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lunes 20 marzo 2023
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En el Día Internacional de la Mujer, el mejor presente es el sagrado respeto de la vida de cada una de ellas, dice Arzobispo

Campanas. En el día internacional de la mujer, desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, expresó con mucha preocupación la situación que viven las mujeres en nuestro País: en los dos primeros meses de este año, ya van 27 feminicidios sin contar las violaciones y tantos actos de violencia y maltratos a los que están sometidas muchas de ellas.

Al celebrar hoy el Día Internacional de la Mujer, están bien las felicitaciones y los agasajos, dijo el prelado, pero el mejor presente es el sagrado respeto de la vida de cada una de ellas, es reconocer que ellas tiene igual dignidad que los varones y que se les debe el mismo trato en la familia, el trabajo, la profesión y todos los ámbitos de la sociedad. No hay que escatimar esfuerzos para implementar medidas para prevenir esta llaga, comenzando por la educación de las jóvenes generaciones, para romper la perversa mentalidad machista.

Así mismo el prelado afirmó que  es urgente unir esfuerzos para desterrar toda clase de violencia y divisiones, para consolidar una sociedad reconciliada y en paz, donde todos tengan condiciones de vida digna. Hace falta instaurar relaciones interpersonales de igualdad y equidad, en el respeto de la libertad, dignidad y derechos de toda persona sin discriminación alguna. En particular, los cristianos tenemos que dar testimonio de Dios que, como dice el salmo, “obra siempre con lealtad y que ama la justicia y el derecho y llena la tierra de su amor”.

 

Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz

Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral

Segundo domingo de Cuaresma

En nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua, la palabra de Dios nos invita hoy a subir al monte Tabor para ser testigos de la Transfiguración de Jesús. Este hecho acontece a los inicios de su viaje a Jerusalén, a los pocos días de haber anunciado a sus discípulos que allí le esperarían la pasión, la muerte y la resurrección. Esta noticia que deja a los discípulos desconcertados y deprimidos.

Jesús invita a Pedro, Santiago y Juan, en representación de los demás discípulos, a subir al cerro y les hace partícipes de su trasfiguración, para que, llegado el momento de la pasión, no desfallezcan ni se acobarden. Allí “se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. La figura de Jesús se transforma y se vuelve resplandeciente, anticipo de su manifestación definitiva y gloriosa de Resucitado.

De pronto, dialogando con Jesús, se aparecen Moisés y Elías, símbolos de la ley y profetas de la Antigua Alianza, a indicar que Jesús es el nuevo legislador y profeta que ha venido a completar y a instaurar la Nueva Alianza con la humanidad.

Los apóstoles ante esa escena quedan extasiados: “Qué bien estamos aquí… levantaré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Mientras Pedro todavía está hablando, una nube luminosa envuelve a todos y se oye una voz: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Dios Padre al proclamar solemnemente que Jesús es su Hijo amado, enviado para salvar al mundo, manifiesta que en Jesús se cumple la promesa hecha a Abraham, al momento de su vocación. Lo hemos escuchado en la 1era lectura: “Sal de tu tierra, la casa de tu padre y ve al país que Yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré… y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. Abrahán obedece, deja sus parientes y a su  tierra, se pone en camino hacia lo desconocido e inicia una vida nueva bendecido por Dios y con la promesa de que será padre de una gran nación y signo bendición para todo el mundo.

Jesús nos llama también a nosotros a tener fe en Él, a transformarnos y conformarnos con Él con la plena confianza que Él nos proporciona la fortaleza para seguirlo e iniciar una nueva vida.

Las palabras de Dios Padre concluyen con un llamado a los discípulos: “Escúchenlo”. Escuchar al Señor”, es algo más que oír su palabra es hacerla vida en nosotros y encarnarla en la realidad de nuestro mundo de hoy. Escuchar al Señor es seguir ejemplo de Abrahán que sin reservas tiene fe y cumple el mandato de Dios: “sal de tu tierra”.

Escuchar al Señor implica salir de de nosotros mismos, de los modos de pensar y criterios mundanos, desinstalarnos de nuestras seguridades y presunciones para seguirlo y convertirnos en signo de esperanza y bendición para los demás. Ante la voz del Padre, los discípulos caen rostro en tierra, llenos de temor, pero Jesús se les acerca, los toca y los anima: ” Levántense, no tengan miedo”. Es el momento de no tener miedo, de levantarse y de mirar a Jesús, escuchar su palabra y reconocerlo como Hijo de Dios.

Jesús nos toca también a nosotros, nos da la fortaleza para levantarnos y sostiene nuestra esperanza en el camino de conversión hacia la vida nueva. “Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que Jesús solo”.

¡Jesús está solo, él es el único Salvador! Los discípulos tienen que poner su mirada en Él y no necesitan levantar tres carpas. Más bien, con el ánimo renovado y fortalecido por esa admirable experiencia, ellos tienen que bajar del monte y retomar el camino que los lleva a experimentar la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

También nosotros tenemos que bajar del monte, donde hemos experimentado la transformación que el Señor ha obrado en nosotros,  para compartir nuestra experiencia de fe con los que no lo conocen, los que se han alejado de Él y los desfigurados de nuestra sociedad.

Bajamos del monte para ser testigos de la luz de Jesús transfigurado en medio de un mundo a menudo envuelto en las tinieblas del miedo, de la falta de un rumbo certero, del odio y de tantos hechos de muerte. Pensemos tan solo a la situación de las mujeres en nuestro país: en los dos primeros meses de este año, ya van 27 feminicidios, sin contar las violaciones y tantos actos de violencia y maltratos a los que están sometidas muchas de ellas.

Al celebrar hoy el Día Internacional de la Mujer, están bien las felicitaciones y los agasajos, pero el mejor presente es el sagrado respeto de la vida de cada una de ellas, es reconocer que ellas tiene igual dignidad que los varones y que se les debe el mismo trato en la familia, el trabajo, la profesión y todos los ámbitos de la sociedad. No hay que escatimar esfuerzos para implementar medidas para prevenir esta llaga, comenzando por la educación de las jóvenes generaciones, para romper la perversa mentalidad machista.

La Transfiguración del Señor, no sólo nos pide una transformación personal, sino también social. Es urgente unir esfuerzos para desterrar toda clase de violencia y divisiones, para consolidar una sociedad reconciliada y en paz, donde todos tengan condiciones de vida digna. Hace falta instaurar relaciones interpersonales de igualdad y equidad, en el respeto de la libertad, dignidad y derechos de toda persona sin discriminación alguna. En particular, los cristianos tenemos que dar testimonio de Dios que, como dice el salmo, “obra siempre con lealtad y que ama la justicia y el derecho y llena la tierra de su amor”.

Este es el compromiso de todos los que creemos en el Señor, no solo personalmente sino como comunidad e Iglesia de Santa Cruz. Esta es la misión que asumimos con el nuevo Plan Pastoral que nos va a guiar en los próximos cinco años con la colaboración de los Vicarios Episcopales, aquí presentes y a quienes agradecemos.  

 “Sal y luz en el mundo: Santa Cruz en Misión”, es el lema que marca el rumbo y dan unidad al Plan Pastoral y que nos motiva a renovar y dinamizar el camino sinodal de nuestra Iglesia y a poner en práctica el compromiso del 5 Congreso Americano Misionero. Todos, sacerdotes, vida consagrada y laicos seamos Sal de la tierra y luz del mundo”, misioneros de la alegría del Evangelio y fermento de comunión y reconciliación, para que la Palabra de vida llegue al corazón de todas las personas y transforme nuestra vida y la de nuestra sociedad.

El camino que nos lleva a la vida nueva de la Pascua está trazado, es Jesús Transfigurado: ”Escuchémoslo” y bajemos del monte para “ser sal de la tierra y luz del mundo”. Amén

Graciela Arandia de Hidalgo



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