“Jesús nos manda deponer aires de superioridad y actitudes prepotentes, vivir en igualdad fraterna entre todos y poner nuestra vida al servicio de la Buena Noticia. En particular, ponernos al servicio de los últimos, los pobres, los enfermos y las personas necesitadas, destinatarios privilegiados del Reino de Dios. El amor es verdadero si se vuelve servicio, caso contrario es sentimiento, emoción o pasión” señaló el Prelado Cruceño.
Monseñor Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz, ha presidido la Eucaristía de la última cena en la noche de jueves Santo en el atrio de la Catedral Metropolitana, ante una multitud de fieles que llegaron al centro cruceño para participar de la Eucaristía y después realizar la visita a las siete Iglesias en el caso viejo de Santa Cruz.
Al referirse al gesto concreto del lavatorio de los pies realizado por Jesús a sus discípulos, señaló que “El amor que se hace servicio vence todo obstáculo y se manifiesta en toda su fuerza cuando parece más débil e insignificante”.
El amor es verdadero si se vuelve servicio, caso contrario es sentimiento, emoción o pasión” señaló el Prelado Cruceño.
“Jesús con ese gesto profético, consagra definitivamente sus palabras: “Yo no he venido a ser servido sino a servir” e invita a los discípulos a que hagamos lo mismo: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que Yo hice con ustedes”.
El Prelado señaló que en esta última cena “Jesús quiere que los discípulos se impregnen de su mismo amor y les hace un gran don: “Les doy un mandamiento nuevo, ámense los unos a los otros como yo los he amado”, el mandamiento que resume y da el verdadero sentido a todos los mandamientos”.
La institución de la Eucaristía: La Eucaristía es el signo del amor sin límites.
“La Eucaristía es el signo maravilloso de su amor sin límites, el prodigio de un Dios que se entrega plenamente para nuestra salvación: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado». Es el misterio de amor que va más allá de toda expectativa y capacidad humana de entendimiento. Jesús, hace de su mismo cuerpo y sangre el alimento y bebida de vida eterna para los discípulos de todos los tiempos, también para nosotros hoy”.
La institución del Sacerdocio: El Sacerdocio católico es un don que perpetúa el sacrifico del Señor para la salvación de la humanidad
El misterio que Jesús ha confiado a sus apóstoles y sucesores “cada vez que hagan esto, háganlo en memoria mía”, dejando en frágiles y temerosas manos humanas el don de su cuerpo y su sangre. Con estas palabras Jesús instituye el sacerdocio católico, el don que perpetúa en el mundo la entrega y el sacrificio del Señor para la salvación de la humanidad.
Gastar nuestra vida al servicio de los demás viviendo el mandamiento nuevo del amor como Jesús
Finalmente, Monseñor Sergio aseguró que al recibir el don inestimable de la Eucaristía debemos dar frutos y ese fruto es: “gastar nuestra vida al servicio a los demás, viviendo el mandamiento nuevo del amor como Jesús, gastando nuestra vida por él y por el Evangelio. Así encontramos su verdadero sentido y gozamos de la dicha de vivir en su amor y paz”.
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ
JUEVES SANTO, 14 DE ABRIL DE 2019
En esta noche santa de la última cena, la cena del amor por excelencia, nos sentamos conmovidos junto a Jesús y sus apóstoles alrededor de la mesa para gozar de ese momento de intensa comunión e intimidad, compartir con ellos el pan de vida y el cáliz de salvación, ponernos a la escucha de su Palabra, acoger el mandamiento nuevo y experimentar el gesto humilde de Jesús que se pone a lavarnos los pies.
Es la celebración de la Pascua judía, la gran fiesta instituida en recuerdo de la intervención de Dios que liberó al pueblo de Israel de siglos de esclavitud en Egipto, como hemos escuchado en la primera lectura. Esa experiencia hizo descubrir a Israel el verdadero rostro de Dios, un Dios que libera de la injusticia y opresión y que camina a su lado.
Jesús vive esa celebración, no sólo como memorial de la liberación de Egipto, sino como anticipo de su propia Pascua, de la victoria definitiva de la vida y de la gracia sobre la muerte y el pecado de la humanidad.
Jesús es bien consciente que esa cena es la última que comparte junto a sus amigos: “Sabiendo que había llegado su hora”, las últimas horas de su vida terrenal y la hora de volver al Padre. Esa su cena de despedida, por eso la prepara con todo detalle: con cada palabra, actitud y gesto Jesús quiere dejar sus últimas enseñanzas como testamento a sus discípulos, pero, sobre todo quiere darles esperanza y aliento para que no se desanimen ante su pasión y muerte.
Jesús quiere que los discípulos se impregnen de su mismo amor y les hace un gran don: “Les doy un mandamiento nuevo, ámense los unos a los otros como yo los he amado”, el mandamiento que resume y da el verdadero sentido a todos los mandamientos.
“Cómo yo los he amado” no es sólo al estilo y a la manera de Jesús, sino con el mismo amor divino, el amor que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amarnos como él nos ha amado, es participar de ese mismo amor, con la misma calidad e intensidad, con la misma entrega.
Y Jesús, en esa noche, cumple un gesto concreto y profético de lo que significa amar como el nos ha amado. Se quita sus vestiduras, como a despojarse de su rango de Hijo de Dios para cumplir la tarea humilde reservada a los siervos. Lava los pies de todos los discípulos, incluso Judas, aun sabiendo que lo estaba traicionando y venciendo las resistencias de Pedro, que no entiende ese gesto y sigue encerrado en la lógica mundana del poder y del prestigio. El amor que se hace servicio vence todo obstáculo y se manifiesta en toda su fuerza cuando parece más débil e insignificante.
Jesús con ese gesto profético, consagra definitivamente sus palabras: “Yo no he venido a ser servido sino a servir” e invita a los discípulos a que hagamos lo mismo: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que Yo hice con ustedes”. Jesús nos manda deponer aires de superioridad y actitudes prepotentes, vivir en igualdad fraterna entre todos y poner nuestra vida al servicio de la Buena Noticia. En particular, ponernos al servicio de los últimos, los pobres, los enfermos y las personas necesitadas, destinatarios privilegiados del Reino de Dios. El amor es verdadero si se vuelve servicio, caso contrario es sentimiento, emoción o pasión.
Pero Jesús no se queda solo con ese gesto y nos deja el don más grande de su amor, la Eucaristía: “Sabiendo que había llegado su hora, los amó hasta el extremo”.
En la segunda lectura hemos escuchado el testimonio de San Pablo en la carta a los cristianos de Corinto: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido”, que “el Señor Jesús, la noche en que fue entregado”, tomó el pan y el vino los transformó en su cuerpo y su sangre y los repartió a los doce apóstoles para que se alimentaran. La última cena se transforma en la Mesa del Señor que anticipa los frutos de su muerte en la cruz.
La Eucaristía es el signo maravilloso de su amor sin límites, el prodigio de un Dios que se entrega plenamente para nuestra salvación: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado». Es el misterio de amor que va más allá de toda expectativa y capacidad humana de entendimiento. Jesús, hace de su mismo cuerpo y sangre el alimento y bebida de vida eterna para los discípulos de todos los tiempos, también para nosotros hoy.
“Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva”. Con estas palabras Jesús nos atestigua que, cada vez que celebramos la Eucaristía y nos acercamos a recibir la comunión, comulgamos con su cuerpo y su sangre entregados por nosotros en la cruz.
Pero es todavía más, en la comunión, no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros: «Ustedes son mis amigos». Esta unión con Cristo nos exige unión con los hermanos en la comunidad, sentarnos a la misma mesa juntos y vivir en comunión sincera entre todos. Las divisiones y peleas no hacen «indignos» de comulgar como dice el apóstol Pablo.
Al terminar las palabras de la consagración el sacerdote proclama: la Eucaristía es el misterio de la fe, es decir la maravilla prodigiosa del amor y de la salvación. El misterio que Jesús ha confiado a sus apóstoles y sucesores “cada vez que hagan esto, háganlo en memoria mía”, dejando en frágiles y temerosas manos humanas el don de su cuerpo y su sangre. Con estas palabras Jesús instituye el sacerdocio católico, el don que perpetúa en el mundo la entrega y el sacrificio del Señor para la salvación de la humanidad.
Cada vez que un sacerdote celebra la Santa Misa, la comunidad tiene la dicha de revivir el misterio de amor y cumplir el mandado de Jesús: “Hagan esto en memoria mía”. Hacer memoria no es sólo recordar un hecho del pasado, es hacerlo presente hoy y gozar de los beneficios de la redención. Cada vez que celebramos la Eucaristía revivimos la Pascua del Señor, su muerte y resurrección, la victoria de la vida sobre la muerte y el pecado.
Nosotros hemos recibido la gracia de formar parte del pueblo de Dios, de ser los amigos de Jesús a quienes él dejó el don inestimable de la Eucaristía. El fruto es gastar nuestra vida al servicio a los demás, viviendo el mandamiento nuevo del amor como Jesús, gastando nuestra vida por él y por el Evangelio. Así encontramos su verdadero sentido y gozamos de la dicha de vivir en su amor y paz. Al terminar esta Eucaristía llevaremos el Cuerpo de Cristo a un altar especial, él estará ahí esperándonos, y podremos contemplarlo, alabarlo y adorarlo. También podremos realizar las visitas a las siete iglesias, un gesto público de nuestro cariño y gratitud por su amor, como hemos cantado en el Salmo: “¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?”. Amén.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz.