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sábado 3 junio 2023
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Mons. Gualberti: “La Misión de la Iglesia es: anunciar al mundo entero la buena noticia de Cristo Resucitado y compartir el don de la vida nueva”

Campanas. Este domingo24 de abril, fiesta de la Divina Misericordia, desde la Catedral, Mons. Sergio Gualberti. Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Santa Cruz afirmó que, “la Misión de la Iglesia es: anunciar al mundo entero la buena noticia de Cristo Resucitado y compartir el don de la vida nueva”

Seamos sus testigos valientes en nuestro mundo indiferente a los valores sobrenaturales, y detrás de tantos afanes superficiales y hasta contrarios a Dios, pidió Monseñor Sergio Gualberti.

 La Resurrección es el objeto primordial de nuestra fe, como nos lo recuerda San Pablo: “Si Cristo No hubiera resucitado, vana sería nuestra Fe” (1Cor. 15,17). En esta búsqueda, el Señor viene en nuestra ayuda tendiéndonos sus manos heridas para que toquemos los signos visibles de su gran amor.

Al iniciar la Celebración dominical, Mons. Gualberti presentó ante todos los fieles que estaban presentes en la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir y a todos los hermanos que seguían la transmisión a través de los medios de comunicación y las plataformas digitales; Campanas, Doakonía.edu.bo, a S.E.R. Monseñor René Leigue Cesari, nuevo Arzobispo de Santa Cruz, que fue designado por su Santidad el Papa Fráncico, el viernes 22 de abril.   

Jesús, en su condición gloriosa y cumpliendo lo prometido en la última cena, confiere a los discípulos el bautismo del Espíritu, el don más importante de la Pascua. Es el Espíritu que Él, clavado en la cruz, entregó al Padre: “Padre en tusmanos encomiendo mi Espíritu”; el Espíritu de la vida nueva, que hace nuevas creaturas, que santifica, que constituye a esos discípulos como Iglesia, el nuevo pueblo de Dios y a quienes confía su misión.

“No hay gracia más consoladora que recurrir a Cristo, fuente de la Misericordia, para recibir el perdón de nuestros pecados”

El Papa San Juan Pablo II, para que valoremos la grandeza del ministerio del perdón confiado a la Iglesia, dispuso que este II domingo de Pascua se celebre la fiesta de la Divina Misericordia. No hay gracia más consoladora que recurrir a Cristo, Fuente de la Misericordia, para recibir el perdón de nuestros pecados a través del ministro del perdón acercándonos al sacramento de la penitencia.

“En Tomás, nos sentimos representados también nosotros cuando pasamos por las dudas de fe y tenemos dificultades en creer en la Resurrección de Jesús”

 El Resucitado se presenta nuevamente en medio de ellos y, después de augurarles la paz, se dirige a Tomás invitándolo a poner sus dedos en las marcas de su pasión y crucifixión: costado, manos y pies heridos, y acompaña ese gesto con un reproche:” No seas incrédulo, sino hombre de fe”.  

“Jesús Resucitado, nos invita a poner nuestras manos en sus llagas, a creer y confiar en su Palabra”

Jesús Resucitado, al igual que a Tomás, nos invita a poner nuestras manos en sus llagas, a creer y confiar en su Palabra y en Él que nos guía y sostiene en nuestra peregrinación terrenal hacia la luz, la vida plena y la gloria definitiva.

 “Jesús llama dichosos y bienaventurados a todos los que, sin haberlo visto, han creído y creen en Él como el Señor”

 “¡Dichosos los que creen sin haber visto!”.  Entre ellos estamos también nosotros aun si todavía dudamos y somos débiles en nuestra fe.

“Perseveremos en la búsqueda de encontrar al Resucitado, a la luz de la palabra de Dios, y pidamos el don de la fe y un don gratuito”

Las palabras del Resucitado nos llenan de consuelo y esperanza: Él no nos juzga ni se escandaliza de nuestras vacilaciones e incertidumbres, lo que nos pide es que, como Tomás, sigamos participando de la vida de la comunidad.

“El Señor nos hace partícipes de la vida nueva, nos fortalece en nuestra fe y vida cristiana”

Una celebración alegre y en comunidad, donde “todos juntos con el mismo espíritu” hacemos memoria de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, comulgamos con su cuerpo y su sangre y donde expresamos nuestra acción de gracias porque Él nos hace partícipes de la vida nueva.

Demos gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” .

VIDEO

“Homilía de Monseñor Sergio Gualberti, 24 de abril de 2022”

El Evangelio de hoy, nos presenta dos apariciones del Resucitado a sus discípulos: una, la misma noche del Domingo, día la Resurrección y la otra, ocho días después, como hoy. Las escenas se desarrollan mientras los discípulos están reunidos a puertas cerradas, por miedo a los judíos, un miedo real y concreto, que no logran vencer ni ante la noticia de la tumba vacía, ni ante el testimonio de María Magdalena que ha encontrado a Jesús resucitado.

De pronto, el Señor se hace presente en medio de ellos y los saluda diciendo: “La paz esté con Ustedes“. Jesús no les hace la promesa, sino que les da esa gracia: la paz es de ustedes y está en ustedes, la paz, basadas en el amor, que brota del Resucitado presente en nuestra vida y que nos permite tener nuevas relaciones con Dios y con el prójimo, la paz de nuestra plena realización como hijos suyos y como hermanos entre nosotros, para compartir en fraternidad y justicia los bienes de este mundo.  Jesús acompaña el saludo mostrando sus manos con las marcas de los clavos y el costado abierto por la lanza, signos de su crucifixión que no desaparecen con la resurrección; el Resucitado es el Crucificado.

Los discípulos se alegraron”. Es la alegría que nace de la resurrección y que acompaña el don de la paz, la alegría que vence a la tristeza de la despedida en la última cena y de la pasión. La presencia del Señor siempre llena de gozo nuestra vida, gozo que no desaparece ni en los momentos de dolor y contrariedad. Paz, gozo y armonía, son las palabras que los Evangelios emplean para describir los frutos de la Resurrección, frutos a saborear ahora, en nuestra existencia terrenal.  A continuación, Jesús: “Sopló sobre ellos y añadió: – Reciban el Espíritu Santo”.

Aquí Jesús, en su condición gloriosa y cumpliendo lo prometido en la última cena, confiere a los discípulos el bautismo del Espíritu, el don más importante de la Pascua. Es el Espíritu que Él, clavado en la cruz, entregó al Padre: “Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu”; el Espíritu de la vida nueva, que hace nuevas creaturas, que santifica, que constituye a esos discípulos como Iglesia, el nuevo pueblo de Dios y a quienes confía su misión.

En particular, el Espíritu Santo constituye a los discípulos ministros del perdón, la reconciliación y la misericordia: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que ustedes los retengan”. El Papa San Juan Pablo II, para que valoremos la grandeza del ministerio del perdón confiado a la Iglesia, dispuso que este II domingo de Pascua se celebre la fiesta de la Divina Misericordia. No hay gracia más consoladora que recurrir a Cristo, Fuente de la Misericordia, para recibir el perdón de nuestros pecados a través del ministro del perdón acercándonos al sacramento de la penitencia.

Luego el Resucitado confía a ese núcleo inicial de Iglesia el mandato misionero que Él había recibido del Padre:” Cómo el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”. Así la Iglesia nace para la misión, esta es su razón de ser: anunciar al mundo entero la buena noticia de Cristo Resucitado y compartir el don de la vida nueva.  

En ese momento extraordinario falta el apóstol Tomás y cuando él regresa, los demás le comparten la gran noticia: “Hemos visto al Señor”. Sin embargo, él duda y no cree en el testimonio de los amigos: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en ellas y la mano en su costado, no lo creeré”.

Ocho días más tarde, los discípulos, juntos con Tomás, están reunidos en el mismo lugar. El Resucitado se presenta nuevamente en medio de ellos y, después de augurarles la paz, se dirige a Tomás invitándolo a poner sus dedos en las marcas de su pasión y crucifixión: costado, manos y pies heridos, y acompaña ese gesto con un reproche:” No seas incrédulo, sino hombre de fe”.

En Tomás, nos sentimos representados también nosotros cuando pasamos por las dudas de fe y tenemos dificultades en creer en la Resurrección de Jesús.

Jesús Resucitado, al igual que a Tomás, nos invita a poner nuestras manos en sus llagas, a creer y confiar en su Palabra y en Él que nos guía y sostiene en nuestra peregrinación terrenal hacia la luz, la vida plena y la gloria definitiva.

Es muy significativo que Tomás, a pesar de no creer en el testimonio de sus amigos, sin embargo, no los abandona, sigue unido a los demás en comunidad, por eso puede ver y tocar las llagas del Resucitado. Al fin Tomás, conmocionado por esa experiencia maravillosa, hace esa sincera profesión de fe: “Señor mío y Dios mío”; esta es la mayor confesión de fe de un discípulo, reconociendo a Jesús como Señor y Dios. Y Jesús le responde: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Dichosos los que creen sin haber visto!.

Jesús llama dichosos y bienaventurados a todos los que, sin haberlo visto, han creído y creen en Él como el Señor: “¡Dichosos los que creen sin haber visto!”.  Entre ellos estamos también nosotros aun si todavía dudamos y somos débiles en nuestra fe.

Las palabras del Resucitado nos llenan de consuelo y esperanza: Él no nos juzga ni se escandaliza de nuestras vacilaciones e incertidumbres, lo que nos pide es que, como Tomás, sigamos participando de la vida de la comunidad, perseveremos en la búsqueda de encontrar al Resucitado, a la luz de la palabra de Dios, y pidamos el don de la fe y un don gratuito.

La Resurrección es el objeto primordial de nuestra fe, como nos lo recuerda San Pablo: “Si no Cristo o hubiera resucitado, vana sería nuestra Fe” (1Cor. 15,17). En esta búsqueda, el Señor viene en nuestra ayuda tendiéndonos sus manos heridas para que toquemos los signos visibles de su gran amor y seamos sus testigos valientes en nuestro mundo indiferente a los valores sobrenaturales, ocupado y distraído detrás de tantos afanes superficiales, pasajeros y hasta contrarios a Dios.

En este evangelio de hoy hay un particular importante a resaltar: las dos apariciones del Resucitado se realizaron en la noche del primer día de la semana, el Domingo.

Por eso, desde sus inicios, la Iglesia, ha considerado el Domingo como el día del Señor Resucitado, el día que, con la celebración de la Eucaristía, da inicio y marca el rumbo de la semana.

Una celebración alegre y en comunidad, donde “todos juntos con el mismo espíritu” hacemos memoria de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, comulgamos con su cuerpo y su sangre y donde expresamos nuestra acción de gracias porque Él nos hace partícipes de la vida nueva, nos fortalece en nuestra fe y vida cristiana y nos une en la comunidad que profesa a una sola voz: “Señor mío y Dios mío“.

Las palabras finales del testo de hoy son también la conclusión de todo el Evangelio de San Juan y, sobre todo, son una invitación a reafirmar nuestra fe en el Resucitado, ya que en la Resurrección solo se puede creer: “Estos (signos) han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su nombre”. Agradecidos por los dones del Señor resucitado, digamos con las palabras del salmo: “Demos gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Amén

 

 

Graciela Arandia de Hidalgo



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