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martes 26 septiembre 2023
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Julio Terrazas, “Vallegrandino con Sombrero Cardenalicio”

Familiar y popularmente, a   los   vallegrandinos les dicen “ch’uludos”, por el típico sombrero de fieltro que llevan puesto, varones y mujeres, para protegerse del cruel sol que azota con sus ígneos rayos las cuestas y bajíos, los churos y quebradas, las lomas y mogotes que caracterizan la topografía de la provincia de Vallegrande. ¿Quién podría haber imaginado que en el seno de la familia Terrazas se gestaba lenta y misteriosamente el perfil de una gran personalidad que en lugar del “ch’ulu” que remite a estas privilegiadas tierras vallunas, pronto el Estado del Vaticano; y de manos del querido Papa, de feliz memoria, Juan Pablo II; le otorgaría el Sombrero Cardenalicio, y lo haría miembro del Colegio de Cardenales de la Iglesia Universal?

Mirar la vida del Cardenal Julio Terrazas, desde sus 75 años, por el retrovisor de su existencia, es un intento de lectura bajo el lente de la connotación del mensaje. La persona y el personaje se convierten en una totalidad que se hace muy difícil de separar. Estamos ante el hecho de quien se convierte en testigo de un proyecto de vida hecho historia y realización en una sola persona como el Cardenal Julio. Desde el faro ‘de hoy, la contemplación del pasado adquiere una luz y una fuerza nuevas: hasta los detalles más insignificantes como la tierra, la casa donde nació, sus hermanos, sus padres y sus travesuras de niño tienen la perspectiva de lo profético. Son luces que nos explican los hechos y conductas del presente y del futuro consolidado en el fruto maduro de una existencia vivida, asumida y entregada al servicio del Reino de Dios, en medio del pueblo boliviano y caminando con él.

Retrato de una gran personalidad

Cualidades humanas:

Mons. Julio ofrece un trato humano sencillo. Le divierte tomar el pelo a quien tiene con él una amigable relación continua, rompiendo normalmente el hielo. Casi siempre mantiene un espíritu jovial y de muy buen humor.

Enseguida, despierta en el otro una confianza y una espontaneidad en la relación. Gusta mirar de frente a su interlocutor, sonreír con una amabilidad que le brota fácilmente de su carácter transparente y expresar gestos muy humanos. Le acompaña una gran capacidad perceptiva: advierte el estado de ánimo de la persona o recuerda alguna cualidad que él conoce o   su situación familiar o laboral que utiliza para entrar en confianza y despertar el interés del otro.

Capacidades innatas que lo cualifican:

El “Padre Julio”, como tan familiar y confiadamente le decían, – y aún mucha gente lo nombra cariñosamente de esa manera goza de un sentido y una valoración extraordinaria de la amistad. La lealtad, el respeto a la libertad de la otra persona, como la fidelidad, acompañan el cultivo y la realización de este valor tan profundamente humano y, a la vez, tan de Dios.

Dotado de una viva y   maravillosa   imaginación, y de una inteligencia clara, profunda y sensible, hacen que Mons. Julio goce de una   cualidad que, en el sentir de muchos, desborda y expresa con libertad y dominio manifiesto: es un orador nato.   Muchos   de   sus   amigos,   incluso   quienes discrepan de su forma de pensar, le llaman el “pico de oro en la Iglesia de Bolivia”. A ello se suma una facilidad grande para comunicarse con la gente, con su público. Más de una vez, le oí decir a él mismo: “Cuando estoy delante de mucha gente reunida, me inspiro más fácilmente que cuando estoy delante de la máquina de escribir”. Este don personal ha facilitado, en gran medida, el desarrollo de su ministerio de la predicación de la Palabra, mayormente practicado en la homilía dominical y festiva; pero también como conferencista en muchos acontecimientos eclesiales, dentro y fuera del país.

Formado en la Escuela de los Misioneros Redentoristas, es un gran predicador, un maestro de la Palabra de Dios leída en la vida y convertida en luz para guiar a los fieles, sobre todo a los jóvenes, por los senderos de su existencia y sus relaciones familiares, políticas y sociales. Tiene el don de captar la atención de sus oyentes y sostener el interés de ellos por mucho tiempo, y es porque sabe llegar al corazón de las personas y conectar con sus sentimientos, su dolor, sufrimiento o sus alegrías. En esta línea, es muy fácil entender la fuerza apasionante, el contenido vital y la claridad que tiene el Cardenal por el tema de la Misión.

Cultiva una lectura asidua de la Sagrada Escritura, textos y artículos de teología en libros y revistas especializadas, como también un seguimiento constante   de   la   producción   del   magisterio   de la Iglesia. En ello, pone en ejercicio su espíritu siempre alerta, vigilante, crítico y de discernimiento pastoral que le facilita mantener una síntesis siempre actualizada de los hechos, corrientes de pensamiento, propuestas teológicas y opciones pastorales que va tomando el conjunto de nuestra Iglesia, en su vida y en su acción.

Lee mucho y siempre está al día con las noticias diarias del periódico, la radio o la televisión. Tiene una gran capacidad de síntesis y de crítica propia a lo que acontece en la vida nacional, internacional y eclesial. Esa sintonía especial y extraordinaria con la realidad hace que cultive un gran interés por los temas sociales, políticos, culturales e históricos.   Esta   nota, unida   al dominio   espiritual y casi connatural con el Evangelio, le ha llevado en su vida y en su labor pastoral, cada vez con mayor hondura y madurez, a cultivar una visión, reflexión y opción por los pobres. En esa línea de pensamiento y de acción, Monseñor Julio se ha jugado temerariamente su propia vida, sobre todo bajo las dictaduras militares.

El Cardenal tiene la convicción de que la oración es la forma más eminente e insustituible de encontrarse, experimentar   y   de   estar   permanentemente   en la presencia de Dios. Él sabe que una práctica constante de oración incorpora   en   el espíritu   y en el contenido de la misma oración de Cristo al Padre, que “siempre vive intercediendo por nosotros” (Hb 7, 25), y por la que nos va incorporando a su humanidad y a su actividad redentora. En su práctica habitual, asume con dedicación y esmero la Liturgia de las Horas, una forma profunda y sistemática de beber en las fuentes de la espiritualidad: la Palabra de Dios en la Biblia y, en particular, los Salmos.

Para todos es conocida, al menos para quienes comparten cierta cercanía con él, la importancia central que representa en su vida personal y pastoral la Eucaristía y, con ella, la lectura asidua de la Biblia y la meditación de la Palabra de Dios. A estas prácticas asocia, de forma espontánea y particular, la realidad de la vida, tanto de la Iglesia como del país y del mundo. En la celebración litúrgica y   orante   de   su fe   pone en juego   la sensibilidad exquisita de un corazón de pastor solidario con el dolor del mundo, el sufrimiento de un amigo y la injusticia que transita por la cotidianidad ad de su pueblo.

Como nacida de esa cualidad y madurez humana y espiritual, a la que añade su propia formación permanente, está la gran aptitud para formador que tiene Mons. Julio. Está atento a las necesidades del otro, escucha con dedicación y respeto sus propuestas, deseos e intencionalidades, confía plenamente en su capacidad de verdad, acompaña su proceso de desarrollo y maduración espiritual, comprende en profundidad su situación, sabe valorar y apoyar oportunamente sus posibilidades, cualidades, habilidades y aptitudes para encaminarlas hacia objetivos positivos en su favor y alentar sus decisiones, así éstas tengan el riesgo del error, con el fin de hacer ver las equivocaciones y las oportunas correcciones de rumbo.

Toda esta riqueza personal, resultado de un trabajo a voluntad, constante, serio y de una dedicación sin bajar nunca la guardia, marcando siempre su rumbo, sus opciones y sus convicciones de fe y de vida, sólo pueden llegar a cultivarse si ya son, de alguna manera, un tesoro escondido en las raíces familiares, la tierra y el pueblo concretos que lo vieron nacer. Ello, como es lógico, nos remite a sus orígenes, a su historia y a su proyecto de vida.

Tierra y raíces de un proyecto personal

Apenas se estaban enfriando los sucesos de la Guerra del Chaco (1932- 1935), en la que muchos vallegrandinos habían derramado su sangre, y apenas comenzaban los intentos de una lenta y desafiante reconstrucción nacional, social, cultural   y   política de reafirmación de sus instituciones, marcando un nuevo rumbo histórico y perfilando nuevas ideas nacionalistas que culminarían luego en la Revolución Nacional de 1952, Julio veía la luz de este mundo.

bonita aa205426_10150575660170273_8033_nJulio Terrazas Sandóval tiene un origen sencillo y humilde. Su hogar en Vallegrande constaba de una casita de adobe. Sin duda alguna, esta experiencia de pobreza y limitaciones materiales en la infancia de Julio constituyeron una marca importante y casi determinante para sentir, saber y vivir -en carne propia- el fenómeno de la pobreza que luego, en los ojos de la fe, le sirvieron para comprender a fondo el carisma y la espiritualidad fundamentales de la Congregación del Santísimo Redentor. Este espíritu evangélico acompañará más tarde y dará un talante muy especial al enfoque pastoral de su trabajo apostólico en el desempeño de su ministerio sacerdotal y episcopal en el desarrollo de la vida y misión de la Iglesia en Bolivia.

Proceso formativo   prometedor

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El proceso de formación de Mons. Julio no ha sido tan fácil. Para realizar sus primeros estudios de primaria, en su pueblo natal, tenía que ayudarse del “mechero” para preparar sus deberes escolares. Durante el día, además de asistir a la escuela, ayudaba a su padre en el taller y así contribuía al sustento de su hogar. Pronto, empero, y   por la providencia de Dios, sucedieron hechos que cambiaron radicalmente la vida y el proyecto del joven Julio Terrazas.

Un día inesperado, el párroco de Vallegrande se hizo presente en la casa para proponerle una oportunidad: llevarlo a continuar sus estudios en la ciudad de Cochabamba, becado por el Obispado de esa Diócesis. Julio tenía 14 años. El cambio de un pueblo sencillo de provincia a una ciudad fue para él una experiencia de no poca importancia. Se abría un nuevo y vasto horizonte que después no pararía de expandirse hasta conocer el mundo entero con sus diversas culturas y adelantos científicos, su historia, sus principales acontecimientos sociales, políticos, económicos y también   eclesiales, como el Concilio Vaticano 11 y la transformación del continente latinoamericano y caribeño.

De las “taperas” a los edificios

208049_10150570862370273_917887_nPoco a poco, Julio Terrazas fue encontrándose no sólo con un mundo hasta entonces desconocido para él, sino también con una Iglesia que descubría eh su persona cualidades naturales y espirituales que lo disponían a reconocer en su vida la vocación a la vida religiosa y misionera con los religiosos Redentoristas. Ellos pronto se dieron cuenta del gran potencial humano y de fe que había en ese joven, y se lo llevaron a su casa de formación en Chile, al Seminario San Bernardo. De ese modo, de las “taperas” típicas de Vallegrande, Julio pasó al ambiente citadino de Cochabamba, y de allí a las urbes de la tierras de los “mapuches” chilenos. Una gran oportunidad para alimentar   la gran   imaginación,   creatividad y ganas de aprender que devoraban su mente y aceleraban su corazón. De aquí para adelante, el perfil del redentorista se diseña con más • claridad y sus sueños de sacerdote y misionero comienzan a hacerse realidad.

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Transcurría el año 1952, momento político y revolucionario para la historia de Bolivia: triunfó el movimiento popular que se venía gestando desde concluida la Guerra del Chaco, en 1935, cuando el joven estudiante contaba con 16 años. Concluidos sus estudios y su iniciación en la vida de la comunidad redentorista de Chile, se traslada a la ciudad de Salta, Argentina: ¡otro gran salto en su existencia: el noviciado redentorista! Tiempo fuerte e intenso de vida espiritual y momento decisivo para su discernimiento vocacional y su inserción definitiva en la vida religiosa con el pronunciamiento de los votos de pobreza, castidad y obediencia, en 1957. El paso siguiente fue continuar los estudios de filosofía y teología en Villa Allende, de la ciudad de Córdoba (Argentina) y su ordenación sacerdotal, casi cinco años después, en 1962.

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Una vez retornado a su patria y después de unos años de ejercer su ministerio sacerdotal, la comunidad de los padres Redentoristas ve por conveniente ayudar a completar y profundizar los estudios del entonces padre Julio, en Lille (Francia). Allí se especializó en el área social y pastoral. Este hecho afirmó su natural inclinación y preferencia de dedicar su vida y su ministerio sacerdotal por la liberación de los pobres y oprimidos, situación que, en medio de los avatares y quehaceres de su vida misionera, y habiendo dado muestras concretas de luchar por el bienestar espiritual de su pueblo (agua potable para Vallegrande) encabezando movimientos reivindicatorios por estas mismas razones, él, como tantos otros bolivianos y bolivianas, también tuvo la amarga experiencia de la persecución y privación de la libertad en tiempos de la dictadura militar del general Banzer.

Desde sus tiempos de estudiante redentorista, y luego como sacerdote, Mons. Julio tuvo y tendrá siempre una predilección por los jóvenes. Una estrategia pastoral interesante ha sido organizarlos en centros de encuentro, estudio, sano esparcimiento, servicio social a la comunidad local y una formación integral en perspectiva liberadora. Ellos, como es natural, corresponden con alegría, confianza y fidelidad a este cariño predilecto del Cardenal.

Pedro Durán, Biblista

Libro: Servidor de Todos

Graciela Arandia de Hidalgo



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