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martes 5 diciembre 2023
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Homilía del P. Ezequiel Pérez, Vicarios Gral. De la Arquidiócesis de Santa Cruz /8/11/2015

Queridos hermanos: nos hemos reunido en este domingo, día del Señor para compartir y alimentar nuestra fe en torno a la escucha de la Palabra y la Eucaristía.

Unimos nuestra oración para pedir por el éxito de la Asamblea de Obispos de Bolivia que se está realizando en estos días en Cochabamba. Que las reflexiones del caminar de nuestra Iglesia boliviana estén iluminadas por el Espíritu del Señor y puedan servir de guía en nuestro ser discípulos y misioneros de Cristo.

Agradecemos al Señor por el don de la vida de nuestro pastor Mons. Sergio Gualberti, en su cumpleaños, que Dios le sigua bendiciendo y dándole la sabiduría y paciencia para guiar al pueblo de Dios en Santa Cruz.

Desde nuestra Catedral saludamos al Cardenal Julio Terrazas, le deseamos mejoría en su enfermedad y le aseguramos nuestras oraciones para que el Señor lo fortaleza y le conceda la salud.

Estamos en el trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario, la liturgia nos conduce por el evangelio de San Marcos. Para comprender las advertencias de Jesús a sus discípulos, tenemos que saber quiénes eran los escribas. Ellos eran los estudiosos de la ley, se encargaban de las cuestiones públicas; como vigilar la recaudación de los impuestos. Eran muy respetados por la sociedad, más que todo por ser conocedores de las escrituras, se hacían llamar maestros.

Al igual que los fariseos llevaban una vida pública llena de incoherencias entre aquello que decían creer y lo que hacían. Jesús dice que a ellos les gustaba pasear con largas túnicas, ocupar los primeros puestos en el templo y los banquetes.

Conocedor Jesús de esta realidad se pone a enseñar a sus discípulos para que no se parezcan a ellos.

Recordemos que el pasado domingo Jesús les daba a sus discípulos un programa de vida novedoso y transformador: las bienaventuranzas que se contraponen a las actitudes de los escribas. El que quiera ser discípulo de Cristo no tiene que ser como un escriba; debe abandonar los privilegios, honores y todo sentimiento relacionado con la ambición y el poder.

Los letrados no sólo se disfrazaban de una falsa piedad religiosa, sino que realizaban actos fraudulentos e inmorales. Con el pretexto de largas oraciones les quitaban sus pocos bienes a las viudas. Ellas eran las más pobres del pueblo, no tenían quién les ayude.

En la segunda parte del relato del Evangelio se habla de una viuda como protagonista. En el templo había un lugar para depositar la ofrenda y Jesús se pone a observar. Se da cuenta que muchos ricos echan en abundancia y como una humilde viuda pone dos monedas. Les dice a sus discípulos que ella ha dado más que todos. Es que la lógica de Dios no se mide por la cantidad, sino por la intensidad del desprendimiento. La mayoría de los ricos dan lo que les sobra, lo que no necesitan.

La que poseía lo necesario para vivir y sin esperanza de tener más, da todo al Señor.

El Evangelio nos muestra la mirada sensible de Jesús, que pone sus ojos en los pobres y en los humildes.

En las lecturas están presentes dos mujeres, pero no son de aquellas que ocupan los primeros lugares en los medios de comunicación, son de las que casi no se las toma en cuenta en la sociedad, mujeres carentes de protección; humildes y sencillas. La viuda pobre de Sarepta, de la que nos habla la primera lectura, se encuentra en una situación de desesperación, pues no le queda más que un puñado de harina y un poco de aceite para hacer un pan para ella y para su hijo. Contándole esta situación al profeta Elías, le añade: comeremos y luego moriremos. A pesar de ello, ayuda al profeta. Es una persona que confía en el Señor, que sabe que no quedará sin nada, más al contrario; será favorecida por Dios, el que da siempre con generosidad y sin medida.

No tenemos que olvidar la preocupación de Jesús para que sus discípulos entendieran sus enseñanzas, son ellos, sus colaboradores más directos los que tienen que cambiar de mentalidad y hasta de forma de actuar para ser diferentes a muchos otros que lo seguían en busca de prestigio o primeros lugares. Los discípulos deben tener también esa capacidad de donación, de una manera íntegra, sin reservarse nada para sí.

Como discípulos de Cristo, debemos de reconocer que todo lo que poseemos se lo debemos a Dios. Es el punto de partida para no cerrar nuestro corazón a las muchas necesidades que hay en nuestro alrededor, para no adormecer nuestro ser ante el dolor de los demás. Uno de los peligros que nos acechan es el egoísmo, el no querer compartir o cerrarnos en nuestras falsas seguridades. No hay que tener miedo de compartir con alegría, especialmente con los más necesitados.

El Papa Francisco dice: “En cierto sentido, los pobres son para nosotros como maestros. Nos enseñan que una persona no es valiosa por lo que posee, por lo que tiene en su cuenta en el banco. Un pobre, una persona que no tiene bienes materiales, mantiene siempre su dignidad. Los pobres pueden enseñarnos mucho, también sobre la humildad y confianza en Dios…También la viuda que echa dos pequeñas monedas en el tesoro del templo es un ejemplo de generosidad de quien, aun teniendo poco o nada, da todo” (S.S Francisco, Mensaje para la XXIX Jornada Mundial de la Juventud, enero 2014).

Ya estamos cerca del 8 de diciembre, fecha en que se abre el Año de la Misericordia convocado por el Papa Francisco. “En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea.

¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo de hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas…No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo”(M.V # 15).

El 2018 la Iglesia Boliviana y más concretamente Santa Cruz, vivirá la experiencia maravillo del V Congreso Americano Misionero. Estamos en misión permanente y esto nos servirá para reavivar nuestro ardor misionero, como Iglesia y como discípulos de Cristo. El Señor quiere que seamos misioneros alegres y abiertos a la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas. Ya la Cruz Misionera está visitando las parroquias y nos recuerda que Cristo murió por nuestra salvación y quiere que cada uno cargue con su cruz y le siga.

El ejemplo de la viuda de dar sin esperar nada a cambio y con la confianza puesta en Dios. Ha sido un estímulo para muchas personas misioneras que gastan sus vidas en la atención de personas necesitadas, las que están enfermas, los que no tienen familia, los que están en los hogares y tantos otros lugares que necesitan ayuda económica; como también de personas con capacidad de escuchar y poder brindar una palabra de consuelo y esperanza.

No tenemos que olvidar que la solidaridad se debe enseñar y promover en las familias, ellas se deben convertir en escuelas para los hijos. Con la palabra y el ejemplo de los padres sabrán ponerla en práctica.

La solidaridad no es un sentimiento privado, sino que implica justicia, verdad, coherencia y testimonio. Necesitamos valentía para ponerla en práctica.

Podemos preguntarnos ¿dónde empieza la solidaridad?. Por la familia, ayudándose entre todos, no dejando el peso del trabajo y las dificultades a uno solo, dándose tiempo para compartir, valorándose los unos a los otros y desterrando el egoísmo.

La solidaridad con el prójimo, es la primera y más valiosa acción, que hay que desarrollar diariamente en la familia y en la sociedad.

Pidamos al Señor que nos dé un corazón compasivo y comprometido, como el suyo; para que con nuestras acciones podamos ayudar a la convivencia en este mundo que él nos ha regalado.

Que nuestra Mamita de Cotoca, mujer de entraga y servicio acompañe el quehacer de cada unos de sus hijos.

 

 

Graciela Arandia de Hidalgo



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