En la Celebración Eucarística de hoy domingo 22 de mayo, día en que en la Iglesia universal se celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad, el Arzobispo de Santa Cruz aseguró que el Espíritu Santo es amor, en él son todas las cosas, todo lo mueve, el universo y la historia hacia la plena realización final. Él es el regalo grande que transforma nuestra vida, el huésped amable de nuestro corazón que trae paz, sosiego y fortaleza en toda circunstancia adversa de la vida, en el dolor, la tristeza y el duelo. Expresó.
Así mismo el Prelado manifestó que la mejor definición de la Santísima Trinidad es AMOR, comunión y comunicación plena entre las tres personas divinas. La prueba más grande de que estamos hechos a imagen de la Trinidad es que sólo el amor verdadero nos hace felices, porque para esto hemos sido creados, vivir para amar y para ser amados. Expresó.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz/22/05/2016
La Santísima Trinidad, es el misterio central y fundamental de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio del Ser de Dios en sí mismo, su sobrenatural identidad: un solo y único Dios en tres personas divinas iguales y, al mismo tiempo, realmente distintas entre sí.
Definimos a la Santísima Trinidad misterio, en primer lugar porque con la sola razón humana no lo podemos entender, es insondable, pero también porque nos llena de asombro que Dios haya querido hacernos conocer y compartir con nosotros, sus creaturas, su propia vida íntima.
Dios se ha ido revelando paulatinamente por su actuación a lo largo de la historia de la humanidad, comenzando con la creación del mundo y del ser humano, estrechando la alianza con el pueblo de Israel, dándonos a conocer su palabra a través de los profetas y, en plenitud, con Jesucristo, su Hijo.
Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se ha revelado y hecho conocer con su presencia y actuación en nuestra vida e historia, para unirse y entrar en comunión con nosotros. Gracias al bautismo, todos los cristianos somos parte de esta historia de gracia, al haber sido bautizados conforme al mandato de Jesús a sus discípulos antes de la Ascensión: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos: Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo“. No en «los nombres», sino en un nombre, o sea, en su identidad más verdadera de un solo Dios. Y nuestra primera “profesión de fe” se hace en el Bautismo, con el credo, “símbolo de la fe”, articulado en referencia a las tres personas de la Santísima Trinidad.
En primer lugar habla de la primera Persona divina: el Padre y de la obra admirable de la creación; a continuación, de la segunda Persona divina; Jesucristo y d su obra redentora; finalmente, de la tercera Persona divina, el Espíritu Santo, fuente y principio de nuestra santificación. San Ireneo, define estas distintas partes del Credo como “los tres capítulos de nuestro sello bautismal”.
Aunque es cierto que toda la historia de salvación, es obra común de las tres personas divinas, sin embargo, cada Persona divina realiza esta obra común según su propiedad personal:
DIOS PADRE: En el Antiguo Testamento, Dios se ha ido manifestando a su pueblo elegido, como el creador de quien proceden todas las cosas, el Padre que da la vida al hombre y la mantiene y que está siempre a favor del hombre: “la gloria de Dios es que el hombre viva” (San Ireneo).
Con su venida Jesús nos revelado que Dios es “Padre” en sentido nuevo: Es Padre no sólo porque ha creado al mundo y al ser humano, sino porque es eternamente Padre en relación a su Hijo único, y por él también en relación a nosotros los seres humanos. “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre lo conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). Conocer y sentir en nuestra propia vida que Dios es un Padre misericordioso, es una experiencia que nos llena de seguridad y de confianza.
La segunda persona divina es EL HIJO unigénito por quien son todas las cosas, la eterna Sabiduría de Dios que se ha hecho uno de nosotros en Jesús de Nazareth. De su persona, su palabra y su actuación, desde la anunciación hasta su muerte y resurrección, tenemos los testimonios vivos de los Evangelios. El Hijo es el amigo fiel que se ha entregado totalmente para nosotros, el amigo cercano y familiar que traza el camino para que vivamos también como verdaderos hijos de Dio, a igual que Jesús, el Hijo amado del Padre.
Es el mismo Jesús que, como escuchado en el evangelio hace un momento, anuncia a sus discípulos la venida del ESPÍRITU SANTO: “Cuando venga el de la Verdad, él los introducirá a toda la verdad”, y les revela cual es su misión: “Él les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho”. Sólo por obra del Espíritu de la Verdad, nosotros podemos conocer a la Verdad que es Jesús, y acogerla en nuestro interior. En el sentido bíblico, la Verdad es la que pone a la luz los propósitos ocultos y desenmascara las medias verdades y las mentiras que a menudo marcan nuestras relaciones con Dios y con los hermanos.
En nuestra sociedad, hace mucha falta abrir espacios al Espíritu de la Verdad, para aclarar y vencer a las tantas mentiras que apuntan a defender intereses ocultos y la permanencia en el poder, y que suscitan sospechas y desconfianzas, además de crear un clima de desconcierto, incertidumbre y miedo que ponen en grave riesgo la convivencia pacífica.
El Espíritu Santo es amor, en él son todas las cosas, todo lo mueve, el universo y la historia hacia la plena realización final. Él es el regalo grande que transforma nuestra vida, el huésped amable de nuestro corazón que trae paz, sosiego y fortaleza en toda circunstancia adversa de la vida, en el dolor, la tristeza y el duelo.
Y gracias al Espíritu, Cristo Resucitado está presente en el mundo, el Evangelio es fuerza de vida, la Iglesia es Comunidad Trinitaria, la autoridad es servicio liberador, la misión es Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación, y el obrar humano está santificado.
Por lo reflexionado, la mejor definición de la Santísima Trinidad es AMOR, comunión y comunicación plena entre las tres personas divinas. El Padre es aquel que ama, el Hijo es el amado y el Espíritu Santo es el amor. Dios no vive en una espléndida soledad, sino que más bien es comunión perfecta, fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
La autentica experiencia de la Trinidad, de lo que es Dios en sí mismo, es por tanto la experiencia del amor. La prueba más grande de que estamos hechos a imagen de la Trinidad es que sólo el amor verdadero nos hace felices, porque para esto hemos sido creados, vivir para amar y para ser amados.
Es lo que nos confirma el inicio del libro del Génesis: “Hagamos al ser hombre a nuestra imagen y semejanza… a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó”. Hagamos, no hago, es el Dios comunión, el Dios Trinidad que crea no a un hombre solo y aislado, sino a la pareja humana, para que viva en total comunión y profunda unidad. Aquí, radica uno de los fundamentos del sacramento del matrimonio. Dios ha querido la diversidad entre varón y mujer, no para superioridad de uno sobre el otro, sino para la comunión, la complementariedad y el enriquecimiento mutuo, en la total igualdad de dignidad. Y es la comunión de amor entre esposo que se abre a la vida y genera a los hijos, formando la nueva comunidad de amor que es la familia, imagen viva y cercana de la Santísima Trinidad.
Y es desde este don del amor de Dios Trinidad, que hoy en nuestra Iglesia en Bolivia se celebra la Jornada de las Comunidades Eclesiales de Base. Estas son la primera célula de estructuración eclesial, el núcleo más pequeño de Iglesia donde los miembros, a igual que las primeras comunidades cristianas, quieren vivir su fe unidos por el amor y en comunión sincera a imagen de la Trinidad. Les acompañamos y animamos a que sigan en su compromiso, con la esperanza de que el Espíritu Santo haga surgir siempre más Comunidades Eclesiales de Base en nuestra Iglesia.
Dejémonos llevar de mano de la Virgen María, que acogió la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. Que ella, agraciada por la Trinidad Santísima, nos ayude a crecer en la fe y vivencia del misterio trinitario. Amén
OFICINA DE PRENSA DE LA ARQUIDIÓCESIS DE SANTA CRUZ