Campanas. Miremos con esperanza e futuro de nuestro País y gocemos de una paz duradera, dice Arzobispo.
Desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, primer domingo de adviento, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, aseguró que “el Adviento” es un tiempo privilegiado para purificar y renovar nuestra esperanza en espera de aquel que volverá para hacer nuevas todas las cosas y establecer su reino de justicia y paz.
También el Arzobispo pidió invertir en política sociales para vencer el hambre, la pobreza y la marginación y crear condiciones de vida digna para todos. Dejar a un lado, de una vez por todas, la prepotencia y el recurso a la violencia y optar por la fuerza del amor, la reconciliación y la paz.
El prelado nos exhortó a que nos “Revistámonos con las armaduras de la luz”, de los verdaderos valores que dan sentido a nuestra vida: el amor, la justicia, la verdad y la libertad.
Revistámonos de la luz de Cristo, identifiquémonos con Él y pongámoslo al centro de nuestra vida, asumiendo sus sentimientos, palabras y actitudes en nuestra conducta y en nuestro modo de relacionarnos con los demás.
El Arzobispo de Santa Cruz, pidió; ¡No confundamos la luz verdadera que es Cristo, con las luces del comercio que ya resplandecen en las tiendas y mercados de nuestra ciudad, ni tampoco con las figuras de papá Noel y la ostentación de tantos regalos en las vitrinas! Estas son frutos de una sociedad consumista y de una cultura que se olvida del pasado, que privilegia el instante presente y que prefiere no pensar al futuro.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
01 de diciembre de 2019
Iniciamos hoy un nuevo año litúrgico con este 1er domingo de Adviento, un tiempo de espera y de esperanza, como nos presenta la liturgia de la Palabra. Mientras celebramos la memoria de la primera venida de Jesucristo en nuestra historia, nos ponemos en espera de la venida última y gloriosa del Señor, nuestro destino último y definitivo. El mismo Jesucristo que ha nacido de la Virgen María en la debilidad de la condición humana, volverá al final de los tiempos en la plenitud de la gloria del Padre para entregarle toda la humanidad redimida.
El Adviento es por tanto un tiempo privilegiado para purificar y renovar nuestra esperanza en espera de aquel que volverá para hacer nuevas todas las cosas y establecer su reino de justicia y paz. En este tiempo estamos llamados a ser vigilantes, a relacionar nuestra vida terrenal con la vida que nos espera en el más allá, a descubrir la dimensión de eternidad que está presente ya en semilla en los hechos y acontecimientos de cada día y a ser fieles a esta tierra en la que vivimos y a trabajar para hacerla más vivible.
En este compromiso, recorremos el camino trazado por Jesucristo que ha convertido la historia de esclavitud y muerte de la humanidad en un escenario de liberación y de vida. Esta verdad nos colma de alegre esperanza, porque responde a un anhelo profundamente arraigado en nuestro corazón, aunque a veces de forma inconsciente: qué todo lo bueno que hacemos, nuestras buenas acciones y deseos de felicidad no se borren con la muerte sino que, por el contrario, se inscriban en el libro de la Vida y queden por siempre en Dios.
El Adviento nos motiva justamente a “estar prevenidos y preparados”, a convertirnos, a creer en el Señor y a esperarlo, poniendo nuestra existencia en sus manos, con la convicción de que el proyecto de vida y amor de Dios se va abriendo camino a pesar de los problemas y vicisitudes de cada día.
Una espera activa que nos mueve a asumir el sueño del profeta Isaías que vislumbra un mundo donde toda la humanidad esté en paz, una paz para todos y de todos, fundada en la fe en Dios. El profeta describe, en una gran visión, una procesión grandiosa de “todas las naciones” y “pueblos numerosos” que suben al Templo de Jerusalén, símbolo del Señor, sedientos de conocer los caminos que llevan a la vida y a la paz. “Vengan, subamos a la montaña del Señor,… él nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas. Porque de allí saldrá la Ley y la palabra del Señor”.
El sueño de Isaías no conoce confines, él invita a todos los pueblos no a luchar el uno en contra del otro sino a subir juntos, uno a lado del otro, la montaña de la vida, la justicia y la paz. Esto es posible si nos compenetramos con la Palabra de Dios con perseverancia y en actitud de escucha y apertura para conocer el Señor.
“Caminemos por sus sendas“, insiste el profeta Isaías, sendas que nos llevan a nuevas relaciones con el Señor y con los demás y a convertirnos en personas de paz: “Con sus espadas forjarán arados, y con sus lanzas podaderas… No levantará la espada una nación contra otra, ni se ejercitarán más para la guerra”. ¡Qué visión estupenda! Transformar las armas en instrumentos de trabajo, decir no a los armamentos que en todos los países del mundo representan el gasto más alto de sus presupuestos, e invertir en política sociales para vencer el hambre, la pobreza y la marginación y crear condiciones de vida digna para todos. Dejar a un lado, de una vez por todas, la prepotencia y el recurso a la violencia y optar por la fuerza del amor, la reconciliación y la paz.
También San Pablo, en su carta a los Romanos, nos hace un llamado apremiante a convertirnos de las tinieblas del mal y revestirnos de las armaduras luminosas de la vida y el amor:
“Ya es hora que se despierten, porque la salvación está ahora más cerca… Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con las armaduras de la luz.
Procedamos como en pleno día”.
“Ya es hora que se despierten”: despertémonos de nuestro adormecimiento, rutina y conformismo causado por tantas distracciones, frivolidades y superficialidades. Estemos despiertos y vigilantes para no dejar pasar de largo la visita del Señor.
“Abandonemos las obras propias de la noche…”: los odios, la violencia, la prepotencia, la mentira, excesos y libertinaje que acarrean el vacío interior, la tristeza y la desorientación. “Revistámonos con las armaduras de la luz”, de los verdaderos valores que dan sentido a nuestra vida: el amor, la justicia, la verdad y la libertad. Revistámonos de la luz de Cristo, identifiquémonos con Él y pongámoslo al centro de nuestra vida, asumiendo sus sentimientos, palabras y actitudes en nuestra conducta y en nuestro modo de relacionarnos con los demás.
Como pequeño pero significativo signo visible de esa luz tenemos aquí, hoy y durante las cuatro semanas, la corona de Adviento. La misma está tejida con ramas verdes de un árbol perenne, a significar la vida que no caduca y a la que estamos llamados. Está decorada con cuatro velas que se van encendiendo una cada domingo, indicando la luz que poco a poco va penetrando en nuestro corazón y que se va extendiendo a todos los ámbitos de nuestra vida.
¡No confundamos la luz verdadera que es Cristo, con las luces del comercio que ya resplandecen en las tiendas y mercados de nuestra ciudad, ni tampoco con las figuras de papá Noel y la ostentación de tantos regalos en las vitrinas! Estas son frutos de una sociedad consumista y de una cultura que se olvida del pasado, que privilegia el instante presente y que prefiere no pensar al futuro. Una cultura que nos ahoga en tantas pequeñeces insignificantes y que oscurece nuestra esperanza de la vida nueva que no caduca que Cristo nos ha traído.
El Adviento es el tiempo por excelencia de esta gran esperanza y en esta espera no estamos solos, contamos con el testimonio y la ayuda de nuestra madre la Virgen María, ella que esperó con tanto gozo e intensidad el nacimiento de Jesús. Hace dos días hemos iniciado la novena de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, recibiendo con tanto cariño la visita de la Mamita de Cotoca en nuestra catedral. La presencia de la Virgen María, testigo luminosa y alegre de la venida del Señor, nos ha llena siempre de gozo y de esperanza, porque nos abre sus brazos amorosos de madre, nos cobija y acompaña.
Así lo ha demostrado en los días traumáticos de los conflictos y del paro que nos ha tocado vivir. Ella ha escuchado el clamor, oraciones y rosarios que se han elevado de tantas partes de nuestro país, por eso queremos agradecerle de todo corazón.
”María, cuida con tu amor de madre este mundo herido” es el lema de la novena y fiesta de la Mamita de este año, un pedido ardiente y confiado a que, a pesar de los pasos importantes que hemos dado, ella esté siga a nuestro lado y nos acompañe en el proceso de sanación de nuestras heridas, de reconciliación y de unidad entre todos los bolivianos para que miremos con esperanza al futuro y gocemos de una paz duradera. Amén
OFICINA DE PRENSA DE LA ARQUIDIOCESIS DE SANTA CRUZ