Campanas. Este primer domingo de cuaresma, desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Alfredo Gualberti Calandrina, nos exhorta a practicar “la Caridad” como los, “ángeles se acercaron para servir” a Jesús. Seamos también nosotros ángeles solidarios al servicio de los más necesitados compartiendo con ellos los frutos de nuestras privaciones cuaresmales.
También el prelado nos invitó a que iniciemos con ánimo este camino de conversión hacia la alegría de la vida nueva de la Pascua, elevando nuestras oraciones confiadas al Señor con las palabras del salmo: “Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga”.
Homilía del Primer domingo de cuaresma
Mons. Sergio Gualberti – Arzobispo de Santa Cruz
Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral
Con el miércoles de ceniza hemos iniciado la cuaresma, los cuarenta días de peregrinación interior, de conversión y de reconciliación con Dios y los hermanos, para prepararnos a la celebración de la Pascua, la fiesta de la alegría del encuentro con el Resucitado.
En este 1er domingo de Cuaresma, el texto del Génesis nos presenta a Adán y Eva que, seducidos por el tentador, caen en pecado de la desobediencia a Dios y de la soberbia: quieren “ser como Dios”, conocedores del bien y del mal. Pero su expectativa queda defraudada; la mentira del diablo no les abre las puertas de la felicidad y del poder divino, sino de la fragilidad y limitación de creaturas, del dolor y la muerte. “Se les abrieron a entrambos los ojos y se dieron cuenta que estaban desnudos”. Es la desnudez del desamparo y de la incapacidad del hombre de dominar las tendencias desordenadas y el mal que se anida en su interior.
El Evangelio también nos habla del diablo que tiene el atrevimiento de tentar a Jesús, no en el paraíso terrenal donde hay abundancia de bienes, sino en el desierto, en la carencia de los medios indispensables para la vida.
El desierto en la Biblia es como el lugar de la prueba de nuestra fidelidad a la alianza con el Señor, el espacio de lo esencial y del silencio, donde no hay frivolidades y distracciones, para que podamos encontrarnos a solas con nosotros mismos y con Dios y hagamos una experiencia espiritual intensa y decisiva. En esta perspectiva, la tentación más que instigación al mal es una ocasión para optar entre dos amores: o Dios, el amor verdadero y la vida que permanece para siempre, o el diablo, el amor engañoso y fugaz, y la muerte.
El tentador pone a prueba Jesús cuando termina cuarenta días de ayuno y oración y lo desafía a que demuestre, con sus obras, si de verdad es Hijo de Dios. El diablo, además de tentar a Jesús en su naturaleza divina, busca subvertir el plan de salvación del Padre con su plan de maldad y muerte.
“Si tú eres el Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan”. Es la tentación de la codicia del poseer y de las riquezas consideradas el bien supremo, el ídolo ante al cual hay que sacrificar todo. Este ídolo, en nuestra sociedad de hoy, se presenta con el rostro del consumismo, su afán de tener y de gastar por el superfluo, y su pretensión de crecimiento ilimitado sin importar que esto cause la explotación y la marginación de millones de personas y la degradación de la naturaleza.
Jesús responde con una frase tajante de las Sagradas Escrituras: “El hombre no vive solo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. La Palabra de Dios es el don que guía nuestra historia, que juzga y permea los acontecimientos y situaciones de nuestra vida personal y social, que nos manifiesta el camino de la libertad, de la voluntad de Dios. Por eso, tenemos que aprender a pedir el don “del pan de cada día”, el pan material para nuestro sustento y el pan espiritual de su Palabra que alimenta nuestra vida cristiana.
Luego, el Diablo lleva a Jesús sobre la parte más alta del templo: “Si tú eres Hijo de Dios… tírate abajo… y los ángeles te llevarán en sus manos”. El diablo tienta a Jesús para que cumpla su misión de Mesías instrumentalizando la religión y atrayendo a la gente con prodigios y milagros espectaculares.
Jesús nuevamente responde con las Escrituras. ”Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”. Él ha sido enviado a cumplir la misión que el Padre le ha confiado a través del servicio y la humildad y por ningún motivo está dispuesto a evadir la muerte en cruz, el testimonio más sublime del amor sin límites de Dios para con la humanidad.
Por último, el diablo lleva a Jesús a la montaña más alta y le muestra el esplendor de todos los reinos del mundo: “Te daré todo esto si te postras y me adoras”. También esta vez Jesús responde con las Escrituras: “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto”. Ahora el diablo se propone como dios en alternativa a Dios Padre y ofrece en cambio a Jesús la oportunidad de ser el único gestor de todos los poderes del mundo.
El no de Jesús es decisivo: él no ha sido enviado a instaurar el reinado de Dios con las riquezas, la ambición del poder y el prestigio del mundo, medios que no dan la felicidad y ni salvan al hombre. Él ha venido a entregar su vida por amor para que nosotros tengamos vida y vivamos como hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
“Entonces el demonio lo dejó”. No le queda otra cosa. Jesús en ningún momento entra en diálogo con él, solo le responde con la Palabra de Dios. Por eso, siguiendo su ejemplo, también nosotros no debemos dialogar con las tentaciones y pensar que las podemos dominar con nuestros argumentos y con nuestras fuerzas. Para vencer a las tentaciones hay que recurrir a la Palabra de Dios y reconocer con humildad que somos criaturas necesitadas de Cristo, el único camino para salir de la esclavitud del pecado y de la muerte.
San Pablo, a través de la contraposición entre Adán y Cristo, nos anima a dar este paso confiados en la misión salvadora de Jesús: “Y si a causa del delito de uno solo (Adán) reinó la muerte, cuanto más por uno sólo, Jesucristo, reinarán en la vida los que reciben la abundancia de su gracia”. “Cuanto más”. El don gratuito de la vida y la gracia de Dios en Cristo sobrepasa infinitamente el mal causado por el delito de un hombre.
Estás palabras nos abren horizontes de esperanza y nos impulsan a dejarnos guiar al desierto interior por el “Espíritu del Señor, lejos de las distracciones y del ruido del mundo, para dedicarnos a las prácticas cuaresmales que, en su sabiduría, nos indica la Iglesia. En primer lugar ponernos a “La escucha de palabra de Dios”. Sería muy provechos hacer la lectura orante del evangelio de cada día.
También dedicarnos a “la oración” asidua para entrar en un diálogo de confianza y de amor con el Señor.
De la misma manera practicar “el ayuno y la mortificación” asumiendo un estilo de vida sobrio y esencial, para que nuestra voluntad aprenda a conformarse a la voluntad de Dios y a respetar los bienes creados.
Practicar “la Caridad” como los, “ángeles se acercaron para servir” a Jesús. Seamos también nosotros ángeles solidarios al servicio de los más necesitados compartiendo con ellos los frutos de nuestras privaciones cuaresmales.
Hermanos y hermanas, iniciemos con ánimo este camino de conversión hacia la alegría de la vida nueva de la Pascua, elevando nuestras oraciones confiadas al Señor con las palabras del salmo: “Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga”. Amén