Campanas. Desde la Basílica Menor de San Lorenzo mártir – Catedral, el arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, afirmó que Jesús manifiesta su opción preferencial por los pobres, así mismo nos llama a no ser indiferentes ante miles de millones de pobres que, todavía hoy, sufren y mueren de hambre en el mundo. Esta situación se está agravando aún más en estos meses por las graves consecuencias sanitarias, económicas, sociales y políticas causadas por la pandemia del COVID y que están dejando un mundo más desigual e injusto.
El prelado aseguró que este problema aflige también a nuestros país en particular a tantos hermanos y hermanas pobres y Jesús hoy nos manda también a nosotros: “ustedes mismos denles de comer”. También Mons. Sergio nos llama a compartir lo que Dios nos ha dado, a dar testimonio de caridad y solidaridad cristiana, a tender la mano a los que nos piden ayuda, a saciar el hambre de pan y el hambre de cercanía, de gestos humanos y de palabras de consuelo y a aliviar el dolor y sufrimientos de los contagiados por el virus y sus familiares.
De la misma manera Jesús nos invita a sentarnos a la mesa de la nueva Alianza, poniendo sobre ella, en signo de nuestra dignidad y libertad, nuestro consentimiento y nuestra vida. Aquella gente que puso a disposición lo poco que tenía y que compartió en fraternidad el pan partido y bendecido por Jesús, es la anticipación del nuevo pueblo de Dios que se reúne alrededor de la Mesa de la Eucaristía, dijo Monseñor.
El banquete al que nosotros somos invitados a participar en la celebración de cada Santa Misa: “Dichosos los invitados a la cena del Señor”. Somos felices porque el Señor se ha fijado en nuestra debilidad y necesidades por eso nos invita a compartir no solo el pan material, sino el pan de Dios, el cuerpo y la sangre de Jesús, prenda de vida eterna, expresó el prelado.
Así mismo monseñor Sergio afirma que compartir la Mesa Eucarística nos compromete también a compartir nuestros talentos, anunciando y testimoniando la Buena Noticia del Evangelio, don para la vida del mundo.
Homilía de Monseñor Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
/02/08/2020
La 1ª lectura del profeta Isaías nos lleva a las periferias pobres de Babilonia donde muchos judíos exilados sufren por las condiciones de opresión y sueñan un pronto regreso a la libertad y a la patria lejana. Entre esos exilados abatidos y desanimados, Dios hace resonar su voz, a través del profeta Isaías: “Vengan, a tomar agua los sedientos… coman gratuitamente… tomen vino, y leche…”. Con la imagen de un banquete abundante y gratuito el profeta les hace entrever el futuro que les espera, no solo la vuelta del destierro sino algo muchos más grande: la bendición divina y la nueva Alianza de comunión de vida y de amor con Dios.
Lo que les pide el Señor es que salgan de su inercia y desánimo, no caigan en la tentación de adorar a los dioses paganos y no se dejen arrastrar por los encantos y prosperidad del país de sus opresores, y sobre todo que escuchen su Palabra y reaviven su fe en Él, el único Dios, de esta manera iniciará para ellos una nueva vida de un pueblo libre y en su propia tierra. “Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias, en algo que no sacia. Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán”.
También el Evangelio nos habla hoy de una comida, de panes y peces que Jesús ofrece para saciar una multitud de gente pobre y hambrienta que ha acudido a orillas del lago de Galilea para escucharlo y pedirle que sane a sus enfermos. Jesús, después de la muerte de Juan el Bautista, se percata que aumenta el clima hostil hacia su persona y que esa situación es una amenaza para su predicación y misión, por eso se retira a esa región y busca evitar las grandes concentraciones. El Evangelio nos dice que quiere “estar a solas” alejándose de tanta gente, por eso sube a una barca y se dirige a un lugar apartado, lejos de las maquinaciones del rey Herodes y de sus adversarios.
Sin embargo, la gente se da cuenta de sus planes y se le adelanta, así que, cuando Jesús desembarca, “Ve una gran muchedumbre, y compadeciéndose de ella, sana a los enfermos”. Jesús, ante ese gentío desamparado y abandonado a su suerte, se conmueve en lo más hondo de su ser, una conmoción que se vuelve acción. Él asume como suyos los sufrimientos y problemas de esa gente, deja a un lado sus planes, se pone a enseñar y a sanar enfermos quedándose con ellos hasta el atardecer.
A pesar de que la noche se acerca, la gente no se cansa de escuchar al maestro que anuncia la Buena Noticia del reinado de amor y de vida de Dios. Pero los discípulos, preocupados por la tarda hora, dicen a Jesús: “Este es un lugar desierto y ya se hace tarde, despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos”.
La preocupación de los discípulos es correcta pero la medida que proponen no es la que Jesús tiene pensada, por eso dialoga con ellos y los involucra en primera persona en el problema: “No es necesario que la gente se vaya; denles de comer ustedes mismos”. Ellos responden: “Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces”. Y Jesús les ordena: “Tráiganmelos aquí“. Este diálogo muestra la cercanía y confianza que se ha creado entre Jesús y sus discípulos. Él actúa como un hermano con quien se puede hablar abiertamente y en quien se puede confiar.
Jesús no puede aceptar que se despida así nomás a la gente hambrienta y que busque por su cuenta la propia comida, por eso pide a los discípulos que no recurran a la solución más cómoda, sino que se hagan cargo del problema: “Ustedes mismos denles de comer”.
Luego Jesús hace sentar a la multitud sobre el pasto, toma en sus manos los cinco panes y los dos pescados, los bendice, los parte y los da a sus discípulos para que los repartan entre todos. Jesús nuevamente involucra a los discípulos pidiéndoles que se pongan al servicio de la gente y colaboren en la repartición de la comida.
De la misma manera Jesús pide a la gente que ponga de lo suyo, comparta lo que tiene y Él pondrá lo que falta. El resultado es asombroso: con los cinco panes y dos peces recolectados, cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, se sacian en abundancia, quedando incluso doce canastos de lo que ha sobrado.
Este prodigio es mucho más que saciar a una multitud hambrienta, es la manifestación de Jesús como el Profeta definitivo enviado a cumplir la promesa de la nueva y eterna Alianza anunciada por Isaías, el banquete de la vida abundante y gratuita para todos.
Con su actuación Jesús manifiesta su opción preferencial por los pobres, un llamado para nosotros a no ser indiferentes ante miles de millones de pobres que, todavía hoy, sufren y mueren de hambre en el mundo. Esta situación se está agravando aun más en estos meses por las graves consecuencias sanitarias, económicas, sociales y políticas causadas por la pandemia del COVID y que están dejando un mundo más desigual e injusto.
Este problema aflige también a nuestros país en particular a tantos hermanos y hermanas pobres y Jesús hoy nos manda también a nosotros: “ustedes mismos denles de comer”. Llamados a compartir lo que Dios nos ha dado, a dar testimonio de caridad y solidaridad cristiana, a tender la mano a los que nos piden ayuda, a saciar el hambre de pan y el hambre de cercanía, de gestos humanos y de palabras de consuelo y a aliviar el dolor y sufrimientos de los contagiados por el virus y sus familiares.
De la misma manera Jesús nos invita a sentarnos a la mesa de la nueva Alianza, poniendo sobre ella, en signo de nuestra dignidad y libertad, nuestro consentimiento y nuestra vida. Aquella gente que puso a disposición lo poco que tenía y que compartió en fraternidad el pan partido y bendecido por Jesús, es la anticipación del nuevo pueblo de Dios que se reúne alrededor de la Mesa de la Eucaristía.
El banquete al que nosotros somos invitados a participar en la celebración de cada Santa Misa: “Dichosos los invitados a la cena del Señor”. Somos felices porque el Señor se ha fijado en nuestra debilidad y necesidades por eso nos invita a compartir no solo el pan material, sino el pan de Dios, el cuerpo y la sangre de Jesús, prenda de vida eterna.
Compartir la Mesa Eucarística nos compromete también a compartir nuestros talentos, anunciando y testimoniando la Buena Noticia del Evangelio, don para la vida del mundo.
Compartir la Mesa Eucarística, donando nuestra vida al servicio de los demás, en particular solidarizándonos con los más pobres y necesitados.
Compartir la Mesa Eucarística para tener la valentía y el coraje de dar testimonio de nuestra fe en un mundo indiferente a Dios, entre incomprensiones y hostilidades, convencidos que, como nos dice San Pablo ,“obtendremos una victoria, gracias a Aquél que nos amó” y que nadie ni nada jamás “podrá separarnos del amor de Cristo”. Amén