“En esta tarea tenemos la dicha de contar con “una Verdad que es persona con quien podemos relacionarnos, con Jesucristo “el camino la verdad y la vida”. Él es la única Verdad fiable y digna de confianza, el punto firme sobre lo que podemos apoyarnos para no caer y sobre el que podemos contar siempre”
En su homilia de este domingo desde la Catedral Metropolitana, el Arzobispo Cruceño exhortó a toda la Iglesia a comprometerse y a ser servidora de la verdad, favoreciendo la reconciliación, la comunión y la Paz. Lo dijo a tiempo de sostener que en Bolivia la verdad ya no es un valor, donde se difunden mentiras e informaciones infundadas y basadas en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o incluso manipular a la opinión pública para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas.
Al referirse al Evangelio donde blasfeman contra Jesús y luego él mismo condena el “pecado en contra del Espíritu Santo”, indicó que este pecado “es la opción sistemática, libre y consciente de pervertir la fe, de llamar tiniebla a la luz, mentira a la verdad, mal al bien y muerte a la vida. Claramente una persona que a propósito se obstina en esta actitud blasfema, se excluye por sí misma y por siempre del perdón de Dios.
El mal se mueve de falsedad en falsedad hasta robar la libertad del corazón
El prelado señaló que “Detrás de este pecado está la sed de poder, de tener y de gozar que hace víctimas de un engaño trágico: el del mal que se mueve de falsedad en falsedad hasta robarles la libertad del corazón”.
En Bolivia la verdad ya no es un valor
Al respecto Monseñor Sergio lamentó que “Una situación similar es siempre más frecuente en nuestra sociedad, donde la verdad no es un valor, donde se difunden mentiras y en informaciones infundadas y basadas en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o incluso manipular a la opinión pública para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas”.
Comprometernos con la verdad, favorecer la reconciliación, la comunión y la paz y de contrarrestar todo lo que tiende a aislar, dividir y contraponer.
En ese sentido, señaló que “En este contexto, el servicio a la verdad tiene que ser el compromiso de toda la Iglesia de favorecer la reconciliación, la comunión y la paz y de contrarrestar todo lo que tiende a aislar, dividir y contraponer. A esto se llega a través de relaciones personales transparentes y respetuosas, que lleven a una reflexión consciente, madura y objetiva de los problemas y de los puntos de vistas diferentes, al diálogo constructivo y a un trabajo provechoso con miras al bien común”.
Jesucristo es la única verdad fiable con quien podemos contar siempre
En esta tarea tenemos la dicha de contar con una Verdad que es persona con quien podemos relacionarnos, con Jesucristo “el camino la verdad y la vida”. Él es la única Verdad fiable y digna de confianza, el punto firme sobre lo que podemos apoyarnos para no caer y sobre el que podemos contar siempre aseguró.
Homilía Completa
Monseñor Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
Domingo 10/06/2018
La primera lectura del libro del Génesis nos presenta las consecuencias trágicas del pecado en la historia de la humanidad, con la escena de Adán y Eva que se esconden ante Dios después de haber comido el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Ellos, que en su soberbia tenían el sueño de “ser como dioses” autosuficientes, con el poder de decidir lo que es bien y lo que es mal, se descubren desnudos ante Dios, que no son más que seres mortales débiles, limitados y bajo el imperio del mal.
Esta es la consecuencia del pecado llamado de los orígenes, no tanto porque es el primer pecado en el tiempo, sino en cuanto origen y causa de todos los demás pecados. Este pecado es más cercano de lo que podemos pensar, se halla en el interior de cada persona y en la historia del mundo. Es el pecado que nos priva de la santidad y la justicia que Dios había puesto en los orígenes, que ha herido a nuestro ser en sus propias fuerzas naturales y que lo ha sometido a la ignorancia, al sufrimiento y a la muerte.
Este relato deja en claro que no se puede achacar a Dios la presencia del mal en el mundo, sino al hombre mismo que en su orgullo y soberbia ha querido “ser como dios”, ha rechazado libremente el plan de amor y de vida del Padre, abusando de la libertad que Dios le ha dado. El pecado no solo ha contaminado al ser humano, sino también a la creación, rompiendo la armonía, el equilibrio y el diálogo entre todos los seres vivientes. Lo constatamos en estos tiempos de cambios climáticos, causados por una creciente contaminación del aire, el agua y la tierra, por la sobre explotación de las actividades extractivas e industriales y del transporte, hechos que ponen en serio peligro la supervivencia de la humanidad en su conjunto.
Pero, a pesar de este panorama sombrío, la última palabra no la tienen el pecado y la muerte. Dios misericordioso, que ama al hombre creado a su imagen, no cierra del todo las puertas de la vida y hace una promesa esperanzadora al momento de condenar al demonio:” Pondré la enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; y su descendencia te aplastará la cabeza”. Es la primera buena noticia para la humanidad caída, el anuncio de la llegada del Cristo Jesús, hijo de la Virgen María, la nueva Eva, aquél que vencerá al maligno y al pecado.
Jesús, con sus primeras palabras públicas anuncia el cumplimiento de esa promesa consoladora con la instauración del reino de Dios y con la llegada de los días de la salvación: “El Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el evangelio”. En Jesús está presente y actúa la potencia de Dios sobre el imperio del demonio, manifestada con el perdón de los pecados, la liberación de los espíritus malignos y la curación de toda clase de males físicos y morales.
El relato del evangelio de hoy se sitúa en este contexto de lucha de Jesús en contra de satanás. En el texto sobresale la oposición categórica de las autoridades religiosas y jefes judíos en contra de Jesús, su predicación y su actuación, llegando al colmo de formular una acusación muy temeraria y absurda: “Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del príncipe de los demonios”.
Este rechazo radical a Jesús no es un hecho circunstancial, sino que es parte de una maquinación consciente de esos poderes que desde tiempo buscan la muerte del Mesías. Sin embargo, como no tienen argumento alguno ni pueden negar la evidencia de los hechos, porque ante sus ojos están los enfermos sanados y los endemoniados liberados, distorsionan esos prodigios en su significado fundamental, presentándolos como una prueba de que en Jesús no actúa la potencia de Dios sino la de Satanás. Además, en su perversidad y cobardía, no atacan de frente a Jesús, sino ante la gente y los discípulos, para que se desencanten con el maestro y dejen de buscarlo y seguirlo.
Jesús ante este intento no puede permitir que los signos de Dios sean falseados y utilizados en contra de su persona y de la misión que el mismo Padre le ha confiado. En primer lugar, Él, por medio de la comparación de un reino dividido, pone en evidencia lo absurdo de esa grave imputación que va en contra de toda lógica: “Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir.”
Luego Jesús, con unas duras palabras, llama la atención sobre el pecado sacrílego que las autoridades están cometiendo: “El que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre”. La blasfemia en contra del Espíritu Santo es tachar de Satanás a Dios, el sumo Bien, la negación consciente y total de la presencia y acción de Dios en el mundo, el rechazo de la gracia, el perdón y la salvación, volviendo en contra de Él los mismos signos de su misericordia y amor.
El “pecado en contra del Espíritu Santo” es la opción sistemática, libre y consciente de pervertir la fe, de llamar tiniebla a la luz, mentira a la verdad, mal al bien y muerte a la vida.
Claramente una persona que a propósito se obstina en esta actitud blasfema, se excluye por sí misma y por siempre del perdón de Dios. Detrás de este pecado está la sed de poder, de tener y de gozar que hace víctimas de un engaño trágico: el del mal que se mueve de falsedad en falsedad hasta robarles la libertad del corazón.
Una situación similar es siempre más frecuente en nuestra sociedad, donde la verdad no es un valor, donde se difunden mentiras y en informaciones infundadas y basadas en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o incluso manipular a la opinión pública para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas.
En este contexto, el servicio a la verdad tiene que ser el compromiso de toda la Iglesia de favorecer la reconciliación, la comunión y la paz y de contrarrestar todo lo que tiende a aislar, dividir y contraponer. A esto se llega a través de relaciones personales transparentes y respetuosas, que lleven a una reflexión consciente, madura y objetiva de los problemas y de los puntos de vistas diferentes, al diálogo constructivo y a un trabajo provechoso con miras al bien común.
En esta tarea tenemos la dicha de contar con una Verdad que es persona con quien podemos relacionarnos, con Jesucristo “el camino la verdad y la vida”. Él es la única Verdad fiable y digna de confianza, el punto firme sobre lo que podemos apoyarnos para no caer y sobre el que podemos contar siempre. Amén
Oficina de Prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz