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martes 3 octubre 2023
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Julio: Sencillamente Obispo

En pocas palabras: un hombre de fe, enamorado de la vida, de Jesucristo, de la Iglesia; que cree en el otro, sensible a los problemas del país, gran conocedor de la   realidad   eclesial; lector   empedernido, cercano,   sencillo y que confía en los jóvenes, así define Mons. Braulio Sáez, en el libro “Servidor de Todos” la personalidad del Cardenal Julio Terrazas.

Nos encontramos, por primera vez, a finales   de 1982 o primeros meses de 1983: fueron encuentros casuales. Siempre que llegaba a Cochabamba, a la reunión de la Conferencia Episcopal, Mons. Julio, se hospedaba en la casa “Hogar de Niñas La Providencia”, de las Hnas. Santa María Magdalena Postel. Yo solía ir a celebrar la Santa Misa a ese Hogar como capellán, y recuerdo esos encuentros con gran nitidez. El Obispo Julio venía de Oruro con una amplia experiencia pastoral y planteaba unos diálogos cercanos, interesantes, profundos y cuestionadores, que dejaban sed y ansia de más.

Esos diálogos y encuentros se dieron también en la Pastoral Juvenil Vocacional de la que Mons. Julio era responsable y donde yo también colaboraba. Con el paso del tiempo, por esas cosas que tiene el Señor, y me imagino que también las personas, en este caso el Obispo Julio, esas conversaciones y encuentros fueron el “pan nuestro de cada día”. Fue cuando el Papa me nombró su Obispo Auxiliar y ese pan se fue amasando en los caminos y soledades del altiplano, en las visitas a las comunidades y las minas, y fue “pan de cada día” saboreado al aire, el polvo y los fríos que congelan los cuerpos, pero que fortalecen las almas, mientras diseñábamos una Iglesia en camino, ya que ése era su lema: “Somos un Pueblo que Camina”: cercana, comprometida y de comunión.

Desde el horizonte que nos presenta el Evangelio, Mons. Julio, lo recuerdo muy bien, me marcaba en el día de mi ordenación, 13 de mayo de 1987, la perspectiva de pastor. No era otra cosa que lo que él mismo vivía como exigencia y lo que debe ser un pastor al estilo de Jesús, hoy y aquí, en nuestra realidad de Bolivia: “La misión del obispo es hacer que el clamor del pueblo llegue hasta el altar de Dios y vuelva hacia el pueblo traducido en obras de justicia, de amor, de entrega y de fraternidad”.

Una vida para los demás, vigilante, atento a las necesidades, conocedor de la realidad, que va delante abriendo horizontes y marcando el camino: “El obispo es el encargado de cuidar de su pueblo para que la salvación del Señor se la interprete y se la viva en todas sus dimensiones , para que el mensaje del Señor no sea manipulado ni recortado, pese a quien pese”… Y proseguía: “Aquel que ejerce una autoridad, no como los de este mundo, sino una autoridad al servicio de todos, para que todos sacudamos nuestras vidas, no nos instalemos y tratemos de adaptar nuestra conciencia y nuestros actos a la única ley, la ley de Cristo”.

Mons. Braulio y el Cardenal

Una historia para contar

Es un reto describir una vida y un estilo habiendo tanta riqueza vivida y celebrada en nuestra Iglesia. Lo intentaré, ciñéndome a marcar algunas pautas de su ministerio, primero en La Paz, como Obispo Auxiliar; después en Oruro, como Obispo Titular y, finalmente, en   Santa   Cruz   de   la   Sierra,   como   Arzobispo.

La Paz, 1978

Consagrado Obispo en su tierra natal, el 8 de junio de 1978, inmediatamente se puso al servicio de Mons. Jorge Manrique. Dejó su querido Vallegrande, donde había sido párroco por muchos años, para irse a la sede de gobierno, donde le esperaba una labor ardua y difícil, sobre todo por el ambiente que se respiraba en el país.

Fueron años difíciles, de dictaduras, enfrentamientos sociales, golpes de estado y muchas muertes en la sociedad y también en la Iglesia. Era urgente alzar la voz por la defensa de la vida y de los derechos de las personas. Había demasiada opresión y sufrimiento y demasiada pobreza que clamaba al cielo. Por aquellos días, los mineros se alzaron en Huanuni y allí se hizo presente el Obispo Julio para escuchar, serenar los ánimos y las rabias de los hombres del socavón, esa raza de bronce que tanto ha aportado al país.

A modo de ejemplo, el 20 de marzo de 1980 moría en La Paz Luis Espinal acribillado por las balas de unos sicarios que nunca dieron la cara, pero sí la dio el Obispo Julio para acompañar los restos mortales y animar con su palabra a un país que se sentía todo él herido en el fondo de su ser de pueblo que quiere la libertad. Luego vinieron la marcha por la vida y las huelgas de hambre y también el dar refugio y acogida a tantos que huían de las atrocidades de los dictadores. Las dependencias de Mons. Julio en el Seminario San Jerónimo eran refugio, amparo, lugar de encuentro y oración.

Oruro, 1982

Cuando el Papa encomienda a un obispo una Diócesis, le otorga la triple potestad de gobernar, santificar y pastorear esa porción del pueblo de Dios; así lo señala el Concilio Vaticano 11: “presidiendo en nombre de Dios la grey de la que son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes de culto sagrado y ministros de gobierno” (LG 20). En 1982, el Papa Juan Pablo 11 lo nombra Obispo de Oruro, Diócesis difícil por los muchos conflictos por los que estaba pasando la región.

221778_10150570852930273_955338_nDesde el inicio, se trazó un plan claro que había que llevar adelante: conocer la Diócesis. Y así comenzaron las visitas, tanto al campo como a la ciudad y a las minas, de Oruro a Curahuara de Carangas, de Paria a Huanuni y Challapata; no hubo comunidad que no visitara el pastor para llevarle una palabra de aliento y esperanza.

Después vendría la organización y planificación de las zonas pastorales para aunar esfuerzos y unificar voluntades y, sobre todo, para comprometer el trabajo; así escribió en su primera Carta Pastoral “Somos un Pueblo que Camina”. En ella se marcaron los objetivos y estrategias que habrían de cambiar la configuración de aquella porción del Pueblo de Dios, pasando de una Iglesia que se mira en el pasado a una Iglesia que se construye desde la participación de todos. Se pusieron prioridades pastorales: la familia, las Comunidades Eclesiales de Base, la Pastoral Juvenil y Vocacional, y la religiosidad popular, cuya expresión y manifestación folclórica más relevante es el Carnaval. Y así se formula el ideario de una Iglesia nueva: “La Iglesia es la que anuncia al Dios de la Vida y liberador de su pueblo, solidaria con la causa de los humildes y los pobres. Iglesia que convoca a realizar la vocación cristiana construyendo una sociedad más justa, fraternal, libre, humana y cristiana”. Por lo mismo, era prioritario llevar adelante y convencer a los agentes de pastoral sobre esta nueva manera de vivir la fe; como siempre, hubo resistencias, pero la semilla plantada comenzó poco a poco a dar frutos.

Y se sintió la necesidad de la Misión General, desde mayo de 1990 a finales de 1991, como parte del iniciado proceso de evangelización y acompañamiento en el crecimiento de la fe. La Misión General, considerada como proclamación extraordinaria para que la Iglesia sea Buena Noticia que alcance a todos, adquiere tonos peculiares: “Una Misión popular que llegue a todos los ámbitos de la Diócesis, a los niños, jóv enes, mayores, a las familias que viven en el centro y en los barrios periféricos de la ciudad, las organizaciones populares y sindicales, y a las zonas más apartadas de nuestro Departamento”. (La Misión Diocesana – Mensaje Pastoral).

Santa Cruz de la Sierra, 1991

Y cuando estábamos de lleno metidos en estos afanes, llegó el nombramiento de Mons. Julio como Arzobispo de Santa Cruz de la Sierra. De nuevo a comenzar, pero con una larga experiencia de camino andado y sobre todo con la certeza de la presencia animadora del Espíritu. Lo anunciaba en la homilía de su posesión: “Llego a mi pueblo con este patrimonio de fe, como padre, amigo, hermano y pastor para escucharlo y animarlo, para compartir su vida, sentir sus angustias y alegrías solidarizarme con sus búsquedas y compromisos evangélicos. Quiero ser el “servidor de todos” en la ardua y entusiasmante tarea de construir juntos el Reino de Dios, con todas sus exigencias e incidencias para que la Pascua sea el sello que nos identifique sin temores ni complejos”.

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Cambió de altura, cambió de responsabilidades; lo cierto es que el corazón falló; pero ese corazón no se arredró, nuevamente   lanzado   a configurar las estructuras de la Iglesia de Santa   Cruz mediante las Asambleas Pastorales, los organismos intermedios y en particular la planificación del 11 Sínodo Arquidiocesano . Momento de gracia, pues “pretendemos renovarnos y tomar conciencia de nuestro ser eclesial. Se desea   una   Iglesia   viva que comunique vida, una Iglesia que pregone la esperanza”… Y, desde una visión clarividente, se adelantó a Aparecida: “Es urgente desarrollar una estructura y una espiritualidad misionera para que nuestra labor y nuestra vida responda a un estado de misión permanente” (Caminar Unidos en el Espíritu de Cristo Resucitado – 1999).

Un Pastor que sueña

Hay algo que no se puede olvidar de la urgencia y preocupación pastoral de Mons. Julio; sería falta grave. Durante todos estos años de Obispo en La Paz, Oruro y Santa Cruz, una de las prioridades ha sido el tema vocacional y el acompañamiento, apoyo y contacto con los jóvenes seminaristas, estimulando y configurando un estilo nuevo de formación para los futuros pastores: “Urge dotar a esta Iglesia de sacerdotes diocesanos que, con el Obispo, respondan a los nuevos desafíos con coraje y decisión. El rostro sacerdotal de Cristo será tanto más cercano al alma de este pueblo, cuando tengamos más sacerdotes que, identificados con el mismo pueblo, sirvan sin reticencias al Señor que nos llama”. (Reflexión Pastoral 1991)

Y casi como final, pero que es el hilo conductor, habría que hablar largo de una de las tareas fundamentales del pastor: el ministerio de la palabra. Su itinerario ha sido de maestro que orienta, padre que aconseja, médico que cura y profeta que denuncia. Claro que este estilo de ser le ha traído problemas y sinsabores en su caminar, y es que, si algo hay que decir con verdad, siempre ha tenido la valentía y el coraje de llamar a las cosas por su nombre, sin miedos, sin recelos ni sospechas, y siempre fiel al Maestro de la Palabra.

Pero, ¿cómo es verdaderamente su personalidad, su talante de pastor, su ser de hombre público? En pocas palabras: un hombre de fe, enamorado de la vida, de Jesucristo, de la Iglesia; que cree en el otro, sensible a los problemas del país, gran conocedor de la   realidad   eclesial; lector   empedernido, cercano,   sencillo y que confía en los jóvenes.

¡Ah!, perdón, amigo; estoy seguro que, cuando hayas leído estas páginas, te vas a reír cariñosamente de mí y hasta vas a comentar “soto voce”: “Braulio, lo más importante ha quedado por decir”.

 Mons. Braulio Sáez, Obispo Auxiliar de Santa Cruz

Libro: Servidor de Todos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Graciela Arandia de Hidalgo



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