En su homilía dominical, Monseñor Sergio habló de la llamada de Jesús a seguirlo y ser sus discípulos y en ese sentido, aseguró que libertad de Cristo que nos da la fortaleza para romper con la esclavitud del egoísmo y para desafiar y resistir a todo lo que amenaza a la libertad, tanto en el ámbito personal, como social, cultural y político.
El Prelado también se refirió a las imágenes desgarradoras de esta semana de un joven padre de 23 años que, cruzando el rio Bravo entre México y Estados Unidos, se ha ahogado abrazado de su hijito. Aseguró que este rama es apenas la punta del iceberg y llamó a denunciar este sistema egoísta y cruel que obliga a millones de personas e emigrar “y los espera Muros de la vergüenza, la indiferencia y el egoísmo”.
En relación al Evangelio de este domingo donde, en su camino a Jerusalén, Jesús dialoga con tres personas a quienes invita a seguirlo, Monseñor Sergio señaló que “En estos tres encuentros Jesús define las condiciones claras para seguirlo, para ser discípulo: desprenderse del apego a sí mismo y a su propia voluntad para cumplir la voluntad de Dios; dar al Reino de Dios la prioridad absoluta sobre todas las demás preferencias, incluidos los lazos familiares, si fueran un obstáculo; confiar en su persona y seguirlo con recta intención y por amor, y no buscar la seguridad, el bienestar y los privilegios”.
“Para ser discípulos de Jesús, hay que liberarse de toda seguridad humana, tener a Jesús como único tesoro y ponerse en las manos providentes de Dios porque la vida depende solo de él.
La libertad de Cristo nos da la fortaleza para romper con la esclavitud del egoísmo
Para Monseñor Sergio, la libertad “don gratuito de Jesús, nuestra vocación e identidad de cristianos” nos ayuda a responder a la llamada de Jesús ya que “Jesús nos ha liberado del viejo modo de vivir marcado por el egoísmo, las pasiones, el mal, el libertinaje, y la falta de ética y de referencia a Dios”.
La libertad de Cristo brota del amor, el libertinaje brota del egoísmo.
“La libertad de Cristo nos da la fortaleza para romper con la esclavitud del egoísmo y para desafiar y resistir a todo lo que amenaza a la libertad, tanto en el ámbito personal, como social, cultural y político. La sociedad y cultura de hoy, marcadas por el pensamiento relativista y la economía de mercado, no aceptan discrepancias ni cuestionamientos a sus dictámenes, aun cuando vulneran la dignidad y derechos de las personas, de las familias o de los pueblos”.
Nuevos intolerantes y autoritarismos
A los que disienten del pensamiento único y defienden pública y pacíficamente sus convicciones personales, su visión de la vida y del mundo, se los tacha de intolerantes, de fomentar el odio y se los amenaza hasta con sanciones. Ante esta manera prepotente de actuar habría que preguntarse quiénes son de verdad los intolerantes y autoritarios.
Denunciemos este sistema egoísta y cruel que obliga a millones de personas e emigrar “y los espera Muros de la vergüenza, la indiferencia y el egoísmo”
En nombre de la libertad cristiana, no hay que tener miedo en denunciar este sistema egoísta y cruel que mantiene a tantos hermanos y hermanas sumidos en la miseria. Se obliga a millones de personas a emigrar en busca de condiciones de vida digna, a enfrentar viajes peligrosos y se los espera con los muros de la vergüenza, la indiferencia y el egoísmo.
La migración es el drama de miles y miles de víctimas inocentes de un sistema inhumano
“Son de esta semana las imágenes desgarradoras de ese joven padre de 23 años que, cruzando el rio Bravo entre México y Estados Unidos, se ha ahogado abrazado de su hijito. Este drama es solo la punta del iceberg, de miles y miles de víctimas inocentes de ese sistema inhumano, de la complicidad de gobiernos de países que se dicen civilizados y de la ignavia de organismos internacionales instituidos para defender la vida y los derechos humanos”.
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ
DOMINGO 30 DE JUNIO DE 2019
BASÍLICA MENOR DE SAN LORENZO MÁRTIR
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús junto con sus discípulos en el último viaje hacia Jerusalén, hacia la cruz. Debiendo cruzar el territorio de Samaría, cuyos habitantes eran despreciados de parte de los judíos porque considerados cismáticos, Jesús envía por delante algunos mensajeros para que lo reciban. Esa gente, al enterarse de que Jesús va a Jerusalén, no lo acepta. Jesús es el “excluido de los excluidos”, rehusado por los judíos y por esa gente marginada.
Ante este rechazo, los dos hermanos y discípulos Santiago y Juan piden a Jesús la autorización para castigar a ese pueblo, pero él los amonesta, y se marcha hacia otro pueblo. Este gesto es la imagen de la libertad: Jesús, al defender a los que no lo acogen y que no piensan como él, está defendiendo al ser humano en cuanto persona, no se fija en sus creencias y modo de ser.
Luego Jesús, con sus discípulos, se dirige a otro pueblo y mientras van en camino un hombre se le acerca y le dice: “¡Te seguiré adonde vayas!”. Este hombre no identificado representa a todos aquellos que quieren ser discípulos de Jesús y dispuestos a convertirse. Jesús, con un ejemplo muy iluminador, le indica lo que implica seguirlo: “Los zorros tienen su cueva y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.” Para ser discípulos de Jesús, hay que liberarse de toda seguridad humana, tener a Jesús como único tesoro y ponerse en las manos providentes de Dios porque la vida depende solo de él.
Jesús nos ha dado ejemplo de desprendimiento, siendo rico se ha hecho pobre por nosotros, entregándose totalmente a nosotros, para que fuéramos ricos de la verdadera riqueza: la vida de Dios. Jesús nos ama y pide ser amado por lo que es, estrechar una relación de amor de persona a persona, y no por su poder o por lo que puede dar.
Después Jesús toma la iniciativa invitando a otro:” Sígueme”. La llamada pertenece al Señor, una llamada libre y por amor; a nosotros la respuesta. Ese otro hombre da muestras de buena voluntad, pero pide más tiempo para hacer “antes” lo que más le interesa: “Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre”. La respuesta de Jesús es clara: el anuncio del Reino de Dios está por encima de todo afecto humano, porque toda realidad humana, por grande que sea, “procede” del amor de Dios y no se puede poner delante de Él como un absoluto. Si se pone algo antes que el Señor, Él ya no es el Señor.
Un tercer hombre dice a Jesús: “Te seguiré Señor, pero permíteme que vaya antes a despedirme de los de mi casa”. Este hombre se propone a Jesús pero el mismo se pone su prioridad: tomarse un tiempo para despedirse de los de su casa. Sus palabras muestran su indecisión, le cuesta romper sus raíces y relaciones. Por eso habla del futuro: “te seguiré”. Jesús le contesta que no hay tiempo que perder, que es urgente labrar el gran campo del mundo para sembrar la semilla del Evangelio y no mirar atrás.
En estos tres encuentros Jesús define las condiciones claras para seguirlo, para ser discípulo: desprenderse del apego a sí mismo y a su propia voluntad para cumplir la voluntad de Dios; dar al Reino de Dios la prioridad absoluta sobre todas las demás preferencias, incluidos los lazos familiares, si fueran un obstáculo; confiar en su persona y seguirlo con recta intención y por amor, y no buscar la seguridad, el bienestar y los privilegios.
En las respuestas de los tres hombres, vemos reflejada nuestra realidad ante el llamado del Señor. Por un lado nos atrae la propuesta de seguir a Jesús pero, por el otro, no queremos romper con nuestros apegos y ataduras. Nuestra voluntad está dividida, queremos estar con Jesús, pero sin cumplir los medios. Por eso hace falta purificar y sanar nuestra voluntad, acordar nuestra voluntad a la voluntad de Dios y tener un espíritu de libertad, movidos únicamente por el amor a Jesús y por el deseo de servirle.
Es lo que afirma San Pablo en su carta a los cristianos de Galacia que hemos escuchado en la 2da lectura, nos habla de “Cristo nos ha dado la libertad. Manténganse firmes para no hacer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud”. La libertad es el don gratuito de Jesús, nuestra vocación e identidad de cristianos. Jesús nos ha liberado del viejo modo de vivir marcado por el egoísmo, las pasiones, el mal, el libertinaje, y la falta de ética y de referencia a Dios. La libertad de Cristo brota del amor, el libertinaje brota del egoísmo.
“Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en la libertad… háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor”. La libertad de Cristo nos da la fortaleza para romper con la esclavitud del egoísmo y para desafiar y resistir a todo lo que amenaza a la libertad, tanto en el ámbito personal, como social, cultural y político. La sociedad y cultura de hoy, marcadas por el pensamiento relativista y la economía de mercado, no aceptan discrepancias ni cuestionamientos a sus dictámenes, aun cuando vulneran la dignidad y derechos de las personas, de las familias o de los pueblos.
A los que disienten del pensamiento único y defienden pública y pacíficamente sus convicciones personales, su visión de la vida y del mundo, se los tacha de intolerantes, de fomentar el odio y se los amenaza hasta con sanciones. Ante esta manera prepotente de actuar habría que preguntarse quiénes son de verdad los intolerantes y autoritarios.
En nombre de la libertad cristiana, no hay que tener miedo en denunciar este sistema egoísta y cruel que mantiene a tantos hermanos y hermanas sumidos en la miseria. Se obliga a millones de personas a emigrar en busca de condiciones de vida digna, a enfrentar viajes peligrosos y se los espera con los muros de la vergüenza, la indiferencia y el egoísmo.
Son de esta semana las imágenes desgarradoras de ese joven padre de 23 años que, cruzando el rio Bravo entre México y Estados Unidos, se ha ahogado abrazado de su hijito. Este drama es solo la punta del iceberg, de miles y miles de víctimas inocentes de ese sistema inhumano, de la complicidad de gobiernos de países que se dicen civilizados y de la ignavia de organismos internacionales instituidos para defender la vida y los derechos humanos.
Ante tanta degradación, la libertad se eleva como el signo luminoso de la novedad cristiana, no sujeta a dependencias ni opacada por la maldad, libertad que mueve a proclamar la verdad del hombre y de Dios y a vivir el amor como Cristo, entregando la vida por el Reino de Dios. Amén.