Mons. Sergio Gualberti conmemoró la fecha de hoy 1º de noviembre en la que celebramos la solemnidad de Todos los Santos y también hizo referencia a la conmemoración de la festividad de los difuntos.
El prelado hizo un llamado al pueblo de Dios a participar de la Santidad del Padre, porque todos somos obra de sus manos. También explicó que el Espíritu santifica y nos abre las puertas para compartir su vida íntima en la comunión de las tres personas de la Santísima Trinidad, su santidad y su amor gratuito.
En ese contexto invitó al Pueblo de Dios a ser santos, a seguir los pasos, a centrar la existencia en la única y auténtica Esperanza: Jesucristo.
Mons. Gualberti valoró la actitud de los hombres y mujeres que vencen al mal con el bien, que vencen la injusticia con el amor activo, que actúan con mansedumbre en medio de los lobos, al igual que Jesús, el cordero de Dios.
Finalmente recordó a todos los fieles, la promesa de Dios pues a ellos y no a los intrigantes y prepotentes será reservada la tierra como don y herencia, no esta tierra en la que todos estamos de paso, sino la tierra que ningún avasallador podrá quitarnos: el mismo Dios.
HOMILIA DE MONS. SERGIO GUALBERTI
ARZOBISPO DE SANTA CRUZ
1º DE NOVIEMBRE SOLEMNIDAD DE TODOS SANTOS
Hoy 1º de noviembre, celebramos la solemnidad de Todos los Santos, y mañana la Conmemoración de todos los difuntos. En nuestro país acomunamos las dos fiestas bajo la única denominación de “Todos Santos”, fruto de un “sentir de los fieles”, del pueblo sencillo, de la teología del pueblo de Dios, que reconoce la estrecha relación entre vivos y difuntos gracias al misterio de “la comunión de los santos”, como proclamamos en el Credo.
Pero ¿Qué significa ser “santo”?. Enla Biblia “santo”, en sentido propio, se aplica solo a Dios: Él es el único Santo, el “totalmente otro” que está más allá de toda la creación y criaturas. Esto no significa que Dios se desinterese de la humanidad, por el contrario, el Dios Santo actúa en nuestra historia y nos llama a participar de su santidad, porque somos obra de sus manos, creados a su imagen y semejanza. En el A.T. encontramos este llamado a los israelitas: “Sean Santos, como Dios es Santo”, llamado que Jesús retoma: “Sean perfectos, como el Padre del cielo es Perfecto”.
Por el bautismo todos los cristianos hemos recibido la vocación a ser santos y hemos sido sumergidos en la Santísima Trinidad: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo“. Gracias al bautismo hemos recibido el Espíritu que santifica y que nos abre las puertas para compartir su vida íntima, la comunión de las tres personas de la Santísima Trinidad, su santidad y su amor gratuito.
Sin embargo, tan sólo pensar que estamos llamados a “ser santos” nos atemoriza. Todavía queda en nuestro imaginario que el ideal de la santidad, que “ser santos” es reservado para pocas personas, algunos privilegiados que han logrado recorrer un camino muy difícil y exigente. Pensamos que el santo es aquel que hace cosas extraordinarias, prodigios, milagros, penitencias, o pasar todo el día rezando. Pero no es así, “ser santos” es cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida de cada día, es hacer extraordinariamente bien los deberes ordinarios, cada cual de acuerdo a su condición y profesión.
A lo largo del año litúrgico, la Iglesia católica celebra la memoria los santos canonizados oficialmente y que se nos presentan como modelo y testigos ejemplares de fe y de vida cristiana, como la Virgen María, San Pedro, San Pablo, San Francisco, Santa Catalina, Santa Teresa. Muchos de nosotros llevamos el nombre de esos santos, los tenemos como patronos y los veneramos con gran cariño y devoción.
A parte de estos santos reconocidos por la Iglesia, hay muchos más, “una multitud inmensa que nadie puede contar”, como nos dice el texto de Apocalipsis. Miles y miles de hermanas y hermanos, que me atrevo a definir “santos anónimos“,cristianosque,en la humildad y sencillez de cada día, han cumplido fielmente la voluntad de Dios, han entregado su vida por amor a Dios y al prójimo. Entre ellos están tantos difuntos que hemos conocido y apreciado, varones y mujeres de toda edad, estado y profesión, familiares y amigos, que nos han dado un claro testimonio de fe y de vida cristiana, entregada y sacrificada por la familia, la comunidad, la sociedad.
Confiados en los méritos de Jesucristo y la misericordia de Dios Padre, tenemos la firme esperanza que todos ellos ya gozan de la gloria eterna prometida a los siervos buenos y fieles. Esos hermanosnuestros hoy nos invitan a ser santos, a seguir sus pasos, a centrar nuestra existencia,en la única y auténtica Esperanza: Jesucristo, el autor de la vida. Acojamos su invitación, la misma que nos hace Jesús en el Evangelio, que nos indica el camino para ser felices, bienaventurados. Es el programa de la santidad que para la mentalidad del mundo suena a paradoja: felices los pobres, los afligidos, los perseguidos.
Felices los pobres en espíritu, aquellos que tienen corazón de pobre y han hecho de Dios su único recurso y sustento, que son conscientes de sus límites de creaturas, ricos sólo de los bienes que no perecen y que no confían en las riquezas, el poder y la fama. Para ellos les está reservada la dicha y el plan de vida y amor preparados por Dios desde la creación.
Felices los mansos, los que vencen al mal con el bien, a la injusticia con el amor activo y que actúan con mansedumbre en medio de los lobos, al igual que Jesús, el cordero de Dios. A ellos y no a los intrigantes y prepotentes será reservada la tierra como don y herencia, no esta tierra en la que todos estamos de paso, sino la tierra que ningún avasallador podrá quitarnos: el mismo Dios.
Felices los afligidos. Los que lloran por los males de este mundo, por las injusticias, la violencia, los enfrentamientos y las guerras, los que ansían y trabajan por un nuevo orden de cosas según el plan de Dios. Para ellos está asegurado el consuelo de ver surgir la luz que es Cristo, luz que hace avizorar un mundo de justicia, solidaridad y fraternidad.
Felices los que tienen hambre y sed de la justicia de Dios. Seremos saciados de lo que hemos tenido hambre y sed. Hambre de ser justos como el Padre, de combatir para restaurar la justicia en las situaciones concretas de injusticia y defender los derechos violados e ignorados, especialmente de los pobres, los indefensos y los excluidos, para que la vida social sea espacio de fraternidad, de dignidad y de paz para todos.
Felices los misericordiosos. Lo que harás con el mendigo que llega a tu puerta o que cruzas por las calles, Dios lo hará contigo. Ser clementes y misericordiosos como Dios, es decir sin límites, porque nosotros también somos fruto de un amor gratuito e ilimitado. Practicar la misericordia, perdonando y reconciliándonos con los que nos han ofendido, nos abrirá el corazón misericordioso de Dios que nos perdona y gratifica.
Felices los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios. ¿Quieren saber donde habita Dios? En los puros de corazón, en las personas trasparentes y sinceras, donde no hay nada de doblez ni de hipocresía. Son los que tienen un corazón que escucha, que lucha para acoger, para hacer fructificar la Palabra y para vivir el mandamiento del amor. El que tiene corazón puro ve el mundo con los ojos de Dios y entra en su misterio.
Felices los que trabajan por la paz, los operadores de paz, los que buscan lo que une y no lo que divide, que creen en la fuerza de los medios pacíficos y el diálogo y que saben respetar y escuchar al otro. Ellos serán llamados hijos de Dios y lo son en realidad.
“Felices los perseguidos por la justicia… felices Uds. cuando sean insultados y perseguidos” para ellos está prometida la perla preciosa del Reino de Dios. Son los perseguidos no por cualquier motivo, sino a causa de la justicia del Reino, a causa de la fe en Jesús y del evangelio, fe que impulsa a defender la causa de los excluidos y oprimidos. Hoy los cristianos son más perseguidos que a los inicios de la Iglesia, muchos sufren el martirio y muchos otros son agraviados por la tiranía de una cultura relativista, intolerante e laicista que “no nos reconoce porque no ha reconocido a Dios”.
Este es el camino que Jesús nos propone para ser santos, es una propuesta ardua, sin embargo no estamos solos, contamos con la asistencia de muchísimos santos, hermanos nuestros que ya han llegado a la meta y sobre todo confiamos en la promesa del Señor: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”.
En este día, fiesta de la vida y de la esperanza, elevemos con confianza nuestras oraciones a estos hermanos nuestros que ya están en Dios para que nos ayuden “a conocer cual es la esperanza a la que Dios nos ha llamado”, a imitar sus ejemplos y a emprender con decisión el camino de la santidad, renovando decidida y gozosamente nuestra fe en el Dios de la vida y en su Reino. Amén