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domingo 3 diciembre 2023
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La verdadera riqueza está en abrir nuestro corazón, ser solidarios y misericordiosos con los necesitados, dice Monseñor Sergio

Monseñor Sergio Gualberti pidió que busquemos ser ricos a los ojos de Dios y señaló que el camino es “compartir con gratuidad y la magnanimidad lo que tenemos, convencidos que la verdadera riqueza está en abrir nuestro corazón, ser solidarios y misericordiosos con los necesitados, los que sufren, los pobres, los abandonados y los descartados de nuestra sociedad”.

El Arzobispo de Santa Cruz celebro la realización de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y en especial la participación de la delegación boliviana. En ese sentido, destacó los mensajes del Papa Francisco que no busca congraciarse con los jóvenes sino que los desafía a construir un mundo más humano y justo a partir de la donación de sí mismos, en particular destacó que con sus gestos y palabras ha manifestado mucha cercanía con los jóvenes, invitándolos a ser signos de esperanza en este mundo que está en guerra “porque se ha perdido la paz”.

Al referirse al evangelio que señala, mediante una parábola contada por Jesús, el pecado capital de la codicia explicó que este “consiste en acumular los bienes y en poner la total confianza y la finalidad de la vida en ellos-en los bienes-, queriendo disfrutarlos solo para sí mismo: “Alma mía tienes bienes almacenados para muchos años: descansa, come, bebe y date buena vida”. La avaricia y el deseo exagerado de tener siempre más y a como dé lugar, se vuelve el ídolo que sustituye a Dios.

“Jesús nos advierte: “Cuídense de toda avaricia”, tenemos que ser muy vigilantes, porque, como nos dice el Papa Francisco, “ser atraído por el poder, grandeza y visibilidad es algo trágicamente humano y es una gran tentación que busca infiltrarse por doquier”.

El Arzobispo señaló que “En esta gran tentación se enmarca la lógica de la sociedad de consumo, una forma de idolatría de nuestros días que promueve la acumulación, la compra o el consumo de los bienes y servicios no esenciales, donde prima el tener sobre el ser, causando incluso alienación en las personas. La lógica del bienestar consumista centra la felicidad humana en la opulencia, fomenta la codicia, pretende imponerse en todo el mundo y busca transformar todo en objeto de cambio, todo en objeto de consumo, todo negociable sin ningún freno ni respeto a nada ni a nadie”.

HOMILIA DE MONS. SERGIO GUALBERTI
PRONUNCIADA EN LA CATEDRAL DE SANTA CRUZ
JULIO 31 DE 2016

Queridos hermanos y hermanas, esta semana hemos acompañado con nuestra oración y sentimientos de sincera comunión al Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, que se clausura hoy. Convocados por el Papa se han reunido muchos jóvenes de todo el mundo, entre ellos una significativa delegación de Bolivia y de Santa Cruz, que cada día nos han compartido con entusiasmo su intensa experiencia de Iglesia marcada por la oración, la reflexión, el compartir y la alegría.

El Papa con sus palabras y gestos ha manifestado mucha cercanía y confianza en los jóvenes desafiándolos a ser signo de esperanza en nuestro mundo que. “está en guerra porque ha perdido la paz… Ante el mal, el sufrimiento, el pecado, la única respuesta posible para el discípulo de Jesús es el don de sí mismo, incluso de la vida, a imitación de Cristo; es la actitud de servicio… Queridos jóvenes, el Señor les invita de nuevo a que sean protagonistas de su servicio; quiere hacer de ustedes una respuesta concreta a las necesidades y sufrimientos de la humanidad; quiere que sean un signo de su amor misericordioso para nuestra época. Para cumplir esta misión, él les señala la vía del compromiso personal y del sacrificio de sí mismo: es la vía de la cruz”.

El Papa es muy directo, no busca congraciarse con los jóvenes; les pide ser protagonistas para cambiar este mundo marcado por las guerras, las injusticias y los sufrimientos, indicando pero que el único camino es el de la cruz, del sacrificio y del servicio por amor y no él el poder, el tener y el prestigio.

Estas palabras están en consonancia con las enseñanzas de Jesús en el evangelio de hoy. Mientras él está enseñando, un hombre le pide mediar entre él y su hermano por la herencia. Jesús no da una respuesta directa, porque su misión va mucho más allá de las cuestiones de dinero y de heredad.

Pero aprovecha la pregunta para llamar la atención sobre la tentación de la codicia: “Cuídense de toda avaricia”. Jesús ilustra su mensaje con la breve pero incisiva parábola del rico terrateniente que habiendo logrado una abundante cosecha, piensa construir un gran almacén para pasar el resto de su vida gozando a sus anchas y sin preocupaciones. Mientras está en sus planes Dios le increpa: “(Insensato, esta misma noche vas a morir!” Este hombre no viene llamado necio ni es condenado por el hecho de ser rico ni por asegurar el porvenir, sino porque ha acumulado egoísticamente los bienes para sí y por poner en ellos toda su seguridad. “Esto es lo que pasa al que acumula riquezas para sí”. Las riquezas son una ilusión, son vaciedad de vaciedad, como nos dice la primera lectura de Qohelet, son como una neblina matutina que se disipa ni bien sale el sol. Ese hombre insensato ha confiado ciega y totalmente en las riquezas y ha muerto solo.

La palabra de Dios nos advierte que nosotros solamente somos poseedores temporales y no dueño de los bienes, y que tarde o temprano los deberemos dejar. Además “¿Para quién será lo que has amontonado?” Nadie puede asegurar que utilidad darán los beneficiarios a las riquezas heredadas, podrían ser incluso personas que no saben que se juntaron con mucho sudor y fatiga. Al respecto, sobran los ejemplos de imperios económicos despilfarrados por los herederos o de legados que han causado discordias, pleitos y divisiones en las familias.

El pecado es la codicia, un pecado capital, que consiste en acumular los bienes y en poner la total confianza y la finalidad de la vida en ellos, queriendo disfrutarlos solo para sí mismo: “Alma mía tienes bienes almacenados para muchos años: descansa, come, bebe y date buena vida”. La avaricia y el deseo exagerado de tener siempre más y a como dé lugar, se vuelve el ídolo que sustituye a Dios.

Jesús nos advierte: “Cuídense de toda avaricia”, tenemos que ser muy vigilantes, porque, como nos dice el Papa Francisco, “ser atraído por el poder, grandeza y visibilidad es algo trágicamente humano y es una gran tentación que busca infiltrarse por doquier”.

En esta gran tentación se enmarca la lógica de la sociedad de consumo, una forma de idolatría de nuestros días que promueve la acumulación, la compra o el consumo de los bienes y servicios no esenciales, donde prima el tener sobre el ser, causando incluso alienación en las personas. La lógica del bienestar consumista centra la felicidad humana en la opulencia, fomenta la codicia, pretende imponerse en todo el mundo y busca transformar todo en objeto de cambio, todo en objeto de consumo, todo negociable sin ningún freno ni respeto a nada ni a nadie. Así denuncia el Papa Francisco con palabras fuertes: “En este mundo intoxicado con el consumismo,… se genera la cultura del descarte que no respeta nada ni a nadie: desde los animales a los seres humanos, e incluso al mismo Dios”. No debemos dejarnos engañar: la vida es don de Dios, por tanto no está en los bienes ni depende de ellos, aunque los tengamos en abundancia.

El rico de la parábola es necio e insensato porque ha olvidado la finalidad de las cosas: “Acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”. Si todo lo que tenemos es don de Dios, debemos orientar hacia él lo que de él hemos recibido y servirnos de ellos para alcanzar los eternos. Y el Señor nos dice que el camino es compartir con gratuidad y la magnanimidad lo que tenemos, convencidos que la verdadera riqueza está en abrir nuestro corazón, ser solidarios y misericordiosos con los necesitados, los que sufren, los pobres, los abandonados y los descartados de nuestra sociedad.

“Cuando el corazón está abierto y es capaz de soñar hay espacio para la misericordia, hay espacio para acariciar a los que sufren, hay espacio para ponerse junto a los que no tienen paz en el corazón o les falta lo necesario para vivir o les falta la cosa más hermosa: la Fe. Misericordia” (Papa Francisco en JMJ).

San Pablo en la carta a los cristianos de Colosas nos invita también a abrir nuestros horizonte encima de las cosas terrenales: “Busquen los bienes del cielo… tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra”. Llamados a buscar, en primer lugar, las cosas de arriba, a tener una existencia acorde con la vida nueva en Cristo y a vivir conforme a nuestra condición de hijos que Dios nos regala, a partir del bautismo. Buscar los bienes del cielo, significa vencer la preocupación del tener y crecer en nuestro “ser”, significa orientar toda nuestra vida sobre la verdadera seguridad y el verdadero tesoro de la comunión con Dios y con los hermanos.

Esto no significa desprecio ni apego ante los bienes materiales, sino que hay que conformarnos con lo necesario para una vida digna. La Oración Colecta de la Misa del Domingo pasado nos invitaba a pedir a Dios que acreciente su misericordia sobre nosotros para que, bajo su guía providente, usemos los bienes pasajeros de tal modo que ya desde ahora podamos adherirnos a los eternos.

Buscar los bienes del cielo no significa escapar de las responsabilidades y tareas de ciudadanos del mundo, por el contrario es asumirlas con la convicción de que tienen que estar enmarcadas en los auténticos y perennes valores del Evangelio que dan sentido a la vida: el amor, la justicia, la libertad, la verdad y la paz.

Buscar los bienes del cielo es por tanto centrar nuestra vida de cada día en Jesucristo, la perla preciosa y el verdadero tesoro, donde no hay herrumbre ni polilla que los consuma. “Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor, nuestro Dios y haga prosperar la obra de nuestras manos”.

Amén.

Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz.

Encargado


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