“…un llamado a los administradores de justicia para que ejerzan su oficio con sabiduría y prudencia, con estricto respeto a la verdad y libres de cualquier presión económica, social y política”.
En el enfoque coyuntural de su homilía, este domingo Monseñor Sergio se ha referido al tema de la justicia, en particular destacó el ejemplo del Rey Salomón que pidió a Dios un corazón que escuche y que sepa discernir entre el bien y el mal. En ese sentido hizo un llamado a los administradores de justicia a actuar sin presiones de ninguna naturaleza y apegados a la verdad para evitar el sufrimiento de las personas detenidas preventivamente o sus familiares a causa de la retardación de la justicia.
De manera especial, Monseñor Sergio aseguró que “la oración de Salomón es un llamado a los administradores de justicia para que ejerzan su oficio con sabiduría y prudencia, con estricto respeto a la verdad y libres de cualquier presión económica, social y política”.
Aseguró que “Solo una justicia independiente, recta e imparcial, puede recuperar la credibilidad de la población, evitar los sufrimientos de tantas personas inocentes y los sentimientos de impotencia y de rencor en personas que, por la retardación de justicia, siguen privadas de libertad”.
El ejemplo del rey salomón se encuentra en la primera lectura de este domingo, apenas habiendo sido elegido Rey de Israel dirigió a Dios este pedido: “Concede a tu servidor un corazón que escuche para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal”. Esta respuesta de Salomón agrada a Dios, porque no ha pedido el poder de aniquilar a los enemigos, ni riquezas, ni larga vida sino lo esencial, lo primero, lo más importante, “un corazón que escuche” remarcó.
“Salomón pide tener un corazón dócil y paciente, que escuche a Dios, que le abra paso en su ser y su vida, para que como rey cumpla su voluntad y sepa discernir entre el bien y el mal, para actuar conforme a los criterios del Señor y no de los del mundo. También pide un corazón que sepa escuchar al pueblo con sus gozos y alegrías, con sus tristezas y sufrimientos, y así pueda responder a sus necesidades y problemas. Salomón quiere gobernar no para dominar o explotar al pueblo, sino para servirlo y para administrar la justicia con imparcialidad y rectitud”.
“Este pedido de Salomón “Concede a tu servidor un corazón que escuche” estaría muy bien en los labios de todos nosotros, pero particularmente de todos los gobernantes para que sean verdaderos servidores de la paz y del bien común de todo el pueblo, con una atención privilegiada a los más necesitados y excluidos de la sociedad”.
De manera especial, Monseñor Sergio aseguró que “la oración de Salomón es un llamado a los administradores de justicia para que ejerzan su oficio con sabiduría y prudencia, con estricto respeto a la verdad y libres de cualquier presión económica, social y política. Solo una justicia independiente, recta e imparcial, puede recuperar la credibilidad de la población, evitar los sufrimientos de tantas personas inocentes y los sentimientos de impotencia y de rencor en personas que, por la retardación de justicia, siguen privadas de libertad”.
En el enfoque pastoral, reflexionó sobre las parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa narradas en el evangelio del domingo, en ese sentido remarcó que Jesús “destaca el valor inestimable y supremo del Reino por encima de todas las demás realidades”; Y afirmó que El Reino de Dios es el verdadero y único tesoro que llena la vida de auténtica alegría.
HOMILIA COMPLETA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ DE LA SIERRA
BASÍLICA MENOR DE SAN LORENZO MÁRTIR
DOMINGO 30 DE JULIO DE 2017.
En el texto del evangelio de hoy, continuación de los dos domingos anteriores, Jesús sigue enseñando, por medio de parábolas, sobre el Reino de Dios, tema central y gran novedad de su predicación. El Reino de Dios, es un misterio tan grande y tan relevante en nuestra vida de discípulos, que no debe extrañarnos esa insistencia de parte de Jesús al punto de invitarnos a pedirlo como don a Dios en el Padre Nuestro la única oración que él nos enseñó: “Venga a nosotros tu Reino”.
Jesús, con las parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa destaca el valor inestimable y supremo del Reino por encima de todas las demás realidades. Estas palabras, “tesoro” y “perla preciosa”, despiertan enseguida en nuestra mente objetos de gran valor y muy deseados. Un tesoro no se encuentra a cada paso ni es de todos, es una oportunidad extraordinaria que significa un giro y un cambio total en la vida de la persona afortunada que lo encuentra.
Así actúan tanto el hombre que ha encontrado el tesoro en el campo: “lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo”, como el negociante que descubre la perla de gran valor: “fue a vender todo lo que tenía y la compró”.
Los dos hombres, habiéndose dado cuenta del inestimable valor de lo que habían encontrado, enseguida y sin titubeos van y sacrifican todo lo que tienen para hacerse de los tesoros.
Jesús, con estos ejemplos, nos está enseñando que el Reino de Dios es el verdadero y único tesoro, el bien inconmensurable por el cual vale la pena tomar la decisión definitiva de venderlo todo, porque ante el Reino todos los demás bienes son secundarios y añadidos.
En la Iglesia tenemos el ejemplo de una multitud de santos que han descubierto el Reino de Dios manifestado en la persona de Jesús como el único y verdadero bien que ha colmado su sed profunda de amor, de felicidad y de vida. Por eso, para ser dignos de ese don, han tenido la valentía de dejarlo todo, riquezas, amistades y afectos familiares, dispuestos a enfrentar sacrificios, incomprensiones y persecuciones. Ellos han comprendido que el Reino es de Dios, pero para nosotros, nuestro bien y nuestra vida, por eso no han dudado en vender todo para ganar “el todo”.
La parábola anota un particular significativo: ese jornalero “lleno de alegría”, vendió todo y no le pesó desprenderse de sus bienes, con tal de adquirir algo que tenía muchísimo más valor. Es la alegría auténtica, la alegría de haber sido llamados a ser parte del reino de Dios y de pertenecer a la comunidad de Jesucristo, el amigo que nos ama, nos tiende la mano, nos libera de las ataduras del mal y nos ofrece la salvación llenando de sentido nuestra vida.
El Papa Francisco insiste en muchas oportunidades sobre este aspecto y nos ha regalado dos exhortaciones apostólicas, la “Alegría del amor” y la “Alegría del Evangelio”. Este último documento inicia remarcando que “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”. “Con Jesús siempre nace y renace la alegría”, palabras muy hermosas del Papa Francisco que expresan su convicción profunda de que, solo en Jesucristo, la humanidad podrá encontrar la alegría de la vida plena y de la salvación.
En la primera lectura también se nos habla de un “tesoro”, el de la sabiduría, atributo de Dios mismo, quien en su bondad lo quiere compartir con nosotros. Es la sabiduría del Reino de Dios, que nos permite ver la realidad con los ojos del Padre, que nos ayuda a discernir el bien y que nos mueve a obrar guiados por el amor al Señor y a los demás.
El texto nos narra que una noche a Salomón, recién elegido rey de Israel, se le aparece en sueño el Señor que le dice: “Pídeme lo que quieras”. Salomón, después de reconocer que es un muchacho y que no se siente preparado para asumir el desafío muy arduo de gobernar al pueblo de Israel, dirige a Dios este pedido: “Concede a tu servidor un corazón que escuche para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal”. Esta respuesta de Salomón agrada a Dios, porque no ha pedido el poder de aniquilar a los enemigos, ni riquezas, ni larga vida sino lo esencial, lo primero, lo más importante, “un corazón que escuche”.
Salomón pide tener un corazón dócil y paciente, que escuche a Dios, que le abra paso en su ser y su vida, para que como rey cumpla su voluntad y sepa discernir entre el bien y el mal, para actuar conforme a los criterios del Señor y no de los del mundo. También pide un corazón que sepa escuchar al pueblo con sus gozos y alegrías, con sus tristezas y sufrimientos, y así pueda responder a sus necesidades y problemas. Salomón quiere gobernar no para dominar o explotar al pueblo, sino para servirlo y para administrar la justicia con imparcialidad y rectitud.
Este pedido de Salomón “Concede a tu servidor un corazón que escuche” estaría muy bien en los labios de todos nosotros, pero particularmente de todos los gobernantes para que sean verdaderos servidores de la paz y del bien común de todo el pueblo, con una atención privilegiada a los más necesitados y excluidos de la sociedad.
De manera especial la oración de Salomón es un llamado a los administradores de justicia para que ejerzan su oficio con sabiduría y prudencia, con estricto respeto a la verdad y libres de cualquier presión económica, social y política. Solo una justicia independiente, recta e imparcial, puede recuperar la credibilidad de la población, evitar los sufrimientos de tantas personas inocentes y los sentimientos de impotencia y de rencor en personas que, por la retardación de justicia, siguen privadas de libertad.
Jesús repite para nosotros la pregunta: “¿Comprendieron todo esto?”. ¿Que el Reino de Dios, la persona de Jesús es el tesoro y la perla preciosa? ¿Hemos dado el paso de venderlo todo para comprarlo, lo cuidamos y lo testimoniamos en la vida de cada día? Dios un día nos pedirá cuenta, como nos indica la breve parábola de los pescadores que recogen los peces buenos y tiran los que no sirven, porque no todo vale en el juicio final: “Vendrán los ángeles y separarán a los malos de los justos”.
Con alegría renovemos hoy nuestra opción por el tesoro del Reino, sabiendo que para conservarlo hace falta vigilancia y discernimiento porque las fuerzas del mal están al asecho, buscan confundirnos y se oponen a que el reino de Dios se abra camino en la vida de la sociedad y de cada uno de nosotros. Pidamos humildemente al Señor, con las palabras del salmo, que nos afiance en nuestro propósito: “Mi suerte Señor es guardar tus palabras… porque para mí vale más la palabra de tus labios que todo el oro y la plata”. Amén.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz.