemos caer en la tentación de responder al mal con el mal, a la violencia con la violencia, esto causa solo más rencor, dolor, miedo y muerte, dijo el Prelado.
La Misa fue presidida por Monseñor Sergio Gualberti y concelebrada por los Obispos Auxiliares: Monseñor Braulio Sáez, Monseñor Estanislao Dowlaszewicz, Monseñor René Leigue, el Rector de la Catedral, P. Hugo Ara y el Capellán de Palmasola, P. Mario Ortuño.
Las lecturas bíblicas de este domingo hablan del plan de salvación de Dios para toda la humanidad. En la carta a los cristianos de Roma, San Pablo reafirma con fuerza esa buena noticia: Dios en su gran misericordia y a pesar de la nuestras desobediencias y rebeldías, ofrece la salvación a todos por medio de Jesucristo. El Evangelio nos presenta a Jesús que deja su tierra natal, donde ha desempeñado hasta ese momento su actividad misionera muy intensa, y se retira en un territorio pagano.
Allí una mujer, que tiene una hija muy sufrida porque atormentada por un demonio, desesperada y sin reparar en su condición de pagana va al encuentro de Jesús que es judío y comienza a gritar en voz alta: “! Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!” Ese grito es signo de su gran amor para con su hija, amor que le hace vencer el miedo a lo desconocido y a la hostilidad existente entre los dos pueblos. Jesús pero queda callado. Su actitud tan extraña, provoca la reacción de los discípulos que, movidos no por compasión hacia la mujer sino para que deje de gritar, interceden en su favor ante Jesús.
De hecho la mujer, en todo el diálogo, manifiesta su fe también en el hecho que se dirige a Jesús con la palabra “Señor”, señal de que cree en su poder de Mesías enviado de Dios.
El Arzobispo afirma que como para la mujer cananea, también en nuestra vida cristiana la fe y la oración son elementos fundamentales que nunca deberían faltar. La fe orante es diálogo con Dios, un dialogo confiado de los hijos con el Padre, en el cual nosotros compartimos con él nuestras esperanzas y angustias, nuestros logros y fracasos. La fe orante es sobre todo deseo ardiente de salvación, de que Dios se haga presente en nuestra vida para liberarnos de nuestros miedos, dudas y pecados y abrirnos caminos de amor y esperanza.
Mons. Sergio asegura que el único camino es el diálogo, llevado con perseverancia, respeto al interlocutor, en escucha de sus razones y en la búsqueda del bien común, para llegar a soluciones consensuadas y pacíficas de los problemas. En un dialogo verdadero no debe haber vencedores ni vencidos, por eso esperamos que todos levanten sus medidas de presión pronto y vuelva la paz en todas partes.
En circunstancias como esta, tenemos que seguir el ejemplo de la mujer cananea y dirigirnos al Señor con esas dos palabras profundamente evangélicas, confiados que Él en su misericordia sin límites, siempre escucha nuestro pedido: “Señor socórreme”, dice el prelado.
Así mismo el Arzobispo pidió por el mundo entero y nuestro país, en especial, por los enfermos del COVID y sus familiares, por el personal sanitario y todos los que luchan en primera línea por el cese de la pandemia y también por lo que luchan por la paz, para que podamos mirar al futuro con esperanza y hacer realidad el deseo de construir una Bolivia más justa, solidaria y fraterna.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
16/08/2020
Las lecturas bíblicas de este domingo hablan del plan de salvación de Dios para toda la humanidad. En la 1ª lectura el profeta Isaías anima a la comunidad israelita, que acaba de regresar a la patria después de 50 años de destierro, a superar sus problemas y tensiones, anunciando una buena noticia: muy pronto se revelará la salvación y la justicia de Dios. Por eso les pide tener fe en Dios, respetar el derecho, practicar la justicia y vivir en armonía y en paz entre todos.
El profeta dirige esta invitación también a los que no son israelitas y que no conocen al Dios verdadero, asegurando que todos podrán gozar del don de la salvación, ser acogidos como miembros del pueblo elegido y unirse en una oración común en el templo de Jerusalén, “la casa de oración para todos los pueblos”. Con esta imagen el profeta prefigura a todos los pueblos del mundo unidos por la fe en el único Señor y en el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia.
En la carta a los cristianos de Roma, San Pablo reafirma con fuerza esa buena noticia: Dios en su gran misericordia y a pesar de la nuestras desobediencias y rebeldías, ofrece la salvación a todos por medio de Jesucristo. Estas palabras llenan el corazón de esperanza y alegría porque, en todo su actuar, Dios siempre despliega su misericordia infinita en bien de toda la humanidad, a la que ama con amor de Padre. Y cuando por el pecado nos alejamos de Él, Dios va en nuestra busqueda para que nos dejemos reconciliar por su amor y volvamos a Él. San Pablo además nos asegura que “los dones y el llamado de Dios son irrevocables”. Saber que esta verdad sigue valedera también hoy, nos anima a fortalecernos en nuestra fe y nos da el valor para dar testimonio de su amor con nuestra vida cristiana.
El Evangelio nos presenta a Jesús que deja su tierra natal, donde ha desempeñado hasta ese momento su actividad misionera muy intensa, y se retira en un territorio pagano.
Allí una mujer, que tiene una hija muy sufrida porque atormentada por un demonio, desesperada y sin reparar en su condición de pagana va al encuentro de Jesús que es judío y comienza a gritar en voz alta: “!Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!” Ese grito es signo de su gran amor para con su hija, amor que le hace vencer el miedo a lo desconocido y a la hostilidad existente entre los dos pueblos. Jesús pero queda callado. Su actitud tan extraña, provoca la reacción de los discípulos que, movidos no por compasión hacia la mujer sino para que deje de gritar, interceden en su favor ante Jesús.
Ahora Jesús responde aclarando que Él ha sido enviado por el Padre a salvar solo a los israelitas que se han alejado de Dios. A pesar de este argumento contundente, la mujer cananea no se desanima, sino que se prostra ante Él y repite su pedido: “¡Señor, socórreme!”. Esta vez, Jesús responde con una expresión despectiva con la que el pueblo judío se refería a los paganos: ”No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. Pero, la mujer cananea tampoco se acobarda ante esta dura respuesta y con viveza le objeta a Jesús: ”Y sin embargo, Señor, los cachorros comen de las migas que caen de la mesa de sus dueños”.
Ante semejante insistencia y muestra de confianza Jesús exclama:” Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. El Señor pone en evidencia que solo la fe de la mujer lo ha movido a liberar a su hija del espíritu maligno.
La actitud reticente de Jesús, a lo largo del diálogo, por un lado, apunta a que salga a flote la grandeza de la fe de la mujer y, por el otro, el reconocimiento sin reserva alguna, de que la salvación es ofrecida también a los paganos, como afirma con sus última palabras: ”Qué se cumpla tu deseo”. Por la fe en Jesús, caen todas las barreras raciales, sociales y culturales y el pan de los hijos, el pan de la gracia, el amor y la vida del reinado de Dios es accesibles a todos.
De hecho la mujer, en todo el diálogo, manifiesta su fe también en el hecho que se dirige a Jesús con la palabra “Señor”, señal de que cree en su poder de Mesías enviado de Dios.
Por eso, no nos sorprende que Jesús ponga a una pagana como modelo de fe orante, humilde y perseverante: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!” La fe inquebrantable de la mujer en el Señor, su oración suplicante y su gran amor hacia su hija han logrado que Jesús cambie sus planes iniciales.
Como para la mujer cananea, también en nuestra vida cristiana la fe y la oración son elementos fundamentales que nunca deberían faltar. La fe orante es diálogo con Dios, un dialogo confiado de los hijos con el Padre, en el cual nosotros compartimos con él nuestras esperanzas y angustias, nuestros logros y fracasos. La fe orante es sobre todo deseo ardiente de salvación, de que Dios se haga presente en nuestra vida para liberarnos de nuestros miedos, dudas y pecados y abrirnos caminos de amor y esperanza.
En estos días en nuestro país, además de la pandemia, hemos sufrido por la intransigencia de unos grupos que, movidos por sus interese particulares, han bloqueado las carreteras principales, impidiendo el tránsito de los alimentos, de los auxilios sanitario y del oxígeno, indispensables en el tratamiento de los enfermos contagiado por el COVID 19 y otros males. Gracias a Dios, el diálogo ha logrado que la mayor parte de los bloqueos se hayan levantado, hecho que ha evitado el peligro de confrontaciones, contagios y esparcimiento de sangre. Los cristianos no podemos caer en la tentación de responder al mal con el mal, a la violencia con la violencia, esto causa solo más rencor, dolor, miedo y muerte.
El único camino es el diálogo, llevado con perseverancia, respeto al interlocutor, en escucha de sus razones y en la búsqueda del bien común, para llegar a soluciones consensuadas y pacíficas de los problemas. En un dialogo verdadero no debe haber vencedores ni vencidos, por eso esperamos que todos levanten sus medidas de presión pronto y vuelva la paz en todas partes.
En circunstancias como esta, tenemos que seguir el ejemplo de la mujer cananea y dirigirnos al Señor con esas dos palabras profundamente evangélicas, confiados que Él en su misericordia sin límites, siempre escucha nuestro pedido: ”Señor socórreme”.
Todos unidos y con confianza oremos esta mañana por el mundo entero y nuestro país, en especial, por los enfermos del COVID y sus familiares, por el personal sanitario y todos los que luchan en primera línea por el cese de la pandemia y también por lo que luchan por la paz, para que podamos mirar al futuro con esperanza y hacer realidad el deseo de construir una Bolivia más justa, solidaria y fraterna. Elevemos en nuestros corazones la súplica de la mujer cananea: “Señor Socórrenos”. Amén