En su homilía de este domingo 19 de junio, el Arzobispo de Santa Cruz, ha invitado a salir del conformismo frente a las corrientes de muerte de hoy en nuestra sociedad.
Jesús hoy nos propone cambiar de rumbo, nuestra manera de pensar y de vivir, volviendo a poner a Dios en el centro de nuestra vida personal y social. Esto implica orientar nuestra existencia de acuerdo al Evangelio, vivir en total libertad frente a sí mismo, a los propios intereses y a los bienes pasajeros, abrirnos al amor de Dios y de los hermanos y solidarizarnos con los pobres y necesitados. Expresó.
Cumplir con este programa no está de moda hoy, es ir en contra de la corriente general, exige ser anticonformistas, y no tener miedo a las incomprensiones, burlas y hostilidades. Necesitamos mucho valor, por eso pongamos toda la confianza en Cristo crucificado y, como nos dice por boca del profeta Zacarías, mirarle a Él nuestra fortaleza y esperanza: ” Ellos mirarán hacia mí”. Dice Mons. Sergio Gualberti.
Homilía Completa de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
Domingo 19 de junio del 2016
La escena del evangelio de hoy, representa el giro decisivo y crítico de la vida de Jesús: termina su actividad pública en Galilea y va iniciando su último viaje a Jerusalén. En el horizonte ya se avizoran los nubarrones oscuros de su fin trágico en la cruz, por eso Jesús, desde ahora, apunta a capacitar y preparar el grupo de sus discípulos, involucrándolos en su proyecto evangelizador.
Hasta ese momento, los discípulos han compartido la misión pública de Jesús, lo han escuchado y visto cuando, a través de sus enseñanzas, parábolas y gestos, ha ido presentando con autoridad la Buena Noticia del Reino de Dios ante el pueblo y las autoridades religiosas judías. Los discípulos también han sido testigos de sus prodigios, signos del poder y grandeza del Reino que iba instaurando, como las curaciones de toda clase de enfermos, liberación de endemoniados y resurrección de muertos.
A pesar de haber sido testigos de todo esto y de haber sido cautivados por su personalidad, los discípulos no acaban de despejar todas sus dudas acerca de la persona de Jesús y su verdadera identidad: ¿Quién es él?, es la gran pregunta que se hacen.
Jesús siente que es el momento de despejar esas dudas y lo hace mientras está en oración acompañado por sus discípulos. La oración es la fuente de su misma vida en la escucha del Padre y en la comunión con él, principio y fin de toda su actividad. Jesús toma la iniciativa y lanza una primera pregunta no muy comprometedora a los discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”. Ellos se hacen eco de las opiniones de la gente:
– “Unos dicen: Qué eres Juan el Bautista”, todavía era muy vivo en la memoria de la gente el trauma de su asesinato.
– “otros, Elías”, el Profeta por excelencia del que se esperaba su retorno para preparar la venida del Mesías.
– “y otros, algunos de los antiguos profetas que ha resucitado”.
Jesús no se conforma en ser reconocido tan sólo como profeta y directamente interpela a los discípulos: “Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?”. Es la pregunta clave sobre su identidad, una pregunta que los compromete personalmente a cada uno. Simón Pedro responde, en nombre de todo el grupo: “Tú eres el Mesías de Dios”.
Su profesión de fe expresa la fe de la Iglesia: “Tú eres el Mesías de Dios”. Jesús es el mesías de Dios y no el Mesías esperado por los judíos como un líder político que suscitara esperanzas nacionalistas y que encabezara un movimiento de liberación de la sumisión romana, ni tampoco un Mesías que responde a expectativas humanas, ni un milagrero que satisface la sed de lo portentoso y de lo extraordinario. Esta visión humana reduce a una dimensión puramente histórica y política el alcance y el sentido de la misión del Mesías de instaurar el Reino de Dios, el designio de amor del Padre que envió al Mesías al mundo para que tuviera vida en abundancia y para siempre.
Por eso Jesús, para evitar equívocos, anticipa a los discípulos lo que le sucederá en Jerusalén: “El Hijo del hombre, o Mesías, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”. Jesús, efectivamente es el Mesías llamado a instaurar el Reino de Dios, pero no como lo esperan los judíos, con poder político y económico, y con la fuerza militar para dominar a la gente, sino cargando con la cruz del amor y del servicio.
Por el contrario, Jesús “Debe sufrir mucho”, debe cumplir con el plan de salvación de Dios, aunque esto le acarree sufrimientos y muerte por manos de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, símbolos del tener, el poder y el saber del mundo. Jesús subraya el mensaje central de nuestra fe cristiana con tres palabras claves: pasión, muerte y resurrección.
Él es el Mesías que vino para servir y no a ser servido, dispuesto a sufrir y cargar la cruz para que nosotros pudiéramos gozar de la liberación de la esclavitud del pecado y la muerte, y participar del amor y la vida de Dios.
Luego convoca también a la gente abriendo a todos la posibilidad de ser sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga». Todos pueden seguirlo pero con condiciones claras: si alguien quiere ser su discípulo, si quiere ser cristiano, tiene que renunciar a ser el gestor único de su vida y no ir detrás de privilegios, ambiciones, riquezas y anhelos de poder y gloria, por el contrario tiene que estar dispuesto a seguir con amor los pasos de Jesús con la cruz a cuesta.
Buscar a Jesús, seguirlo e ir detrás de Él para estar siempre con Él, es la finalidad del cristiano y la referencia insustituible en nuestra vida de fe. Seguir al Señor, compromete a salir de nuestro propio yo, renunciar libremente a sí mismo, a nuestras pretensiones y seguridades y no perder de vista su persona, nuestro guía y pastor. Este paso es el más difícil para nosotros que buscamos nuestro provecho, que nos consideramos el centro del universo, que nos gusta mirar a los demás de arriba para abajo y, sobre todo, que nos ponemos en lugar Dios.
Jesús, en cambio, nos pide cargar cada día con nuestra cruz, hacernos cargo de los problemas cotidianos, nuestras frustraciones, sufrimientos y limitaciones sin buscar otras cruces. También nos pide que carguemos la cruz que nosotros mismos nos hemos hecho con nuestros pecados, para que sintamos en carne propia el peso de su cruz que nos ha merecido su amor y perdón, como el buen ladrón crucificado a su lado.
«El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará».
A menudo buscamos salvar nuestra vida por caminos equivocados, la organizamos desde nuestro yo e interés, detrás de los falsos ídolos de la sociedad y cultura de hoy: el tener, el poder, el figurar y el contar. Este actuar es muy difundido en nuestro mundo que pretende vivir sin Dios y que relativiza toda referencia superior y donde cada cual vive de acuerdo a su gusto y antojo, exigiendo derechos pero desatendiendo los deberes. Esta opción, en vez que vida, acarrea muerte, una existencia sin sentido, confundida detrás de cosas y bienes pasajeros que nos dejan insatisfechos porque nunca llegan a colmar la sed profunda de amor, de bienestar y felicidad que hay en nosotros.
Jesús hoy nos propone cambiar de rumbo, nuestra manera de pensar y de vivir, volviendo a poner a Dios en el centro de nuestra vida personal y social. Esto implica orientar nuestra existencia de acuerdo al Evangelio, vivir en total libertad frente a sí mismo, a los propios intereses y a los bienes pasajeros, abrirnos al amor de Dios y de los hermanos y solidarizarnos con los pobres y necesitados.
Esto significan las fuertes palabras de Jesús: “El que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará”. Perder la vida por Dios es entregarla al servicio de su Reino e instaurar nuevas relaciones de amor con Dios, los hermanos y la creación, de acuerdo a los valores y principios del Evangelio, la única y verdadera manera de encontrarla.
Cumplir con este programa no está de moda hoy, es ir en contra de la corriente general, exige ser anticonformistas, y no tener miedo a las incomprensiones, burlas y hostilidades. Necesitamos mucho valor, por eso pongamos toda la confianza en Cristo crucificado y, como nos dice por boca del profeta Zacarías, mirarle a Él nuestra fortaleza y esperanza: ” Ellos mirarán hacia mí “. Amén