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sábado 3 junio 2023
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Mons. Gualberti: “Seamos solidarios con nuestros Hnos. que sufren y son víctimas de una justicia amañada y servil, dando testimonio de que Él está presente en medio de todos ellos”

Campanas. Este domingo 23 de abril, desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, el Arzobispo Emérito de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti nos exhortó a  pedir a Jesús que sea nuestro compañero de camino y que nos haga arder el corazón, saborear su Palabra y partir el pan, para que nosotros también seamos solidarios y compañeros de camino de nuestros hermanos y hermanas en la fe y de todos los que sufren, los necesitados, los enfermos, los privados del pan de cada día, los que están solos y abandonados, las víctimas de una justicia amañada y servil, dando testimonio de que Él está presente en medio del dolor de todos ellos y de la humanidad entera.

Homilía de Mons. Sergio Gualberti – Arzobispo Emérito de Santa Cruz

/23/04/2023

Acabamos de escuchar el relato del encuentro de Jesús, en el mismo día de su resurrección, con dos de sus discípulos que han dejado Jerusalén, apenados por el fin dramático del maestro, y que están en camino a la aldea de Emaús. Mientras ellos, con el semblante triste, están hablando de la pasión y muerte de Jesús, de pronto se les acerca el Resucitado y se pone a caminar a su lado.  Sin embargo, el drama, vivido en esos días, ensombrece la mente y los ojos de los dos y les impide reconocerlo.

La certeza de que Jesús está siempre a nuestro lado, sostiene nuestra esperanza y fortalece nuestro ánimo, en especial en los momentos de dificultad, dolor y desaliento.

La presencia del Resucitado, aunque no es reconocido, es real; Él, en verdad, se hace compañero de camino de los dos discípulos, y en ellos estamos representados los discípulos de todos los tiempos y los decepcionados y sufridos a causa del Evangelio. La certeza de que Jesús está siempre a nuestro lado, sostiene nuestra esperanza y fortalece nuestro ánimo, en especial en los momentos de dificultad, dolor y desaliento.

Luego, Jesús toma la iniciativa y les hace una pregunta:” ¿Qué comentaban en el camino?”. Cleofás, uno de los dos, expresa a Jesús toda su extrañeza: “Tú eres el único forastero en Jerusalén, que ignora lo que pasó en estos días?” y que ha provocado tanta conmoción en toda la ciudad. Le parece imposible que ese desconocido no sepa que los jefes del pueblo judío habían entregado en manos de los romanos a Jesús, un “profeta poderoso en obras y en palabras”, para que fuera condenado a muerte y crucificado.

También, le comentan que los demás discípulos se quedaron desconcertados porque algunas mujeres de su grupo, en esa misma mañana, fueron al sepulcro, y al no encontrar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que Él estaba vivo.

Los dos acompañan su relato con unas palabras que expresan todo su desencanto:” Nosotros esperábamos que fuera Él quien librara a Israel, pero ya van tres días que sucedió todo esto”. Esta expresión deja entrever que ellos están abandonando el grupo de los discípulos, decepcionados porque su sueño se ha desvanecido; la muerte de Jesús, ha disipado sus esperanzas de que Él fuera el Mesías.

Su pasión y muerte en cruz era el paso necesario para la resurrección y así vencer definitivamente al pecado y a la muerte.

Ahora, Jesús habla con firmeza: “¡Qué torpes para entender! … ¡Acaso el Mesías no debía padecer todo esto para entrar en su gloria?”. Y a continuación, citando la Sagrada Escritura, les explica todo lo que en ella se refería al Mesías, haciendo resaltar que su pasión y muerte en cruz era el paso necesario para la resurrección y así vencer definitivamente al mal, al pecado y a la muerte.

De esta manera, Jesús les ayuda a entender que, solo a la luz de la resurrección, la cruz tiene sentido y que esta no es un escándalo sino el cumplimiento de las promesas y esperanzas anunciadas por los profetas.

Jesús camina a nuestro lado, en medio de las vicisitudes de la vida, pero nuestros temores, distracciones y apegos terrenales nos impiden descubrirlo.

Los textos de la Sagrada Escritura, explicados por Jesús, calan profundamente en el corazón de los discípulos: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras?”. A pesar de esto, sus ojos, poseídos por el miedo y la desilusión, todavía no logran reconocerlo. Esto pasa a menudo también con nosotros; Jesús camina a nuestro lado y nos acompaña por donde vayamos en medio de las vicisitudes de la vida, pero nuestros temores, distracciones y apegos terrenales nos impiden descubrirlo.

Su presencia y su palabra, han hecho resucitar en sus corazones la esperanza muerta y les han movido a pedir que Él se quede con ellos.

Así, mientras dialogan, los tres llegan a Emaús y Jesús hace ademan de seguir el camino, pero los discípulos, que ya le sienten amigo, insisten: “¡Quédate con nosotros! Ya es tarde y el día se acaba”. Hermosísima esta petición que brota de esos momentos entrañables que los dos han vivido con Jesús en el camino.

Su presencia y su palabra les han dado serenidad, les han hecho pasar de la desolación a la consolación, han hecho resucitar en sus corazones la esperanza muerta y les han movido a pedir que Él se quede con ellos.

Ante las dificultades y los males que acechan nuestra vida, como los discípulos de Emaús, pidamos al Señor de todo corazón:” Quédate con nosotros”.

Jesús acepta, se queda y comparte con ellos la cena, así como se queda con nosotros, aunque no lo reconozcamos o nos alejemos de él. Tantas veces, ante las dificultades y los males que acechan nuestra vida, nos sentirnos frágiles, desamparados y necesitados de alguien que esté cerca de nosotros, para confortarnos y animarnos. Estas, en especial, son las circunstancias en las que, como los discípulos de Emaús, tenemos que pedir al Señor de todo corazón:” Quédate con nosotros”.

Estando en la mesa, Jesús toma el pan, pronuncia la bendición y luego lo parte y se lo entrega. Estos son los gestos con los que instituyó la Eucaristía en la última cena; bendecir, partir y repartir el pan de la vida, el amor y e la unidad. En ese momento los ojos de los discípulos se abren y lo reconocen. Para que se les abra los ojos y reconozcan a Jesús, los dos discípulos han tenido que beber a la fuente de la Palabra de Dios y comer el Pan de Vida. Estos son los pasos que todo discípulo, en los sucesos de la vida, debe dar para reconocer y encontrar al Señor.

Con la resurrección, Cristo no nos ha dejado, se ha quedado por los caminos del mundo hasta que el Reino de Dios, el proyecto de amor y de vida del Padre, no se cumpla en plenitud.

Pero, en ese mismo instante en que reconocen a Jesús, Él desaparece de su vista; desaparece delante de sus ojos, pero Él sigue presente.  Con la resurrección, Cristo no nos ha dejado, se ha quedado por los caminos del mundo hasta que el Reino de Dios, el proyecto de amor y de vida del Padre, no se cumpla en plenitud. El encuentro con el Resucitado ha provocado un cambio radical en la vida de los dos discípulos; les ha hecho pasar del abandono, la tristeza y el desánimo al coraje de regresar, esperanzados y dichosos, donde los demás discípulos.

A pesar de la conversión, su camino de fe en el Jesús resucitado todavía no ha terminado; los dos necesitan reconocer la presencia del Señor junto a los demás discípulos. Por eso, “En ese mismo momento se ponen en camino y regresan a Jerusalén y allí encuentran a los demás discípulos”. Y ante la comunidad de los discípulos comparten con alegría su testimonio: “Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y como lo había reconocido al partir el pan“.

“pidamos a Jesús que sea nuestro compañero de camino y seamos solidarios con nuestros hermanos en la fe y de todos los que sufren”

Esta mañana, también nosotros, como los dos discípulos, pidamos a Jesús que sea nuestro compañero de camino y que nos haga arder el corazón, saborear su Palabra y partir el pan, para que nosotros también seamos solidarios y compañeros de camino de nuestros hermanos y hermanas en la fe y de todos los que sufren, los necesitados, los enfermos, los privados del pan de cada día, los que están solos y abandonados, las víctimas de una justicia amañada y servil, dando testimonio de que Él está presente en medio del dolor de todos ellos y de la humanidad entera. Amén

Graciela Arandia de Hidalgo



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