“La prueba más grande de que estamos hechos a imagen de la Trinidad es que sólo el amor verdadero nos hace felices, porque hemos sido creados para vivir en relación con Dios y con los demás, para amar y para ser amados”.
Este domingo la Iglesia ha celebrado la solemnidad de la Santísima Trinidad y en ese sentido el Arzobispo Cruceño, desde la Catedral Metropolitana, señaló que se trata del “misterio fundamental de nuestra fe y de nuestra vida cristiana” al que debemos acercarnos con mucha humildad y maravilla pues la mente sola no podría entender este misterio.
Enfatizó que la Santísima Trinidad es “misterio de la unidad en el amor de las tres personas divinas que son un solo Dios, vivo y verdadero: el Padre, el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo”.
El Prelado cruceño nos solo destacó que la trinidad es comunión íntima y amor, sino que nosotros mismos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios que es Trinidad y amor: “Dios no vive en una espléndida soledad, él es comunión íntima y comunicación viva de personas, fuente inagotable de comunión y de amor que se entrega y se comunica incesantemente con nosotros sus creaturas. La prueba más grande de que estamos hechos a imagen de la Trinidad es que sólo el amor verdadero nos hace felices, porque hemos sido creados para vivir en relación con Dios y con los demás, para amar y para ser amados”.
“Pero no solo hemos sido creados a imagen de la Trinidad, sino que también hemos sido “bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Bañados y empapados de la Santísima Trinidad, enviados a comunicar y testimoniar el Evangelio del amor, de la comunión y de la hermandad entre todos los hombres y a trabajar por un mundo donde haya igualdad, justicia y paz: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” señaló Monseñor Sergio.
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ DE LA SIERRA
DOMINGO 27 DE MAYO DE 2018
En la solemnidad de la Santísima Trinidad que celebramos hoy, con humildad y maravilla nos acercamos al misterio fundamental de nuestra fe y de nuestra vida cristiana, el misterio de la unidad en el amor de las tres personas divinas que son un solo Dios, vivo y verdadero: el Padre, el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. Humildad, porque la sola razón humana no lo puede entender y maravilla porque el Dios viviente y verdadero, comunión de vida y de amor, que se ha manifestado en Jesucristo y que se nos ha dado con su Espíritu, ha querido compartir con nosotros, sus creaturas, su propia vida íntima.
Dios se ha hecho conocer paulatinamente en la historia de la humanidad de tantas maneras y con diversos medios: en primer lugar, como Padre que nos ha dado la vida pero sobre todo como eternamente Padre en relación a Jesucristo su Hijo único, y por Él también en relación a nosotros los seres humanos. “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre lo conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27).
Reconocer y sentir en nuestra propia vida que podemos relacionarnos con Dios como Padre bueno, providente, misericordioso y siempre dispuesto a perdonarnos, nos libera del miedo y del temor, nos llena de confianza y de paz y nos facilita relacionarnos con Jesucristo como nuestro hermano.
Hemos conocido esta verdad consoladora, gracias a Jesucristo, el Hijo unigénito del Padre por quien son todas las cosas. El Hijo que, para hacernos hijos de Dios, se ha hecho uno de nosotros en Jesucristo. Hombre nacido de María, que ha vivido entre nosotros, muerto y resucitado en nuestra historia, para liberarnos de las ataduras del mal.
A partir de ese momento, no hay otro camino para llegar al Padre que Jesucristo, “Yo soy el camino”, el hermano que nos ama, el amigo cercano y fiel. Un camino que se hace en la vida de cada día, entre gozos y esperanzas, tristezas y angustias, por eso Jesús en el discurso de despedida en la última cena hace una promesa a sus discípulos; “No los dejaré huérfanos… El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho”.
En Pentecostés, el Padre por Jesucristo ha hecho el don del Espíritu Santo a los discípulos, el Espíritu del amor, la verdad y la unidad: la luz, en las noches y turbaciones, la fuerza en la debilidad y flaqueza, el consuelo en la tristeza y el dolor, la brisa en el calor de las pugnas y la paz del corazón. El Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo que ha querido quedarse con nosotros, que es cercano y que nunca más se alejará de nosotros: “Yo estoy con Ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. En los días buenos y malos, en los días de las certezas y en los de las dudas, la presencia del Espíritu va afianzándose y creciendo en nuestro corazón y en el corazón del mundo, aunque nosotros no nos demos cuentas.
Aún con estas pocas pinceladas, podemos reconocer que la Santísima Trinidad es amor: en verdad el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu Santo es amor. Ante este don maravilloso puede surgir en nosotros una pregunta: ¿Por qué Dios ha querido revelarnos este misterio de amor? Para que nosotros nos conozcamos mejor a nosotros mismos, quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Y nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios que es Trinidad y amor.
Dios no vive en una espléndida soledad, él es comunión íntima y comunicación viva de personas, fuente inagotable de comunión y de amor que se entrega y se comunica incesantemente con nosotros sus creaturas. La prueba más grande de que estamos hechos a imagen de la Trinidad es que sólo el amor verdadero nos hace felices, porque hemos sido creados para vivir en relación con Dios y con los demás, para amar y para ser amados.
Pero no solo hemos sido creados a imagen de la Trinidad, sino que también hemos sido “bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Bañados y empapados de la Santísima Trinidad, enviados a comunicar y testimoniar el Evangelio del amor, de la comunión y de la hermandad entre todos los hombres y a trabajar por un mundo donde haya igualdad, justicia y paz: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”.
Cada vez que proclamamos el Credo hacemos una “profesión de fe” en la Santísima Trinidad: en el Padre y en la creación, su obra admirable; en el Hijo Jesucristo y en su misión redentora y en el Espíritu Santo y en su misión santificadora. Con razón S. Cesáreo de Arles ha escrito: “La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad“, reafirmando lo que dijo el apóstol Pablo en el Areópago de Atenas: En Él Dios Trinidad, “vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17, 28).
Pero no solo nosotros sino también la familia ha sido constituida por Dios como comunión de amor, reflejo viviente de la Trinidad. Al respecto, son iluminadoras las palabras del Papa San Juan Pablo II: «Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo». La familia por tanto no es algo ajeno a la misma esencia divina, sino que está llamada a vivir fielmente en el amor y la comunión como auténtica comunidad de personas donde todos construyen relaciones de respeto, comprensión, igualdad y gratuidad.
De la misma manera podemos decir que la Iglesia es la familia más grande, la comunidad de amor de los bautizados que viven en comunión como hermanos. En esta perspectiva hoy en Bolivia se celebra la Jornada de las Comunidades Eclesiales de Base, el núcleo más pequeño de Iglesia, al igual que las primeras comunidades cristianas. Les animamos a ser fieles en su camino e invito a que nuestras parroquias se conviertan en comunidad de comunidades misioneras, testimoniando el amor de la Santísima Trinidad privilegiando las periferias y las comunidades más alejadas.
Estamos terminando el mes de mayo, mes de la Virgen María, la fecha más indicada para celebrar el Día de la Madre. Nuestras sinceras felicitaciones a todas las mamás aquí presentes, las que nos acompañan por los MCS y a todas las mamás de nuestro país. Qué el Señor las colme de bendiciones y las sostenga en la delicada y maravillosa misión de hacer que la familia sea una verdadera comunidad de amor, de comprensión y ternura a imagen de la Santísima Trinidad. Y qué la Virgen María, la mujer que, acogiendo la voluntad del Padre, se hizo madre concibiendo al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, acompañe y envuelva a todas las madres, a las familias y a nosotros en su amor maternal. Amén.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz