“Comprometerse por la justicia, no es hacer política”
En su homilía dominical Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo Emérito de Santa Cruz rememoró a Juan el Bautista que predicaba la conversión e invitaba al pueblo de Israel a acoger a Jesús el Mesías que es el hijo de Dios que no tiene pecado y es enviado a liberarnos del mal, para ello se mezcla con los pecadores. En ese contexto dijo que Dios va a instaurar el Reino de Dios por medio de Juan y Jesús y todos los que han recibido el bautismo.
Por otro lado Mons. Gualberti remarcó que la mayoría de la población sufre por una administración de la justicia parcializada y servil a los intereses de los poderes de turno. En ese contexto indicó que Dios quiere que todos tengamos una vida digna en este mundo y que gocemos de su paz por toda la eternidad, gracias a Jesús el “Siervo del Señor” en el que se manifiesta la misericordia de Dios en el respeto a la libertad y la conciencia de las personas.
Finalmente dijo que el temor de Dios no es miedo, es respeto y reconocimiento a El que nos ha dado la vida y puede liberarnos de los males y convocó al Pueblo de Dios a trabajar en la construcción de un mundo donde la justicia, la libertad, la verdad y el bien común sean el marco referencial. Comprometerse por la justicia, no es hacer política.
y remarcó que esa es nuestra misión de cristianos, para el efecto exhortó a los fieles a pedirle a Dios nos de la valentía de ser testigos humildes y alegres de Cristo
Homilía de Mons. Sergio Gualberti
Arzobispo Emérito de Santa Cruz
Enero 8 de 2023
Juan el Bautista predica la conversión e invita al pueblo de Israel a acoger a Jesús el Mesías.
Este domingo, fiesta del bautismo de Jesús, termina el tiempo festivo de Navidad, en el que hemos revivido el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre. En este clima gozoso, el evangelio de hoy nos presenta a Juan el Bautista que, cumpliendo con el mandato de Dios, está predicando la conversión y bautiza al pueblo de Israel exhortándolo a acoger a Jesús, el Mesías que habían esperado durante tantos siglos.
El hijo de Dios que no tiene pecado es enviado a liberarnos del mal, se mezcla con los pecadores.
Muchas personas, impactadas por las palabras vehementes y cautivadas por la vida austera de Juan, acuden a orillas del Rio Jordán donde él está bautizando. Un día, también Jesús se presenta y se pone en la fila de los pecadores para recibir el bautismo. Él, el Hijo de Dios que no tiene pecado y enviado a liberarnos del mal, se mezcla con los pecadores, a indicar que Jesús carga sobre sí y que se solidariza con nuestra condición humana para redimirla del pecado.
Dios va a instaurar el Reino de Dios por medio de Juan y Jesús y todos los que han recibido el bautismo.
Juan el Bautista, al reconocer a Jesús, lo reconoce se rehúsa de bautizarlo: “Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tu el que viene a mi encuentro!” Pero Jesús le contesta: “Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos toda justicia“. Ese es el momento en el que Dios va a cumplir “las obras de justicia“, es decir instaurar el Reino de Dios, el plan de salvación por medio de Juan y de Jesús, y por medio también de todos los que han recibido el bautismo y son discípulos de Jesús, estamos llamados a cumplir el plan del Señor.
Esto es lo que el Señor espera de nosotros, como nos dice el apóstol Pedro: “Todo el que teme al Señor y practica la justicia es agradable a Dios“. Esto implica que nosotros, en primer lugar, tenemos que practicar la justicia ante Dios, es decir poner a Dios al centro de la historia cotidiana de la humanidad y de nuestra existencia personal, tomando su palabra como guía en todo nuestro obrar.
La mayoría de la población sufre por una administración de la justicia parcializada y servil a los intereses de los poderes de turno.
Pero ser justos ante Dios, exige necesariamente promover la justicia y el derecho también en las relaciones con las demás personas, con todo el mundo y los bienes creados: “Yo el Señor, te llamé en justicia… para ser luz de las naciones…abrir los ojos de los ciegos y para hacer salir de la prisión a los cautivos”. Este mandato del Señor, es un serio llamado de atención para nuestra sociedad donde la gran mayoría de la población se siente desamparada y sufre por una administración de la justicia parcializada y servil a los intereses de los poderes de turno.
Apenas Jesús es bautizado, sale del agua, se abren los cielos y ve el Espíritu de Dios descender sobre Él como paloma y se oye una voz del cielo: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección“. Ahora los cielos están abiertos y toda la humanidad tenemos acceso a Dios, el Padre que nos ama en su Hijo muy querido. Nadie es excluido.
El Padre pone su predilección en su Hijo y le confiere el poder sobre el mal y la muerte, para que nosotros podamos experimentar la cercanía, el amor y la misericordia divina. Y justamente es Jesús que hace presente la acción salvadora del Padre, patente a través de los gestos y prodigios que cumple en favor de los pobres, los necesitados, los poseídos por espíritus malignos, los enfermos y los pecadores.
Dios quiere que todos tengamos una vida digna en este mundo y que gocemos de su paz por toda la eternidad.
San Pedro, en pocas palabras, resume toda la obra que Jesús ha realizado: Él “pasó su vida haciendo el bien“. Él es el buen samaritano que se agacha sobre nuestras miserias y heridas físicas, espirituales y morales, él nos libera del mal, nos alivia de los dolores y nos abre a la esperanza. Jesús es el rostro visible del Reino de justicia y de paz de Dios, él quiere que todos tengamos una vida digna en este mundo y que, en su presencia, gocemos de su paz, ahora y para toda la eternidad.
Jesús el “Siervo del Señor” manifiesta la misericordia de Dios en el respeto a la libertad y la conciencia de las personas.
Jesús el “Siervo del Señor“, del que habla el profeta Isaías en la 1era lectura, vino a implementar la justicia y el derecho no con la fuerza, la imposición o la violencia, ni apagando la mecha de la esperanza que arde débilmente. Por el contrario, manifiesta el amor y la misericordia de Dios en el respeto de la libertad y la conciencia de las personas. “Él no gritará, no levantará la voz… no romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente… ni se desalentará hasta implementar el derecho en la tierra”. Esa es la visión de Jesús y de nosotros los cristianos.
Para Dios no hay collas ni cambas, ni blancos ni negros ni ricos ni pobres, somos todos sus hijos.
El apóstol Pedro, ante la conversión del centurión romano Cornelio y su familia por obra del Espíritu Santo, nos da un testimonio real de que Dios, por la fe en Jesús, ofrece la salvación a todos sin distinción alguna: “Verdaderamente comprendo que Dios no hace distinción entre personas, Para Dios no hay collas ni cambas, ni blancos ni negros ni ricos ni pobres, somos todos sus hijos.
El temor de Dios no es miedo, es respeto y reconocimiento a El que nos ha dado la vida y puede liberarnos de los males.
“El que tema a Dios y practique la justicia” es la condición que pone el Señor para que seamos salvados. El temor de Dios no es miedo, es respeto y reconocimiento de que Él nos ha dado la vida, Él es único Señor, el único ante quien nosotros nos podemos y debemos arrodillar como los reyes magos ante el Niño Dios. La práctica la justicia exige que seamos libres del egoísmo y de la codicia, que nos relacionemos con los demás como verdaderos hermanos, no con espíritu de poder, que reconozcamos en todo ser humano la igual dignidad de hijos de Dios es la que prima y respetemos sus derechos y la sacralidad de vida.
La construcción de un mundo donde la justicia, la libertad, la verdad y el bien común sean el marco referencial es nuestra misión de cristianos
Es una tarea ardua, pero, por la gracia del bautismo hemos recibido la capacidad para “practicar la justicia y el derecho” en todos los ámbitos de la vida a nivel personal y social. Por eso, el compromiso por la construcción de un mundo distinto del de hoy, donde la justicia, la libertad, la verdad y el bien común sean el marco referencial y normativo para todos, es parte de nuestra vocación y misión de cristianos. No es hacer política, comprometerse por la justicia.
La Palabra de Dios, hoy, ha ayudado a descubrir el gran valor del bautismo, la gracia que nos ha engendrado a la vida nueva y nos ha hecho hijos de Dios, coherederos de la vida eterna en Cristo y miembros del Pueblo de Dios.
Esta verdad, nos debería llenar de alegría, gratitud y esperanza, sin embargo y a menudo, no sabemos apreciarla y el bautismo queda como algo del pasado que no cambia nuestra manera de vivir marcada por los modelos ilusorios del mundo. Esto se nota también en los nombres que hoy se acostumbra escoger para los niños al momento de bautizar; nombres raros o de personajes famosos del deporte o del espectáculo, dejando a un lado los nombres de santos, ejemplos y patronos de las personas que lo llevan.
Respecto al valor del Bautismo, el Papa Francisco, en una de sus primeras catequesis, decía “¡No es una formalidad! El Bautismo, es un acto que toca en profundidad nuestra existencia. No es lo mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros, con el Bautismo, somos sumergidos en aquella fuente inagotable de vida que es la muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor, podemos vivir una vida nueva, no más a la merced del mal, del pecado y de la muerte, sino en la comunión con Dios y con los hermanos”.
Pidamosle a Dios nos de la valentía de ser testigos humildes y alegres de Cristo
Esta mañana, expresemos nuestro sincero agradecimiento a Dios por habernos dado la gracia del Bautismo y pidámosle que nos de la valentía de ser, en cada momento de nuestra vida, testigos humildes y alegres de Cristo “que pasó su vida haciendo el bien“. Amén