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sábado 1 abril 2023
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Estamos llamados a brindar hospitalidad fraterna y solidaria a todos los inmigrantes, dice Mons. Sergio Gualberti

En su homilía pronunciada el domingo 21 de julio desde la Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, pidió  a los fieles escuchar la Palabra de Dios, que nos llama a practicar la virtud bíblica de la hospitalidad, virtud que nos desafía a cada uno de nosotros y a nuestras instituciones, a prestar oído a los problemas, sentimientos, sufrimientos y anhelos de los hermanos inmigrantes y a darles una acogida fraterna y solidaria, porque en ellos acogemos al Señor que toca a la puerta de nuestro corazón para hacernos el don de su amor.

Homilía completa de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz – Bolivia

Pronunciada el 21 de Julio de 2019

 

La primera lectura de hoy, tomada del libro del Génesis, nos presenta a Abraham que, sentado a la entrada de su carpa en las horas más calurosas del día, recibe la visita de Dios bajo el semblante de tres desconocidos. En un gesto de hospitalidad, propia entre los beduinos del desierto, Abraham invita a pasar a los tres viandantes, los atiende, les prepara un banquete y les dedica tiempo escuchándolos y dialogando con ellos. Al momento de despedirse, uno de los tres anuncia a Abraham que, para el año, su esposa Sara, mujer anciana y estéril, habrá tenido un hijo. La acogida y hospitalidad que Abraham reserva a los visitantes, tiene dos características: el servicio y la escucha.

Lo mismo acontece en el Evangelio. Jesús, en camino a Jerusalén, es acogido en la casa de sus amigas, Marta y María, hermanas de Lázaro. Marta enseguida se pone al servicio del huésped de esmerada atención, María lo acoge sentándose a sus pies para escucharlo. Jesús, al hospedarse en casa de mujeres, cumple un gesto profético rompiendo con la mentalidad y normas de esa sociedad. El  ofrece a las dos hermanas la oportunidad única de estar con él, escucharlo y ser sus discípulas, inaugurando así un rol totalmente nuevo para la mujer.

Ser cristianos no es creer en una doctrina sino en una persona, es tener una relación personal con el Señor. Por eso, hay que darle acogida en nuestra vida, reservar un tiempo expreso para cultivar la amistad y buscar un espacio de silencio interior y exterior, anticipo de la comunión de vida plena y definitiva. Un detalle muy significativo: María en toda la escena no pronuncia ninguna palabra; solo escucha plenamente cautivada por Jesús.                                        Esta opción de Maria indispone a su hermana Marta, tal vez porque siente que Jesús valora más la actitud de su hermana, por eso se dirige al maestro como para llamar su atención sobre sí: “Señor, no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo. ¡Dile que me ayude!” Jesús le responde con firmeza y cariño al mismo tiempo: “Marta, Marta, te inquietas y agitas por muchas cosas, y sin embargo, una sola cosa es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada”.

Al repetir el nombre Marta por dos veces, Jesús le está dirigiendo una llamada solemne para que sea su discípula a igual que María. Por eso no tiene que afanarse y agitarse, sino purificar su acción en la contemplación y meter al centro de la casa al amigo Jesús, porque Dios no busca siervos sino amigos. Ella no puede perder la ocasión única de estar con Él y acoger al Reino de Dios que se hace presente en su palabra y persona. El servicio por el servicio, sin la escucha de la Palabra de Dios hecha oración y alimento del amor y de la entrega, se convierte en una estéril agitación que engendra cansancio y decepción.

La actitud esencial y distintiva del discípulo es acoger al Señor con amor y dejarse amar. Acogida que se expresa en la escucha atenta de la palabra y en el servicio generoso al Reino de Dios. En efecto, la palabra de Dios es orientada al servicio, es para ponerla en práctica; ambas siempre serán hermanas en el amor y a los hermanos no hay que separarlos sino unirlos.

Hace pocos días hemos celebrado la memoria de un gran santo que entendió bien este mandado del Señor, se trata de San Benito, fundador de la Orden Benedictina. El centró todas las normas para sus monasterios, sobre dos palabras: Ora y trabaja“, oración, escucha de Dios y servicio.

La acogida que Abraham y las dos hermanas María y Marta han prestado al Señor trae frutos abundantes. En Abraham, la llegada de un hijo tan deseado hace renacer la esperanza que parecía definitivamente frustrada, ahora se cumple la promesa que Dios había hecho al patriarca en varias circunstancias.  Al nacer el hijo de la promesa, nace el pueblo de la promesa, “un pueblo grande”, Israel. 

A Marta y María, Jesús, les dispensa vida y amor, y les hace tomar consciencia de su dignidad de personas, rompiendo con los preceptos de una cultura que las relegaba de la vida comunitaria y social por el sólo hecho de ser mujeres. Acoger la visita de Dios siempre trae vida y dignidad y además nos abre a la escucha y acogida del otro, sea quien sea, por pobre e irrelevante que parezca a los ojos del mundo, porque en él está la presencia de Dios que habla e interpela.

Y Dios sigue visitándonos en nuestra vida a través de los acontecimientos de cada día, de las personas que encontramos y de los que nos piden un poco de nuestro tiempo, una palabra orientadora o un gesto de solidaridad.

Pero, siempre hay el gran riesgo que la visita del Señor pase desapercibida en nuestra vida, porque somos sobrepasados por nuestros programas y ocupaciones y, lo que es más grave, porque a veces, en el trato con los demás, nos dejamos llevar por miedos y prejuicios. La mentalidad egoísta e individualista de hoy, no nos ayuda y nos hace desconfiar de todo y de todos. Si no acogemos al otro, perdemos la oportunidad de enriquecernos con las cualidades humanas que cada persona lleva en sí como don de Dios. En Santa Cruz, cada día llegan personas y familias en busca de mejores condiciones de vida;  provienen del campo, del interior y exterior del país y, en los últimos tiempos, del país hermano Venezuela, huyendo del hambre y de una dictadura violenta e inhumana.

La Palabra de Dios hoy nos llama a practicar la virtud bíblica de la hospitalidad, virtud que nos desafía a cada uno de nosotros y a nuestras instituciones, a prestar oído a los problemas, sentimientos, sufrimientos y anhelos de los hermanos inmigrantes y a darles una acogida fraterna y solidaria, porque en ellos acogemos al Señor que toca a la puerta de nuestro corazón para hacernos el don de su amor.

Escuchemos unas palabras del Papa Francisco que, entre la indiferencia general, ha asumido la causa de los migrantes volviéndose signo de esperanza y referente mundial: “En la cuestión de la migración no están en juego solo ‘números’, sino ‘personas’ que necesitan protección…Sus derechos fundamentales y su dignidad deben ser protegidos y defendidos. Una atención especial hay que reservar a los migrantes niños, a sus familias, a los que son víctimas de las redes del tráfico de seres humanos y a aquellos que son desplazados a causa de conflictos, desastres naturales y de persecución… ellos esperan que tengamos el valor de destruir el muro de esa ‘complicidad cómoda y muda’ que agrava su situación de desamparo, y pongamos en ellos nuestra atención, nuestra compasión y dedicación”.

Escuchemos las palabras del Papa Francisco y, como Abraham, Marta y María, acojamos a Dios que nos visita, elijamos ser discípulos de Jesús, en la escucha atenta de su Palabra y en el servicio a los hermanos para así gozar de “la mejor parte que no nos será quitada”. Amén

Graciela Arandia de Hidalgo



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