Durante su homilía de este Sábado Santo, en la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir, Catedral, a las 21 horas, día en que se celebra la Vigilia Pascual, Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz, aseguró que Gracias al Resucitado, ya no hay distancias invencibles entre el cielo y la tierra, Dios y la humanidad se han unido: “¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino! “
Al mismo tiempo el Arzobispo resaltó que “Cristo verdaderamente ha resucitado”, Él ha vencido definitivamente el pecado y la muerte, que ya no tienen dominio sobre el mundo, aunque sus consecuencias todavía siguen presente en nuestras vidas y en la sociedad; lo vemos en los rostros de los niños abandonados y abusados, de las mujeres violadas o asesinadas, (siete feminicidios en lo que va de este mes en Santa Cruz), en las personas atemorizadas y perseguidas injustamente por la justicia, en los ancianos solos y abandonados, en los impedidos y en todos los que no encuentran atención en nuestra sociedad egoísta, hipócrita y cobarde.
También el prelado nos exhortó a que no seamos indiferentes y pasivos ante esta aparente victoria del mal, sigamos con valentía los pasos del Señor, seguros que el mal se esfuma frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios.
Homilía Completa de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz, en la Vigilia Pascual /26/03/2016
Cristo ha Resucitado ¡Aleluya, alegría! ¡Vive el Señor de veras!”, es el eco extraordinario y gozoso al Pregón Pascual proclamado esta noche, invitación a alegrarnos y a regocijarnos por esta noticia que ha cambiado la suerte de la humanidad y de la creación entera. Vamos a participar de esta gran fiesta de la vida, siguiendo las vibrantes y poéticas expresiones de ese solemne anuncio de la Pascua.
“Alégrese en el cielo el coro de los ángeles y resuene la trompeta de la salvación, por la victoria de Cristo.
Goce también la tierra que, inundada de tanta luz y radiante con el fulgor del Resucitado, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero.
Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante. Resuene este templo con nuestras aclamaciones y cantos de júbilo“.
El cielo, la tierra, la Iglesia, toda la humanidad y el universo entero, nos alegramos y exultamos porque Cristo, el verdadero Cordero al derramar su sangre, ha vencido, de una vez por todas, al pecado y al mal, a su muerte y nuestra muerte, ha restaurado la paz entre nosotros con Dios y con la creación y nos ha abierto las puertas del cielo.
Acompañan estas aclamaciones un resumen de toda la historia de la salvación, que hemos escuchado más ampliamente en las lecturas. En ellas, hemos recorrido paso a paso, desde la creación del mundo y de la primera pareja humana hasta la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, pasando por la irrupción del pecado en el mundo como rechazo del plan de Dios, la alianza con el pueblo de Israel, la liberación de la esclavitud de Egipto bajo la guía de Moisés, y la palabra de los profetas, que exhortaba a la fidelidad a la alianza en la espera del Salvador.
“Ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.
Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado”.
La intervención liberadora de Dios a favor del pueblo de Israel esclavo en Egipto, marcó en profundidad y para siempre toda su historia y se volvió el signo premonitor de la liberación del pecado y de la muerte por la Resurrección de Cristo.
“Ésta es la noche en que, por toda la tierra, nosotros que confesamos nuestra fe en Cristo somos arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, somos restituidos a la gracia y somos agregados a los santos. Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”.
Ante este don maravilloso y gratuito de la salvación fruto del amor y ternura de Dios, expresamos nuestra gratitud y admiración con las palabras del pregón: “¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!”.
Porque eso la Vigilia Pascual es la celebración más importante del año litúrgico, porque celebramos la fiesta de la vida, la Resurrección de Jesús, punto culminante de la historia de la salvación, de ese largo camino de amor de Dios para con nosotros.
En todo ese recorrido de siglos, Dios ha ido manifestando poco a poco su rostro verdadero, el rostro de un Dios liberador que no ha dejado a la humanidad sumisa para siempre a la muerte y al pecado.
En la plenitud de los tiempos, el rostro misericordioso de Dios se nos ha hecho visible y cercano en su Hijo Jesucristo entregado para rescatarnos definitivamente de toda clase de esclavitudes.
El Pregón se detiene a enumerar con palabras que nos llenan de esperanza los grandes beneficios que la muerte y resurrección de Jesús ha traído a nuestra vida:”Esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos”.
Gracias al Resucitado, ya no hay distancias invencibles entre el cielo y la tierra, Dios y la humanidad se han unido: “¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino! “
“Ésta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mí gozo.» Esta luz, que ilumina de gozo esta noche santa, que transforma la noche en día y que irradia su luz sobre toda la tierra, es representada por la humilde llama del Cirio Pascual que acabamos de encender y que nos acompañará durante todo el tiempo pascual hasta la fiesta de Pentecostés.
Desde la Iglesia antigua, ésta es la noche del bautismo, en la se bendice el agua que servirá para bautizar a los nuevos cristianos. Sumergir en el agua, simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con El, pasar de las tinieblas del pecado y la muerte a la luz de la gracia y la vida. Esta noche en nuestra catedral cinco hermanos van a recibir el bautismo, el don de ser sumergidos por las aguas vivificantes y purificadoras de la gracia de Jesús Resucitado. Esta nueva vida y luz del Señor resucitado, es representada por la vela que estos hermanos, junto a los padrinos, van a encender al Cirio Pascual.
Gracias a la Resurrección de Jesús, la última palabra no la tiene la muerte, el mal y las tinieblas, sino la gracia, la vida y la luz. “Cristo verdaderamente ha resucitado”, Él ha vencido definitivamente el pecado y la muerte, que ya no tienen dominio sobre el mundo, aunque sus consecuencias todavía siguen presente en nuestras vidas y en la sociedad.
Lo vemos en los rostros de los niños abandonados y abusados, de las mujeres violadas o asesinadas, (siete feminicidios en lo que va de este mes en Santa Cruz), en las personas atemorizadas y perseguidas injustamente por la justicia, en los ancianos solos y abandonados, en los impedidos y en todos los que no encuentran atención en nuestra sociedad egoísta, hipócrita y cobarde. No nos resignemos, ni seamos indiferentes y pasivos ante esta aparente victoria del mal, sigamos con valentía los pasos del Señor, seguros que el mal se esfuma frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios.
Quiero terminar con la misma invocación final de este hermoso Pregón Pascual: “Te rogamos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche, y, como ofrenda agradable, se asocie a las lumbreras del cielo.
Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos”. Amén
OFICINA DE PRENSA DE LA ARQUIDIÓCESIS DE SANTA CRUZ