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miércoles 29 noviembre 2023
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“En la lucha contra la pandemia, Iglesia pide a las autoridades dar ejemplo y testimonio de sabiduría, cuidando la vida y el bienestar de todos los ciudadanos”

Campanas. Este domingo 16 de enero desde la Basílica Menor de San Lorenzo mártir  – Catedral, el Arzobispo de la Arquidiócesis de Santa Cruz, pidió que  en la  lucha en contra de la pandemia, las autoridades den buen ejemplo y testimonio de cordura y sabiduría, cuidando la vida, promoviendo el bienestar de todos los ciudadanos y evitando todo lo que pueda causar confusión, desconcierto y división.

“Iglesia pide unir esfuerzos entre todos para defender la vida y frenar los contagios que traen dolor y muerte”

San Ireneo tiene unas palabras muy claras y acertadas acerca del misterio de la gloria de Dios: *La gloria y felicidad de Dios es que el hombre viva. Y la gloria y felicidad del hombre es la visión de Dios*.

 Estas palabras nos llenan de consuelo y esperanza en estos momentos en que la pandemia se propaga en modo exponencial en todas las regiones de nuestro país y en el mundo. Pero, al mismo tiempo, son un llamado a que, unidos entre todos, pongamos nuestros esfuerzos para defender la vida y frenar los contagios que traen dolor, sufrimiento y muerte. *Ciertamente este comporta sacrificios y limitaciones en otros ámbitos de nuestra vida, pero lo que debe primar por encima de cualquier otro interés, es la vida, la salud y el bien de todos los que vivimos en esta tierra*.

El hecho que relata el Evangelio de hoy se desarrolla en Caná de Galilea; allí se celebra una fiesta de bodas en la que son invitados María y Jesús con sus discípulos. Durante los festejos que duraban ocho días, el vino comienza a escasear y la fiesta amenaza con apagarse. María se da cuenta de la angustia de aquella familia, por eso, con esperanza y confianza, expone la necesidad a Jesús. Pero, su respuesta es desconcertante: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Todavía no ha llegado mi hora”.  

 “Dios es amor, y quien ama lo conoce y se vuelve como Él”

 Esta intervención de Jesús en la las bodas de Caná es el primer signo de la nueva Alianza definitiva y perpetua de Dios que Él vino a establecer. Con Jesús ha llegado “la hora” en la que se celebran las bodas entre Dios y el pueblo, la Alianza antigua y nueva con el gran mandamiento del amor que tiene un alcance universal. La Nueva Alianza instituye una relación de interés, atención y pertenencia recíproca, con sentimientos de confiablidad y compañía, de ternura y unión que hacen bella la vida. Y no puede ser de otra manera, ya que Dios es amor, y quien ama lo conoce y se vuelve como Él.

Jesús es el centro de esta alegre fiesta de bodas, pero también María cumple un rol importante cuando indica a los servidores: “Hagan lo que Él les diga”. Y hoy, nos dice que también nosotros hagamos lo que el Señor nos pide, porque este es el único camino que hace posible su intervención salvadora en nuestra vida.

“Nosotros somos el agua que necesita ser transformada en vino bueno”

Esto implica reconocer que nosotros somos el agua que necesita ser transformada en vino bueno y que además debemos dar nuestro aporte, a fin de hacer posible nuestra transformación y nuestra salvación.

 “No promover movimientos que se oponen a la vacunación, porque son los únicos medios que están a nuestro alcance para precautelar la vida”

No es este el momento de desmarcarse de este objetivo común, menos aún de adherir o promover movimientos que se oponen a la campaña de vacunación y a las medidas de seguridad y sanitarias, porque son los únicos medios que están a nuestro alcance para precautelar la vida.

Termino con unas palabras sobre este tema que el Papa Francisco nos dirige a todos y cada uno de nosotros: «Desde el punto de vista ético, creo que todos deben vacunarse. Es una opción ética porque te juegas la salud y la vida, pero te juegas también la vida de los demás».

Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz

16/01/2022

El hecho que relata el Evangelio de hoy se desarrolla en Caná de Galilea; allí se celebra una fiesta de bodas en la que son invitados María y Jesús con sus discípulos. Durante los festejos que duraban ocho días, el vino comienza a escasear y la fiesta amenaza con apagarse. María se da cuenta de la angustia de aquella familia, por eso, con esperanza y confianza, expone la necesidad a Jesús. Pero, su respuesta es desconcertante: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Todavía no ha llegado mi hora”.  

Entre madre e hijo existe una relación muy profunda, sin embargo, Jesús, que acaba de iniciar su misión pública, donde tiene que dejarse guiar únicamente por la voluntad del Padre, no puede permitir que nadie, ni siquiera su madre, interfiera en el designio de Dios.  De hecho, todavía no ha llegado su hora, no tanto la hora de los milagros, sino la hora de su pasión, la hora en que sellará la Alianza nueva en la cruz y en que cumplirá, en manera exhaustiva, su misión redentora.

María no pide directamente un milagro sino ayuda y, en esta, no se puede descartar el milagro, por eso y a pesar de la respuesta de Jesús se dirige directamente a los sirvientes: “Hagan todo lo que Él les diga”. Jesús ahora acoge el pedido de su madre y ordena a los sirvientes llenar con aguas seis tinajas vacías destinadas para la purificación de los judíos.

El hecho que las tinajas estén vacías está a indicar que la ley de Moisés no ha sido cumplida y que su función, por tanto, termina. Ahora toca a Jesús dar al «agua» su verdadero sentido transformándola en el vino del Evangelio, revelando plena y perfectamente la buena noticia del Reino de Dios y donando el vino bueno del gozo, de la «gracia de la verdad» y de la salvación.

Es significativo que Jesús realice este signo en el marco de una boda, de una alianza de amor entre un hombre y una mujer que unen sus vidas para dar inicio a una familia. En la Biblia, la unión entre esposos es el símbolo más alto de la Alianza entre Dios y su pueblo. Es lo que indica el mensaje del profeta Isaías escuchado en la primera lectura, cuando presenta la restauración de la Alianza de Dios con Israel, como renovación del matrimonio entre Dios y su pueblo.

Esta intervención de Jesús en la las bodas de Caná es el primer signo de la nueva Alianza definitiva y perpetua de Dios que Él vino a establecer. Con Jesús ha llegado “la hora” en la que se celebran las bodas entre Dios y el pueblo, la Alianza antigua y nueva con el gran mandamiento del amor que tiene un alcance universal. La Nueva Alianza instituye una relación de interés, atención y pertenencia recíproca, con sentimientos de confiablidad y compañía, de ternura y unión que hacen bella la vida. Y no puede ser de otra manera, ya que Dios es amor, y quien ama lo conoce y se vuelve como Él.

En los banquetes de bodas, la mesa es muy abundante, así, en la mesa del banquete de la nueva Alianza instaurada por Jesús, sobreabunda el vino bueno de la vida y la salvación para todos los pueblos que se sentarán a esa mesa de la gratuidad y de la grandeza del don de Dios.

Jesús es el centro de esta alegre fiesta de bodas, pero también María cumple un rol importante cuando indica a los servidores: “Hagan lo que Él les diga”. Y hoy, nos dice que también nosotros hagamos lo que el Señor nos pide, porque este es el único camino que hace posible su intervención salvadora en nuestra vida. Esto implica reconocer que nosotros somos el agua que necesita ser transformada en vino bueno y que además debemos dar nuestro aporte, a fin de hacer posible nuestra transformación y nuestra salvación.

Este fue el primero de los signos de Jesús”, el signo que ilumina todo lo que el evangelio dice de Jesús y que se vuelve modelo de los demás signos que irá realizando para la instauración del Reino de Dios.

“Así Jesús manifestó su gloria”. La gloria de Dios es lo que lo revela al mundo y que visibiliza el rostro de amor, de vida y de gozo del Padre. En esta ocasión Jesús no ha sanado ningún enfermo, lo hará después a lo largo de su misión; ahora sencillamente salva del mal que destruye a la humanidad, salva de la falta de amor, de dicha y de vida para todos.

Los discípulos de Jesús, testigos silenciosos de esta escena, quedan asombrados por lo que el maestro acaba de hacer y creen en Él. Su fe es un impulso, una actitud dinámica en respuesta a la manifestación de la gloria de Dios en el signo que Jesús acaba de hacer. Su presencia ahí representa a la Iglesia, a todos los miembros del Pueblo de Dios, también llamados a creer en la gloria de Dios, la expresión del amor, la dicha y la vida del Padre en bien de todas sus criaturas.

 La fe no consiste en creer en una cosa o en una doctrina, sino en una persona, en Cristo, en poner la confianza en él, abandonarse a Él y dejarse conducir por Él. La fe permite leer los signos y acontecimiento de la vida con los ojos del Padre, no quedándonos en ellos, sino viendo en ellos los designios y la voluntad de Dios para con nosotros.

San Ireneo tiene unas palabras muy claras y acertadas acerca del misterio de la gloria de Dios: «La gloria y felicidad de Dios es que el hombre viva. Y la gloria y felicidad del hombre es la visión de Dios».

Estas palabras nos llenan de consuelo y esperanza en estos momentos en que la pandemia se propaga en modo exponencial en todas las regiones de nuestro país y en el mundo. Pero, al mismo tiempo, son un llamado a que, unidos entre todos, pongamos nuestros esfuerzos para defender la vida y frenar los contagios que traen dolor, sufrimiento y muerte. Ciertamente este comporta sacrificios y limitaciones en otros ámbitos de nuestra vida, pero lo que debe primar por encima de cualquier otro interés, es la vida, la salud y el bien de todos los que vivimos en esta tierra.

No es este el momento de desmarcarse de este objetivo común, menos aún de adherir o promover movimientos que se oponen a la campaña de vacunación y a las medidas de seguridad y sanitarias, porque son los únicos medios que están a nuestro alcance para precautelar la vida.

En esta lucha en contra de la pandemia, las autoridades tienen la responsabilidad de dar buen ejemplo y testimonio de cordura y sabiduría, cuidando la vida promoviendo y el bienestar de todos los ciudadanos y evitando todo lo que pueda causar confusión, desconcierto y división.

Termino con unas palabras sobre este tema que el Papa Francisco nos dirige a todos y cada uno de nosotros: «Desde el punto de vista ético, creo que todos deben vacunarse. Es una opción ética porque te juegas la salud y la vida, pero te juegas también la vida de los demás». Amén

 

Graciela Arandia de Hidalgo



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