La liturgia del tiempo de Adviento nos presenta no sólo una palabra de Dios que interpela e insta a emprender caminos de conversión, para prepararnos a recibir al Hijo de Dios que viene en la Navidad, sino que nos presenta a personajes que han vivido en primera persona esa espera: la Virgen María y Juan el Bautista.
Este domingo pone ante nuestros ojos a la figura y mensaje de Juan Bautista, “el precursor”, aquel que camina adelante de Jesús, “con el espíritu y poder del profetas Elías, para reconducir a los rebeldes a la sabiduría de los justos y así preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto”.
El Evangelio de hoy inicia diciendo, “El año decimo quinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea…”. Con estos pocos versículos San Lucas nos pinta el horizonte político y religioso difícil y hostil en el que Juan tiene que desempeñar su misión. Nos presenta una lista de nombres de autoridades que, teniendo en sus manos la posibilidad de trabajar por el bien de la gente, se distinguían más bien por ser déspotas, mentirosos y corruptos, cuyo único fin era mantenerse en el poder y enriquecerse a costa del pueblo.
Es en esa situación sombría y de miedo, donde la gente desanimada y abandonada se debatía, que apareció Juan el Bautista anunciando la Palabra de Dios, luz que abría a la esperanza e indicaba los caminos de la salvación.
“La Palabra de Dios fue dirigida a Juan”. Juan el Bautista no se auto nombró profeta misión, sino que la palabra de Dios tomó posesión de él y lo hizo ser el portavoz de Dios, como dice el profeta Isaías, con la tarea de anunciar la ya próxima venida del Mesías: “Una voz grita en el desierto”.
Efectivamente “Juan estaba en el desierto”: el desierto no es sólo un lugar geográfico, sino simbólico:
Es el lugar de la tentación y la prueba, Moisés, Elías y Jesús mismo, antes de iniciar su respectiva misión, tuvieron que vencer la tentación de acomodarse y aliarse a los poderes y a la lógica del mundo.
Es el lugar del encuentro íntimo e interpersonal con Dios. Es el lugar de la esencialidad, de lo indispensable, del silencio y de la ausencia de las distracciones del mundo.
El Bautista, con su ejemplo, nos dice que para recibir al Señor que viene, hace falta disponer nuestro ánimo al silencio de tantos ruidos y tantas cosas materiales y superfluas, como las ofertas del mercado navideño, que nada tienen que ver con la venida del Señor. Este ambiente en vez que ayudarnos a encontrar el Señor, nos distrae, aturde y aleja de Él.
Juan “comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán”. Lleno de la palabra de Dios, salió a cumplir su misión en búsqueda de la gente por las aldeas y pueblos.
“Anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. El mensaje central de Juan Bautista, que también será de Jesús, es la urgencia y necesidad de la apertura del hombre a Dios, sin la cual no es posible su acogida ni el encuentro con él.
Juan acompaña su predicación con el bautismo de penitencia, sumergiendo, en las aguas del Jordán, a los que se arrepienten y quieren cambiar su vida.
“Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos… rellenen valles, aplanen montañas… enderecen senderos y nivelen caminos...” Los profeta Isaías y Baruc, con estas imágenes sugestivas, anunciaban la alegría y consolación de un nuevo éxodo, una nueva intervención de Dios para que el pueblo de Israel regresara a su tierra del cautiverio en Babilonia. Ahora Juan el Bautista retoma esas imágenes para indicar los caminos de la conversión y así prepararnos a recibir al Señor que viene a salvarnos: que se rellenen los barrancos del mal, se aplanen los montes del pecado y se enderecen los caminos torcidos de la mentira, el odio y la injusticia. Son los pasos que hay que dar para que abramos los corazones a Dios, sin esta conversión no es posible encontrarnos con Él.
“Entonces todos los hombres verán la “salvación” de Dios”. Dios a través de Jesús, ofrece a toda la humanidad la Salvación, nosotros no nos salvamos por cuenta nuestra, es él quien nos salva. Por eso, como nos dice el Bautista, debemos estar atentos y vigilantes, para reconocer al Salvador que se acerca y acoger este don que opera un cambio radical de nuestra condición humana.
Jesucristo, movido por su misericordia y amor, viene para hacer pasar a todo hombre de la esclavitud del mal y la muerte a la liberación de la gracia y de la vida, llevarnos a la luz que se concreta en amor y justicia y hacernos recuperar la libertad y dignidad perdidas a causa del pecado.
Este Buena Noticia de la salvación ofrecida gratuitamente a todos nos llena de alegría y esperanza, pero también nos compromete en colaborar en difundirla por todo el mundo, en ser, como el Bautista, profetas que testimonian la bondad de Dios.
La palabra profética le costó la vida al Bautista y a tantos otros evangelizadores. Cristianos que, en fidelidad al Evangelio y a la opción de Jesús por los pobres, han trabajado a favor de la justicia y la libertad, enfrentándose a sistemas opresores y corruptos.
Este año la Iglesia ha reconocido como mártires a un Obispo y tres sacerdotes misioneros de A.L. Hace 6 meses ha sido beatificado Mons. Arnulfo Romero, asesinado por la junta militar en El Salvador hace 35 años y ayer, en Perú han sido beatificados dos padres Franciscanos Conventuales P. Miguel y P. Zbigniew, y un sacerdote diocesano P. Sandro, asesinados hace 24 años por el grupo guerrillero de izquierda Sendero Luminoso. Uno ha sido víctima del militarismo derechista de Estado y los otros del fanatismo de izquierda: todos los extremismos políticos, religiosos o sociales, vengan de donde vengan, se convierten en terrorismo ciego y asesino.
Esos hermanos nuestros fueron víctimas de la fe y la caridad, fueron matados por ser fieles testigos del Evangelio y del Dios de la vida, poniéndose a lado de los pobres y descartados de la sociedad. Estos mártires son ahora nuestros amigos, luminoso ejemplo de profetas que han conocido y amado a Dios y han gastado y entregado su vida para colaborar a su plan de Salvación.
Su voz hoy se junta a la voz de Juan el Bautista y nos llaman a seguir su ejemplo y a emprender con valentía los caminos que nos preparan a recibir con alegría, en la Navidad, al Señor que nace y nos trae la salvación. Amén