En su homilía dominical Mons. Sergio Gualberti rememoró el momento en que Jesucristo “Al ver las multitudes” no solo ve, sino mira y pone mucha atención a lo que pasa a su alrededor y se da cuenta de los graves problemas y necesidades que aquejan a la multitud de pobres y marginados que buscan una palabra de esperanza.
Mons. Gualberti expresó su preocupación porque los pobres no sufren solo por la privación de los bienes materiales, sino también porque no son reconocidos en su dignidad de personas, porque no hay quienes los amen y porque experimentan en carne propia el desprecio de los que tienen y la impotencia de no tener posibilidades de una vida digna.
Para Mons. Gualberti las “Multitudes” anónimas sin nombre en aquel tiempo y las “multitudes” anónimas y sin derechos también hoy, son la gran mayoría de la población mundial, víctimas de la cultura del “descarte” y del egoísmo de unos pocos, grandes masas que están sin trabajo, sin horizontes, sin salida, excluidas y marginadas por el engranaje de una economía sin humanidad y sin rostro.
El Arzobispo de Santa Cruz hizo un llamado al pueblo de Dios a estar atentos pues esta actitud egoísta, indiferente ante la problemática de las mayorías se ha agudizado en el mundo globalizado, también en regímenes que se presentan como expresión popular. Los pobres no son tomados en cuenta, son ignorados al punto que han dejado de estar abajo, en las periferias o carentes de poder, ahora están afuera, como sobrantes de la sociedad.
HOMILIA COMPLETA DE MONS. SERGIO GUALBERTI
PRONUNCIADA EL 18 DE JUNIO DE 2017
EN LA CATEDRAL DE SANTA CRUZ
El evangelio de hoy nos presenta el inicio del discurso de Jesús sobre la misión, mientras recorre pueblos y aldeas proclamando la Buena Noticia del Reino y acompañando sus palabras con la curación de enfermedades y dolencias. El anuncio de la Buena Noticia es urgente y Jesús hace un primer envío de sus discípulos, como preparación a la misión definitiva y universal después de su resurrección.
“Al ver las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”. “Al ver las multitudes”: Jesús no solo ve, él mira y pone mucha atención a lo que pasa a su alrededor y se da cuenta de los graves problemas y necesidades que aquejan a la multitud de pobres y marginados que buscan una palabra de esperanza.
“Estaban extenuados y abandonados”. Esas multitudes viven una situación de pobreza, postración y desánimo a causa de la injusticia, la explotación y la ignorancia a la que las tienen sometidas. Los pobres no sufren solo por la privación de los bienes materiales, sino también porque no son reconocidos en su dignidad de personas, porque no hay quienes los amen y porque experimentan en carne propia el desprecio de los que tienen y la impotencia de no tener posibilidades de una vida digna.
“Multitudes” anónimas sin nombre en aquel tiempo y “multitudes” anónimas y sin derechos también hoy. Son la gran mayoría de la población mundial, víctimas de la cultura del “descarte” y del egoísmo de unos pocos, grandes masas que están sin trabajo, sin horizontes, sin salida, excluidas y marginadas por el engranaje de una economía sin humanidad y sin rostro.
Jesús “sintió compasión”: Él no es indiferente ante el sufrimiento de tanta pobre gente, sufre en lo más íntimo de sus ser, se solidariza y asume como propios sus problemas. La raíz más honda de la misión de Jesús se encuentra en la compasión y misericordia de Dios Padre, que lo ha enviado para que las manifieste con su palabra y acción. Jesús se agacha sobre los sufrimientos de todo ser humano, en particular sobre los llantos de los que nadie escucha y de los que nada esperan ya de nadie.
“Como ovejas que no tienen pastor”: El pueblo de Israel está cansado y abatido a causa de la irresponsabilidad y ambición de sus autoridades que han traicionado su misión de servir al bien común como buenos pastores. Ellos, despreocupados del bienestar de todos, andan afanados detrás de sus intereses y negociados. Esta actitud egoísta, indiferente ante la problemática de las mayorías se ha agudizado en el mundo globalizado, también en regímenes que se presentan como expresión popular. Los pobres no son tomados en cuenta, son ignorados al punto que han dejado de estar abajo, en las periferias o carentes de poder, ahora están afuera, como sobrantes de la sociedad.
Jesús es consciente de la urgencia y la magnitud del problema y de las pocas fuerzas con las que cuenta para enfrentarlo: “La mies es mucha y los obreros pocos”. El trigo está maduro y listo para cosechar, los pobres son disponibles a recibir la Buena Noticia de la vida, el amor y la esperanza, pero hacen falta obreros, personas que compartan esa inquietud y que quieran ser parte de la misión para que no se pierda la cosecha, haciendo inútiles tantos esfuerzos y desvelos.
Jesús toma la iniciativa. Invita a los discípulos a orar como el primero e indispensable paso para pedir a Dios, el dueño de la mies, que envíe los obreros necesarios. La oración es el medio con el que los discípulos entran en sintonía con el reino de Dios, el plan de salvación del Padre inaugurado por Jesús, y por el cual tienen que expresar su disponibilidad y compromiso. Cada vez que al rezar el “Padre Nuestro” elevamos esta petición a Dios: “venga tu Reino”, manifestamos nuestra disponibilidad a colaborar y ser parte activa del plan de vida que el Señor ha preparado para todos donde nadie quede excluido.
Como segundo paso Jesús «llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus malignos y curar toda enfermedad y dolencia». Jesús llama a los doce discípulos, sus seguidores y los consagra apóstoles, enviados, misioneros. Llama a los 12 por nombre, personalmente uno por uno, como cimientos del nuevo pueblo de Dios, de la Iglesia, así como las doce tribus de Israel conformaban el único pueblo de Israel.
Y les da autoridad y poder para que compartan su misma misión: testimoniar la misericordia de Dios liberando a las personas de las fuerzas del mal, los espíritus malignos y curando a enfermedades y dolencias. “Vayan y proclamen que el reino de los cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, echen demonios”.
Este es el mandato de Jesús a toda la Iglesia, que vaya y haga lo que hace él: anuncie el Reino de Dios, el reino de la vida, testimonie los signos mesiánicos del amor, el perdón y la misericordia, infunda valor y devuelva esperanza a los que no tienen.
Es la misión de todo el pueblo de Dios bajo la guía de los apóstoles y sus sucesores, misión por tanto no por iniciativa propia de individuos o grupos aislados, sino de la comunidad en cuanto depositaria de la misión de Jesús.
Y el Señor acompaña el envío de los apóstoles con unas instrucciones bien claras: que no hagan proselitismo sino que anuncien el Reino de Dios y den testimonio de él con su vida, que, en cuanto primera experiencia misionera, se limiten a las ovejas perdidas del pueblo de Israel y que no hagan un negociado con la misión: “Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente”. Advertencia muy clara: El anuncio de la Palabra debe ser gratuito, con generosidad y misericordia, sin esperar nada a cambio, ya que la Palabra no es nuestra, es un don de la misericordia de Dios, por eso no podemos manipularla y menos aún servirnos de ella para nuestro provecho e interés.
Palabra gratuita fruto del amor de Dios, que viene en nuestra ayuda, nos orienta y da esperanza en todos los momentos de nuestra vida. Una Palabra que se ha hecho carne y que, clavada en la cruz, nos ha reconciliado con el Padre, como nos recuerda San Pablo en la carta a los cristianos de Roma: “Fuimos reconciliados por la muerte de Jesús”. Gracias a la entrega de Jesús en la cruz, somos personas que nos dejamos llevar solo por el amor de Dios, libres de toda clase de opresiones antiguas y nuevas.
Este gran don nos colma de alegría, confianza y gratitud, sentimientos que expresamos con las hermosas palabras del salmo proclamado hace un momento: ”El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades”. Amén
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz.