En su homilía de este domingo Monseñor Sergio ha recordado que Jesús, así como a sus doce discípulos, pide dos actitudes fundamentales a los cristianos de hoy: no tener miedo y dar testimonio de él ante los demás.
“Por tres veces Jesús repite la consigna: ”No teman”, porque sabe que dar testimonio de él es motivo de contradicción y puede hacernos objeto de incomprensiones, burlas y persecuciones. Él nos anima a ser audaces, primero porque el Evangelio tiene en sí una gran fuerza que nos da valor aún en las peores circunstancias: “No teman a los hombres:…lo que les digo de noche, díganlo en pleno día y lo que les hablo al oído proclámenlo desde la azotea” subrayó Monseñor.
Así mismo aseguró que “Reconocer abiertamente a Jesús ante los hombres”, y dar testimonio de nuestra fe, es por tanto una exigencia para todo bautizado. Si nosotros hemos encontrado al Señor y hemos tenido una experiencia personal con él, no podemos tener miedo a la mentalidad y cultura de hoy indiferente a Dios, ni a las incomprensiones o ataques a nivel personal o como Iglesia. Tampoco podemos guardar ese don en privado o al interior de un grupo, sino que debemos compartirlo y manifestarlo abiertamente, en público y en todos los ámbitos de la vida, personal, familiar, comunitario y social”.
“….Al respecto hace falta un examen de conciencia de parte nuestra. Muchas veces no nos animamos a salir y dar la cara por el Señor dejándonos llevar por el temor, el respeto humano, y la vergüenza. ¿Será que hemos encontrado verdadera y personalmente a Jesús y que lo hemos conocido, en toda su significación, como el tesoro invalorable y la perla preciosa de nuestra vida?
Lo que nos debe llamar la atención, es que no actuamos con tanto temor en otros ámbitos. Sabemos ponernos las camisetas por tantas otras cosas muy secundarias, por un partido político, un equipo deportivo, un grupo de amigos, una comparsa y no tenemos miedo en manifestarnos en público y a sacrificar sueño, tiempo, dinero y hasta afectos familiares. ¿Y porque no lo hacemos para el Señor?” interpeló el Arzobispo de Santa Cruz.
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ
DOMINGO 25 DE JUNIO DE 2017
En el Evangelio de este domingo sigue el discurso misionero de Jesús con las instrucciones a los doce apóstoles al momento de ir a su primera misión, palabras que también van dirigidas a los cristianos de todos los tiempos. Jesús pide dos actitudes fundamentales: no tenger miedo y dar testimonio de él ante los demás.
Por tres veces Jesús repite la consigna: ”No teman”, porque sabe que dar testimonio de él es motivo de contradicción y puede hacernos objeto de incomprensiones, burlas y persecuciones. Él nos anima a ser audaces, primero porque el Evangelio tiene en sí una gran fuerza que nos da valor aún en las peores circunstancias: “No teman a los hombres:…lo que les digo de noche, díganlo en pleno día y lo que les hablo al oído proclámenlo desde la azotea”.
En segundo lugar porque, aunque pueden matar nuestro cuerpo, nadie puede matarnos como personas, violentar nuestro espíritu y nuestra libertad interior: “No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Y el tercer motivo es que contamos con el amor providente de Dios Padre. Si Él cuida hasta de unos pequeños pájaros, con cuanta mayor razón velará por nosotros sus hijos.
En cuanto a la segunda recomendación Jesús pronuncia unas palabras desafiantes y al mismo tiempo alentadoras: “Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, Yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo.” Reconocer a Jesús ante los hombres, significa dar testimonio de él, de su enseñanza y de su vida, no sólo con palabras sino con el ejemplo, con coherencia entre lo anunciamos y nuestras obras. Es una tarea difícil pero que conlleva una gran recompensa: ser reconocidos por Dios Padre, ser salvados.
En la historia del pueblo de Israel y en la vida de las primeras comunidades cristianas y de toda la Iglesia, ha habido muchos discípulos que han reconocido abiertamente al Señor.
La 1ª Lectura nos presenta a uno de ellos, un hombre del A.T.: el profeta Jeremías. Dios le confía una misión muy difícil y peligrosa: anunciar al pueblo y autoridades judías el fin de su independencia, la caída de Jerusalén, la destrucción del templo y el destierro en Babilonia, como medida reparadora por su traición a la Alianza, por la idolatría, las injusticias y la corrupción dominantes en el país. Para el pueblo judío les resulta imposible creer esta profecía, porque ellos están seguros que Dios, en fidelidad a su alianza, no los va a abandonar, a pesar de que ellos hayan sido infieles.
Por eso, con violencia rechazan a Jeremías y sus palabras: “Terror por todas partes”. Se burlan de él, hasta “los amigos más íntimos acechan su caída”, lo apresan y lo echan a una cisterna medio seca, donde se hunde en el barro. Se salva porque un servidor del rey se apiada de él. Ante tanta persecución, Jeremías se sincera y se desahoga con Dios con palabras que pueden parecer atrevidas, aunque terminan en una estupenda profesión de fe: “Tu Señor estás conmigo, como un guerrero invencible…“. La certeza de que Dios está a su lado, es lo que, a pesar de sus reclamos, le da la fortaleza de no desfallecer en su ardua misión.
Ayer hemos celebrado la fiesta de San Juan Bautista, otro testigo que, en la historia de la salvación, cumplió el rol fundamental al preparar la venida del Salvador. Él cumplió con total fidelidad la misión que Dios le había confiado, bautizando y predicando públicamente y sellándola con su sangre por denunciar con valentía el pecado de adulterio del rey Herodes.
Por eso Jesús exalta su figura ejemplar y lo propone como luz que nos atrae y con la que podemos renovarnos: “Otro da testimonio de mí mismo, y su testimonio es válido… Él era la lámpara que arde y alumbra y ustedes quisieron recrearse una hora con su luz…”.
De la misma manera los primeros cristianos acogieron en todo su alcance el mandato del Señor y se lanzaron a la misión con la alegría y fortaleza como testigos de Jesús resucitado, sin miedo al martirio. Un ejemplo luminoso es San Esteban que encabeza la larga lista de mártires y santos hasta el día de hoy, innumerables hombres y mujeres de toda edad, pueblo y cultura, que han dado y dan testimonio fiel de Jesús, entre ellos los santos reconocidos por la Iglesia y que nosotros admiramos y veneramos con tanto afecto.
“Reconocer abiertamente a Jesús ante los hombres”, y dar testimonio de nuestra fe, es por tanto una exigencia para todo bautizado. Si nosotros hemos encontrado al Señor y hemos tenido una experiencia personal con él, no podemos tener miedo a la mentalidad y cultura de hoy indiferente a Dios, ni a las incomprensiones o ataques a nivel personal o como Iglesia. Tampoco podemos guardar ese don en privado o al interior de un grupo, sino que debemos compartirlo y manifestarlo abiertamente, en público y en todos los ámbitos de la vida, personal, familiar, comunitario y social.
Es lo que Jesús resalta con una serie de palabras contrapuestas: “No hay nada secreto que no sea descubierto, oculto/revelado, oscuridad/luz, oído/tejados…”. Los católicos no somos sectarios, depositarios de una doctrina oculta reservada para unos pocos iluminados o para unas supuestas conciencias superiores, como varios grupos se presentan hoy. Nosotros estamos desafiados a ser luz del mundo y sal de la tierra, testimoniando públicamente la alegría del Evangelio de la vida, el amor y la esperanza. Al respecto hace falta un examen de conciencia de parte nuestra. Muchas veces no nos animamos a salir y dar la cara por el Señor dejándonos llevar por el temor, el respeto humano, y la vergüenza. ¿Será que hemos encontrado verdadera y personalmente a Jesús y que lo hemos conocido, en toda su significación, como el tesoro invalorable y la perla preciosa de nuestra vida?
Lo que nos debe llamar la atención, es que no actuamos con tanto temor en otros ámbitos. Sabemos ponernos las camisetas por tantas otras cosas muy secundarias, por un partido político, un equipo deportivo, un grupo de amigos, una comparsa y no tenemos miedo en manifestarnos en público y a sacrificar sueño, tiempo, dinero y hasta afectos familiares. ¿Y porque no lo hacemos para el Señor?
“Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, Yo lo reconoceré ante mi padre en el cielo”. Aquel que reconoce a Jesús y manifiesta su fe a la luz del sol, lo tendrá como defensor ante el mismo Dios, pero aquel que lo niega, será desconocido ante Dios, palabras que nos tienen que cuestionar.
Que el Señor nos conceda la gracia de ser contados entre los que lo reconocen abiertamente, con valentía y entusiasmo, uniendo de esa manera nuestro testimonio al del Padre y del Espíritu Santo, como proclama el versículo del Aleluya: “El Espíritu de la verdad dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio”. Con las palabras del salmista pidamos confiadamente al Señor que escuche nuestro pedido: “Respóndenos, oh Dios, por tu gran amor y sálvanos por tu fidelidad”.
Antes de terminar les recuerdo que hoy se celebra la Jornada por la caridad del Papa, la iniciativa tradicional del Óbolo de San Pedro y la colecta de esta Santa Misa va directamente al Papa Francisco para sustentar las obras de caridad. Todos conocemos como Él es sensible hacia los más necesitados, atento a los conflictos y a las grandes tragedias civiles, deseoso de colaborar a las víctimas y a la construcción de escuelas y hospitales en las periferias del mundo. Seamos generosos y ayudémoslo a ayudar. Amén.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz.