En la Víspera de la Fiesta de San Lorenzo Mártir, Patrono de la Arquidiócesis, del Seminario, de la Catedral y de los Diáconos permanentes, el martes 9 de agosto a las 19:00 horas en la Catedral y por imposición de manos del Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, Daniel Arguedas e Iverth Ochoa fueron Ordenados Sacerdotes. La Celebración Eucarística fue concelebrada por los Obispos Auxiliares, el Nuncio Apostólico en Bolivia Monseñor Giam Battista Diquattro, Mons. Ulrich Boom, Obispo Auxiliar de Wursburg – Alemania y el Clero de Santa Cruz, que desde el martes 9 por la mañana hasta el mediodía del miércoles 10 de agosto realizan su Asamblea Presbiteral.
El Arzobispo de Santa Cruz, inició su homilía indicando: esta noche tenemos varios motivos para alegrarnos y dar gracias a Dios: en primer lugar estar juntos reunidos un solo cuerpo y alma alrededor de la mesa de la Palabra y del Cuerpo y la sangre de Jesús en la Ordenación sacerdotal de los diáconos Daniel Arguedas e Iverth Ochoa, luego porque celebramos la Fiesta de San Lorenzo, patrono de la Arquidiócesis, del Seminario Arquidiocesano, de la Catedral y de los Diáconos permanentes en su día, y también por la celebración la Asamblea Presbiteral, todas estas gracias manifestación del Dios de la Misericordia en este Año Santo. En particular ustedes, queridos Daniel e Iverth, están experimentando el amor especial de Dios que los ha llamado a ser ministros de la misericordia como sacerdotes, siguiendo las huellas de Jesús Sumo y Eterno sacerdote.
Homilía completa de Monseñor Sergio Gualberti
Esta noche tenemos varios motivos para alegrarnos y dar gracias a Dios: en primer lugar estar juntos reunidos un solo cuerpo y alma alrededor de la mesa de la Palabra y del Cuerpo y la sangre de Jesús en la Ordenación sacerdotal de los diáconos Daniel Arguedas e Iverth Ochoa, luego porque celebramos la Fiesta de San Lorenzo, patrono de la Arquidiócesis, del Seminario Arquidiocesano, de la Catedral y de los Diáconos permanentes en su día, y también por la celebración la Asamblea Presbiteral, todas estas gracias manifestación del Dios de la Misericordia en este Año Santo. En particular ustedes, queridos Daniel e Iverth, están experimentando el amor especial de Dios que los ha llamado a ser ministros de la misericordia como sacerdotes, siguiendo las huellas de Jesús Sumo y Eterno sacerdote.
Mi reflexión se centra en los textos bíblicos que Uds. han escogido. Jesús en el Evangelio así se dirige a sus discípulos: “No me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, y un fruto que permanezca”. Ustedes van a ser sacerdotes no por decisión propia, sino porque Jesús ha tomado la iniciativa de elegirlos entre tantos hermanos, y no por sus méritos, solo por amor. Libre y gratuitamente, les destina y les envía al servicio del pueblo de Dios y dar frutos de amor y de vida.
“Como mi Padre me amó, así yo les he amado a ustedes”. Este anuncio de gracia, de que Jesús nos ama del mismo amor con el que ha sido amado por el Padre, está al origen de todo amor, es el amor de «amistad». Es el amor del encuentro personal con él, «amor de comunión en Dios», de la profunda unión de voluntades, la correspondencia de intentos y la entrega recíproca y total.
El amor de Dios para con nosotros sacerdotes es manifestación de su misericordia, al habernos llamado no obstante nuestra pequeñez, debilidad y límites, “no porque seamos especiales, no porque seamos mejores, no porque seamos los funcionarios de Dios, sino tan solo porque somos testigos agradecidos de la misericordia que nos transforma” (Papa Francisco en el encuentro con sacerdotes y Vida Consagrada). Todos nosotros sacerdotes podemos testimoniar la acción misericordiosa de Dios, a lo largo de nuestra vida, que consuela, perdona y reaviva la esperanza!
La conciencia de que todo es don y gracia, nos ayuda a no caer en la tentación de ponernos al centro de la atención de los demás, y nos mueve a asumir actitudes de humildad, gratuidad, misericordia, y servicio en particular hacia los marginados.
1era, Actitud, la Humildad: los sacerdotes actuamos por un don de Dios y no en nombre propio, por eso debemos tener un trato respetuoso, humilde y disponible ante el misterio de cada persona, como servidores y pastores y no como capataces. El Papa Francisco, también en esa ocasión, nos decía de pedir por favor al Señor “todos los días la gracia de la memoria, de no olvidarse de dónde te sacaron, te sacaron de detrás del rebaño, no te olvides nunca, no te la creas, no niegues tus raíces, no niegues esa cultura que aprendiste de tu gente “. Nuestro estilo de vida tiene que estar marcado por la sencillez, sobriedad y esencialidad, que nos haga creíbles a los ojos de la gente, nos acerque a los humildes y sencillos. Tenemos que caminar con el corazón y paso de los pobres, solidarizándonos con caridad pastoral en su lucha de construir una sociedad más justa, donde todos tengan la posibilidad de una vida digna de los hijos de Dios.
2da Actitud, la Gratuidad, reconociendo que nuestra vida cristiana y nuestro sacerdocio son don de Dios, la hacemos visible y pública en la celebración de la Eucaristía, la acción de gracias a Dios por excelencia. De esta manera la gratitud se vuelva gratuidad que tiene que desbordar en todo nuestro ministerio sacerdotal, mostrando generosidad hacia los necesitados, desprendimiento de los bienes y del dinero, y confiando solo en el amor providente de Dios. Vuelvo a recordar al Papa Francisco cuando decía que hay dos cosas que la gente no nos perdona a los sacerdotes: el mal trato a las personas y el apego al dinero.
3era actitud, la Misericordia: Un pastor que es consciente de que su ministerio brota únicamente de la misericordia y del corazón de Dios, pone su atención prioritaria a las personas en sus situaciones concretas, con sus heridas y errores, en particular a las que se sienten solas, abandonadas, tristes, que no le encuentran sentido a la vida y que caminan desesperanzadas. Debemos acercarnos no para juzgar sino para escuchar, con comprensión y caridad, como auténticos testigos del rostro misericordioso del Padre.
4ª Actitud la fidelidad: «Permanezcan en mi amor… y den fruto que permanezca». El amor de Dios es todo, por tanto centremos nuestra vida en él y no busquemos seguridades humanas y terrenales. Permanecer en el amor de Cristo, amor fiel que nunca falla, es que también nosotros perseveremos fieles a él a lo largo de toda nuestra vida y ministerio sacerdotal, no una opción temporal sino de toda la vida. En un mundo donde se tiene miedo y se huyen los compromisos de por vida, solo la certeza de que el amor del Señor nunca nos defrauda, nos da el valor de ir contracorriente y de injertarnos en él como sarmientos a la vid y dar así frutos duraderos.
5ª Actitud: Unidos en amistad con Cristo: «No los llamo ya siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su amo, los llamo amigos, porque todo lo que mi Padre me ha revelado, lo he revelado yo a Uds.».
Jesús viene a nuestro encuentro y nos trata como amigos, y lo somos, porque gracias a él, hemos sido hechos hijos de Dios y sus ministros. Jesús, como verdadero amigo, no tiene secretos con nosotros y comparte el misterio amoroso de la salvación que el Padre le ha revelado. El solo hecho de saber que nos ha elegido para ser sus amigos debería hacernos sobresaltar de alegría. «Les he dicho todo esto para que mi gozo esté en ustedes y su gozo sea completo». El desafío está en permanecer y quedarnos unidos a su amor, para alcanzar el colmo de la alegría y de la dicha. Es nuestra respuesta de amor a Él que nos amó primero, la fuerza que nos da la valentía de dar razón de nuestra esperanza y nuestra fe allí donde el Señor nos envía a través de la Iglesia.
Un amor que se concreta en hechos, en acoger libre y gozosamente la Palabra de Jesús, en cumplir su voluntad y en el amar al prójimo: “Ámense los unos a los otros cómo yo los he amado”.
La novedad de este mandamiento radica en “como Yo los he amado”, que significa no sólo al estilo de Jesús, sino amar con su mismo amor, la misma peculiaridad y rasgos, el amor de comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, que fluye hacia nosotros como corriente de compasión y misericordia. Unidos a Cristo en amar con el amor de la cruz a todos, sin acepción de personas, incluido el enemigo, movidos por “el amor de Cristo que nos apremia”, como nos dice San Pablo, y así anunciar y testimoniar el Evangelio de la misericordia, la reconciliación, la paz: el Evangelio de la salvación.
Nos inunda esta tarde el gozo y alegría porque Dios hace el donde sus vidas a nuestra Iglesia en presencia del pueblo de Dios y de todo el presbiterio que abre sus brazos y los acoge como hermanos. Expresamos a Dios nuestra sincera gratitud con las palabras del salmo 99: “¡Qué bueno es el Señor! Su misericordia permanece para siempre, y su fidelidad por todas las generaciones!” Amén
Oficina de Prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz